26 enero 2009

Lanzamiento de muerto



Todavía no es deporte olímpico, pero por el camino que llevamos no tardará en serlo.
No sé si se habrán fijado ustedes, pero hace ya unos cuantos años se vienen utilizando las cifras de muertos como arma arrojadiza en un intento de desprestigiar instituciones e ideologías, y, lo que es peor, con ningún escarmiento, porque se sigue matando igual que antes, o más, y cada vez con explicaciones más retorcidas que, en vez de higienizar el crimen, manchan la lógica.
No se trata, con este sistema, de saber por qué falló el comunismo, ni de buscar sus logros para aprovechar lo que pueda encontrarse de enseñanza en él, sino de recontar las purgas millonarias de Stalin, Pol Pot, y otros matarifes con bandera roja. No se trata tampoco de saber qué pudo conducir a un pueblo como el alemán a votar a Hitler en unas elecciones, ni cómo puñetas consiguió convertir en pocos años un país arruinado en una potencia capaz de enfrentarse al mundo durante seis años, sino de contar cámaras de gas, fosas comunes y represaliados.
No queremos aprender nada. En el fondo, nos importa un carajo el sufrimiento de toda aquella gente, a veces lejana y a veces no tanto, y lo único que leemos entre líneas en los libros de historia es lo que interesa al corrector de pruebas, que es un simple mercader ansioso por cobrar la comisión pactada a cambio de nuestra adhesión.
Y si se fijan, el procedimiento continúa con los muertos actuales. Casi nadie sabe, y a casi nadie le importa, por qué se matan los israelíes y los palestinos, qué pasa con el agua, con los pozos, con las fronteras, con las colonias, y con las leyes internacionales que supuestamente rigen todo eso. Importa sólo contar muertos: tantos por un cinturón bomba en una cafetería, tantos por un bombardeo de la aviación, tantos por un suicida en un mercado y tantos por un asesinato selectivo que resultó no serlo tanto.
Vivimos en un mundo en el que los muertos parecen aportar razones, antes a los que los causaban y ahora a los que los padecen, pero razones al fin y al cabo, por encima de las ideas, los planteamientos y las leyes.
Y mientras contemos cadáveres en vez de desgranar argumentos estaremos abocados a seguir teniendo sangre y dolor como única moneda con la que comprar o vender nuestra aquiescencia.
Al final, ya lo ven, somos más culpables de lo que creemos, porque igual que los actores representan su papel para el público también hay criminales que asesinan para el público, para esa opinión pública que somos nosotros, dejándonos convencer por los informes del forense antes que por las ideas de quienes todavía, contra viento y marea, se empeñan en buscar explicaciones.
¡Agua va!, deberían decir los taberneros.
¡Muerto va!, los periodistas.

21 enero 2009

Los límites


Ahora parece que el presidente venezolano, Hugo Chávez, anda buscándole las vueltas a la legalidad de su país para saltarse los límites en el número de mandatos y poder eternizarse en el poder. Le falta para conseguirlo un referéndum popular, pero tal y como están van las ondas de la cosa popular en todo el mundo, es posible que lo gane, incluso sin pucherazo.
Un sistema más gracioso, o más complejo, siguió Vladimir Putin, que dejó de ser presidente para hacerse nombrar primer ministro y volverá a ser presidente el día que se levante con ganas de juerga, porque su constitución lo que prohíbe son los mandatos consecutivos.
En otros sitios, como España, no pasamos por semejantes ridículos porque, ya de entrada, los mandatos no están limitados, y un mismo candidato puede permanecer en el poder durante eras geológicas sin que nada se lo impida. Dicen algunos, con un exceso de buena fe que raya por el lado de dentro en el cinismo, que cuando se tiene un buen presidente es mejor no andar haciendo experimentos, pero otros somos del convencimiento de que el concepto de buen presidente y el de larga duración son incompatibles entre sí, porque todo lo que se alarga se va volviendo primero más fofo y finalmente más proclive a la componenda y el clientelismo, para acabar considerando el territorio administrado como el corral de casa, con los ciudadanos convertidos en gallinas ponedoras.
Y no vale aquí el pretexto de que cuando alguien es reelegido se debe a lo bien que lo hace y a lo contenta que está la gente. Cuando las reelecciones se suceden una tras otra, lo que ocurre en realidad es que se han creado dos castas: los que pagan los impuestos y no ven un duro ni reciben servicio alguno, y los que viven de los demás, que si logran ser un cincuenta y uno por ciento pueden extender hasta el infinito esta existencia de garrapata. Por eso me dijeron a mí una vez, por ejemplo, que en todas partes se habla y se discute de política, pero que en ninguna parte como en Andalucía depende de la política el tener que levantarse todos los días a las siete de la mañana o vivir tranquilamente de hacer cuarenta y pico peonadas al año.
Así se explica que algunos presidentes autonómicos lleven en España treinta años gobernando, y los que les quedan, mientras repartan lo de todos justa y exactamente entre los suyos, y dejen a los demás a verlas venir.
Por mi parte, sigo siempre una norma que les recomiendo vivamente: sea quien sea, y del partido que sea, a los ocho años, o doce como mucho, que se largue con viento fresco.
Pero como ven, esa doctrina no tiene mucho éxito, ni aquí ni en ninguna parte. De los presidente democráticos, el único que se ha ido por su pie ha sido Aznar, y le agradecemos de veras el gesto.
De los otros, el único que se marchó porque le dio la gana fue Pinochet, pero hasta que no se jubile Garzón seguro que no dimite ningún otro. Por si acaso.
foto: político en plena emergencia.

