29 abril 2007

Desarmar a los de siempre



Quizás cuando investiguen las causas de la reciente matanza en la universidad americana aparezcan celos, historias de amor, o más probablemente aún algún tipo de acoso escolar. O a lo mejor no sale nada de nada, porque el que se ata la manta a la cabeza de un modo semejante bien puede llevarse consigo cualquier motivo que él considerase racional para hacer lo que hizo.
Lo cierto es que causas, lo que se dice motivos lógicos, no puede haberlos, y tenemos que pensar en algún tipo de enajenación ayudada por la facilidad de ese país para conseguir un arma.
Enajenación, chifladura, un pronto, o lo que quieran, pero según dicen algunos, puede que con razón, pirados podemos serlo todos. Y si a cualquiera se le puede nublar la cabeza en un momento dado, ¿qué sucedería en Espa a, en cualquier encontronazo de tráfico, si cualquiera de los dos conductores llevase un revólver encima?, ¿qué pasaría en España si los dueños de ciertos comercios llevasen una pistola al cinto?
Pues miren: aunque estos son los ejemplos que suelen ponerse, creo que no pasaría nada. O poco más de lo que pasa ahora.
Y lo digo porque lo cierto es que en los pueblos todo el mundo tiene en casa una escopeta, o dos, y un buen puñado de cartuchos de postas, y no por eso vemos que a diario la gente se mate a tiros por las lindes de las tierras, los topetazos de los coches, ni las broncas que vayan surgiendo. En los pueblos, sobre todo, hay millares de escopetas, unas controladas y otras no tanto, y la gente no sale a tiros, ¿y saben por qué? Porque el vecino también tiene escopeta.
El chiflado al que se pretende controlar prohibiendo las armas va a hacerse con una de todos modos, porque con dinero y un par de contactos, más ahora con internet, se consigue fácilmente cualquier pistola o cualquier rifle. Y si el loco y el delincuente pueden conseguir una pistola cuando quieran, la prohibición sólo perjudica al ciudadano pacífico, que se queda indefenso. Y así vemos los asaltos a los chalés que vemos, y los secuestros de familias enteras que hemos visto, sobre todo en Levante.
Está claro que en Estados Unidos hay muchas muertes por arma de fuego, y allí se permite llevar armas, ¿pero creen que hay menos en Colombia o en Rusia, donde la tenencia de armas está prohibida? No, claro.
Las pistolas, como los cuchillos de cocina y los serruchos carpinteros, dependen sobre todo del fin para el que se usen. Prohibirlas completamente sólo sirve para dar ventaja al que las puede conseguir por otro lado.
Decir otra cosa es como decir que no nos matamos más porque no sabemos cómo. Y saber, sabemos. Vaya que sí. Y el que quiere, tiene con qué.
Y como sabe que los demás no llevan armas, "trabaja" tan tranquilo. Eso es lo malo.

