16 enero 2010

Producir, ¿para quién?


Hay un dato sobre la producción global que quizás os interese: para vivir como vivía un americano medio de 1955, bastaría con que trabajásemos cuatro horas y media al día. El resto, sobraría, o no se sabe muy bien dónde va, porque el americano medio de 1955 también dejaba un buen beneficio a su empresa.

Las sociedades occidentales, y muy especialmente la española, padecen de un gran exceso de capacidad productiva. Hay excedentes sin vender de todo. Pisos de sobra, cereales de sobra, leche que se debe producir por cuotas, vino que sobra, etc. La antigua orientación a la producción, en la que había que producir más cada vez porque todo se vendía, ha dejado lugar a la actual orientación al mercado: hay que tratar de vender lo que se produce.

El problema, el gran problema, surge cuando en todas partes hay exceso de capacidad productiva. Los antiguos mercados, que eran compradores netos, después de equiparse con tecnología avanzada, se convierten a su vez en productores, y no sólo dejan de comprar lo que antes les vendíamos, sino que se convierten en competidores por los mercados.

Dos ejemplos típicos son China e India, que nos compran más de lo que nos compraban pero nos venden cien veces más de los que nos vendían.

La cuestión que surge inmediatamente al realizar esta reflexión, es: Y cuando todos seamos productores de bienes en grandes cantidades, ¿quién los comprará?

De momento, los países en vías de desarrollo siguen demandando bienes de equipo, pero a medida que avanzan en su camino de industrialización y de educación, necesitan cada vez menos aportes exteriores. La economía basada en el crecimiento es, pues, un callejón sin salida.

Si todos crecemos, pronto tendremos todos un exceso de capacidad productiva y eso conduce indefectiblemente a grandes, enormes tasas de paro. Si unos pocos son capaces de producir lo que consumen todos, hay una mayoría que no tiene ocupación, pues nadie necesita lo que ellos podrían producir. A eso se le llama irrelevancia económica, y viene a ser como morirse a efectos del mercado.

Así las cosas, hay que encontrar un modelo en el que todos puedan vivir, se distribuya el trabajo, y exista una mínima sensación de justicia.

Una de las posibilidades es, como dije al principio, reducir drásticamente la jornada, pero no parece posible mientras la medida no sea global. Otra es que trabajen algunos y los otros les aplaudan, de modo que los primeros repartan su salario con los segundos, pero no parece posible que el ser humano admita que unos trabajen y otros no y luego se reparta lo conseguido.

La tercera, pero no última, es que resurja la demanda porque gran parte de lo que había resultó destruido. Cuando hay una devastación global, en la que hay que restaurar el país entero sin que nadie pueda alegar que es injusto el reparto, los países prosperan. Prueba de ello es que a Alemania y Japón les fue mucho mejor después de la guerra que a los que la ganaron.

Conociendo al personal, me temo que la tentación de seguir el tercer camino va a ser muy fuerte.

Buscar el hueco (peatonal o no)


Me temo que el asunto de las peatonalizaciones lo conozco bastante de cerca, y les aseguro que nada es lo que parece. Los comerciantes se quejan siempre al principio, y puede que con razón, y lo celebran después, también con razón, seguramente. ¿Y saben a qué se debe esta contradicción? A que no son los mismos comerciantes.

Cuando se impide o se limita el tráfico rodado en una parte de una ciudad lo que ocurre es que esa zona o ese barrio cambia por completo, expulsando a una serie de negocios y atrayendo a otros. Tener una ferretería en una calle peatonal es un suicidio, pero para una tienda de ropa, una zapatería o un restaurante, resulta ideal.

En todo caso, no entro a juzgar las razones psicológicas del modelo de ciudad en el que piensa cada cual, porque es un tema que pasa más por el estilo de vida del que opina que por otras consideraciones más racionales.

Racionalmente, si a alguien le interesa, conviene que la parte de una ciudad más aprovechable para el turismo sea peatonal y la parte menos atractiva para el visitante, foráneo o local, disfrute un tráfico ágil y fluido, de modo que se pueda ser competitivo en ambas facetas.

En un equipo de fútbol, hay portero, defensas, centrocampistas y delanteros, y se lo que se trata es de aprovechar las condiciones singulares de cada uno para formar un conjunto poderoso. La ciudad hay que pensarla igual: si lo hacemos todo peatonal, estamos tontos, por jugar con diez defensas; y si abrimos el tráfico en todas partes, estamos tontos, por jugar con diez delanteros.

