26 marzo 2010

La profecía de Jerusalem. Teodosio en Hispania.

La profecía de Jerusalem. Teodosio en Hispania.


Margarita Torres.

¿Cual es la Profecía de Jerusalem? Probablemente la misma que la pregunta de Pilatos, pero mantengamos el misterio, advirtiendo, esosí, que en literatura todo es estética, y el título no le hace justicia a un libro que se aleja de los tópicos del género para crear su propio escenario en la que la magia no reside en lo oculto, como sucede tan a menudo en estos tiempos, sino en ese Camino de Santiago que aún podemos visitar. Camino geográfico y más aún, camino de Occidente como cultura y voluntad.

La Profecía de Jerusalem nos cuenta la historia de los últimos destellos de fuerza y coraje de un imperio moribundo. A partir de Juliano el Apóstata y su convencimiento de que una doctrina blanda y humanitaria como el cristianismo estaba en la raíz de la decadencia, Margarita Torres nos lleva por la vida y la sociedad de la Hispania romana con un elegante equilibrio entre el rigor histórico y una trama dinámica y vibrante.

La historia, cuando se mira y se vive con pasión, puede ser el mejor argumento: en medio de las guerras civiles pro el control de Roma, el general Flavio Teodosio, padre del que luego sería emperador del mismo nombre, es enviado a distintas partes del Imperio a tratar de sostener un orden cada vez más precario. Logra unificar Britania combatiendo contra distintos pueblos y logra también reducir a los rebeldes del Norte de África.

La política imperial se mezcla con las pasiones personales cuando el general Flavio Teodosio, pagano convencido, salva el Imperio para entregarlo a su hijo, cristiano ferviente, sabiendo que su lucha por el salvar el Viejo Mundo ha sido en vano, pues quizás él era su último baluarte. Así, la búsqueda de Teodosio de un lugar en el que retirarse y de un reducto donde mantener intacta la esencia de lo que ama, se convierte en una especie de camino iniciático que a la vez va con el cristianismo, y contra él, como toda semilla que muere al germinar en fruto.

Quizás lo mejor de la novela sea cómo Margarita Torres ha sabido transmitirnos esa idea tan cercana a Teodosio de que “no importa por qué luchamos, si nuestra causa es justa o no o si ganamos o perdemos: importa sólo luchar. Hasta alcanzar la vitoria, cuando se vence. Hasta no avergonzarse de la derrota, cuando se pierde.”

La historia es una abstracción intelectual, pero también y ante todo, la historia es humanidad y corazón. En esta novela no echarán en falta nada de eso: ni inteligencia, ni humanidad, ni corazón.

No se la pierdan.

13 marzo 2010

La alternativa difícil

Se nota que es verano y flota cierto humorismo hasta en los papeles oficiales. No me digan que no. Estamos todos tan tranquilos, con nuestra galvana a cuestas, y viene el Centro de Investigaciones Sociológicas y nos dice que, por primera vez en no sé cuantos años, el PP supera en intención de voto al PSOE. Genial, oigan, pero si con lo que tenemos encima sólo lo consiguen ahora, y por unas centésimas, ¿qué esperan los del PP para colgarse de un pino?

La estrategia de Rajoy parece clara: convencernos de que no hay alternativa posible a su flojera. Convencernos de que se trata de Zapatero de él. ¿Y saben una cosa? Que no. Que no podemos tragar esa milonga. Que Zapatero es un desharrapado intelectual, un vendedor de alfombras dialéctico y un cataclismo político, lo estamos viendo a diario, pero eso no quiere decir que el líder de la oposición sea automáticamente el mejor posible.

Con todo lo que ha caído, con la gente que se ha quedado en la calle, con las empresas que han cerrado, los bancos que han entrado en semiquiebra y la porquería que le ha salido a los socialistas, ¿cómo se puede tardar todo este tiempo en superarlos en intención de voto?

El señor Rajoy es un manta. Es un pobre cero a la izquierda que ningunean en su partido porque saben que sin apoyo en la calle, el Presidente es menos que nadie. ¿Qué se puede esperar de un líder político que tiene al tesorero del partido implicado en una trama de corrupción y no lo destituye?, ¿por qué ha esperado a que se marche cuando mejor le venga y más cómodamente le encaje con las vacaciones? Tiene una guerra abierta en la Comunidad de Madrid y mira para otro lado, tiene un gran jaleo armado en Valencia y no sabe y no contesta. ¿Dejaríoa usted el país en manos de semejante individuo? Yo no le prestaba ni la moto, oigan.

A Rajoy lo mantienen como presidente del partido los que no quieren ganar las elecciones, porque prefieren un presidente débil que les permita a ellos hacer lo que les dé la gana en sus ayuntamientos y diputaciones. ¿No les suena de nada esa estrategia? Plena Edad Media: rey débil, condes ricos. Eso salva a Rajoy, peor no nos salva a nosotros, que nos veremos, tarde o temprano, aunque me temo que será tarde, abocados a unas elecciones en las que un partido nos lleva a la ruina y el desastre, proclamando ya sin tapujos que el dinero es para andaluces y catalanes (y para el resto ya se verá) y otro que ni siquiera es un partido democrático, donde no el candidato ha sido elegido a dedo por el lucero del alba y se nos impone junto a una ristra de ajos, salchichones y otros embutidos para que los votemos por miedo a seguir teniendo a Zapatero.

Hay que buscar una alternativa como sea.

Zapatero, no. Rajoy, tampoco.

Y si la democracia que nos ha quedado tras treinta años de transición es esto, casi es mejor que resucitemos a Franco y a la Pasionaria para que gobiernen en coalición.

Cualquier cosa antes que pasar por este aro.

