11 febrero 2008

No tiren la puta al río



Con eso de que cada comunidad tiene su propia sistema de financiación, y que la base del invento está en que unas disfrutan de más derechos que otras, nos hemos encontrado con que nos han cerrado la puerta en las narices, y además justo en el momento en que teníamos la mitad de las narices para un lado y la mitad para el otro.
Antes, daba igual dónde tuviese la sede social una empresa, pues sus impuestos, y el IVA generado pro su actividad, revertía en una caja única y de esa caja, mejor o peor, se repartía para todos. En aquellos tiempos daba igual que el agua fuese nuestra y los tomates los regasen otros, o por dónde pasase el río productor de electricidad, o dónde se colocasen las torres de alta tensión o las centrales térmicas. Era indiferente.
Pero ahora, cada comunidad autónoma se financia con los impuestos que pagan las empresas radicadas en ella y con una parte del IVA que su actividad genera. Y siendo así, por si no habían caído en la cuenta, el hecho de que Iberdrola, por ejemplo, tenga su domicilio en Bilbao, hace que sean los vascos los que puedan exigir el derecho a gastarse en su tierra los impuestos de Iberdrola, sin importar dónde han sido generados sus ingresos.
¿Se dan cuenta? Con este sistema, los que ponemos los medios de producción, los kilómetros de carretera y los saltos de agua, sólo los pagamos, sacándolo de no tener unos sistemas sanitarios de los que otros presumen, y de carecer de ayudas que otros reciben.
Mientras tanto, los duros del Estado, los pocos que van quedando después de que las comunidades "espabiladas" fijasen lo que les toca del pastel en sus respectivas reformas estatutarias, se reparten por personas, mientras que las carreteras se construyen y se pagan por kilómetros. Para las comunidades extensas pero poco pobladas, la consecuencia es impepinable: nos cobran por lo que nos dan, pero no nos pagan por lo que nos toman.
La única salida es la que ya se conoció hace cosa de mil años: cobrar a los que pasan por los caminos, cobrar a los que emplean el agua, cobrar a los que tienden sus cables por nuestra tierra. Peajes, alcabalas y portazgos. Porque, siguiendo el ejemplo, si Iberdrola paga sus impuestos en el País Vasco, ¿qué ganamos nosotros con sus torretas?, ¿qué ganamos con que nos pongan una térmica que anule el valor turístico y ambiental de una comarca entra?
Con el paso de los años, los siglos, y las guerras, se llegó a comprender que era mejor asociarse, pero llegados al punto en el que todo el mundo barre para su casa tratando de expoliar al vecino, hay que buscar un modo de defenderse o resignarse a quedar en cueros.
Así que señores del gobierno, de todos los gobiernos, ustedes que saben el dicho aquel de "que jugamos todos o rompemos la baraja", acuérdense de ese otro dicho que no menciono y hagan algo cuanto antes para que no acabemos tirando la puta al río.

05 febrero 2008

La legumbre como símbolo de poder



No sé, oigan. No sé si alegrarme de leer que Zamora es una de las capitales con los alquileres más baratos o echarme a llorar. En principio parece buena cosa eso de no tener que dejarse, aparentemente, una costilla y dos lonchas de hígado para tener donde vivir, pero pensándolo un poco me da mala espina. Con esto, si lo reflexionas tranquilamente, pasa un poco como con las industrias y grandes empresas que se están asentando en León en los últimos años: cadenas de márketing telefónico y centros de distribución de mercancías de Zara y otros comercios conocidos por el baratillo. Y dan trabajo, sí, pero donde antes estaba Abelló, o Antibióticos, contratando técnicos con sueldos de dos mil euros ahora se contratan currelas a quinientos. Menos es nada, vale, pero da para pensar un rato, ¿no creen?
Con los precios de algunas cosas sucede como con las lentejas, las alubias y los garbanzos, que se consumen más cuanto más pobre es uno, y que se dejan de consumir, aun en perjuicio de la salud, cuando el presupuesto familiar va más holgado. Decir de un país que es un gran consumidor de garbanzos no es decir nada bueno de su prosperidad, y decir d eun ciudad que tiene los alquileres más baratos de España no es tampoco hablar mucho en favor de su pujanza económica.
Y es que no nos engañemos: en Zamora están los alquileres baratos porque los sueldos son de miseria. Son baratos porque el que tiene un piso y le quiere sacar un duro entra en sospechas, cada vez mayores, de que si no lo pone barato se lo va a comer con patatas. En Zamora están los alquileres más bajos que en otras capitales de provincia porque hay poco trabajo, porque la gente joven se marcha y porque ya no hay viejos en los pueblos que compren un piso en la capital para pasar los inviernos con calefacción en el cuarto y consultorio médico cerca. Los precios de los alquileres están baratos porque, al paso que vamos, no tardaremos en poner, en la ciudad, en la provincia, y en media comunidad, un letrero de "se traspasa por no poderla atender".
Bin está que algunas cosas tengan precios asequibles, y puede que eso sea un incentivo para que alguna gente quiera mudarse y convertirse en vecina nuestra, pero me parece a mí, la verdad, que con estas ventajas hay que pensar lo mismo que con las empresas de operadores telefónico y empaquetamientos diversos que mencionaba al principio: si una empresa puede elegir entre irse a China, a Marruecos o a tu pueblo, y al final decide irse a tu pueblo, desconfía.
Da las gracias, pero desconfía.