Zamora parece que ha optado por el sistema de las medias tintas, poniendo diez centrocampistas que, se supone, tienen que saber defender cuando toca y atacar cuando es preciso. Lo que pasa con soluciones como estas es que los defensas contrarios son mejores que nuestros centrocampistas ejerciendo de delanteros, y los delanteros contrarios son mejores que nuestros centrocampistas ejerciendo de defensas. Y por ese camino nos zurran. Nos arrean las goleadas que todos sabemos.

A ver si se nos mete en la mollera de una buena vez que, con la mejora de las comunicaciones, se trata cada vez más de competir con otras ciudades. Competir por el turismo, que quiere peatonalizaciones, y competir por la actividad económica no turística, que quiere facilidades para el coche. Los ejemplos de Salamanca o de León no están tan lejos para aprender un poco.

La realidad, la que no le importa a nadie, indica claramente que no podemos dar el imperio sobre nuestras calles a taberneros, feriantes y vendedores de helados, pero tampoco podemos dejar la organización de la ciudad en manos de descargadores, mensajeros y furgonetistas diversos.

Y menos que nada, no podemos crear unas normas para oponernos luego al control de su cumplimiento. Porque si una calle es peatonal, con razón o sin ella, hay que controlar que no entre el tráfico. Y si una calle es sólo para calvos, con razón o sin ella, hay que controlar que no entremos en ella los peludos.

Lo demás es desprestigio de la ley, mamoneo general, y pie para la arbitrariedad del “tú sí, que estás casado con mi prima”. O sea, el despelote.



Javier Pérez

10 enero 2010

Lo que la discordia cuesta


A veces piensa uno que nos distraen como a bobos con temas como el del Estatuto catalán, mientras los problemas reales con otros, como que la gente no tiene trabajo o el Gobierno nos está endeudando hasta más arriba de las cejas. Pero cuando caemos en esa tentación de fijarnos sólo en lo cercano perdemos la perspectiva y nos volvemos aún más vulnerables a los manejos de unos cuantos, porque las causas de los problemas inmediatos, o de la inmediata quiebra, están a menudo más lejos. Trataré de ir a ello, con su permiso:

Aunque nos peleemos como porteras, los españoles nos entendemos más o menos entre nosotros, sabemos traducir a su verdadero significado las frases grandilocuentes y mantenemos la convivencia, sin demasiadas trifulcas.

El problema está en que este espectáculo, visto desde fuera, preocupa más de lo debido a la gente a la que deberíamos tranquilizar.

Pongamos, por ejemplo, un fondo soberano en Qatar, o una agencia de calificación de riesgo en Hong Kong, o un gestor de un fondo de pensiones en Boston.

A toda esa gente no se le puede hacer comprender que armamos bronca porque somos así y nos va la marcha. En un mundo en el que se compite por la inversión exterior, tranquilizar a los demás es una habilidad muy valiosa, y nosotros, todos los santos días, hacemos lo contrario.

Cuando uno de esos señores antes mencionados se entera de que el IVA se paga en España según la domiciliación de la empresa que lo cobra, de que puede haber vacaciones fiscales o de que las autonomías pueden competir entre sí mediante subvenciones, anota en la ficha marcada como ”España”: disparidad jurídica. Riesgo normativo. Y aquí perdemos treinta mil millones en inversiones.

Cuando uno de esos señores se entera de que la Comunidad de Cantabria denuncia ante Bruselas a la Comunidad de Euskadi, no viene a preguntar qué pasa, sino que apunta en su ficha: inestabilidad política. Y perdemos otros veinte mil millones, aunque sea en intereses de la deuda porque nos bajen el rating y nos presten más caro que a otros.

Cuando hoy sí y mañana también se enfrenta públicamente los poderes y las instituciones del Estado central con los de las autonomías, o se comenta que el Tribunal Constitucional tarda cuatro años en dictar una sentencia, ese señor, en su lejano despacho, anota en su ficha: inseguridad jurídica, inestabilidad política. Y perdemos otros veinte mil millones.

Quizás haya países que se puedan permitir esos comportamientos porque por ahí afuera ya entienden sus peloteras, pero nosotros no nos lo podemos permitir.

Aquí tenemos que aprovechar cada céntimo que alguien quiera invertir en nuestra economía y para eso, además de ser serios, responsables y rigurosos, hay que dar la apariencia de serlo y dejar de actuar como un circo de tres pistas, que es lo que parecemos con demasiada frecuencia.

