Dicen por ahí las agencias de noticias que en Estados Unidos están padeciendo un extraño y misterioso mal que podría dar para una película de ciencia ficción, o una de miedo, si no fuera porque puede causar unas pérdidas más que multimillonarias. A saber: miles de colonias de abejas están desapareciendo sin dejar rastro, y lo más curioso de todo es que en la mayoría de los casos ni siquiera aparecen las abejas muertas.
Lo normal, como seguramente refrendarán los apicultores de nuestra tierra, es que cuando los enjambres son atacados por alguna enfermedad o algún hongo, aparezcan miles de cadáveres de estos insectos en las inmediaciones de la colonia. Pero en este caso, no: las obreras huyen dejando atrás a la reina, lo que no se había visto nunca antes, y no se sabe a dónde van.
La noticia, que parece una anécdota, puede convertirse en un problema grave, pues son las abejas las que polinizan las cosechas agrícolas, y muchos árboles y plantas podrían quedarse sin polinizar, y sin producir, si no se consigue atajar este mal. Tan grave lo ven, que hasta el Congreso estadounidense ha decidido nombrar una comisión de investigación para tratar de averiguar qué pasa.
De momento, hay conjeturas de todos los tipos: que sea por culpa de un pesticida que da a de alguna manera a estos animalillos, haciéndoles perder el sentido de la orientación e incapacitándolos para regresar a la colmena; que sea culpa de la saturación de ondas que se transmiten por el aire, como las de teléfonos móviles, radio, televisión y demás, o de algún extra o efecto magnético causado por la actividad solar. Hay quien incluso habla de que las manipulaciones genéticas incorporadas en los cultivos transgénicos tengan algún efecto secundario, pero los que dicen esto tienen que decirlo en voz baja, porque los cultivos transgénicos están patentados, y no son como el sol, al que se puede acusar de cualquier cosa sin riesgo de que te demande en los juzgados.
Lo que nadie dice es que las abejas pueden ser un ejemplo, o un aviso, de desintegración social. Nadie lo dice porque eso sería decantarse por la opción poética, la misma que eligió Lovelock al crear su aplaudida hipótesis de GAIA: que el planeta entero es un ser vivo y como tal se comporta, reaccionando de la manera más imprevista, pero en conjunto, ante cualquier mal o agresión que sufra.
La opción poética sería que las abejas componen para nosotros en su teatro la alegoría de la devastación social que sufre Occidente, con naciones progresivamente envejecidas, bajo la presión de una explosión demográfica ajena e imparable, y jugando cada vez con menos sentido común a aprendices de brujos.
Y las abejas, como nosotros, cuando destruyen la sociedad a la que pertenecen, se extravían y perecen sin remedio.
Pero no será poesía. Serán los pesticidas. Otra cosa obligaría a pensar un poco, y cualquier cosa es mejor que eso. Ya lo verán.
Lo normal, como seguramente refrendarán los apicultores de nuestra tierra, es que cuando los enjambres son atacados por alguna enfermedad o algún hongo, aparezcan miles de cadáveres de estos insectos en las inmediaciones de la colonia. Pero en este caso, no: las obreras huyen dejando atrás a la reina, lo que no se había visto nunca antes, y no se sabe a dónde van.
La noticia, que parece una anécdota, puede convertirse en un problema grave, pues son las abejas las que polinizan las cosechas agrícolas, y muchos árboles y plantas podrían quedarse sin polinizar, y sin producir, si no se consigue atajar este mal. Tan grave lo ven, que hasta el Congreso estadounidense ha decidido nombrar una comisión de investigación para tratar de averiguar qué pasa.
De momento, hay conjeturas de todos los tipos: que sea por culpa de un pesticida que da a de alguna manera a estos animalillos, haciéndoles perder el sentido de la orientación e incapacitándolos para regresar a la colmena; que sea culpa de la saturación de ondas que se transmiten por el aire, como las de teléfonos móviles, radio, televisión y demás, o de algún extra o efecto magnético causado por la actividad solar. Hay quien incluso habla de que las manipulaciones genéticas incorporadas en los cultivos transgénicos tengan algún efecto secundario, pero los que dicen esto tienen que decirlo en voz baja, porque los cultivos transgénicos están patentados, y no son como el sol, al que se puede acusar de cualquier cosa sin riesgo de que te demande en los juzgados.
Lo que nadie dice es que las abejas pueden ser un ejemplo, o un aviso, de desintegración social. Nadie lo dice porque eso sería decantarse por la opción poética, la misma que eligió Lovelock al crear su aplaudida hipótesis de GAIA: que el planeta entero es un ser vivo y como tal se comporta, reaccionando de la manera más imprevista, pero en conjunto, ante cualquier mal o agresión que sufra.
La opción poética sería que las abejas componen para nosotros en su teatro la alegoría de la devastación social que sufre Occidente, con naciones progresivamente envejecidas, bajo la presión de una explosión demográfica ajena e imparable, y jugando cada vez con menos sentido común a aprendices de brujos.
Y las abejas, como nosotros, cuando destruyen la sociedad a la que pertenecen, se extravían y perecen sin remedio.
Pero no será poesía. Serán los pesticidas. Otra cosa obligaría a pensar un poco, y cualquier cosa es mejor que eso. Ya lo verán.
¿Se sabe ya algo de ellas?
ResponderEliminarNada, parece
ResponderEliminarSe sigue diciendo de todo, pero nada a ciencia cierta.
saludos