Apaga y quédate



Si partimos de lo obvio, es difícil encontrar oposiciones frontales, así que sigamos esta moderna costumbre y digamos primero lo evidente.
Todo lo que sea reducir la contaminación, es bueno. Todo lo que sea evitar el derroche de recursos naturales, racionalizando el uso de la energía, es positivo. Todo lo que suponga una mejora en la eficiencia de los aparatos para que rindan lo mismo reduciendo su consumo, es deseable.
Vale. De acuerdo. Pero de ahí a que la Unión Europea pretenda prohibir los televisores de plasma porque consumen demasiado, hay un abismo. Personalmente, la verdad, me importa tres puñetas que prohíban semejante aparatos, pero cuando las instituciones vienen a decirte con criterios retorcidos lo que puedes comprar y lo que no, o a fijar la diferencia entre lo que es el consumo y el derroche, es que queda poco para que saquen una ley diciendo cual y qué uso hay que darle al matrimonio, y a partir de qué abstinencia se considera buen uso o derroche de la pareja.
Porque no me lo creo, oigan. No me creo que de verdad quieran ahorrar electricidad. Si quisieran ahorrar electricidad no tendrían una farola cada treinta metros en grandes tramos de las autovías, luciendo toda la noche en lugares en los que obligatoriamente hay que llevar encendidos los faros.
Si de veras quisieran ahorrar racionalizarían un poco las luces, las calefacciones y los aires acondicionados de los edificios públicos, esos mastodontes calientes como hornos en invierno y helados en verano, que además de electricidad consumen recursos sanitarios a fuerza de causar resfriados por el cambio de temperatura en cuanto sales a la calle.
Si de veras les importase reducir el consumo eléctrico, tendrían más cuidado con las horas de encendido y pagado de las farolas, y según en qué zonas pondrían dispositivos de proximidad, para que las farolas se encendiesen sólo cuando anda alguien por la calle, y no toda la santa noche en lugares, miles de ellos, por los que no pasa nadie.
Si les importase una puñeta la electricidad, en vez de venirnos con la chorrada de las bombillas de bajo consumo, las pondrían ellos, pero ya ven que las lámparas incandescentes, que tanto les molestan cuando las tenemos los demás, reinan e imperan en el alumbrado público de nuestras calles sin que nadie las mencione.
Lo que pasa, creo yo, es que el consumo les importa en realidad muy poco, y la idea de fondo de todas estas campaña majaderas, como la de los pilotitos rojos de los aparatos que están en espera, tiene por objeto permitir a los gobiernos meterse en la casa y en la vida de la gente con un pretexto tan aparentemente bienintencionado como este.
O eso, o se trata de que ahorremos nosotros para que puedan seguir gastando ellos.
Así a que vamos a peor. Antes se decía "apaga y vámonos" y ahora quieren que funcione el "apaga y quédate".
Lo de "vete bajándote los pantalones" será lo siguiente, supongo.

Una de putas


Antes, cuando yo era niño, en horario de máxima audiencia ponían una de vaqueros, o una de romanos. Ahora, un día sí y uno no te ponen una de putas. Supongo que será porque cada gobierno programa en televisión homenajes a sus maestros.
Y si les parece muy cínico, pregúntenle a Freud. O mejor no, que la armamos.
De todos modos fue una pena que suspendieran la emisión de aquel reportaje sobre las chicas que, en la vida real, imitan las andanzas de Sin Tetas no hay Paraíso y se prostituyen para pagarse los vicios o para ponerse implantes de silicona en los pechos.
Fue una pena, porque esconder la cabeza nunca fue remedio para ningún mal, y en un caso como este, aún menos.
Para bien o para mal, desde hace unas cuantas décadas, en España ha habido una importante liberación sexual, lo que lleva a que la edad a la que se comienza a practicar el sexo sea cada vez más temprana y a que el número de parejas de cada persona sea mayor. Conocer hoy a un chico o a una chica que llegue a los treinta años habiéndose acostado con sólo una persona, o dos a lo sumo, es casi imposible.
Así las cosas, y con el constante empeoramiento del mercado laboral, que sólo ofrece a los jóvenes trabajos lamentables con sueldos de mierda, nos encontramos con que algunas chicas descubren que lo mismo que ya hacían con sus novios ocasionales pueden hacerlo cobrando más de lo que ganan en el trabajo. Y así es como entran en el negocio.
Conocí una vez a una mujer que me contó que cuando tenía veinte años trabajaba de camarera en un pub por treinta euros la noche. A las cuatro de la mañana, borracho, pasaba a recogerla su novio y se la llevaba a su casa para una sesión de cama. Un día, harta, aceptó las proposiciones de un cliente del pub, y desde entonces no volvió a trabajar de camarera, porque había ganado en media hora sesenta euros, el doble que trabajando, y sin acostarse luego con un borracho.
La prostitución le cambió la vida, sí, pero para mejor. Porque estas chicas de las que hablamos no lo hacen con quien viene, sino con quien quieren. No están en la calle. Ponen un anuncio en la prensa cuando les apetece y dejan apagado el teléfono cuando no. Los que hablan, con razón, de la trata de blancas y de la dignidad de las mujeres, no se refieren a esta clase de chicas. Estas, se lo aseguro, son producto de una mentalidad y una situación que hemos creado entre todos.
Por eso, creo yo, vetaron el reportaje: porque a lo mejor si las escuchamos descubrimos que su lógica no es tan extraña. ¿Dónde está el mal, en tener hoy una pareja y mañana otra, o en cobrar por ello?, ¿qué es más denigrante, trabajar por seiscientos euros y acostarse luego con un ligue de una noche, o cobrarle al que se quiera ir a la cama contigo y que trabaje Rita la Cantaora?
Esas son las preguntas que nadie se atreve a plantear. Unos por inercia, otros por miedo.

