20 enero 2015

Cuando nada arde, ponte en lo peor

Pues estamos a pocos meses de las elecciones y no, no arden las calles, ni arden las redes sociales, ni arden las reuniones sindicales, ni se ven en nuestro entorno mayores fogatas que las que los pocos albañiles que aún trabajan montan en un bidón para calentarse las manos a la hora del bocata.

La situación es extraña: el cabreo en España ha llegado a máximos, la politización de la sociedad ha llegado a máximos, y la movilización se hunde en mínimos.

¿Y es esto señal de que ya todo nos da igual? Creo que en absoluto. Creo que estamos justamente ante el proceso contrario, que tanto le ha costado entender a muchos en este país: estamos ante la hora en que la gente quiere cambiar de verdad las cosas, y como la gente sencilla maneja además una inteligencia mucho más aguda de lo que a menudo se le supone, ha decidido emprender el camino por el que de verdad se cambian las cosas: esperar, organizarse, votar masivamente a partidos contrarios a lo establecido y barrerlos con sus propias normas.
Mientras el enfado y la indignación fueron patrimonio de gente vociferante no hubo verdadera preocupación en las filas de los apesebrados. El miedo y la preocupación vienen ahora, sin pancartas, sin cócteles molotov, sin huelgas generales y sin escraches. Ahora es cunado realmente les tiemblan las piernas. 

En la sociedad española opera una mecánica muy parecida a la de las mesas de poker: cuando miras a tu alrededor y no ves al pardillo, entonces el pardillo al que van a desplumar eres tú. Pues eso les pasa ahora a los políticos: que miran a la calle y no ven a la gente jodida, así que los jodidos van a ser ellos.

Cosas de una tierra que cuando ladra no muerde, pero cuando calla, afila los dientes y las navajas. Navajas de esas que hacen siete veces clac mientras asoma su luna nueva.
¿Poético, verdad? 

Pues que se vayan preparando.

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