29 julio 2010

Base de cotización para pensiones. 25 años como propuesta

Aquella vieja premisa teórica de la economía, el coeteris paribus, que viene a ser el estudio de lo que pasa con una variable cuando las demás permanecen constantes, resulta que no existe en el mundo real o se extinguió a la vez que los dinosaurios.

Con esto de la base de cotización para la pensiones pasa un poco como con las hipotecas, en las que el plazo afecta a la cantidad y la cantidad afecta al plazo.

Como ya sabréis, hace muy poco se filtró la noticia de que el gobierno manejaba la posibilidad de aumentar la base de cotización a 25 años para el cálculo de las pensiones, frente a los 15 años actuales, y sabréis también que acto seguido se armó la Marimorena.

Por mi parte, y con el casco puesto por lo que podáis decirme, me parece que esa sería una medida muy positiva para el conjunto de los trabajadores, sobre todo para los más jóvenes, y que precisamente por eso, se pusieron tan radicalmente en contra los sindicatos.

Para este tema hay tantas opiniones como intereses, así que yo os voy a contar la mía a la espera de escuchar las vuestras:

Actualmente, el monto de la pensión de jubilación se calcula sobre lo cotizado en los últimos 15 años de vida laboral. Teóricamente, y según los sindicatos, estos es una conquista social, pues en los últimos años de trabajo es cuando el trabajador percibe un salario mayor por complementos como antigüedad, o porque ha ascendido en la empresa y tiene un puesto superior a los años anteriores con un salario mejor.

En principio, suena bien, peor a mí me parece un razonamiento falso, anclado en el pasado, y que defiende únicamente los intereses de un grupo.

En unos momentos en los que el mayor temor de un trabajador es que lo despidan a los 55 años, o a los 60, porque sabe que no encontrará otro empleo, utilizar para el cómputo de la pensión únicamente los últimos 15 años de vida laboral desestimando el resto, es casi un crimen. Eso está bien para los funcionarios, o para los trabajadores fijos de las grandes empresas, pero no para el curreante en general.

Por otro lado, es profundamente injusto que si cotizas durante toda tiu vida laboral, sólo se tengan en cuenta los últimos 15 años.

Lo que conseguiría la propuesta del Gobierno de aumentar ese plazo a los últimos 25 años es adecuar la pensión final a la cotización real. A mí me parece que se deberían tener en cuenta TODOS los años cotizados, pero creo que pedir que los sindicatos acepten tal cosa es un exceso.

Porque ya sabéis: trabajador es aquel que da derecho a la parte proporcional de un sindicalista liberado. Los demás no importan.

23 julio 2010

La paranoia conspiratoria como póliza de seguro

Siempre hubo gente que veía extraños manejos donde la realidad ofrecía evidencias que no le apetecía tragar a palo seco, y las explicaciones que ideaban para ciertos hechos rayaban y rayan en el absurdo con tal de no aceptar la evidencia de que a menudo las cosas son más simples de lo que parecen.

Por el lado contrario hay que decir que siempre hubo y habrá conspiraciones: auténticos intentos de engañar a la buena fe de la gente con pruebas falsas, historias inventadas y apariencias falaces.

En la naturaleza podemos ver ejemplos de los dos tipos: desde el bicho que desconfía de todo, hasta la mosca que desarrolla rayas amarillas y negras para hacerse pasar por avispa. En la Historia, la otra fuente habitual, ha habido también casos para todos los gustos: países que hunden sus propios barcos para lanzar una guerra (EEUU en la guerra de Cuba, por ejemplo) y países que atacan sus propias posiciones para echar la culpa a otro (Alemania con Polonia). Sin embargo, recordamos estos ejemplos precisamente por extraordinarios, no por comunes. Es importante no olvidar eso.

Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, o precisamente por ello, creo que la gente que busca una segunda explicación a las versiones oficiales hace más por defender las libertades de todos y el sistema democrático que los que se empeñan en tacharlos de paranoicos. Creerse lo que te dicen, sin desconfiar, lleva directamente al absoluto dominio de los poderosos, de los que controlan los medios de comunicación y tienen mayores posibilidades de imponer cualquier versión de los hechos que les pueda resultar favorable.

El que desconfía puede estar loco, o exagerar, o simplemente equivocarse. Pero el que no desconfía está abonando el camino para una esclavitud física e intelectual sin límites, sobre todo en unos tiempos en los que la información está en todas las manos pero la relevancia en muy pocas, menos que nunca.