Aprender de Rusia (o de Ucrania)


Somos la bomba: media Europa pasando frío, por las restricciones en el suministro de gas procedente de Rusia, y nosotros pensando en vender Repsol a una empresa de ese país, supongo que para poder ser uno de los afectados en la próxima trifulca energética y representar el papel de víctimas de algo, que es lo que realmente nos gusta.
De todas maneras, a lo mejor este conflicto entre rusos y ucranianos nos trae alguna enseñanza. Y bueno será si algo aprendemos, ¿no? Vamos a repasar, con su permiso.
Rusia es el primer productor de gas natural del mundo. Sus explotaciones, y gran parte de las instalaciones originales (aunque se han mejorado y ampliado), provienen de cuando en vez de llamarse Rusia, como toda la vida, se llamaba Unión Soviética y era un imperio comunista, o sea, un tirabuzón de la lógica, porque se supone que el comunismo se opone a cualquier imperio.
Ya dijo Helmuth Kohl en su día que Alemania consiguió reconstruir el país en diez años después de la segunda guerra mundial, pero llevaría más de treinta reconstruirlo después del comunismo, así que bien claro queda qué es peor. Y eso les pasa a los rusos, y además, a lo bestia, como pasa todo en Rusia. A los alemanes, que eran un imperio (eso significa Reich), les impusieron por la fuerza convertirse en república federal. Debe de ser bueno eso del federalismo cuando es lo que te impone el enemigo en cuanto consigue que te rindas. Debe de ser maravilloso, vaya.
Los rusos tenían partida la URSS en varias repúblicas (que no estados, como EE.UU.) para tener más votos en la ONU. Pero la gracia llegó al romperse la URSS. Las distintas repúblicas, que sólo lo eran sobre el papel, pasaron a serlo en la realidad, y aunque dependía de Rusia en suministros e infraestructuras, decidieron agarrarse a la independencia como a un clavo ardiendo. Y ahí empezó el conflicto: Rusia vendía el gas a Ucrania a precio de provincia, pero como Ucrania pasó a ser país independiente, se lo quiere vender a precio de país extranjero, y los ucranianos no están dispuestos a pagar el doble o más de lo que pagaban.
Putin, con su habitual retranca, se pregunta si Ucrania quiere independencia para unas cosas y seguir en casa del padre para otras, y ahí es donde a lo mejor aprendemos algo. Porque también por aquí tenemos a un montón de jetas con la misma idea: cobrar los impuestos de lo que nos venden pero no pagar el uso de lo que nos llevan. Lo suyo es suyo, y lo nuestro a medias.
Aquí tenemos que aprender algo de una vez, o la nueva financiación acabará con nosotros: o aprendemos de los rusos, y el que quiera independencia o autonomía real que la pague de su bolsillo, sabiendo lo que realmente cuesta, o aprendemos de los ucranianos, y el que quiera pasar por aquí que pague o que rodee, ya que otra no nos dejan.
Pero claro: con un gobierno de vendidos y una oposición de meapilas, ni lo uno ni lo otro.
Y así nos va.

10 enero 2009

Mala sangre, pero mucha (o viceversa)


