10 enero 2010

Lo que la discordia cuesta


A veces piensa uno que nos distraen como a bobos con temas como el del Estatuto catalán, mientras los problemas reales con otros, como que la gente no tiene trabajo o el Gobierno nos está endeudando hasta más arriba de las cejas. Pero cuando caemos en esa tentación de fijarnos sólo en lo cercano perdemos la perspectiva y nos volvemos aún más vulnerables a los manejos de unos cuantos, porque las causas de los problemas inmediatos, o de la inmediata quiebra, están a menudo más lejos. Trataré de ir a ello, con su permiso:

Aunque nos peleemos como porteras, los españoles nos entendemos más o menos entre nosotros, sabemos traducir a su verdadero significado las frases grandilocuentes y mantenemos la convivencia, sin demasiadas trifulcas.

El problema está en que este espectáculo, visto desde fuera, preocupa más de lo debido a la gente a la que deberíamos tranquilizar.

Pongamos, por ejemplo, un fondo soberano en Qatar, o una agencia de calificación de riesgo en Hong Kong, o un gestor de un fondo de pensiones en Boston.

A toda esa gente no se le puede hacer comprender que armamos bronca porque somos así y nos va la marcha. En un mundo en el que se compite por la inversión exterior, tranquilizar a los demás es una habilidad muy valiosa, y nosotros, todos los santos días, hacemos lo contrario.

Cuando uno de esos señores antes mencionados se entera de que el IVA se paga en España según la domiciliación de la empresa que lo cobra, de que puede haber vacaciones fiscales o de que las autonomías pueden competir entre sí mediante subvenciones, anota en la ficha marcada como ”España”: disparidad jurídica. Riesgo normativo. Y aquí perdemos treinta mil millones en inversiones.

Cuando uno de esos señores se entera de que la Comunidad de Cantabria denuncia ante Bruselas a la Comunidad de Euskadi, no viene a preguntar qué pasa, sino que apunta en su ficha: inestabilidad política. Y perdemos otros veinte mil millones, aunque sea en intereses de la deuda porque nos bajen el rating y nos presten más caro que a otros.

Cuando hoy sí y mañana también se enfrenta públicamente los poderes y las instituciones del Estado central con los de las autonomías, o se comenta que el Tribunal Constitucional tarda cuatro años en dictar una sentencia, ese señor, en su lejano despacho, anota en su ficha: inseguridad jurídica, inestabilidad política. Y perdemos otros veinte mil millones.

Quizás haya países que se puedan permitir esos comportamientos porque por ahí afuera ya entienden sus peloteras, pero nosotros no nos lo podemos permitir.

Aquí tenemos que aprovechar cada céntimo que alguien quiera invertir en nuestra economía y para eso, además de ser serios, responsables y rigurosos, hay que dar la apariencia de serlo y dejar de actuar como un circo de tres pistas, que es lo que parecemos con demasiada frecuencia.

¿Invertiría usted su dinero en circo? Seguramente no. Pues ellos tampoco.

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