¿Invertiría usted su dinero en circo? Seguramente no. Pues ellos tampoco.

07 enero 2010

Resurrección en Valbuena



Dicen que sólo donde hay sepulcros puede haber resurrecciones, pero a veces puede valer la pena el mal trago de pasar por la sepultura, porque volver a la vida es mayor triunfo que simplemente seguir viviendo. Y aporta otra experiencia.

De saber ir y volver sabe mucho Valbuena de la Encomienda, una pequeña aldea leonesa sobre los altos del Manzanal, en un rincón casi extraviado del municipio de Villagatón-Brañuelas.

Fundada en lo más recio de la Edad Media como dominio de los Caballeros de Malta, su nombre completo impresiona casi tanto como los prados y las peñas que lo rodean: Valbuena de la Encomienda de San Juan de Jerusalem. Madoz la cita por sus aguas medicinales y los romanos intentaron sacar oro de sus montes, pero acabaron marchándose a las cercanas minas del Médulas.

En medio de una comarca agrícola y ganadera, el pueblo se distinguió siempre de los de su entorno por un especial espíritu emprendedor e industrial, pues allí se concentraban los molinos, hasta ocho, y las herrerías que daban servicio al resto de la zona.

Luego, con los años, la minería impuso su ley en aquellos montes y el pueblo fue decayendo, en parte porque había sitios más interesantes para ganarse la vida y en parte porque ninguno era realmente mejor: también se muere de éxito, cuando los campesinos prosperan lo bastante para enviar a sus hijos a estudiar a las ciudades en vez de atarlos a la tierra.

A finales de los años noventa, Valbuena quedó prácticamente abandonado, con sólo tres o cuatro vecinos que pasaban por allí de vez en cuando a remendar goteras y arrancar de las manos la guadaña a la parca para cortar las escobas y sardones que amenazaban con devorar el pueblo.

A cualquiera que preguntase por Valbuena le decían que estaba vacío, pero luego, poco a poco, el pueblo ha ido reverdeciendo en proyectos novedosos, hasta verse este verano con más de trescientas vacas pastando en sus prados, dos casas rurales abiertas, un coto de caza en plena explotación y media docena de edificios en obras de rehabilitación. Hasta la vieja iglesia, con sus muros casi más anchos que altos, se ha visto remozada y consagrada de nuevo, después de la restauración. La fiesta que se organizó para inaugurar la Iglesia fue como si se celebrase la resurrección del pueblo.

Porque dejando a un lado el derrotismo es posible hacer volver a la vida a pueblos como este, desahuciados por todos. La fórmula puede parecer mágica, pero no lo es: un ayuntamiento que no pone trabas, una Junta Vecinal que da todas las facilidades posibles e inventa las imposibles, y un grupo de gente, pequeño pero tenaz, dispuesta a no prestar oídos a los eternos sembradores de desalientos.

Vivir no es una opción: es un deber. A ver si nos quedamos con la copla.

05 enero 2010

Tontos pero pobres


Dicen, y te obligan a pensar, que lo mejor que podemos hacer en estos momentos es mirar para otro lado y conceder una amnistía fiscal a todo el cargamento de billetes de quinientos que duermen aún en las cajas de seguridad de los bancos, en las tejas, los calcetines y hasta los pañales de media España.

Según las cuenta de lo que producimos y el dinero que se mueve, en España tenemos un veinticinco por ciento de economía sumergida, y eso, con la calculadora en la mano, significa que el Estado está dejando de recaudar cien mil millones de euros en impuestos. Cien mil millones, nada menos, frente a los quince mil que tratará de sacarnos, y no lo conseguirá, con las subidas de IVA, gasolina, Renta y demás sonsacas que acaba de anunciar Zapatero.

La idea que proponen algunos es crear una emisión especial de deuda pública, a un interés muy bajo, inferior al uno por ciento, pero con la particularidad de que no se preguntaría a nadie de dónde había salido el dinero invertido en esa emisión. Ese sistema, que podría sacar a la luz una burrada de millones, permitiría dotar de liquidez al ICO para que concediese créditos blandos a los autónomos, las pequeñas empresas y, en general, a todo el que pretendiese crear empleo. Además, por el IVA y otros impuestos aplicados cuando se gastase o invirtiese ese dinero, se podrían recaudar otros cinco o seis mil millones adicionales.

La solución, como ven, parece buena en la práctica, aunque sea absolutamente vergonzosa en el plano ético, pues da la razón a los que no pagaron sus impuestos y supone un peligroso precedente para el futuro.