Reino pelotero


A título de curiosidad, y por si no lo sabían, el concepto de república bananera se originó en Centroamérica cuando Minor Keith, un magnate estadounidense, fundó la United Fruit Company, contrató su propio ejército mercenario y se adue ó de la mitad del istmo americano para plantar bananas, imponiendo su ley a sangre, soborno y fuego.
El concepto de reino pelotero lo estamos inventando en España, ahora mismo, con pelotazos constantes. De los que hablamos normalmente es de los grandes chanchullos inmobiliarios, con terrenos recalificados a golpe de comisión, macrourbanizaciones que nacen de un día para otro y abierta especulación municipal con las licencias de obras, concedidas con cuentagotas cuando el amigo de turno tiene ya vendida su promoción, y con el objetivo final de que la vivienda no baje de precio.
Las trapisondas del ladrillo son las más vistosas, sí, porque nos caen cerca a todos, pero no son las más importantes: lo que a la larga nos va a costar más dinero y tardaremos más a os en pagar son jugadas como la de Endesa, en la que una empresa pública italiana compra una empresa espa ola que la Comunidad Europea obligó a privatizar. Si el Estado Espa ol tuvo que deshacerse de Endesa, ¿por qué el Estado Italiano no tuvo que deshacerse de Enel? Porque nos tratan como a zopencos, y encima permitimos, y fomentamos incluso, que vengan aquí a hacerse con lo nuestro, sin ocultar su intención de descuartizarlo.
El tema Endesa ha sido y es una vergüenza sin precedentes que vamos a pagar a precio de oro. No sólo se ponen trabas a Eon, una empresa privada aunque sea también extranjera, sino que se manipula la Comisión nacional del Mercado de Valores para que permita algo tan lamentable como la ingerencia de Enel y Acciona durante la OPA.
Ahora resulta que Manuel Conthe, el presidente de esa Comisión, anuncia que va a dimitir cuando el parlamento le oiga, pero el Gobierno se niega a escucharle y mantiene un pulso público con él que nos convierte en el hazmerreír de medio mundo.
¿Quién va a invertir en España si el organismo encargado de regular las inversiones se manipula con tanta facilidad?, ¿quién jugaría a las quinielas sabiendo que se compran árbitros en pública subasta?
El Presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores tiene algo que decir de lo que ha sucedido, y quiere decirlo en el Parlamento, que es el órgano de soberanía del pueblo, pero los socialistas se niegan rotundamente, con tanta vehemencia, que prefieren ver como el sistema financiero español pierde credibilidad en el extranjero a toda marcha, alejando de aquí a los posibles inversores.
¿Qué es lo que tienen que ocultar?, ¿qué problema hay en que un alto cargo hable ante el Parlamento y diga lo que tenga que decir? En un país normal, ninguno. Lo grave es cuando ocurre lo contrario y los altos cargos prefieren no rendir cuentas.
Pero esto no es un país normal. Esto es un reino pelotero donde robar por la noche y encapuchado es de idiotas, porque lo normal es atracar al ciudadano a plena luz del día y a cara descubierta, con cámaras y escultor para ir tomando las medidas de la próxima estatua.
Qué tiempos aquellos en que sólo había que temer a los bandoleros, coño.

24 abril 2007

Te quedas sin flan


No hay manera. Por mucho que se endurezcan las sanciones y se cambie el sistema de penalización para las infracciones, el número de muertos en accidentes de tráfico no desciende.
Y si se piensa fríamente, lo raro sería lo contrario. ¿Ustedes creen que el que no tiene miedo a matarse o a quedarse en una silla de ruedas va a tener miedo a que le quiten dos puntos del carné? Suena a broma. Suena a chorrada tremenda, como decirle a un niño "mira Pepito: como te tumbes en la vía cuando pase el Talgo, te quedas sin flan el sábado"
Aquí ya no se trata de hablar de concienciación, ni de solidaridad ni de negociar con vete a saber qué escombro armado: lo que puede pasar en la carretera lo sabe todo el mundo, y aún así vemos que crece la agresividad, que se asumen mayores riesgos y que lo que importa es batir la marca de la última vez que se fue a Madrid, a Barcelona o a Valencia. Porque el que provoca los accidentes es el que va normal y te pone nervioso. Y el que provoca los robos el que lleva encima la cartera. Y la que provoca las violaciones la que lleva minifalda. ¿A que sí?
Por supuesto, habría que pedir a las administraciones que hicieran algo más que aumentar la recaudación con multas. Habría que exigir que se mejoren las carreteras, sobre todo las que siguen igual que hace veinte años, y que se vigile de manera efectiva los puntos negros. Pero aunque eso es lo que más racional suena, lo cierto es que creo que así tampoco se conseguiría nada. O no mucho.
La muerte es un miedo abstracto. Decirle a alguien que se puede matar da menos miedo que decirle que le van a meter quinientos euros. Pero lo que le interesa al Estado es meterte los quinientos euros, en vez de enfrentarse a los fabricantes de automóviles limitando la velocidad máxima que pueden alcanzar los vehículos, como se limitó la de los camiones y autobuses. Pero eso no se hace: nbi se ponen guardias en los cruces ni se le dice a Audi que no puede vender en España un coche que alcance los doscientos cuarenta porque no hay en el país carreteras que admitan tal velocidad. Eso no, porque no da un duro.
Estamos ante un problema que causa más muertos que cualquier guerra, pero se prefiere hablar de tonterías, con la mayor frivolidad. De quitar un par de puntos o de informar o no de donde se colocan los radares, mientras los que están en la oposición dan a veces la impresión lamentable de que se decepcionan cuando las cifras bajan y pierden ocasión de dar otro palo a los socialistas.
Y ya no es cosa del gobierno, ni de su chorrada con los puntos, porque la ley es una idiotez completa: el problema es de inconsciencia. El problema es que todos sabemos lo que pasa, lo que puede pasar y lo que ya le ha pasado a algún familiar o conocido, y en el fondo lo consideramos asumible. Da igual que se endurezcan las campañas de Tráfico, con imágenes cada vez más cercanas a la película de miedo. Es lo mismo: cuando es el Estado el que tiene que vigilar, y multar, y amenazarte para que no te suicides, casi es mejor que mire para otro lado, porque al final , el que quiere, siempre encuentra un árbol del que colgarse.
Sólo queda desear que el que quiera estrellarse elija un muro o la presa de un pantano y no se lleve por delante a nadie. Pero es que ni eso nos conceden. Ni eso.