A veces abordar ciertos géneros en las novelas que uno escriba lleva a conocer a alguna gente un tanto siniestra, por decirlo con suavidad. Uno de esos bichos jaspeados, con el colmillo retorcido, decía el otro día en internet que el eterno enfrentamiento de Gaza, Cisjordania y aledaños es una situación ideal, porque destruye a los árabes y desacredita a los judíos.
Fuera de tan bárbaras opiniones, o tratando de sobrenadar en ellas, se pregunta uno cómo es que los implicados en tan constante matanza no se dan cuenta de ello, porque el que dijo semejante canallada sería un miserable y un desalmado, pero razón no le faltaba: el conflicto desangra a los árabes y desacredita a los judíos.
Entrar ahora en quién tenía razón al principio o de quién es la tierra, me parece tan ocioso y odioso como acabar a palos por el tema del huevo y la gallina. Fuera de esa tontería del Derecho Internacional, inventada para consumo y escarnio de biempesantes ovinos ajenos a la realidad, lo que está claro es que desde tiempos de los sumerios hasta hoy mismo, la tierra es del que la conquista, porque después de conquistarla tiene la fuerza y los medios para ajustar las leyes a su voluntad.
La tierra en cuestión la conquistaron los judíos, y si se hubiera hecho como siempre, que el perdedor se marcha o se aguanta, se habría cometido una injusticia en vez de quinientas. Pero como con una mano se daba por buena la política de los hechos consumados y con otra se trataba de mantener la apariencia del Derecho Internacional, nos encontramos ante la gran esquizofrenia que ha fomentado, a mi entender, el surgimiento del integrismo islámico: que la ley existe, pero no es para vosotros. Que la justicia existe, pero sólo cuando os perjudica. Que la ONU es democrática, pero cinco tienen veto, y vosotros no sois uno de esos cinco.
Así las cosas, nos encontramos con que los hechos dictan una norma, las leyes otra y la moralidad una tercera. Israel tiene a su favor los hechos, pero no es capaz de imponerlos completamente. Los árabes tenían a su favor la cuestión ética, porque estaban en su casa y un buen día llegaron de fuera unos señores que los echaron a patadas, pero la derrochan y la emputecen con cohetes y cinturones bomba.
Occidente tiene solo las leyes, y como se las pasa por el arco de triunfo un día sí y otro no, resulta que al final no tenemos mas que el bochorno de saber que estos horrores vienen de nuestras persecuciones, nuestras colonizaciones y nuestro descaro al llevar el problema lejos de casa.
Entre tanto, la sangre sigue corriendo. Negra más que roja de puro envenenada.
Quizás el remedio pase por dejar de confundir el islam con el integrismo, o el judaísmo con el sionismo. Pero descuiden, que eso no sucederá: aquí pregonamos la Alianza de Civilizaciones.
La Alianza, no el conocimiento. La Alianza, no el respeto.
Ojo al dato.

Maquiavelo se fue al paro


No es un secreto para nadie que los candidatos de todos los partidos contratan asesores de imagen y toman clases de dicción y otras artes escenográficas a fin de convencer mejor al electorado. No es malo. No es malo en sí, o no sería catastrófico si el fin continuase siendo vender un programa, pero cuando los programas se desdibujan en favor de la imagen y las ideas van desapareciendo para convertirse en vaguedades del tipo "vamos a tratar de mejorar la situación de los parados y aumentar la rentabilidad de los empresarios", sin decir cómo, ni a través de qué mecanismos van a lograr semejantes maravillas, uno se pregunta si el teatro no habrá pasado a ser un fin en sí mismo en lugar de un medio.
Dicen los que saben que esta nueva tendencia obedece a que el político debe dar en todo momento una imagen positiva de sí mismo y de su programa, y que la gente desconfía de todo aquello que no entiende. Por tanto, como es posible que cualquier idea esté al alcance de algunos, pero no de todos, hay que sustituirla por lo que esté al alcance del máximo número de potenciales votantes. O sea, lo primario, porque todo el mundo oye o ve, aunque no todo el mundo entiende.
Dicen también los entendidos que un buen discurso es aquel que cierra de antemano todas las objeciones y los razonamientos en contra, y que para ello no hay mejor sistema que construir un discurso absolutamente liso, sin relieve ni fisuras a los que puedan agarrarse los ganchos de las objeciones. O dicho de otro modo: para que no te lleven la contraria, lo mejor es decir cosas evidentes a las que nadie pueda oponerse. Otra cosa sería si explicases tus procedimientos, pero, ¿quién te va a llevar la contraria si dices que quieres que los trabajadores vivan mejor y los empresarios ganen más? Ese es el truco: queremos paz, salud, trabajo y prosperidad para todos. Y que venga el guapo que se oponga.
Por tanto, tomen nota para no picar en semejante cebo: en los meses que vienen por delante vamos a escuchar montañas de obviedades, una tras otra, a las que no tendremos nada que decir. Nos bombardearán con sartas de tonterías, a veces a media voz, a veces a grito pelado, diciendo que el mundo tiene que ser un lugar mejor porque están trabajando en ello.
No nos dirán qué hacen ni cómo piensan lograrlo, pero lo repetirán una y otra vez, y muy convencidos.
¿Y saben por qué? Porque antes los políticos leían a Napoleón, a Julio César o a Maquiavelo para aprender de sus ideas o sus trucos. Ahora, en cambio, se han dado cuenta de que sólo necesitan leer el flautista de Hamelín.
Y les funciona.

