27 mayo 2007

La doctrina decimal


Yo ya no sé si pensar que en este país será endémico el cainismo o es que somos una banda de lobos totalitarios disfrazados con vellones democráticos de la Mesta. Con lo que estamos viendo últimamente, me inclino por lo último, sin que acabe, de todos modos, de excluir la otra posibilidad.
Empiezo a pensar que, por estas tierras, la democracia es un concepto que no le interesa a nadie; un concepto que se esgrime solamente como arma política contra el contrario cuando es el propio bando el que alcanza la mayoría que le permite convertir en ley sus intereses.
Lo hemos visto durante décadas y lo veremos de nuevo tras las elecciones locales y autonómicas: tras el recuento de votos, las distintas formaciones políticas comenzarán a trapichear con la aritmética para construir pactos contra natura, o peor aún, rodillos que dejen en la calle a grandes grupos ciudadanos. Y no sólo en la calle: indefensos, y a ser posible cabreados, para que sepan lo que cuesta no estar con el que ha ganado.
Nos encontramos hace tiempo en España ante la expresión más visible de la famosa doctrina del cincuenta coma uno: todo lo que sea obtener más del cincuenta coma uno por ciento de los votos demuestra que el gobernante es malo, porque ha favorecido a más gente de la estrictamente necesaria para mantenerse en el poder.
La doctrina del cincuenta coma uno está pensada para perpetuarse: gastar lo de todos en satisfacer exactamente a los que te pueden mantener en el gobierno. Si gastas menos, pierdes y te marchas. Todos los votos que obtengas de más, es dinero perdido que has quitado a los tuyos y has repartido sin cabeza.
En un país sano, los ciudadanos de todas las sensibilidades políticas se opondrían a esta práctica, convencidos de que el bienestar general depende de que haya oportunidades para todos. Pero aquí no. Aquí estamos ante lo que con tanta claridad explicaba Adolfo Hitler, un político que algo sabía sobre manejar a las masas: que la victoria de lo propio satisface al pueblo, peor no tanto como la destrucción de lo antagónico. Aquí estamos ante el madridista que sólo quiere saber si ha perdido el Barça y le da igual lo que hayan hecho los suyos. Estamos ante la aniquilación del adversario político, a costa de cualquier pacto, de cualquier componenda, de una trapisonda cualquiera que pase por encima de la ley, el sentido común o el futuro de las personas.
Aquí se dicen cosas como que hay que hacer imposible una situación en que la derecha vuelva a ganar unas elecciones, se dicen públicamente, y no pasa nada. Se pacta con partidos que presumen públicamente de odiar a España. Se pacta con partidos que no condenan los asesinatos. Se pacta con partidos que hablan de expropiarnos a todos los ahorros, y a todo el mundo le parece normal.
Aquí pasa todo esto, y más, porque creemos que la democracia es un sistema donde se disparan porcentajes, se bombardea con cifras, se ametralla con mayorías y se sepulta a los contrarios con arbitrariedades.
Gobernar es una cosa que no le interesa a nadie. Aquí, lo que quiere todo el mundo, es imponerse. Y no es lo mismo.

