02 febrero 2011

Los representantes falsos

Y me entero de que a la manifestación sindical de Madrid del pasado primero de Mayo han asistido seis mil personas, y me da la risa. Risa afloja. Risa canallesca preguntándome si los sindicatos no empezarán a se como los curas, que dicen representar a un porcentaje descomunal de los españoles, todos bautizados, pero luego tienen las iglesias vacías. ¡Y los confesionarios ni les cuento!

¿Qué clase de sindicatos son estos que no consiguen reunir más gente en un momento en el que la presión social debería ser casi insostenible? ¿qué ocasión han tenido mejor qu eesta para reivindicar una solución y pedir que de una santa y puñetera vez se haga algo para que no siga quedando gente en la calle?

¿Cómo es posible que sólo asistiesen seis mil personas a las manifestaciones sindicales de Madrid, cuando en ese Comunidad, sólo en esa comunidad, los sindicatos cuentan con nueve o diez mil liberados?

¿Qué pasa, que ya no van ni los de la nómina?

¿Qué pasa, que da vergüenza, propia y ajena verse con la pancarta en la mano pidiendo no sé qué mientras se ignora sistemáticamente que le paro ha sobrepasado el veinte por ciento y son ya más de cuatro millones y pico los españoles que no tiene un empleo?

¿Da vergüenza, propia y ajena, que todos nos hayamos dado cuenta de que están esperando a montarle broncas y huelgas a la oposición porque no se atreven con el Gobierno?

Los movimientos sindicales se enfrentan en estos momentos a su propio laberinto, y quizás a su momento más crítico en los últimos años: saben que no representan a nadie o casi nadie. Saben que los trabajadores quieren conservar sus trabajador y mantener sus derechos. Saben que ellos, como movimientos sindicales, se limitan a defender el status quo de los privilegiados mientras miran hacia otro lado con el paro juvenil, los contratos temporales y las masas de d desempleados: lo importante es que no le toquen un trienio a un trabajador d ela automoción, o un moscoso a un funcionario.

Lo importante es eso, dígamoslo claro, porque para nuestros sindicatos, trabajador es aquel que da derecho a la parte proporcional de un liberado o de una subvención. Los demás no son trabajadores. Son pringados.

En esas circunstancias, la idea de que los sindicatos representan a los trabajadores no dehja de ser una anacronismo sostenido por cierta izquierda para conceder legitimidad a unas asociaciones privadas, cada vez con un ánimo de lucro más claro, que no consiguen afiliar ebn sus listas a más del 8 % de los trabajadores.

¿Sería representativa en cualquier otro campo una asociación con un siete o un ocho por ciento de afiliados en su sector? No, desde luego que no. Por eso los sindicatos otorgan y callan. Por eso otorgan cien días y cien años de confianza a Zapatero: para que no se hable. Para que no se sepa.

Para que nada se mueva.