Ilustración: Jorge G. Villanueva (www.contanimacion.com)

01 enero 2009

El síndrome del dragón


Hoy vengo poético. Permítanme.
Hay criaturas que recorren los caminos en busca de su sustento, esquivando los peligros que olfatean a lo lejos. Hay criaturas que se muestran engreídas, hinchadas más allá de lo que son, disfrazadas de parientes venenosos para que no las devoren. Hay criaturas que deploran la extremada debilidad de su enemigo, y se engolfan en misiones y aventuras que les den sentido a una vida que sólo huele a cuadra.
Y están también los dragones, que escudriñan el universo a la busca de quien se atreva a matarlos, y cuando lo encuentran se lanzan agradecidos a su propia destrucción, porque todas sus escamas, el horror de su mirada y la fuerza de sus alas sólo tienen por objeto consumar el parto del héroe que los destruya.
En Occidente nos hemos hecho dragones. Ya no queremos triunfar, sino morir. Ya no queremos vencer, sino encontrar a quien nos derrote.
Nuestros padres y nuestros abuelos desearon siempre vencer, desde hace tres mil años. Pero nosotros no: nosotros queremos entender al tercer mundo, comprender sus razones, y acabar por decir que no se puede subvencionar la remolacha porque eso perjudica a los agricultores de Tanzania. Pensamos en los labradores de África y no en los nuestros. Pensamos en los puestos de trabajo de Indonesia y no en los nuestros. Y a eso le llamamos justicia. Nos da tanto asco dominar que preferimos que nos dominen.
¿No tienen la impresión de que hay muchos que se regodean en la crisis?, ¿no tienen la impresión de que muchos se alegran de que todo se hunda? Son los que odian a su propio país. Los que odian a su propia gente. Los que creen que tiene que irse todo al garete como castigo por nuestra arrogancia. Nos quieren vencidos, castigados, aplastados por la cólera que antes era divina y ahora sólo financiera. Pero es igual y son los mismos: antes pedían maldiciones bíblicas y ahora piden cierres y demoliciones. Son los que nos odian y se odian a sí mismos, hablando del Primer Mundo como si el Primer Mundo fuesen otros, en vez de ellos. Son los que muestran su rencor hablando de la prosperidad como si fuese la de los demás y no la que les permite decir semejantes tonterías con el estómago lleno y el médico asegurado. Son, en suma, los que comprenden cualquier costumbre, menos las de sus vecinos, los que respetan cualquier religión, menos la de sus padres, los que detestan cualquier modo de violencia, menos la de sus enemigos.
¿Hay algo más cercano al suicidio?, ¿hay algo que huela tanto como esto a la podredumbre de la sepultura?
No creo. Falta sólo saber de qué vendrá vestido el san Jorge que nos mate.

El timo del IPC


No se conforman ya los regentes de nuestra economía con marcar las cartas, repartir siempre ellos, y convertir cada garantía que creemos encontrar en una nueva arma con la que marcarnos de vergajazos el pellejo. Ahora resulta que, cuando las cosas no funcionan como esperaban, también encuentran el modo de hacernos pagar a los de siempre.
El IPC, esas siglas que dicen referirse a la evolución de precios, está bajando. Nadie sabe a ciencia cierta que es lo que de veras mide ese índice, tan desvergonzado y caradura que sólo se incrementó un par de puntos con la llegada del Euro, aunque todos sabemos lo que de veras subió la vida al abandonar la vieja peseta. Nadie sabe cómo lo trucan, ni cómo lo manipulan: si considerando mercancía de uso masivo el aceite de linaza en vez del aceite de oliva o poniendo el gasto en patucos por encima del de las lentejas, pero el caso es que ahora que baja, porque no hay un duro y el que tiene existencias en el almacén reduce precios para poder sacarlas, nos dicen que los precios básicos, los de la luz, el agua, el teléfono y el transporte, no se ajustarán al IPC, sino que subirán muy por encima de esta cota.
¿Para qué sirve entonces el IPC?, ¿para subirnos los tipos de interés de la hipoteca al mismo tiempo que se inyecta liquidez en los bancos? Ahora bajan los precios, bajan los tipos, baja la gasolina, y baja el deseo de consumo de los ciudadanos, acuciados por las penurias. Pero los precios de los monopolios, los de esas compañías que están donde están a fuerza de pagar campañas electorales, ofrecer cargos con sueldos multimillonarios a ex-políticos y hablar de un déficit tarifario que para nada concuerda con sus jugosos dividendos, van a quedar al margen de las bajadas.
Bajarán los precios regulados de los que no tengan amigos. Bajarán los precios, para seguir viviendo, los que no tengan agarraderas. No bajará la luz, ni el gas, porque las compañías suministradoras tienen muy buenas influencias donde hay que tenerlas. No bajará el gasóleo ni la gasolina el sesenta por ciento que ha bajado el petróleo. No bajará el transporte público, porque sus ingresos van a parar a los ayuntamientos, o a otras instituciones, y porque, en el fondo, cada ciudadano que deja el coche en casa o no lo compra es una quiebra para el Estado, por lo que deja de ingresar a cuenta de una docena larga de impuestos.
Al final, vemos que en siete siglos no ha cambiado nada. O si no, vean lo que decía Pero
López de Ayala, cronista de Castilla, allá por el siglo XIV:
"Aquel año bajo el grano, pero subió la harina. Y esto fue así porque el trigo era de los labriegos, pero el molino era del señor conde"
Pues en las mismas estamos. Sólo cambia que al señor conde se supone que lo elegimos nosotros.