Universidad de los Cuérragos


Dicen que van a abrir un centro universitario en santa Cruz de los Cuérragos, cerca de Portugal, y en lo más hondo de nuestros montes. Y si no lo dicen lo dirán pronto, porque estamos cerca de las elecciones y por promesas no va a quedar.
Y el caso es que va a ser todo lo contrario, aunque traten de ocultarlo en estas fechas tan destacadas. Va a ser, y si no al tiempo, que cerrarán centros universitarios, porque no es lógico que una comunidad como la nuestra, empobrecida y despoblada, tenga tres universidades: León, Salamanca y Burgos.
Con la transferencia de las competencias en materia de educación a las comunidades autonomas se acabó la etapa del café para todos. Ahora, agua hervida, y el que quiera que ponga el té, la manzanilla o el poleo.
Y uno, la verdad, no sabe qué pensar. Por un lado, está claro que algunas ciudades como León y Burgos dependen en gran medida de sus universidades, mientras que otras, como Salamanca, se amparan en su antigüedad para exigir que cierren otros. Si las universidades se pliegan sobre sí mismas, el batacazo va a ser descomunal, y a los que les toque ver como se cierran sus centros lo van a pasar mal.
Pero por otro, hay que reconocer que las universidades se están convirtiendo en fábricas de parados donde se cae una y otra vez en la obsolescencia de temarios, el amiguismo más descarado en las contrataciones y un nulo nivel investigador en lo que realmente importa: la transferencia a la sociedad de los resultados. Y así la cosas, la institución universitaria se desprestigia día a día, porque cada vez más jóvenes saben que obtener un título no equivale a obtener luego un buen empleo.
Hemos llegado a un momento triste: el de reconocer que la política de Universidad para todos ha conducido a que el título se ha devaluado y que, otra vez, como en lo peor de los viejos tiempos, el que tiene diez mil euros para pagarse un máster, o un buen complemento académico, es el que logra diferenciarse y llevarse el buen empleo.
Hemos llegado al peor momento: a la hora en que la natalidad ha descendido y hay que competir por los alumnos, porque en vez de poner nota mínima de entrada en la Universidad, son ellos los que ponen sus condiciones para irse a uno u otro sitio.
Y en Castilla y león, salvo algunos prestigiosos centros, sobre todo de León y Salamanca, no tenemos nada que nos diferencie ni nada que convenza a los foráneos de que vengan aquí. Si acaso el castellano bien hablado para convertirnos en escuela de idiomas. Así que a ver cuándo en Zamora se potencia de veras eso.
Porque si no, por el camino que llevamos y con el ri ón y medio que cuestan las universidades, pronto veremos cierres. O reconversiones. O modificaciones ontológicas, tipo alquimia, según les dé por llamarle.
Y entonces será la de Dios. Ya lo verán.

21 mayo 2007

Sindicatos horizontales


Ahora que venimos de las celebraciones del primero de mayo le queda a uno la impresión de que los festejos sindicales tiene algo de reedición de los carnavales, pero sin samba y sin entierro de la sardina.
Nadie va a negar a estas alturas la importancia del papel de los sindicatos en la historia, ni sus logros en la mejora de las condiciones laborales. Nadie lo va a negar como nadie niega la importancia de la penicilina que descubrió el doctor Fleming, pero la farmacología ha avanzado y ha seguido investigando, mientras que el sindicalismo parece atrincherado en la defensa de viejas conquistas y dudosos privilegios.
Porque el capitalismo avanza, y no la mejor parte de él. Porque avanza la idea de que esto es la guerra, sin cuartel ni prisioneros, y el movimiento sindical centra su lucha en que se le permita gestionar la caja de pensiones o en blindar aún más a sus prebostes. Lucha por su tajada. Así de claro.
Todos sabemos que en muchas empresas no se cobran las horas extraordinarias, porque el empresario se las embolsa con la amenaza de despedir al que se queje. Todos sabemos que a menudo se firma una nómina distinta de la que se cobra. Todos sabemos que en algunos sectores se han hecho obligatorios horarios de diez y doce horas diarias, y el que no esté a gusto, a la calle. Todos sabemos que hay muchos trabajadores sin dar de alta en la seguridad social, trabajadores sin papeles, trabajadores sin medidas de seguridad. Todos sabemos que se sigue amenazando con el despido a las mujeres si se quedan embarazadas.
Lo sabemos todos menos los sindicatos que, curiosamente, no se enteran. Porque en todas las empresas hay representantes sindicales que sólo van por allí a pedir el voto, y luego no miran, no saben, no protestan.
Si los representantes sindicales no pueden ser despedidos, y este logro se alcanzó precisamente para no limitar su acción, ¿por qué callan?, ¿por qué dejan indefensos a sus afiliados?, ¿para qué sirve hoy en día un sindicato a los trabajadores?, ¿para sacarle dos décimas en el convenio colectivo? Para eso no me afilio. Para eso voy yo y me lo negocio con el patrón, como ya hacen muchos.
Todo el mundo sabe lo que se cocina en su empresa, los horarios que se hacen, las nóminas que se firman y los salarios que se cobran. ¿Dónde están los representantes sindicales para denunciar esos abusos?
Seguramente creen que es mejor callar, meterse a liberado y comer la sopa boba. Sin dar la cara. Limitando su lucha a llevar pancartas, poner pegatinas y vocear un rato en la calle. Pero sin despegar el culo del sillón.
Y mientras, los trabajadores, que se jodan, porque sus representantes son como los tres monos: no ven, no habla, no escuchan.
Antes estábamos mal con los sindicatos verticales de la Falange. Pero es que estos son peores: estos son los sindicatos horizontales de la poltrona.