El circo del Dr. Lao


El circo del Dr. Lao
Charles G. Finney
Editorial Berenice 2006, 15 X 22, 160 págs. 15 €
Pasen y vean señores. Pasen y vean.
Este es el circo más extraño de la tierra, sin elefantes, ni acróbatas ni payasos. Este es el circo del doctor Lao, donde se reúnen para la contemplación del común de los mortales las criaturas mitológicas de todos los tiempos. Por muy poco dinero puede contemplarse aquí al asno de oro, la Quimera, la serpiente marina de los relatos náuticos y hasta la medusa (a través de un espejo, por supuesto)
El autor no necesita justificar nada y no se molesta en ellos. Simplemente coloca este impensable circo en un pueblo perdido de Arizona durante la depresión americana de los años treinta y nos describe las reacciones de la gente de ese pueblo a través de citas cultas, chascarrillos de sal gorda y una fina ironía a la hora de elegir lo que menciona en cada categoría y el modo en que lo trae a colación.
El americano Charles Finney concibió esta historia durante su servicio militar en China y quiso conciliar el quietismo filosófico oriental con el gusto occidental por las emociones y la novedad, dando a luz esta obra verdaderamente original y pionera en un género que se acerca al fantástico sin llegar a serlo: en el género fantástico la aparición de criaturas extraordinarias sirve a un fin, o una conclusión y aquí estas criaturas son fines en sí mismas.
Esto es la fantasía pura. El circo que fundamenta su principal genialidad en su propia existencia. Y como tal, se desenvuelve en un ambiente de imposibilidad que no se aleja del escenario real, que siendo de una fantasía apabullante deja claro en todo momento que sigue siendo un pueblo polvoriento, aburrido y deprimente de la Arizona más pedregosa.
Quizás otro ambiente, otro escenario más acorde con los personajes hubiese hecho de este libro uno de tantos, pero la persistencia en el tiempo de esta obra se debe, sin duda, a su capacidad de mantener en pie lo imposible en un mundo posible, realista por de más.
El catálogo final de personajes reales y ficticios, con ácidas apostillas sobre su vida anterior y su destino posterior, abúlico sin excepción, no hace más que profundizar esta sensación. Juzguen ustedes mismos: "Martha, tranquila triste e insegura; algunas veces se echaba a reír, pero al reír se preguntaba por qué; al preguntarse por qué, le entraban ganas de llorar."
El lector no llega a sentir nunca ganas de llorar con este libro, pero a veces, al reír, se pregunta por qué, y la respuesta no está clara. Este es el mejor mérito de Finney: la sutileza de su humor.
Pasen y vean.