Salchichas de rata


Una de las ventajas que tienen las nuevas tecnologías es que a veces hay algún lector que se toma la molestia de darte su opinión, o lanzarte una exigencia, un aplauso o un tomate.
Me decía hace poco uno de esos lectores que ya iba siendo hora de que de que hiciese en esta columna alguna propuesta en positivo, así que repetiré una fundamental: que las listas sean abiertas. Sólo con ese detalle cambiaría completamente nuestro panorama político y social.
Ruego, pido, exijo, suplico poder elegir a mis representantes políticos y que no sean los partidos los que decidan quiénes van en las litas. Imploro poder votar a candidatos de distintas ideologías, sin tener que comerme la longaniza que prefabrican en las sedes de los partidos con criterios que a menudo nada tienen que ver con la idoneidad.
¿Estoy contra la democracia? No. ¿Estoy contra el sistema de partidos? Absolutamente en contra.
Un detalle tan pequeño en apariencia como las listas abiertas podría suponer un vuelco en el sistema entero. Y lo explico:
Si los políticos dependiesen de los votantes para conservar la silla en vez de depender de su partido para conservar el puesto en la lista, nos tratarían de otro modo. Así tratan con respeto al partido, en vez de a nosotros.
Si los políticos fuesen directamente responsables, de modo claro y personal, ante los votantes que los eligieron, en vez de escudarse en el anonimato de una masa que vota en el Parlamento al estilo de la Mesta, nos tratarían de otro modo. Así hay que votar lo que te manden, aunque sea contra tu tierra.
Si para llegar a un cargo político no fuese condición previa e indispensable hacer la pelota en la sede del partido, ser amigo del subsecretario y parecer un poco más tonto que el líder de turno, a lo mejor se meterían en política personas de valía que ahora huyen de ese servicio público como de la peste.
Mientras tanto, tenemos lo que tenemos: a unos señores que saben que el votante no cuenta, porque a ellos lo que personalmente les importa es estar en la lista. Por eso prefieren una derrota, con ellos en el banco de la oposición, que una victoria con ellos en el banco de casa.
Por eso, mientras el proceso de selección para llegar a un cargo sea pasar primero por el partido, luego por la ejecutiva y finalmente por las listas, no me queda más remedio que decir que todo producto obtenido de semejante fábrica tiene que ser necesariamente tóxico.
Lo mismo que una intervención quirúrgica realizada en una pocilga.
Lo mismo que unas salchichas elaboradas con rata en medio de un vertedero.

Que traigan la hemeroteca (o que la quemen)


Leí el otro día un comentario a un artículo publicado en la edición digital de este periódico, y me quedé pensativo. Ya que se le piensa retirar a Franco la medalla que le concedió la corporación municipal allá por los años cuarenta, proponía un lector que se busque y se averigüe quiénes eran los miembros de aquella corporación, por ver si alguno de los concejales que concedió la medalla era padre o abuelo de alguno de los que ahora promueve la enmienda.
Para eso están las hemerotecas, así que muy difícil no debe de ser. Y como difícil no es, y a lo mejor resulta provechoso, propongo a la instancia que haga falta que se arriesgue el ensayo, a ver qué nombres salen. A ver qué nombres suenan.
Y miren que lo digo sin conocimiento previo de lo que puede resultar, y con la única retranca del gato ya escarmentado. Porque, salga el resultado que salga, no me negarán que en este país los políticos son con demasiada frecuencia hijos, nietos o sobrinos de otros políticos. No me negarán que a menudo, demasiado a menudo, vemos largas castas familiares de alcaldes, que son alcaldes y dejan en herencia la alcaldía como otros son panaderos y dejan en herencia la tahona.
Quizás si este ejercicio se repitiera más a menudo, y no sólo en Zamora, sino en España entera, habría menos gente ansiosa por desenterrar historias de hace sesenta años. Quizás si los que tenemos menos de setenta años supiésemos quiénes fueron en realidad los brazos ejecutores del franquismo no permitiríamos a unos cuantos cantamañanas venir con la monserga de lo mucho que sufrieron con la opresión cuando, en realidad, las arcas de su familia se cubrieron el fondo y el trasfondo par cinco generaciones.
Porque los patrimonios no son como los ajos, que no valen de un año para otro, y hay por aquí demasiado listo que heredó el piso del abuelo falangista, o la finca expropiada al represaliado, y que reniega del régimen franquista. Del régimen sí, pero no de sus frutos.¡No te joroba!
Si no hacemos este tipo de ejercicio de verdadera memoria, vamos a acabar como la ONCE, que fue fundada por Serrano Suñer, el archifascista cuñadísimo, y prefirió callar, o no tuvo el coraje ni la mínima vergüenza de dedicar una nota de agradecimiento al que sacó a los invidentes españoles de la caridad y les proporcionó una ocupación digna.
Si no hacemos este tipo de ejercicio no sabremos nunca cuántos tomos ocupa la lista de caraduras que se dice antifranquista y que desertó del arado, la paleta y el mono de trabajo con el dinero que el Caudillo hizo ganar a sus padres y abuelos en cargos designados a dedo.
Quizás, por eso, lo mejor que se puede hacer con las hemerotecas es quemarlas. No vaya a ser que se sepa lo que no se tiene que saber.