Vergüenza, ¿de qué?


A mí lo que me hace desconfiar de Rajoy no es que gane ocho mil euros, sino que se avergüence de decirlo, por mucho que quien se lo haya preguntado sea una pensionista a la que sólo le dan trescientos euros al mes.
¿De qué se avergüenza?, ¿le pagaba él a esa mujer la pensión de trescientos euros? Lo malo es que los políticos, casi siempre, creen que sí, porque tienen la impresión de que el dinero del Estado es suyo.
A mí, lo que me joroba y lo que me hace pensar que en este país vamos de cráneo, es que a la gente le dé vergüenza ganar dinero, y que se considere el beneficio o el lucro como algo sucio. Si ganar dinero está feo, ¿qué es lo que debe hacer una persona para mejorar?, ¿pedir una subvención?, ¿hacerse liberado sindical?, ¿o simplemente robarlo?
Porque el dinero es el sistema de intercambio más limpio y pacífico que hemos conseguido inventar los seres humanos en milenios, y donde le dinero deja de ser razón para trabajar se imponen las armas, y aquellas relaciones personales de vasallaje que caracterizaban al feudalismo.
Lo cierto es que pensar que un líder político como Rajoy gana ocho mil euros, me da un poco de miedo. Y se lo explico: ocho mil euros los gana al mes cualquier due o de un restaurante mediano, casi todos los propietarios de un pub de copas y la mayor parte de los empresarios con más de cuatro trabajadores. Estoy cansado de hacer declaraciones de la renta de profesionales y del impuesto de sociedades para empresas, y les aseguro que beneficios de cien mil euros al a o no son una cosa rara, ni siquiera en sitios tan empobrecidos como Zamora o León. De hecho, no conozco a ningún dentista que gane menos, digan ellos lo que digan en sus cuentas oficiales.
Y da miedo.
Da miedo pensar que una persona, Rajoy o cualquier otro, que puede influir en la vida de todos, o que puede llegar a gobernar un país, gane menos que el due o del bar de copas de la esquina. En estas condiciones, ¿quién se va a meter en la política? Pues los muertos de hambre. Los que no valen para otra cosa, los que creen que el mejor sueldo que van a ganar en su vida son estos ocho mil euros, porque no valen para empresarios, ni para tenderos, ni para dentistas.
El buen profesional, el que debería ser ministro, sabe que puede ganar doscientos o trescientos mil presidiendo una empresa, o veinte millones de euros al a o como gerentes de Telefónica, o de Endesa. Los que nos convendría tener al frente del kiosco se mueren de risa pensando en dejar sus trabajos privados para ponerse al servicio público.
Así, pagando a los políticos lo poco que se les paga, se meten a políticos los trepas, y compiten entre ellos. Y así nos va.
Y es culpa nuestra, por esta mentalidad tan cainita y tan cabrona que ve mal que el vecino se enriquezca. Porque han pasado quinientos a os, y aún sigue vigente aquella frase del elector de Worms: "Los espa oles ven mal que se gane dinero comerciando. Los espa oles ven mal que se gane dinero con el préstamo. Los espa oles creen que los nobles no deben trabajar, porque el trabajo envilece. Los espa oles se han ido a América porque creen que la única manera honrada de conseguir oro es robarlo".
Y así estamos.

