31 mayo 2010

Parece que no nos pilla

Cada vez se habla más del riesgo de revueltas sociales, y es normal, porque cuando la gente no tiene para comer y los ahorros y las prestaciones se acaban, se echa mano de lo que sea.

En estos momentos, estamos cerca de los cuatro millones de parados oficiales, aunque esta cifra es muy discutible: habría que restarle los prejubilados, por ejemplo, pero habría que añadirle los que están asistiendo a un curso de formación y reciben una ayuda que no logra paliar su situación, que ya hay que calificar, sin miedo, de verdadera pobreza.

Si el paro real sigue creciendo (por un descenso también de la economía sumergida), o si no se consigue paliar de algún modo la alarmante situación de los parados de larga duración y otras familias sin ingresos, el aumento de la inseguridad y las revueltas serán fenómenos inevitables. La pregunta que hay que hacerse, para estar al tanto, es dónde empezarán.

Dicen que las condiciones para que se arme la marimorena en las calles son cuatro:

-Debe ser un a zona urbana y muy poblada, porque las densidades elevadas de población son un factor aglutinante para alcanzar la masa crítica de una verdadera revuelta.

-Debe ser una zona de alto desarrollo, especialmente industrial, porque la concentración de desempleo industrial genera grandes bolsas de descontento, y muy organizadas. La atomización de los trabajadores en el sector servicios, por ejemplo, desactiva en cierto modo la probabilidad de explosiones sociales. Esto reduce un poco los lugares posibles.

-La presencia de grandes masas de inmigrantes acelera el proceso, ya que suelen ser grupos de gente con mayor grado de exclusión social, peores condiciones de vida y en general menos apego a lo que se encuentran al llegar. Además, muchos de ellos proceden de sociedades donde más común que aquí el recurso a la violencia y están más inclinados piscológica y sociológicamente a ella, aunque a diario sean gente pacífica.

-Debe ser una zona con clima suave.

Este punto parecerá extraño a algunos, pero es necesario: el frío de las ciudades más interiores desactiva a menudo estos movimientos. Cuando en una ciudad se alcanzan con frecuencia temperaturas bajo cero, los pobres, los sin techo y las capas más desfavorecidas de la sociedad, emigran a mejores climas donde la simple subsistencia sea más fácil. Estos grupos son a menudo los que ejercen de detonante de las revueltas sociales y se concentran, como es obvio, en ciudades donde es posible vivir sin congelarse una noche cualquiera. León y Castellón son ciudades de tamaño parecido, pero hay casi once veces más mendigos en Castellón que en León, por ejemplo.

Con estas premisas, parece que en Zamora estamos libres de cualquier riesgo. Somos cuatro gatos, no hay una puñetera fábrica desde tiempos del rey Witiza, hay cuatro inmigrantes despistados y hace un frío que pela.

A veces da gusto no ser nadie, ¿eh?

11 mayo 2010

El fondo estatal

Que me perdonen los que han encontrado trabajo a costa del Fondo Estatal de obras y saraos diversos, pero a mí, eso de contratar gente para hacer lo que sea, me suena a política soviética, con todas sus consecuencias de ruina posterior y desquicie.

Todo lo que sea dar empleo a la gente, y un modo de vivir dignamente, me parece estupendo, como le parece a cualquiera, pero si es el Estado el que tiene que promover obras, y además por el procedimiento de poner delante el dinero y luego preguntar qué es lo que se quiere hacer, me suena a aquello de pagar un salario a una persona pro encender las farolas de una calle.

Cuando se genera empleo pero no riqueza, cuando se genera trabajo y no economía productiva, lo único que se obtiene es un plazo de dilación y una cartera vacía, porque estas obras están costando una verdadera millonada sin que se pueda saber en qué van a repercutir ala mejora de nuestra competitividad en el largo plazo.

El problema de España, y de otras muchas economías occidentales, es que no somos competitivos. Otros, en cualquier lado, producen lo mismo que nosotros a un mejor precio, y eso es lo que nos está crucificando, aunque la enfermedad aflore en forma de sarpullido monetario o ronchones bancarios.

Cualquier médico sabe que no se puede confundir el síntoma con la enfermedad, y que la fiebre, con ser peligrosa en sí misma, es sólo un indicador de que algo no está funcionando como debe en el organismo.

Si nosotros, en vez de poner remedio a nuestra enfermedad, nos gastamos lo que nos queda en curar la fiebre, y sólo por unos días, porque sabemos todos que el Fondo Estatal es una cura temporal, nos veremos abocados a la hospitalización, con todos los traumas y problemas que pueda acarrear.

Y además, porque hay más, este tipo de planes crea un efecto negativo, que es la esperanza de que pase lo que pase vendrá otro a arreglarl. El ferretero quiere también un fondo estatal que le venda los tornillos y los alicates que no ha vendido, el dentista quiere un fondo estatal que le pague los empastes que no ha hecho, el labrador quiere un fondo que le pague las patatas que no ha colocado al almacén y yo quiero que el Estado me llene las casas rurales que tengo vacías en el quinto carajo.

Al final, como el dinero no crece en los árboles, nos encontramos con la verdadera cara de esta moneda: que pagamos todos y unos pocos deciden a quién se beneficia, a quién se saca del hoyo y a quién se le deja cocerse en su propia salsa hasta que reviente.

Hoy en día, el verdadero poder ya no está en crear leyes, sino en repartir dineros y puestos de trabajo. Por eso, por ejemplo, los rectores de las universidades ya no salen ni en la prensa, porque desde que van cortos de presupuesto no pueden sacar ni una plaza de conserje.

Por eso se crean estos planes: no para mejorar la economía, que todos saben que no mejorará, sino para comprar gritos en las calles, silencios en las corporaciones y miedo a quedar fuera en la próxima hornada.

Por vocación, el Fondo Estatal quiere ser como la Inquisición, pero sin sotana. Lo otro es folclore.

Foto: Grifo socialista