31 julio 2008

Los peces de colores




Condenar unos hechos también es convertirlos en el centro de la conversación, y del pensamiento. Y yo me niego. Me niego a que nadie me imponga a tiros un minuto de mi agenda. No paso por eso.
Prefiero hablarles hoy de los peces de colores, aunque sean todos pardos, como los gatos de noche, o negros como el ánimo que me embarga.
Prefiero hablar de los gamusinos. Prefiero hablarles de Sansueña. O de cómo diablos hacen las cuentas los que dicen que la abstención puede beneficiar a un partido, perjudicar a otro, o mover unos cuantos escaños en determinada dirección. ¿Qué pasa?, ¿que saben quiénes se quedan en casa y a quienes votarían los que se han ido de fin de semana si hace sol?, Cómo se atreven a pronosticar que tal o cual mayoría dependerá de que se llegue a tal o cual participación?, ¿en qué mecanismo basan una afirmación tan desconcertante y tan sumamente majadera?
No sé, pero empiezo a creer que esto de las encuestas tiene algo de novela fantástica, con magos, hechiceros y nigromantes que ven en una bola de cristal las intenciones de los que se guardan el voto. Y no es de extrañar que las empresas encuestadoras cedan a la tentación de mostrarse como poseedoras de la Fuerza y de la Magia, porque como nadie puede comprobar sus afirmaciones quedan divinamente sin riesgo de que la realidad los desmienta.
Me da que las encuestas se parecen cada día más a las quinielas, donde los comentaristas deportivos hablan y hablan, con razón o sin ella, tratando de presionar al árbitro para pita un penalty, o al entrenador para que alinee a este o a aquel delantero, o a los jugadores para que se porten con mayor entrega.
Me da, me está, dando que las encuestas son cada vez menos una prospección de la realidad y cada vez más un intento de crearla.
Y a veces, también me da, y me da por saco, que las encuestas y sus extrañas suposiciones cuestan sangre.
Pero de eso no hablo hoy.
Hoy mejor los peces. Hoy los gamusinos. Hoy Sansueña.
A la mierda.

Rosa y Negro


Tranquilos, que no es ningún libro de Stendhal recién descubierto en una buhardilla, ni la segunda parte de Rojo y Negro, escrita por un autor actual de los que creen que resucitar viejas historias y personajes reaviva la literatura.
La Rosa de la que yo les hablo no es un viejo personaje, sino uno nuevo, que ha hecho su aparición en la vida política española como una especie de caballera andante de lo imposible, contra la nomenclatura de su partido, contra el bipartidismo imperante y contra la lógica de este telecracia que nos gobierna, donde sólo tiene posibilidades de mandarnos quien tiene posibilidades de hablarnos en la caja tonta.
Me refiero a Rosa Díez y su partido, la Unión Progreso y Democracia (UPyD). A ella la recordarán seguramente de su tiempo de diputada socialista vasca, y de las grandes enfrentamientos que mantuvo con los dirigentes del PSOE a causa de las cesiones de este partido a los nacionalistas y de su tibieza con el entorno etarra.
Su programa es bien simple: devolver las competencias de Educación al estado central para que la enseñanza en este país no siga siendo en ese tema el ejército de Pancho Villa y reformar la Ley Electoral para que no dependamos todos de los caprichos y las ventoleras de las minorías nacionalistas. De hecho, su programa puede resumirse en un sólo punto: luchar contra la dependencia de los nacionalistas en toda España.
Por lo demás, todos sabemos que la líder del partido fue y es socialista, y aunque en la formación se reúnen todo tipo de sensibilidades, reconocen que su orientación en otros temas es más bien hacia la izquierda.
¿Y saben una cosa? Que no sé si votaré o no a este partido, pero me place, me agrada, me alivia que surja esta clase de iniciativas en un país que parece resignado a comer lo que le pongan, tragar lo que le metan y elegir lo que le manden. No sé si Rosa y su UPD serán buen alimento o no, pero por lo menos no son lentejas. Las lentejas agorgojadas de siempre.
El otro color, por supuesto, es el negro. Lo negro que lo tienen los que se atreven a enfrentarse a la maquinaria electoral establecida, a los intereses publicitarios de los medios, los favores debidos de los bancos y las concesiones prometidas a las grandes empresas.
Negro, sobre todo, lo tenemos nosotros si esta clase de iniciativas se convierten en risibles en vez de en heroicas, porque entonces, entonces sí, habrá llegado la hora de la impunidad.La hora en que nos traten como a esclavos.