13 mayo 2007

Oposita, que algo queda



Hace poco, en una conversación informal, se le ocurrió decir a un conocido que la enseñanza pública es mejor que la privada porque todo el que quiere dedicarse a la enseñanza prefiere dar clase en un centro público antes que en uno privado. De eso hará dos semanas y las risas no han parado todavía.
Lo cierto es que tradicionalmente el empleo público era más cómodo pero estaba peor pagado. Sin embargo, de unos años a esta parte, la empresa privada paga cada vez menos (de media, lo mismo hoy que en 1997), exige abusivamente horarios cada vez más largos y utiliza la precariedad como forma de presión. Así las cosas, y con unos sindicatos que se dedican fundamentalmente a defender sus privilegios, sus plazas de liberado y sus trapisondas de todo tipo, no es de extrañar que las academias de opositores estén cada vez más llenas.
Y es que opositar, sale rentable. Lo hacemos rentable entre todos, concediendo días libres, "moscosos", horas por médico, horas por asuntos propios, horas por todo lo imaginable, y preferencia o canongía cuando toca obtener plazas en guarderías y otros servicios. Y además, los bancos, prefieren también a los funcionarios a la hora de conceder una hipoteca.
Por eso, aunque se presenten quinientos aspirantes por cada plaza, aunque nunca se sepa la fecha de las convocatorias y aunque se puedan pasar la juventud pegados a un asiento sin producir otra cosa que bilis y neurosis, el número de opositores se incrementa cada año.
Lo triste, la verdad, no es que los funcionarios vivan mejor o peor, que hay puestos de todo tipo y plazas de muchas clases, sino que la máxima aspiración de los jóvenes, según ellos mismos dicen, sea tener un trabajo para toda la vida donde no haya que comerse la cabeza, ni aprender nada, ni reciclarse, ni preocuparse de nada. Luego, cuando sacan la plaza, las cosas no son como esperaban, pero hablando con ellos es esto lo que te cuentan.
Y cuando un país alienta esta clase de aspiraciones en la juventud, no es de extrañar que se ponga a la cola de la productividad, siga en el abismo de la innovación tecnológica y acabe cada vez más envejecido. Porque tener hijos es también un riesgo y está claro que esta generación no quiere riesgos.
Por eso, cuando se quejan de que hay mil aspirantes por cada plaza, no queda más remedio que encogerse de hombros y decirles que sigan, que opositen, porque algo queda: aunque sea un callo en el culo, un principio de calvicie y toda una vejez fosilizada por delante.
Eso, a los que estudian para intentar sacar la plaza. A los que dicen que opositan para que su padre les siga pagando la sopa boba, mejor no decirles nada. Buena gana.

09 mayo 2007

Matar al sepulturero


De tan evidente como es, hay veces que no lo vemos: la ley de que el pez grande se come al chico lleva a la conclusión de que al final tenemos el mar con sólo un pez enorme. Y acto seguido, ese gigantesco pez se muere de hambre.
La imparable cascada de concentraciones empresariales, fusiones y OPAs que estamos viviendo en los últimos a os va por ese camino. Las peque as empresas lo tienen cada día más difícil para competir y sobrevivir en un mundo donde las grandes imponen su ley, a veces por las ventajas que les aporta su tamaño, y a veces también por la posición de fuerza que pueden aplicar a sus clientes y proveedores.
Algunas cadenas de distribución, por ejemplo, deciden unilateralmente que pagan a ciento ochenta días. Y el que quiera vender su producto en esas grandes superficies sabe que tendrá que esperar seis meses para cobrar, de modo que el hipermercado no sólo obtiene un margen comercial, sino que puede operar durante seis meses con lo que saca de caja, y sin intereses. Por su tama o, y por esta política abusiva, pueden vender más barato que sus competidores.
Y el caso es que, en principio, a todos nos parece interesante poder comprar más barato, pero no nos damos cuenta de lo que supone, en una provincia como la nuestra, repartir licencias para que se abran grandes supermercados y superficies comerciales. En las ciudades la cosa tiene peligro, porque a falta de industria, la destrucción del pequeño comercio puede acabar por darnos la puntilla. Pero en los pueblos es aún peor: cuando en una comarca cualquiera se abre una gran superficie, el cierre de las peque as tiendas de los pueblos circundantes es casi automático. El que puede, mira los diez céntimos que ahorra en las sardinas y carga fuerte en el supermercado, dejando sólo lo peque o para la tienda del pueblo. Y el tendero, que iba tirando, decide cerrar, harto de ser la farmacia de guardia donde sólo van a comprarle un cartón de leche y una caja de bizcochos.
Ahorramos unos euros yendo a la gran superficie, sí, pero no nos damos cuenta de que los abuelos, los que no tienen coche, los que cada se encuentran más imposibilitados para desplazarse, no pueden ir a esos centros y se quedan sin los pocos servicios que tenían en el pueblo. No nos damos cuenta de que cada vez que vamos al centro comercial de la cabecera de comarca estamos dando una patada en el trasero al que mañana podría llevarnos al médico, al que nos retejaría la casa, al que nos arreglaría la puerta, o al que desatascaría las arquetas en la próxima tormenta.
Cuando destruimos el pequeño comercio de nuestro propio pueblo ganamos tres euros sí, pero por ese precio, obligando a marcharse a los pocos que están activos, dejamos sin manera de vivir a nuestro padre o a nuestro abuelo.
Por ese precio, como dicen en Rusia, matamos al sepulturero para que, cuando llegue nuestra hora, tengamos que quedar tirados en la calle como perros.