Aunque a veces nos haga gracia, o nos parezca ridículo, el conspiranoico no deja de ser un activista por las libertades y en cierto modo un revolucionario que se queda solo ante el poder, su versión oficial, y toda la gente dispuesta a creerse cualquier cosa con tal de no tener que pensar por sí mismo.

Por eso siempre he pensado lo mismo: a los seguidores de la teoría de la conspiración no hay que creerles, pero hay que escucharles. A menudo detectan antes que nadie los errores de una historia, ya sean equivocaciones de los culpables o mentiras de las autoridades. Es bueno, casi imprescindible, que alguien se pregunte por qué los autores de los atentados de Madrid se suicidaron más tarde en Leganés, y no en los trenes, o por qué, el otro día, el terrorista que intentó incendiar un avión en pleno vuelo no lo hizo en el cuarto de baño, donde no lo veía nadie, en vez de en su asiento, con todos los demás pasajeros alrededor.

Es bueno que alguien se haga las preguntas. Después, que cada cual decida. Pero por sí mismo, por favor. Por sí mismo.

21 julio 2010

Tortugas y caracoles

Copio en primer lugar un texto de Ortega y Gasset sobre el señorito satisfecho. Luego hablamos:

Este personaje, que ahora anda por todas partes y dondequiera impone su barbarie íntima, es, en efecto, el niño mimado de la historia humana. El niño mimado es el heredero que se comporta exclusivamente como heredero. Ahora la herencia es la civilización — las comodidades, la seguridad en suma, las ventajas de la civilización. Como hemos visto, sólo dentro de la holgura vital que ésta ha fabricado en el mundo puede surgir un hombre constituido por aquel repertorio de facciones inspirado por tal carácter. Es una de tantas deformaciones como el lujo produce en la materia humana. Tenderíamos ilusoriamente a creer que una vida nacida en un mundo sobrado sería mejor, más vida y de superior calidad a la que consiste precisamente en luchar con la escasez. Pero no hay tal. Por razones muy rigurosas y archifundamentales que no es ahora ocasión de enunciar.

Ahora, en vez de esas razones, basta con recordar el hecho siempre repetido que constituye la tragedia de toda aristocracia hereditaria. El aristócrata hereda, es decir, encuentra atribuidas a su persona unas condiciones de vida que él no ha creado, por tanto, que no se producen orgánicamente unidas a su vida personal y propia. Se halla, al nacer, instalado, de pronto y sin saber cómo, en medio de su riqueza y de sus prerrogativas. El no tiene, íntimamente, nada que ver con ellas, porque no vienen de él. Son el caparazón gigantesco de otra persona, de otro ser viviente: su antepasado. Y tiene que vivir como heredero, esto es, tiene que usar el caparazón de otra vida. ¿En qué quedamos? ¿Qué vida va a vivir el "aristócrata" de herencia: la suya, o la del prócer inicial? Ni la una ni la otra. Está condenado a representar al otro, por lo tanto, a no ser ni el otro ni él mismo. Su vida pierde, inexorablemente, autenticidad, y se convierte en pura representación o ficción de otra vida. La sobra de medios que está obligado a manejar no le deja vivir su propio y personal destino, atrofia su vida. Toda vida es lucha, el esfuerzo por ser si misma. Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son precisamente lo que despierta y moviliza mis actividades, mis capacidades. Si mi cuerpo no me pesase, yo no podría andar. Si la atmósfera no me oprimiese, sentiría mi cuerpo como una cosa vaga, fofa, fantasmática. Así, en el "aristócrata" heredero toda su persona se va envagueciendo, por falta de uso y esfuerzo vital. El resultado es esa específica bobería de las viejas noblezas, que no se parece a nada y que, en rigor, nadie ha descrito todavía en su interno y trágico mecanismo; el interno y trágico mecanismo que conduce a toda aristocracia hereditaria a su irremediable degeneración.



Bueno, y ahora, decidme: ¿tiene o no tiene esto algo que ver con que el país se vaya hundiendo poco a poco?, ¿No tiene esto algo que ver con todos los problemas sociales de acomodamientos, renuncia al esfuerzo, falta de compromiso y tendencia a vivir por encima de nuestras posibilidades?

Nuestros padres y abuelos las pasaron canutas y el país mejoró en cincuenta años más de lo que había mejorado en dos siglos. Nos lo dieron todo y ahora parecemos dispuestos a exigir que siga nuestra adolescencia social.

Todo ha empeorado, es cierto, pero quizás esa clave social de la que tan a menudo hablamos en los comentarios resida en ese caparazón que menciona Ortega: el caparazón de una España que nos viene grande y tratamos de desmenuzar para sentirnos más cómodos.

Porque en vez de tortugas nos sentimos caracoles.