08 marzo 2010

Levantar, no sostener

Permítanme que presuponga que escribo para gente de cierta cultura, aunque sólo sea porque así suelen ser los que leen los periódicos. Si me excedo al partir de semejante premisa, les ruego de antemano disculpas.

Lo he pensado un poco y creo que la tan cacareada Economía Sostenible, como concepto, tiene el mismo fallo que el viejo grito de Viva España como eslogan o como exclamación patriótica.

Tradicionalmente, hasta los años treinta, se gritaba Viva España al final de los mítines, tanto conservadores como socialistas. Todos querían que viviera España, pero llegó un personaje, José Antonio Primo de Ribera, hijo del general Miguel Primo y fundador de la Falange, que dijo que semejante frase era intolerable.

La Falange de José Antonio no era exactamente, por aquel entonces, el partido fascista y reaccionario que conocimos luego a través de Franco y su Movimiento (otro concepto genial, porque el Movimiento consistía justamente en evitar que se moviera nadie). La Falange original, antes de su secuestro, era más bien otra cosa mucho más compleja de explicar, con su toque católico, sindical, y hasta sentimentaloide, pero eso no hace al caso para lo que iba a contarles hoy.

El caso, y a eso iba, es que José Antonio decía que gritar Viva España era de cobardes y mentecatos, porque para vivir España como estaba viviendo, zarrapastrosa, miserable y arrastrada era mejor que se muriese de una puñetera vez. Por eso pidió a todos los suyos que en vez de Viva España gritasen Arriba Esapaña. El desastre en que acabó aquello lo conocemos de sobra, pero echarle la culpa a él es como echarle a Jesucristo la culpa de la Inquisición, que se formó en su nombre, pero sin que nadie pudiese pedirle opinión.

Ahora, con la Economía Sostenible, me parece a mí que nos pasa otro tanto, pero no hay quien lo diga. No tenemos ni siquiera a un alucinado, a un revolucionario o a un reaccionario con dos neuronas (o dos huevos) para decirlo claramente y de una vez.

¿Sostener el qué?

¿Una administración monstruosa, ineficiente y multiplicada por diecisiete? ¿Un sistema de contratas basado en que unos cobran, los contratistas, y otros curran, los subcontratistas? ¿Una economía asentada sobre el endeudamiento, sin capacidad competitiva ni de generar empleo? ¿Una economía que no logra jamás ofrecer ocupación a la población ni mantener un nivel social digno sin recurrir a la caridad, el subsidio y la propina? ¿Una economías con la energía cara, en manos de multinacionales y oligopolios malamente compatibles con la utilidad pública?

Prefiero no seguir.

Lo que tengo muy claro es que en España no hay que sostener la economía. Hay que crearla y levantarla. Hay que dar trabajo a la población. Hay que permitir crear riqueza al que la quiera crear y vivir de su trabajo al que quiera trabajar.

Sólo es eso. Así de sencillo. Sostener este cadáver que lo sostenga su padre.

02 marzo 2010

No quiero ser de Vichy

Con un título así podría hablar de agua mineral, pero voy a hablar de vergüenza, de colaboración con el enemigo y de agachar la cabeza para rogar un sitio en el pesebre donde echan el pienso los mismos que te esclavizan.

Dicen que durante la segunda guerra mundial hubo sesenta mil franceses que participaron en la resistencia contra los nazis. Lo que no suelen decir tan a menudo es que hubo ocho millones de franceses que colaboraron con ellos. Eso es Vichy.

Cada vez tengo más claro que la clase política en general es una lacra que ha cobrado vida propia y vive de nuestro trabajo. Los privilegios se multiplican y el abismo que separa al trabajador corriente del que tiene un sueldo fijo, asegurado por el esfuerzo de todos, no deja de ensancharse.

Pensamos alguna vez que cuando las cosas fuesen mal todo cambiaría. Pensamos que todos nos apretaríamos el cinturón para salir del paso, pero la realidad nos está enseñando que los recortes y los sacrificios van a ser para los de siempre, mientras los cargos públicos, de todas las administraciones y todas las tendencias políticas, siguen gastando a manos llenas y reservando para sus allegados las obras, las contratas y las actividades donde está el beneficio más interesante.

En estas condiciones, con el endeudamiento disparado hasta la estratosfera y el principio de igualdad pisoteado por todas las pezuñas posibles, hay que decir que ser un ciudadano ejemplar es poner el cuello para el garrote.

Pagar religiosamente los impuestos y cumplir con las obligaciones que se le suponen a un buen ciudadano es colaborar con el enemigo.

Asistir a los cursos que se imparten para desempleados es permitir que nos tomen el pelo, promover que se gaste nuestro dinero en pagar opíparos sueldos a los que gestionan esos cursos (muchas veces los mismos sindicatos que no movieron un dedo para que conservásemos nuestro trabajo) es alimentar el sistema del enemigo.

El único dinero que es verdaderamente nuestro es el que no ven. El único trabajo que realmente realizamos para nosotros, es el que no declaramos. De lo demás, de todo, se llevan su tajada a cambio de empeñarnos a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros nietos, con una coartada tan miserable como la libertad (la suya) y el bienestar (también el suyo).

En otros tiempos la mala gente se burlaba de los demás por sus defectos. Señalaban a uno por cojo, a otro por tuerto, y a otro por feo, y a causa de esos defectos abusaban de ellos. Ahora la mala gente es aún peor, porque se burlan de nosotros por nuestra virtudes: a uno lo ven honrado, y lo sangran. A otro lo ven trabajador, y lo explotan. A otro lo ven emprendedor, y lo expolian.

Ante semejante situación no queda más remedio que echarse al monte. Si teníamos una sociedad, éramos socios. Si lo que tenemos es un atraco, seamos bandoleros.