Qué baratos somos, carajo

03 mayo 2007

Que me quede como estoy


En estas mismas páginas decía hace poco el amigo Celedonio que si compras un piso y te hipotecas para toda la vida, luego, cuando ves que venden el de al lado por la mitad de precio, te jorobas, con agua y resina. Decía también que si tu hijo no ha comprado todavía le dices que espere, que mire bien, y que se tiente la ropa antes de quedare tan corrido y sodomizado como su padre.
Tenía razón Celedonio, como casi siempre, pero yo creo que la cosa es todavía más grave, y tiene consecuencias más inmediatas que la pérdida de confianza y el parón económico consecuencia de la impresión de hacer la guerra en el ejército de Pancho Villa. Puede ser el camino de la quiebra, incluso.
Lo malo no es que compre el piso el padre y lo avergüencen viendo que el de al lado se vende a mitad de precio. Lo malo es que el padre, a la vista de la jugada, deja de pagar el piso que ha comprado y le dice al banco que se lo coma con patatas. Entonces, va a otro banco, y compra a nombre del hijo, de la mujer, de la suegra o de san Periquitín del Monte el piso de al lado, y se troncha de la risa viendo que paga la mitad de hipoteca y tiene un piso igual que el que el acaban de embargar. Y además, como el embargo por no pagar la hipoteca tarda entre año y medio y dos años desde que dejas de pagar, a este padre de familia se le ocurre que el que se va a quedar el banco se lo puede alquilar a un primo del pueblo, y así, de paso le saca unos duros. Y si em primo es un poco bestia y lo destroza, pues que le den por saco al banco. Jugada redonda.
¿Y quién salió perdiendo aquí? El banco, que se ha tenido que quedar con un piso por el que prestó veinte millones y ahora sólo puede vender por diez.
Pero como los bancos no pierden nunca, el director de la sucursal se busca la vida para repercutir esa pérdida entre el resto de los clientes, de modo que el siguiente que pase por allí a pedir un préstamo tendrá que hacer el pino puente para que se lo den. Y como no quiere que lo cuelguen de un pino sus superiores, el director de la sucursal hace lo divino y lo humano para deshacerse de ese piso cuanto antes, así que lo pone a la venta y lo vende barato.
¿Y qué pasa entonces? Que otro padre de familia que tenía hipoteca en otro banco hace la misma operación: deja de pagar el suyo y compra otro piso a nombre de quien sea. Parece arriesgado, pero hay maneras de que no lo sea y la necesidad hace valientes.
Y así, en esta hipótesis, que no es más que un ejemplo exagerado de lo que puede pasar, tenemos una espiral deflacionista como la que vivió Japón en los años ochenta, donde los pisos bajaron un cuarenta por ciento en cinco años. Y detrás de los pisos el resto, hasta llegarse a tipos de interés del cero por ciento. ¿Y saben lo que significa un tipo de interés del cero por ciento? Que el dinero te lo prestan gratis, y cuando te lo prestan gratis es porque nadie lo quiere.
En esta situación, bajan los pisos, sufre el sistema financiero, a nadie le interesa invertir un duro ni coger un trabajador, y se extiende el paro y la recesión por todas partes.
Porque cuando suben los precios la cosa está mala. Pero cuando bajan, peor.
Así que los que están deseando que bajen los pisos, que se lo piensen, porque a lo mejor les pasa como al del chiste y acaban diciendo aquello de "virgencita, que me quede como estoy".