¿Pero estamos para éticas? Yo creo que no. O creo que sí, pero por otro lado. Se puede ser muy justo y enseñar unas manos muy blancas diciendo que no se ha librado a ningún chorizo de pagar sus impuestos, pero decirlo al tiempo que ese mismo dinero se le saca a los que trabajan y a los que más esfuerzo ponen para ganarlo, no es ético.

No es ético subirle unos céntimos la barra de pan a la abuela y seguir diciendo, con la cabeza bien alta, que en este país no se permite el blanqueo de dinero.

Igual que el derecho penal se basa en que vale más perdonar a veinte culpables que castigar a un inocente, habría que pensar aquí que más vale que se escapen de pagar unos pocos que sangrar a todo el pobre currante que se levanta a las siete de la mañana para llevar a casa los garbanzos.

¿Está feo? Sí señor. Peor más feo está todo ese dinero criando moho en las cajas de seguridad mientras los pequeños empresarios de este país se las ven y se las desean para que les renueven una línea de crédito de treinta mil puñeteros euros con los que seguir trabajando y dando trabajo.

Feo está pegarse migas en los bigotes para que parezca que hemos comido. Lo demás, si hace falta, se maquilla.

Como a los propios muertos.

03 enero 2010

Los piratas de la mar


No me atrevo a meterme a analizar lo que pasa por el cuerno de África. Me puse a buscar información sobre las causas del desbarajuste somalí y de las regiones aledañas y acabé remontándome a la primera guerra mundial, la colonización, y las peleas familiares de los faraones, como poco.

El caso, y resumiendo, es que entre colonizaciones mal hechas y peor deshechas, guerras civiles, hambrunas, enfrentamientos tribales, y otros desastres similares, en aquella región hace ya quince años que no hay gobierno alguno. No es que el Gobierno sea malo: es que no lo hay.

En esas circunstancias, los delincuentes de todos los colores han aprovechado la región para establecerse en la impunidad más absoluta: los locales han armado sus lanchas y viven de robar en el mar, porque robar siempre sale más rentable que dedicarse a cualquier otra actividad, mientras los de fuera se permiten hacer en la región lo que no pueden hacer en ninguna otra parte: capturar la pesca que les dé la gana, limpiar sus bodegas, o arrojar al agua residuos peligrosos que costaría mucho dinero reciclar en otro lado.

Podemos disfrazarlo como queramos, peor lo cierto es que estamos ante un sumidero, ante una alcantarilla del mundo, donde se reúne toda la porquería que se pueda imaginar. Y cuando surge uno de estos pozos negros, sin ley y sinvergüenza, no queda más remedio que ponerse manos a la obra para evitar que la mancha se extienda.

No sé cual es el sistema bueno, pero desde luego lo que no va a ayudar a arreglar la situación es pagar rescates de varios millones de euros cada vez que se secuestra un barco. Semejantes cantidades de dinero, en una región donde la renta diaria es menos a un dolar diario, consigue sólo que todo bicho viviente en muchos kilómetros a la redonda acabe por comprar un bote y se dedique a la piratería.

Si los países occidentales son capaces de defender a sus barcos, que se siga la actividad, y si no son capaces de hacerlo, que se abandone la región, pero este término medio, este vivir al filo de ahorrar el presupuesto de Defensa para gastar luego en rescates no hace más que animar a los ladrones y generalizar el precedente de que los occidentales prefieren pagar a tener enfrentamientos.

Si cuando los españoles dominábamos América hubiésemos cedido así con los ingleses, el Imperio habría durado cincuenta años en vez de trescientos. Y los piratas, en vez de moverse por el Caribe, habrían llegado hasta La Coruña.

En estas casos, me temo que se impone la opción humanitaria. Y lo más humanitario es reducir al mínimo el daño, la violencia y la región sin ley, porque cualquier otro remedio causará, a la larga, más violencia y más enfrentamientos.

En estos casos, por razones humanitarias, me temo que se impone una somanta de palos.

Y después, hablamos.

Parados y quietos


Que me perdonen los que han encontrado trabajo a costa del Fondo Estatal de obras y saraos diversos, pero a mí, eso de contratar gente para hacer lo que sea, me suena a política soviética, con todas sus consecuencias de ruina posterior y desquicie.

