01 diciembre 2015

Ciencia Fricción

El hecho es que se bajaron de un platillo volante y me dieron por el culo.
Yo no sé si se trataba de un ritual de bienvenida, de una extracción de ADN para sus experimentos científicos o de un saludo protocolario; y me la suda: todos estos amigos del forastero, del intercambio de culturas y del contacto entre civilizaciones, tenían que verse como yo, de bruces contra el capó de un coche, con los pantalones bajados y un hombrecillo verde empeñado en limarles el ano.
Y paso de implicaciones: si los extraterrestres son una banda de maricas, me la trae floja. Ellos, sus costumbres y la madre que los parió. Y ni homofobia ni hostias: mi culo no es una opción.
Lo único que sé es que iba yo tranquilamente por la comarcal 420, cuando a lo lejos vi una luz extraña, asomando por el horizonte. Era una especie de globo, algo luminoso que parecía suspendido en el aire, como un aerostato fluorescente.
Pensé entonces en esos programas televisivos que hablan de abducciones, de extraños cambios posicionales en la carretera, de encuentros en la tercera fase en los que el protagonista se convertía en un personaje admirado por la Humanidad entera. No sé lo que pensé, pero cuando estaba a punto de meterme un estacazo por mirar al objeto en cuestión, el platillo, el globo o lo que fuera aquella mierda, avanzó y se detuvo sobre mi coche, a cosa de unos diez o veinte metros por encima del suelo.
Con la mandíbula a medio desencajar por la sorpresa, eché el freno de mano, pensando en las letras que me quedaban por pagar si me abducían y bajé del coche.
El objeto cambió entonces de color, pasando primero de su tonalidad amarillenta a un verde intenso, y luego a un rojo sangre más intenso todavía. Debí sospechar sus intenciones cuando vi las luces rojas, pero no se me pasó por la cabeza.
En cuanto me lo quedé mirando, el platillo descendió, me enfocó con una luz como de cine, y mantuvo el enfoque mientras continuaba su descenso. No sé si tardo un minuto o sólo cuarenta segundos, pero no fue mucho tiempo.

Luego, se abrió una compuerta y por una escalerilla extensible que salió de ella se bajaron dos tipos larguiruchos, con pinta de salchicha recocida y color de salchicha recocida y textura de salchicha recocida. Uno de ellos levantó la mano y el otro inclinó la cabeza.
Recuerdo que traté de decir algo, pero cada vez que hablaba, el platillo, la nave, o lo que fuera aquello, tapaba mi voz con un chirrido.
A partir de ahí, sólo recuerdo que el que me extendió la mano me agarró mientras el otro me bajaba los pantalones.
Me dieron por culo en riguroso turno, se subieron al platillo y se marcharon. Eso fue todo. Le juro que eso fue todo.
Y aunque me interroguen cuarenta veces, es todo lo que puedo decirles. Eso, y que la ciencia a la que ustedes sirven, me la suda, me la trae floja, pendulona y oscilante.
Bájense los pantalones y hablamos de ciencia un rato.

Javier Pérez