El partido de vuelta


Otro debate, y esta vez en lunes, ese día que odiamos todos, incluso cuando no hay campaña. ¡Lo que faltaba! Por lo menos podían haber debatido un domingo, a las cinco de la tarde, y sacar al perdedor a rastras, con caballos empenachados y alguacilillos de época. Pero no. Ni eso.
Después de lo que los dos candidatos se dijeron en el anterior encuentro antes las cámaras se preguntaba ya uno lo que les podía quedar para esta vez, como no sean las ganas de recordar a los votantes que los demás son tan insignificantes que preferirlo es como depositar el voto en la alcantarilla.
¿Qué les podía quedar? Vejeces nuevas. Hablar uno de lo que pasó hace seis años y otro de lo que pasó hace quince. En eso inciden. Todo atrasado. Todo caducado. Si en vez de un partido político tuviesen una tienda de ultramarinos ya los habían metido Sanidad en la cárcel.
¿Pero pro qué tanta historia rancia? ¿De verdad somos los españoles tan rencorosos para que nos importe más lo que se hizo hace diez años que lo que se proponen hacer o dejar de cumplir en el futuro?, ¿de verdad nos ven así los sociólogos que preparan las campañas y dictan a los políticos los temas que deben abordar? Eso será, porque si no, no se explica.
¿No se han fijado? En esta campaña nadie habla de lo que va a hacer, a no ser en términos genéricos, forraje para bobos, del tipo "vamos a mejorar el trabajo, ayudar a conseguir vivienda y acortar las listas de espera". Sí, muy bien, ¿pero cómo?, ¿hay alguno que haya propuesto algo?
Me temo que no. Me temo que los españoles miramos para atrás, y por eso los políticos ponen en el ayer todo su empeño, sabedores de que se valora más una ley de memoria que un trasvase, o una estatua a las víctimas de Franco que una guardería para los niños de hoy.
El pasado es gratis. Para saber lo que ocurrió hace diez o veinte años no hace falta talento, ni categoría de estadista. Para saber lo que hicieron mal los adversarios no hace falta más que tirar de hemeroteca y un equipo de currantes buscando datos.
Lo que es más duro, más trabajoso y requiere una talla más alta es gestionar le futuro, identificar los problemas, delimitar sus causas y proveer las soluciones.
Pero de eso, nada. De eso no hablan, porque no saben.
No saben, pero contestan.
Se contestan entre ellos. Sólo entre ellos. A los ciudadanos siguen sin darnos respuestas a las cuestiones que de veras nos importan.