Todo lo que sea dar empleo a la gente, y un modo de vivir dignamente, me parece estupendo, como le parece a cualquiera, pero si es el Estado el que tiene que promover obras, y además por el procedimiento de poner delante el dinero y luego preguntar qué es lo que se quiere hacer, me suena a aquello de pagar un salario a una persona pro encender las farolas de una calle.

Cuando se genera empleo pero no riqueza, cuando se genera trabajo y no economía productiva, lo único que se obtiene es un plazo de dilación y una cartera vacía, porque estas obras están costando una verdadera millonada sin que se pueda saber en qué van a repercutir ala mejora de nuestra competitividad en el largo plazo.

El problema de España, y de otras muchas economías occidentales, es que no somos competitivos. Otros, en cualquier lado, producen lo mismo que nosotros a un mejor precio, y eso es lo que nos está crucificando, aunque la enfermedad aflore en forma de sarpullido monetario o ronchones bancarios.

Cualquier médico sabe que no se puede confundir el síntoma con la enfermedad, y que la fiebre, con ser peligrosa en sí misma, es sólo un indicador de que algo no está funcionando como debe en el organismo.

Si nosotros, en vez de poner remedio a nuestra enfermedad, nos gastamos lo que nos queda en curar la fiebre, y sólo por unos días, porque sabemos todos que el Fondo Estatal es una cura temporal, nos veremos abocados a la hospitalización, con todos los traumas y problemas que pueda acarrear.

Y además, porque hay más, este tipo de planes crea un efecto negativo, que es la esperanza de que pase lo que pase vendrá otro a arreglarl. El ferretero quiere también un fondo estatal que le venda los tornillos y los alicates que no ha vendido, el dentista quiere un fondo estatal que le pague los empastes que no ha hecho, el labrador quiere un fondo que le pague las patatas que no ha colocado al almacén y yo quiero que el Estado me llene las casas rurales que tengo vacías en el quinto carajo.

Al final, como el dinero no crece en los árboles, nos encontramos con la verdadera cara de esta moneda: que pagamos todos y unos pocos deciden a quién se beneficia, a quién se saca del hoyo y a quién se le deja cocerse en su propia salsa hasta que reviente.

Hoy en día, el verdadero poder ya no está en crear leyes, sino en repartir dineros y puestos de trabajo. Por eso, por ejemplo, los rectores de las universidades ya no salen ni en la prensa, porque desde que van cortos de presupuesto no pueden sacar ni una plaza de conserje.

Por eso se crean estos planes: no para mejorar la economía, que todos saben que no mejorará, sino para comprar gritos en las calles, silencios en las corporaciones y miedo a quedar fuera en la próxima hornada.

Por vocación, el Fondo Estatal quiere ser como la Inquisición, pero sin sotana. Lo otro es folclore.

02 enero 2010

Extraña suavidad

Dicen unos que la desconfianza es la más refinada de las bellas artes mientras otros, más filántropos, opinan que la desconfianza es como la bacteria del catarro, que en cuanto ataca a uno en una casa no deja títere con cabeza, así que si es usted del segundo tipo, perdone que sea tan desconfiado y le diga que me extraña, me extraña y me escama horrores, que con todo el material que tienen los socialistas para arrojar con el tema del PP valenciano estén tan relativamente callados y tranquilos, en vez de armar la de marimorena y llamar poco menos que a la quema pública de los seguidores de Camps.

Me extraña, oiga. Y cuando una cosa me llama tanto la atención doy en pensar que sus buenas razones tendrán los socialistas para esta parente moderación. A mí, a bote pronto, se me ocurren tres y se las cuento:

La primera, que tienen tal carga de porquería los socialistas sobre sí mismos, tanto de un tipo como de otro, que prefieren ser prudentes, no vaya a ser que les saquen más hijas de Chaves, o más parados, impuestos, y sablazos al ciudadano. O sea, que nos tienen a todos tan cabreados con lo de los impuestos y la ruina a la que llevan al país que aparecer lo justo y abrir la boca lo justo les parece lo más cabal.

La segunda opción es que sea verdad que todos los informes y todas las vainas sean un invento del ministerio del Interior o de algún funcionario con ganas de ascender. De hecho, hay que reconocer que salen a relucir informes policiales, chácharas de porteras y rumores aderezados con dimes y diretes, pero si tuviesen algo consistente sería de esperar que a estas alturas hubiese ya algún detenido, algún procesado o por lo menos algún denunciado. Y de eso, nada. Sólo hablar y señalar con el dedo, pero no han encontrado miga, ni chicha, ni bacalao para empezar un proceso judicial, que es lo que se supone que se empieza en los países serios, en lugar de un Santo Oficio.