19 abril 2007

Las anteojeras


Los tiempos se acortan, amigos. Lo que antes requería cien años para completarse, no sería hoy tolerable. Somos siervos de la prisa, y el tiempo que vivimos nos parece tan ajeno, tan de otro, que peleamos por él con uñas y dientes en la seguridad de que nos lo van a cobrar caro. La publicidad se empeña, por su bien y su interés, en ensalzar el valor del impulso, de la acción que no se piensa. Y hace bien, porque si tuviésemos tiempo para pensar en si necesitamos o no buena parte de las cosas que compramos, a lo mejor no pasábamos por caja.
En política sucede otro tanto: los eslóganes y los debates se convierten en solicitudes de adhesión, no en persuasiones en favor de unas u otras razones. Y es normal: resulta que no todo el mundo es capaz de razonar pero todo el mundo puede votar, así que las razones no son buena herramienta. No interesan. ¿Se acuerdan del referéndum sobre la constitución europea? Sí, ese que aquí votamos sin que ningún partido se tomase la molestia de explicarnos en qué consistía la constitución aquella. No importa cual fuese el resultado, ni lo que se votaba; importa ahora el método por el que trataban de convencernos de que era buena: poniendo a artistas más o menos conocidos delante de la cámara para que nos dijeran que votásemos que sí. ¿Mejora algo la constitución europea el que digan apoyarla los "Del Río" o Alejandro Sanz? Seguramente no, pero funciona.
Funciona porque, según algunos sociólogos, psicólogos y publicistas, todo mensaje que dure más de siete segundos se pierde. Funciona porque todo razonamiento con más de una premisa es un cuarenta por ciento menos eficaz que el razonamiento simple. Esto sólo se explica de dos maneras: o somos idiotas y no entendemos nada, o no queremos escuchar.
Y el caso es que no me creo que seamos tan imbéciles como eso; me parece más probable que no interese para nada que pensemos. Ni que veamos. Se lo demuestro, si quieren, con algo práctico: cuando se construye un supermercado o unos grandes almacenes, se mantiene una norma básica: no pueden existir ni ventanas ni relojes. Incluso en la sección de relojería se da orden de que los relojes no estén en hora. ¿Se habían fijado en eso? La idea está clara: que el que entra no sepa lo que pasa fuera, ni si anochece, ni si llueve, ni si se le hace tarde para otra cita. Los centros comerciales tratan de suspender cualquier realidad que no sea la suya, la que pone al cliente a merced de los estímulos visuales y sonoros que se han diseñado para que se compre el máximo.
Nos roban el tiempo a base de darle un valor exagerado a cada segundo. Nos lo roban como al que tenía una hogaza de kilo y se la cambian por dos millones de migas, que juntas pesan también un kilo. Tiene el mismo pan, pero ya no puede hacerse ni una tostada ni un bocata: sólo pan rallado, que no sabe lo mismo.
Todo se abrevia: las secciones de los telediarios son cada vez más cortas, porque no hay otro modo de conservar la atención del espectador, y hasta las revistas especializadas contienen ahora el doble de artículos de la mitad de extensión que hace unos años.
El colmo, la cima de esta manía, es convertir en gráficos o en imágenes la información, ofreciéndola en forma de datos desnudos sin origen ni contexto. Esta es la nueva ley: una imagen vale más que mil palabras.
Y puede que sea verdad, pero no me negarán que un dolor de muelas vale más que veinte mil imágenes. Así que ya saben por qué camino vamos, y puestos a apostar, qué banca gana.