Un grosero monopolio


A Microsoft le acaban de meter un palo de novecientos millones de euros, otro, por vulnerar supuestamente la competencia y abusar de su posición dominante respecto a otros productores de software. Las autoproclamadas autoridades europeas, porque les recuerdo que esas no las hemos elegido nunca, parecen muy vigilantes con el tema de la competencia, o eso dicen, y miran con lupa a organismos y empresas para que no haya pactos que excluyan del mercado a las empresas emergentes.
A nivel nacional se supone que funciona parecido, aunque a la vista de las condiciones que imponen las cadenas de distribución a los productores agrarios, pro ejemplo, no deben de matarse a trabajar estos organismos.
Sea como fuere, y a eso iba, estamos en una época en la que el capitalismo liberal se gusta a sí mismo y trata de imponer sus normas de juego, las más limpias, para que todo el mundo tenga una oportunidad y no arraiguen viejos monopolios abusivos.
En todo, menos en política, claro.
Díganme que es, sino abuso deposición dominante, el que los candidatos de dos partidos acaparen los dos debates televisivos entre ellos, excluyendo de la televisión pública a las demás formaciones. Díganme qué deben pensar los partidos minoritarios de que Zapatero y Rajoy den a entender que en España hay que votar a uno de ellos por narices o quedarse en casa. Cuéntenme, o hagan cuentas, de cuánto costaría esa publicidad si tuviera que pagarse y piensen si los famosos debates, que nos endilgan un día y nos comentan siete, no son en realidad una subvención encubierta a dos partidos y un abuso de posición dominante respeto a los otros.
Así, poco a poco, nos están metiendo de rondón la idea de que en España no hay alternativa a ellos. Así, por la cara, cara muy dura, cierran el paso en la práctica a cualquier alternativa, como la de Rosa Díaz y otras, que quiera sacar a los españoles de las lentejas, hoy sí y mañana también, que pretenden ponernos en la mesa los partidos mayoritarios.
PP y PSOE no se conforman con ser mayoritarios. Quieren ser únicos. Quieren reducir a la inexistencia a los que no entren en su alternativa y su reparto, y lo hacen en los medios públicos y con el dinero de todos.
Por lo menos Bill Gates y Microsoft lo hacen con sus cuartos. Por lo menos Bill Gates y Microsoft no tratan de convencernos de que representan la voluntad popular.
Estos son como la Campsa y Tabacalera dando a elegir entre gasoil y entrefinos. Y el que quiera una chaqueta, que la busque por su cuenta. Y eso que de chaquetas van sobrados.
Pero les juego lo que quieran a que a ellos no los sanciona ningún tribunal de la competencia.
Esto empieza a ser como el bipartidismo soviético, que tenía un partido en el poder y otro en la cárcel. Aquí igual. Son completamente justos: a unos les ponen las cámaras y a otros la carretera.
Que no se diga.

28 julio 2008

Nos van a sangrar


En estos años de vacas gordas pero sifilíticas, de carteras abultadas pero con remiendos, el Estado central se ha hinchado a aprobar estatutos de Autonomía que reparten tres veces más pastel del que hay. En estos años de aparente bonanza, basada más en el pelotazo que en la mejora productiva, el Gobierno se ha dedicado a repartir derechos consolidados, plazas de por vida y contratas generosas. En estos años en que había con qué, aunque el qué viniese de Europa en vez de ser nuestro, no sólo se repartió a manos llenas, sino que se firmaron compromisos para seguir repartiendo en el futuro.
Pero ahora la construcción se para. Y aunque todos sabemos que eso es malo, muy malo, o simplemente catastrófico, creo que estaría bien concretar algo la cosa, para que sepan de qué color es el lobo los que sólo lo conocen por la silueta de las sospechas.
La crisis de la construcción no sólo supone que se para la actividad y que mucha gente va al paro, y además, en cascada: primero van los albañiles, luego los que fabrican cemento, y luego los que venden grifos, muebles y hasta tornillos.
La crisis de la construcción significa que el Estado, que gravaba con fuertes impuestos los pisos y la actividad en general, deja de recaudar unos sesenta mil millones de euros al año de Impuesto de Sociedades y de IVA, y que la Seguridad Social puede dejar de recaudar otros doce mil millones de euros, entre lo que no percibe y lo que debe pagar de subsidios de desempleo.
Hablamos de doce o trece billones de las antiguas pesetas, y esto, a ojo, puede suponer una mengua de ingresos del estado del veinte o el veinticinco por ciento. Una ruina.
Y ahora, díganme ustedes: ¿creen que el Gobierno, cualquiera que salga de las elecciones, va a renunciar a seguir gastando?, ¿cree que van a dejar en la calle a los que contrataron más o menos a dedo?, ¿creen que dejarán de pagar las cifras comprometidas a las autonomías más lloronas o más carroñeras?, ¿creen que bajarán las prestaciones que subieron cuando había dinero?, ¿creen que los gobiernos autonómicos y los ayuntamientos rebajarán sus gastos en la misma medida que vena bajar los ingresos?
Yo creo que no. Yo creo que el poder y la poltrona sólo saben bien cuando hay dinero para gastar y repartir entre los tuyos.
Yo creo que nos van a sangrar como a gorrinos.
Mi única curiosidad es saber de qué lo disfrazan.