La tercera es que los socialistas se hayan dado cuenta de que si siguen tirando de esa cuerda y tensan mucho la situación van a acabar llevándose a Rajoy por delante, pues haya lo que haya está claro que Rajoy lo sabe, lo conoce, y lo calla. Y los socialistas saben que si derriban a Rajoy pueden perder de calle y por paliza las próximas elecciones, porque lo único que los mantiene con vida en las encuestas es que Rajoy es un líder desnatado y light como el agua mineral, porque acercarse dos punto al gobierno con la que está cayendo y seguir penúltimo en popularidad de los españoles en esta coyuntura es como para cortarse las venas. En esta situación, los socialistas habrán pensado, y creo que con razón, que hay que procurar dañar al partido contrario pero manteniendo a salvo al líder, porque como dimita Rajoy y presenten a las generales a otro candidato, les van a dar hasta en el cielo de la boca.

Estas son mis tres opciones. Cada cual que se quede con la que quiera, o con otra que se le ocurra sobre la marcha.

Y si se siente usted confiado, bonachón y hasta ingenuo, quédese con la idea de que la desconfianza no es un sentimiento positivo, ni humanista, ni social. Es una buena idea y un buen sentimiento. Sobre todo, sin haber fumado antes nada.

Los artículos que no envejecen (por desgracia)


Se nota que es verano y flota cierto humorismo hasta en los papeles oficiales. No me digan que no. Estamos todos tan tranquilos, con nuestra galvana a cuestas, y viene el Centro de Investigaciones Sociológicas y nos dice que, por primera vez en no sé cuantos años, el PP supera en intención de voto al PSOE. Genial, oigan, pero si con lo que tenemos encima sólo lo consiguen ahora, y por unas centésimas, ¿qué esperan los del PP para colgarse de un pino?

La estrategia de Rajoy parece clara: convencernos de que no hay alternativa posible a su flojera. Convencernos de que se trata de Zapatero de él. ¿Y saben una cosa? Que no. Que no podemos tragar esa milonga. Que Zapatero es un desharrapado intelectual, un vendedor de alfombras dialéctico y un cataclismo político, lo estamos viendo a diario, pero eso no quiere decir que el líder de la oposición sea automáticamente el mejor posible.

Con todo lo que ha caído, con la gente que se ha quedado en la calle, con las empresas que han cerrado, los bancos que han entrado en semiquiebra y la porquería que le ha salido a los socialistas, ¿cómo se puede tardar todo este tiempo en superarlos en intención de voto?

El señor Rajoy es un manta. Es un pobre cero a la izquierda que ningunean en su partido porque saben que sin apoyo en la calle, el Presidente es menos que nadie. ¿Qué se puede esperar de un líder político que tiene al tesorero del partido implicado en una trama de corrupción y no lo destituye?, ¿por qué ha esperado a que se marche cuando mejor le venga y más cómodamente le encaje con las vacaciones? Tiene una guerra abierta en la Comunidad de Madrid y mira para otro lado, tiene un gran jaleo armado en Valencia y no sabe y no contesta. ¿Dejaríoa usted el país en manos de semejante individuo? Yo no le prestaba ni la moto, oigan.

A Rajoy lo mantienen como presidente del partido los que no quieren ganar las elecciones, porque prefieren un presidente débil que les permita a ellos hacer lo que les dé la gana en sus ayuntamientos y diputaciones. ¿No les suena de nada esa estrategia? Plena Edad Media: rey débil, condes ricos. Eso salva a Rajoy, peor no nos salva a nosotros, que nos veremos, tarde o temprano, aunque me temo que será tarde, abocados a unas elecciones en las que un partido nos lleva a la ruina y el desastre, proclamando ya sin tapujos que el dinero es para andaluces y catalanes (y para el resto ya se verá) y otro que ni siquiera es un partido democrático, donde no el candidato ha sido elegido a dedo por el lucero del alba y se nos impone junto a una ristra de ajos, salchichones y otros embutidos para que los votemos por miedo a seguir teniendo a Zapatero.

Hay que buscar una alternativa como sea.

Zapatero, no. Rajoy, tampoco.

Y si la democracia que nos ha quedado tras treinta años de transición es esto, casi es mejor que resucitemos a Franco y a la Pasionaria para que gobiernen en coalición.

Cualquier cosa antes que pasar por este aro.