26 mayo 2006

Tricornios de emergencia

Los ciudadanos catalanes, ante la oleada de violentos asaltos a viviendas que están sufriendo en algunas zonas, piden que el gobierno central envíe guardias civiles a protegerlos.
Para mí que tienen razón y están en su derecho a pedir tal cosa, porque para eso pagan sus impuestos, o la parte que se acuerde, al Gobierno Central. Lo que me pregunto es por qué no reclaman, por la parte de impuestos que pagan a su gobierno autonómico, que sea este el que los proteja, pues para eso tiene las competencias y para eso paga a sus mozos de escuadra aproximadamente el doble de lo que cobra un guardia civil.
Aquí parece que hay policías de dos o tres categorías, agentes que aunque tienen los mismos cometidos cobran según la cartera de la institución que los contrata. Eso pasa también en las empresas, que paga a sus trabajadores en función de su disponibilidad, pero lo que sin duda tiene que jorobar a los guardias civiles es que cuando las cosas se ponen mal en cualquier lado los acaben llamando a ellos a dar el callo; a ellos, peor vistos, peor pagados, y a los que a veces despidieron en su momento con grandes celebraciones porque al fin se marchaba la fuerza represora y ocupante.
Si la Generalidad tiene a buena parte de sus agentes protegiendo a altos cargos, de los que allí, como en todos lados, debe de haber a millares, que se reorganice. O que llame a los guardias civiles, que también son sus servidores, pero no estaría de más que, por una vez, intentaran un ejercicio de humildad reconociendo que cuando las cosas se tuercen hay que acabar reclamando tricornios de emergencia. Tricornios que trabajan catorce horas por cuatro perras y no cobran horas extras.

25 mayo 2006

La independencia de Montenegro




Parece ser que en la antigua Yugoslavia se ha consumado la separación de las dos únicas repúblicas que permanecían unidas, o sea, Serbia y Montenegro.
La disgregación parece no conocer fin por esas tierra mientras los demás, algunos, se empeñan en construir entidades supranacionales, y otros, los de siempre, andan como locos a la caza de una alcaldía para convertirla en presidencia del gobierno a fuerza de vocear que su pueblo es una nación.
Que la duplicidad, triplicidad, y hasta vigesimidad de las instituciones suponga unos gastos y unos problemas de coordinación y falta de sinergia difíciles de soportar por los pequeños parece no importarle a nadie. Que en los estados diminutos el poder real quede en manos de los oligarcas de siempre, sin cortapisas de ningún tipo, tampoco.
Sin entrar en cuestiones ideológicas, y menos aún en irredentismos de boina a rosca, me maravilla comprobar cómo los ciudadanos no se dan cuenta de que vivir en un lugar pequeño y renunciar a instancias superiores supone casi la reinstauración del derecho de pernada por parte de e los que tienen la sartén por el mango.
En el caso yugoslavo, parece claro que a la población le van los sartenazos, porque otra cosa no se explica.
En esta última, o penúltima entrega del culebrón, ha sido Montenegro. Ya sólo les falta hermanarse con Pozoblanco para que el cachondeo sea completo.


24 mayo 2006

Doparse sobre dos ruedas





A la vista de lo que ha sucedido en los últimos meses y años en el mundo del ciclismo, uno no puede menos que preguntarse por qué algunos no se metieron directamente a motoristas para poder correr sin cansarse, y sin necesidad, además, de alicatarse las arterias de porquerías diversas.
Puestos a pensar mal, puede comprenderse que en ciertos deportes donde se mueven cantidades multimillonarias, un atleta quiera prolongar una temporada más su éxito y forrarse para los restos más aún de lo que ya estaba forrado. pero es que en el ciclismo nos e entiende: las fichas de los ciclistas, con un par de salvedades, equivalen a la de un futbolista de segunda B, y aún esas salvedades, verdaderas estrellas mediáticas, no llegaron nunca a embolsarse las cifras astronómicas de las que se habla en otras competiciones.
¿Por qué, entonces, es precisamente en el ciclismo donde más parece haber enraizado el fenómeno del dopaje?, ¿será porque es sobre la bicicleta donde más puede notarse la diferencia entre haberse metido el turbo en vena y no haberlo hecho?, ¿será porque los ciclistas, acostumbrados a sufrir, están dispuestos ya a cualquier cosa con tal de no dar por perdido totalmente su esfuerzo?, ¿será porque les da igual reventar sobre la bici que reventar en un hospital por los efectos secundarios del azufre que se meten?
Yo es que de veras no lo entiendo: para ese riesgo y ese beneficio, mejor meterse a robar bancos.

20 mayo 2006

Trece escalones




Trece escalones es lo que señala la costumbre para la construcción de un buen patíbulo, uno de esos cadalsos en los que se ejecuta a la gente limpia y legalmente, en vez de usar el bárbaro método de la primera rama de nogal que se le venga uno a la mano. Mejor será no entrar en las razones técnicas, culturales y hasta mágicas de esta cifra, ni preguntarse si tiene algo que ver con la altura necesaria para que el cuerpo del reo caiga con la fuerza suficiente o para que el público asistente pueda deleitarse durante el espectáculo.

El caso es que un escritor que se precie, y más si empezó a los catorce años empleándose como satírico en un periódico de pueblo, tiene que tener algo de verdugo, o de reo por homicidio en reyerta nocturna, a ser posible con escalo y fractura, pero siempre sin alevosía.

La pretensión de este espacio es hablar de todo, y hacerlo cuando mejor cuadre. Si los periódicos tiene que salir todos los días para dar empleo a unas máquinas y a unos rollos de papel, si los periódicos tienen que salir todos los días haya o no haya noticias, no es cosa de extender a este medio los defectos del antiguo: aquí saldremos sólo cuando haya algo que decir y ganas de decirlo en condiciones.

Y por lo menos, para qué negarlo, aquí saldremos.

Horridoh!