Lo que mandar significa


Lo vi bien claro en el mundo universitario: al rector que no tenía dinero para viajes, ni plazas de funcionario que convocar, todo el mundo lo tomaba a chirigota. Hasta la prensa de la ciudad dejaba de acudir a los actos que convocaba.
Es lo que hay, y quizás si hablásemos de los mecanismos que realmente rigen las cosas, en vez de hablar de los que deberían teóricamente gobernarlas, entenderíamos mejor algunas de las cosas que nos pasan y tanto nos afectan.
Estamos en unos tiempos en los que se impone la austeridad presupuestaria. No hay dinero, y cualquiera que tenga dos dedos de frente se da cuenta de que obtener recursos a fuerza de sangrar a las empresas no puede servir para mejorar la situación económica. Aumentar los impuestos para sacarnos de la crisis es como extraer sangre a un enfermo para curarle una anemia.
Sin embargo, parece que la tendencia va por ahí, y mucho me temo que no puede ir por otro lado, dada la estructura del poder al que nos empecinamos en llamar democrático.
Cuando existe un sistema de garantías parlamentarias y judiciales, el margen de cualquier gobierno se reduce. De hecho, se reduce su poder real, que es la capacidad de tomar decisiones. Se reduce hasta tal punto que el poder real es, casi únicamente, la capacidad de gasto y la capacidad de contratación.
Sólo es poderoso el que puede dar dinero o el que puede dar trabajo. El que no, es como el rey, que pinta y decora, pero no manda. Así son las cosas y los políticos lo saben bien.
Para ellos la austeridad significa no tener poder alguno. La austeridad significa que pasen completamente de ellos donde antes los veneraban, y no recogieron las pastillas de jabón que recogieron para que luego los ningunearan.
Si no hay oposiciones, no hay favores que deber. Si no hay contratas, no hay favores que deber, ni comisiones que cobrar, ni posibilidad de premiar a los afines y castigar a los contrarios. Si no hay oras públicas, no hay favores, ni comisiones, ni trabajo que dar a los parientes, ni mangoneos en las plicas, ni alcaldes con agradecimiento incondicional.
Si no hay nada que repartir, el político es un cero a la izquierda y es el que tiene la pasta y algo que ofrecer el que pasa a gobernar amistades y voluntades.
Por eso, para evitar tan indeseable traslado del poder político hacia el económico están y estarán siempre dispuestos a sangrarnos hasta donde sea preciso. Hasta la expropiación incluso.
Todo antes de reconocer que por sí mismos no valen nada. Todo antes de reconocer que sin dinero, el nuestro, sólo darían risa.

Contra el penúltimo


Me encantan los revolucionarios de hoy en día. Me encanta la tribu contestataria, siempre contra el penúltimo poder, contra la penúltima injusticia y contra el penúltimo opresor. Siempre, infaliblemente, dándoselas de valientes y avanzados, pero apaleando al perro sin dientes, porque al que aún los conserva, aunque sea un caniche, ni acercarse.
A todo eso me suena a mí esta oleada de laicismo, enemiga repentina de crucifijos, placas de santos y hasta imágenes de la Virgen del Pilar en cuarteles de la Guardia Civil. Y no digo que no sea sano el laicismo, que lo es, pero resulta patético comprobar cómo siempre son los mismos lo que tratan de juzgar a Franco treinta y pico años después de que se muriese, en la cama, de viejo, y con dos millones de personas desfilando por su capilla ardiente. O los que estudiaron en colegios de curas y tratan de perjudicar a la Iglesia cuando ya no tienen nada que sacarle. O los que persiguen a Pinochet cuando ya no es presidente en vez de perseguir a los que aún lo son y siguen machacando sus países.
Son los "anti". Los antifascitas. Los antisistema. Los que, como decía Ortega, llevan directamente a la ideología rupestre. Un antifascista, por ejemplo, es alguien que se define por su oposición al fascismo. Eso está bien. Vale. Pero resulta que si se usa la lógica, un antifascista es aquel que quiere que el fascismo desaparezca del mundo, y como de cualquier otra manera quedan sus consecuencias, sus damnificados y sus partidarios, eso sólo es posible en un momento anterior a su nacimiento. Conclusión: el mundo que añora el antifascista es el de mil novecientos diez.
Todos los "anti" son retrógrados, puesto que pretenden hacer retroceder la historia, y los que padecemos aquí, además de retrógrados, cachazudos y caraduras, manifestantes profesionales que buscan su minuto de gloria en la tele con heroicidades caducas que nadie necesita y a nadie ayudan.
¿Para cuándo un movimiento serio, del origen que sea, que trate de mirar la realidad a la cara y señale a los santones del pensamiento único actual?, ¿por qué no emplear todas esas energías, por ejemplo, en decir que el Estado nos trata como a vasallos, o que la democracia que vivimos es una simple componenda de políticos mediocres y empresarios televisivos?
Pero no, eso no. Mejor seguir con la revolución a lo Walt Disney. Con la aventura sin riesgo. Con el circo sin leones. Con el retablo de mártires por la causa en la que la sangre siempre la ponen otros y los de siempre cobran la subvención.
Mejor seguir luchando por consignas que parecen canciones de un cantautor malo.
Por la tercera república. Por el cuarto reich. Por el quinto jinete. Por el sexto mandamiento.
¡Venga ya!
Javier Pérez