Javier Pérez

15 abril 2007

Domadores de monas


El tema es antiguo, pero no deja de provocar cierto escándalo, aunque sea a fuerza de repetirlo en algunos medios y rasgarse unas vestiduras ya de por sí hechas jirones: ofender los sentimientos de los cristianos parece que está de moda.
Primero fue un soplagaitas, al que no le hago la gracieta de mencionar por su nombre, el que publicó con fondos de la Junta de Extremadura una colección de fotos representando a personajes religiosos cristianos en posturas obscenas o pornográficas. Poco después, a un artista ruso se le ocurrió que podía ser buena idea fundir iconos religiosos ortodoxos con imágenes comunistas y capitalistas, y creó a su Lenin crucificado y a su Cristo McDonalds; lo último, hace sólo un par de días, fue un gran Cristo de chocolate con el gracioso nombre de Dulce Jesús, o alguna bufonada por el estilo.
Y el caso es que uno puede creer o no, o incluso te puede molestar, y más en estos días de procesiones constantes, la presencia de lo religioso en la vida pública de un país que se dice laico, pero si se exige respeto a las creencias minoritarias creo que se debería pedir otro tanto, con mayor razón, para las creencias mayoritarias. Pero no, que va: parece que la democracia aquí consiste en que si le llamas negro a un negro eres un racista y si le llamas hijoputa al Papa eres un valiente.
Y uno, crea o no, se harta. Porque lo que pasa, como siempre, es que los que se dicen rupturistas y audaces, los que tiritan de gusto cuando alguien los menciona como intelectuales, son en realidad una banda de totalitarios cobardes que aprovecha la mansedumbre del otro para pisotearlo. Porque la misma marranada intolerable sería hacer una exposición ofensiva contra Mahoma y el Islam, pero como los integristas de esa religión no se andan con bromas y te vuelan la cabeza si se sienten insultados, mejor dar caña a la Iglesia, a la que le puedes llamar retrógrada criminal, o lo que te dé la gana, quedando como un señor, ¡y sin jugarte el pescuezo!
Su audacia, su valentía, su capacidad de denuncia y su defensa de la racionalidad frente al oscurantismo de la religión las ponemos a prueba en Teherán o en La Meca cuando les dé la gana. Y entonces veremos.
Pero no. Me parece a mí que todos estos osados transgresores que dicen desafiar al inmenso poder de una institución como el cristianismo, son en realidad como el chuloputas que en el colegio va a darle una colleja al que sabe que no se revuelve, pero babean pelotilleo en cuanto aparece el que no se anda con chiquitas y arremanga una bofetada a la primera alusión. Les gustaría ser domadores, pero como no tienen agallas para enfrentarse a los leones, se hacen domadores de monas.
Por eso en ciertos círculos hay tanto anticlerical y tanto defensor de la alianza de civilizaciones.
Mucho héroe, vaya.

La opción poética


Dicen por ahí las agencias de noticias que en Estados Unidos están padeciendo un extraño y misterioso mal que podría dar para una película de ciencia ficción, o una de miedo, si no fuera porque puede causar unas pérdidas más que multimillonarias. A saber: miles de colonias de abejas están desapareciendo sin dejar rastro, y lo más curioso de todo es que en la mayoría de los casos ni siquiera aparecen las abejas muertas.
Lo normal, como seguramente refrendarán los apicultores de nuestra tierra, es que cuando los enjambres son atacados por alguna enfermedad o algún hongo, aparezcan miles de cadáveres de estos insectos en las inmediaciones de la colonia. Pero en este caso, no: las obreras huyen dejando atrás a la reina, lo que no se había visto nunca antes, y no se sabe a dónde van.
La noticia, que parece una anécdota, puede convertirse en un problema grave, pues son las abejas las que polinizan las cosechas agrícolas, y muchos árboles y plantas podrían quedarse sin polinizar, y sin producir, si no se consigue atajar este mal. Tan grave lo ven, que hasta el Congreso estadounidense ha decidido nombrar una comisión de investigación para tratar de averiguar qué pasa.
De momento, hay conjeturas de todos los tipos: que sea por culpa de un pesticida que da a de alguna manera a estos animalillos, haciéndoles perder el sentido de la orientación e incapacitándolos para regresar a la colmena; que sea culpa de la saturación de ondas que se transmiten por el aire, como las de teléfonos móviles, radio, televisión y demás, o de algún extra o efecto magnético causado por la actividad solar. Hay quien incluso habla de que las manipulaciones genéticas incorporadas en los cultivos transgénicos tengan algún efecto secundario, pero los que dicen esto tienen que decirlo en voz baja, porque los cultivos transgénicos están patentados, y no son como el sol, al que se puede acusar de cualquier cosa sin riesgo de que te demande en los juzgados.
Lo que nadie dice es que las abejas pueden ser un ejemplo, o un aviso, de desintegración social. Nadie lo dice porque eso sería decantarse por la opción poética, la misma que eligió Lovelock al crear su aplaudida hipótesis de GAIA: que el planeta entero es un ser vivo y como tal se comporta, reaccionando de la manera más imprevista, pero en conjunto, ante cualquier mal o agresión que sufra.
La opción poética sería que las abejas componen para nosotros en su teatro la alegoría de la devastación social que sufre Occidente, con naciones progresivamente envejecidas, bajo la presión de una explosión demográfica ajena e imparable, y jugando cada vez con menos sentido común a aprendices de brujos.
Y las abejas, como nosotros, cuando destruyen la sociedad a la que pertenecen, se extravían y perecen sin remedio.
Pero no será poesía. Serán los pesticidas. Otra cosa obligaría a pensar un poco, y cualquier cosa es mejor que eso. Ya lo verán.

