26 noviembre 2008

Zapatero babilonio


Cuenta la Biblia, que además de ser un libro sagrado es un libro divertidísimo, que tenían los babilonios un ídolo en el templo, y que era tan prodigioso aquel dios, que aunque todos los días le ofrecían grandes sacrificios en forma de buenas viandas, regalos, y lo mejor de las cosechas, jamás encontraban nada al día siguiente, pues el dios, satisfecho con la atención de sus fieles, devoraba por las noches todo cuanto le daban, exigiendo que los alimentos se repusieran al día siguiente.
Los sacerdotes que atendían el templo cerraban el recinto a cal y canto por las noches y ellos mismos vivían fuera, con lo que era imposible dudar que fuese el dios y no algún mortal quien aprovechaba las ofrendas.
Pero había por allí un judío, Daniel de nombre, que no podía creer que una estatua de piedra comiese corderos, bebiese tinajas de vino y devorase cestos de fruta, y propuso al rey de Babilonia demostrarle que lo engañaban. El rey, confiando en su dios, le dio permiso, y entró Daniel con el monarca esparciendo una levísima capa de ceniza en torno a los altares donde se ofrecían los sacrificios. Se cerró luego el templo con siete sellos, y a la mañana siguiente, comprobó el monarca escarnecido las pisadas de mucha gente que iban hasta el altar y volvían hasta una piedra que, levantada, llevaba a un túnel por el que entraban de noche los sacerdotes y sus familias a consumar el fraude y ponerse morados a comer y beber en los altares.
El rey condenó a muerte a los sacerdotes y alabó a Daniel por su pericia, ¿pero qué creen que hizo el pueblo? Exigir la muerte de Daniel por haberles robado a su Dios.
Empieza a pasar otro tanto con Zapatero y esta crisis: que la gente odia al que la desengaña, y que oigo cada vez más a menudo a personas enfadadísimas con la prensa por anunciar el paro y la subida de las hipotecas, pues todo el mundo estaba tan contento pensando que este era un país rico donde los perros se ataban con longaniza y sobraba todo.
Zapatero ha sido el sacerdote a base de anunciar falsa prosperidad se ha ido comiendo las ofrendas de los votos, y cuando la realidad ha descubierto el fraude de sus trampas y trampillas, se enfrenta a los que lo desenmascaran diciendo que son ellos los que, con su alarmismo, provocan la crisis.
Y entre tanto nosotros, los que vivíamos tan ricamente de la cartilla del abuelo, de pedir prestado lo que nunca podríamos devolver, y de creer que éramos una potencia mundial asentada sobre camareros y peones, maldecimos al que nos dice la verdad como maldice el que soñaba con el Paraíso al médico que lo sacó del coma.
Pero la realidad es la que hay: estamos en la puta ruina.
Y ahora, como a Daniel échenme si quieren a los leones.

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