01 febrero 2008

Lo triste, lo malo y lo peor


En España es triste tener una idea, y no sólo por aquello del "que inventen otros". En el medio rural, por ejemplo, se te ocurre que las eras, en las que hace años que no trilla nadie, bien se podría levantar una docena de viviendas de protección oficial, para que no se marchen los pocos jóvenes que quedan. Se te ocurre también que va a sobrar sitio, y que se podrían plantar dos o tres mil castaños, para que, con el tiempo, haya sombra, madera, y una producción que puede tener buena salida en según qué mercados, sobre todo los asiáticos.
Entonces lo comentas un día en el bar, y aunque hay quien se opone, con razones tan poderosas como que "el que quiera tener donde vivir que vaya a trabajar a Alemania como yo fui", la idea parece buena a la mayoría. Y entonces miras de soslayo al calendario y ves que las elecciones son en seis meses. Y como el pueblo es tu pueblo, y además de tener la idea te manejas un poco en el papeleo, pues acabas liando a dos parientes y tres amigos y presentas una candidatura a las municipales.
Tú tienes tu idea, y la política de partido y nomenclatura te da por saco, así que te es lo mismo presentarte como independiente, que por un partido o por otro. Y resulta bien cierto que da igual, porque te presentes en la lista que te presentes, la pifiaste de todos modos. Porque aunque en los municipios pequeños el alcalde no tenga sueldo, tienes que oír que te presentas por interés. Aunque pagues de tu bolsillo los viajes a la capital para hacer gestiones en la Diputación, eres un aprovechado. Aunque te presentes por la Liga de Recesvinto, eres un trepa que quiere usar la influencia del partido para medrar.
El concepto de servicio público y vida política está tan denostado en España que es triste tener una idea y querer entrar en política para convertirla en realidad. Es triste que, para hacer algo, haya que soportar de oficio las peores sospechas y los apelativos más injuriosos.
Lo malo es que, con ese panorama, sólo acaban atreviéndose a dar el paso adelante los ociosos, los caraduras, y los que ya crían percebes en las orejas, de puro endurecido que tienen el oído. Lo malo es que si la expectativa general es que el político se enriquezca, medre y se aproveche, hay muchos que puestos a sufrir la condena acaban por cometer el delito, aunque sólo sea por no padecerla gratis. Lo malo, y no sólo en la política municipal de andurriales perdidos, es que una persona de verdadera valía tiene mil ocasiones mejores de ganar un buen sueldo en cualquier otro puesto, y que mientras el Presidente del Gobierno ocupe el puesto quinientos y pico de los directivos mejor pagados del país, no va a haber manera de encontrar gestores de verdadera valía.
¿Quién va a desear un cargo en el que te ponen pingando, por la quinta parte del sueldo que ganaría en otro lado con menos responsabilidades y menos peligro? El que no tiene posibilidad real de ir a otro sitio, por supuesto. El que nunca sería contratado para dirigir un banco, ni siquiera una fábrica de sonajeros. El que da más valor al poder que a la gestión. El ambicioso. El prepotente. El intrigante. O quizás también el héroe, pero de esos van quedando pocos y son raros de encontrar.
Pero lo peor de todo no es eso: lo peor es que los electores, cuando se nos pregunta, lo primero que pedimos a los políticos no es que desempeñen hábilmente sus funciones, ni dejen un país o un pueblo mejor que el encontraron, o sepan capear los temporales que se vayan encontrando. Lo peor es que los electores, visto lo visto, nos conformamos con que no roben.
Eso es como a ir a un restaurante y en lugar de esperar buen trato, exquisita cocina y decoración esmerada, conformarse solamente con que no te envenenen. ¿Se lo imaginan?
Pues así estamos.