Quejas de marioneta


Es una evidencia: los políticos que se supone que elegimos por una provincia van luego al parlamento y votan allí lo que les manda su partido, con lo que la provincia, y los ciudadanos que hemos votado a esos representantes, nos quedamos al final en pelota picada y preguntándonos si nos representa alguien, o simplemente nos utiliza de coartada.
Y el caso es que si lo pensamos bien, es normal que los diputados pro Zamora, por ejemplo, se deban más a su partido que a los zamoranos, y más a la disciplina de las siglas que a los compromisos con sus electores. Porque, ¿quién los hace diputados y a quién deben su puesto? A sus votantes, dicen ellos, con sonrisa lobuna. Mentira: los hacen diputados sus partidos, sabiendo que ponerlos a ellos o a otros en las listas modifica poco o nada los resultados en una u otra circunscripción. Y como los ciudadanos tienen que meter la papeleta en la urna sin enmiendas, tachones ni raspaduras, el "megapack" incluye a un candidato digno, tres mequetrefes, un chorizo y dos analfabetos funcionales que no tengan otro sitio a dónde ir si se les ocurre un día pensar por su cuenta al margen de sus jefes.
Ahora que se aproximan las municipales es cuando más clara se puede ver la necesidad de exigir que se abran las listas. Porque los candidatos al congreso son a veces personas conocidas y a veces no, pero en los pueblos y en las ciudades pequeñas (grandes no tenemos) todo el mundo se conoce, y resulta desalentador tener que votar a una lista en la que se presentan juntos un amigo, un enemigo, dos inútiles y el que no paga los cafés ni aunque lo maten.
¿Por qué hay que votar a todos los candidatos del mismo partido?, ¿Por qué no puedo pensar yo, por ejemplo, que quiero de alcalde a uno del PP, de teniente alcalde a uno del PSOE, de concejal de obras a un arquitecto independiente y de concejal de fiestas a uno de Izquierda Unida?, ¿por qué son los comités de los partidos los que imponen los nombres y nos los presentan luego como si fueran lentejas?
Mientras sean los partidos políticos los que intermedien entre los candidatos y los ciudadanos, tendremos que creer que el sistema político que vivimos es sólo una democracia aparente, donde unos cuantos, la aristocracia, designan a los elegibles, y el resto se limita a dar su asentimiento.
Nos toman el pelo. Y esta vez, hasta los tratados científicos los prueban: dicen los psicólogos que manipular se define como reducir las posibilidades de opción y maniobra del otro, hasta forzarlo a que te obedezca sin necesidad de mandarle. ¿Conocen algo más parecido a manipular que el actual sistema electoral?
Yo no. Y ya me empiezan a molestar los hilos.