Comunismo encubierto


El comunismo es un sistema económico que consiste en que el ciudadano hace como que trabaja para que el Estado haga como que le paga. Al final, se suponía que el sistema hacía como que se iba a tomar por el saco; pero no fue así: se fue a tomar por el saco de veras.
Resulta llamativo que después de sus crímenes millonarios, sus campos de la muerte, sus purgas, sus archipiélagos Gulag, sus deportaciones a Siberia y otras represiones diversas que convierten al nazismo en número dos en el escalafón de la infamia, lo que realmente desacreditase al sistema comunista fuese que no consiguió dar una nevera, una televisión y un coche a cada ciudadano. Pero ese es otro tema.
Lo que me preocupa hoy es el camino que estamos llevando en este nuestro mundo supuestamente capitalista, y lo fácilmente que se extiende la imitación del comunismo entre nosotros.
Me refiero, por supuesto, a la burocracia y al subempleo, dos de las peores lacras de los sistemas colectivistas.
En España y en todo Occidente cada vez se regulan más cosas, la mayoría sin necesidad, de modo que es necesario crear oficinas, gestorías, consultorías y un interminable número de ventanillas para atender esas nuevas regulaciones. Protección de datos, ITV, riesgos laborales, impresos fiscales diversos, licencias de construcción, licencias de negocios... Mejor no sigo.
La idea, por supuesto, es que los que trabajan o montan una empresa paguen, además de a sus proveedores y sus trabajadores, a su parte proporcional de piojos y pulgas, alimentados de su sangre. O sea: dinero vano, como el que gastaba el comunismo.
Por otro lado, tenemos las prejubilaciones que no son más que una forma de subempleo encubierto. En vez de crear puestos de trabajo consistentes en encender una farola por la noche y apagarla por la mañana, que es lo que haría el comunismo, lo que estamos haciendo es mandar a su casa a trabajadores de cuarenta y tantos o cincuenta años, con el sueldo íntegro o casi, de modo que dejen hueco en el mercado laboral a los más jóvenes.
La diferencia entre esta barbaridad y la otra es sólo el nombre: consiste en pagar a alguien que puede trabajar por un trabajo que en realidad no hace. Consiste en esquilmar a la sociedad, a la caja de la Seguridad Social y los pensionistas del futuro en nombre de la tranquilidad y el buen rollo.
Lo curioso es que no parecemos darnos cuenta de que aunque la mona se vista de seda, o de raso, o de puntillas, sigue siendo igual de orangutana. Y aunque el subempleo y la desincetivación se vistan de economía de mercado, al final nos van a llevar al mismo agujero que el comunismo: que tener un sueldo y tener un trabajo sean cosas sin ninguna relación entre ellas.
Y eso es la ruina.

Sirenas sin escamas


Las fábricas de coches de Zamora nos las van a cerrar, igual que el aeropuerto o el Metro, como ya dije hace poco, pero de todos modos tenemos que pensar, también aquí, que la quiebra manifiesta que parece acorralar al sector del automóvil va a tener repercusiones para todos.
Hay un hecho cierto que todo el mundo parece dejar de lado: las multinacionales de la automoción vinieron a poner sus factorías a España no porque fuésemos más guapos, más listos, o mejores currantes que los obreros de los países de donde procedían esas fábricas. No, de verdad: si vinieron Renault, Volkswagen o Nissan no fue porque creyesen que los españoles estuviesen más cualificados que los franceses, los alemanes o los japoneses. Vinieron porque salíamos más baratos, cobrábamos salarios más bajos y teníamos un mercado laboral e industrial con menores regulaciones.
Siendo así las cosas, ¿por qué se van a quedar ahora?, ¿por qué nos quejamos tanto cuando cierran una fábrica de coches para llevársela a Argelia o a Indonesia? Por la misma lógica que la trajeron se la llevan, con la agravante de que en todo este tiempo nadie se tomó el menor esfuerzo en otra cosa que no fuese vender lo que había. Pegaso, Barreiros, Seat...
España ya no es un país competitivo para la producción de automóviles. Contaminar aquí, o pagar salarios lamentables, es tan imposible como en cualquier otro lado de Europa, por lo que no vale la pena quedarse en el país. Un trabajador de Nissan, contaban el otro día, cuesta casi treinta mil euros al año a la empresa, y eso es el triple o el cuádruple de lo que costaría ese mismo trabajador en el Norte de África o en Asia. Y además aquí, pásmense, el absentismo laboral, o sea, la gente que no va a trabajar, dicen que es de alrededor del 9 %.
Por supuesto, los sindicatos prefieren no hablar de todo esto. Porque para los sindicatos estos sí son trabajadores a los que defender, y no los del campo, o los de la construcción, a los que despiden por millones sin que nadie alce la voz. A los sindicatos les interesan sobre todo los empleados de las grandes factorías, porque cobran mucho, pagan la cuota y dan derecho a liberados, que son lo que realmente pone los ojillos tiernos al movimiento sindical.
Mientras no nos hagamos a la idea de que las factorías las trajeron otros y las trajeron porque éramos pobres, no sabremos enfrentar verdaderamente el problema: que otros son ahora más pobres que nosotros y, además, están dispuestos a ir al trabajo todos los días.
Lo demás, son monsergas. Cánticos de sirena. Pero no de sirena mitológica, con torso de mujer y cola de pez. Sirena de fábrica que cierra.