Cuatro muertas en un día


Como primera provisión, y para evitar dejar grietas por donde traten de colarse las ratas, quiero decir que la culpa de un crimen la tiene siempre el criminal. Parece obvio, ¿verdad? Pues no se crean, porque todavía hay quien sostiene que la culpa de los atentados del 11 de marzo en Madrid la tuvo Aznar, por mandar tropas a Irak. Y la culpa de que exista ETA el PP, por no negociar. Sí, hay gente aún que dice eso, ya ven.
Yo no. La culpa de que hayan muerto cuatro mujeres a manos de sus parejas en un sólo día la tienen los asesinos.
Y dicho esto, me pregunto, y les invito a que se pregunten conmigo, qué es lo que está pasando para que los asesinatos se multipliquen en vez de frenarse después de endurecer las leyes.
Creo, y bien me duele decirlo, que al endurecer las leyes por malos tratos se ha abaratado implícitamente la muerte. A veces, cuando se piensa con la vesícula biliar en vez de con la cabeza pasan estas cosas: que la diferencia de pena es tan poca que al delincuente le vale más la pena acabar con la víctima que sufrir las consecuencias de que siga viva.
Ha sido tal al presión sobre los autores de malos tratos, y tan graves las condenas prácticas, con alejamientos del domicilio, desahucios fulminantes y pérdidas patrimoniales que el que se ve en esa tesitura hace a veces las cuentas y resulta que le sale más rentable matar a su pareja que pagarle una pensión, quedarse sin casa e ir a la cárcel de todos modos.
Es duro, pero es así: cuando se endurecieron las penas por violación, resultó que por la diferencia de condena no salía a cuenta correr el riesgo de dejar viva a la víctima para que pudiese declarar contra el autor. Sucedió entonces y sucede ahora de nuevo, porque en vez de reformar el Código Penal o las leyes que sean precisas para que los delincuentes cumplan íntegras sus penas, tenemos que el que mata a su pareja se pasa cinco o seis años reales en la cárcel, antes de volver a la calle con el tercer grado, y además, puede volver a su casa sin órdenes de alejamiento ni pensiones por pagar. No se escandalicen. es la cuenta que hacen estos criminales y la que las actuales leyes les permiten hacer.
Hay que buscar otro método. Hay que buscar otra manera de castigar estos delitos. Hay que evitar que la muerte salga rentable y para eso, o se baja el precio de la agresión o se sube el de la propia muerte. A elegir.
Todo lo que no sea arreglar este desfase contable va a pagarse en sangre. La de los débiles, por supuesto.

Voten al decorador


Qué tiempos aquellos en que una cantante podía triunfar siendo fea si tenía buena voz, oigan. Qué tiempos aquellos, también, en los que un editor decidió arriesgar su capital para publicar a Thomas Mann, y a Proust, y ambos se convirtieron en éxitos a las pocas semanas de ver su obra en las librerías.
A lo mejor les parecen simples anécdotas, o golpes de suerte, pero me da por pensar que no, que no va a ser casualidad. Hubo un tiempo en el que se apreciaba el trabajo bien hecho, sólo por estar bien hecho. Luego, poco a poco, con el influjo norteamericano, sus cámaras de cine y su vida espectáculo, la calidad se sustituyó por la apariencia. Y luego, la apariencia por una foto de la apariencia, parece ser.
Porque, oigan, ¡qué tiempos aquellos en que los políticos tenían que tener un programa y unas ideas, en vez de ser guapos!
Del debate televisado entre Zapatero y Rajoy no voy a hablar, pero no me sustraigo a comentarles lo vergonzosas que me han parecido las negociaciones previas, con acuerdos leoninos sobre la temperatura ambiente, veintiún grados exactos, la colocación de las cámaras y detalles aún más pejigueros sobre intensidad de iluminación y altura de las sillas.
Toda esta preocupación por la imagen no da a entender más que na cosa: que da igual lo que se diga, que hay gente que sólo ve pero no escucha, que los que escuchan no entienden y los que entienden se olvidan a los cinco minutos de lo que han oído. Toda esta parafernalia muestra a las claras que los gabinetes de comunicación de los partidos consideran al elector imbécil, y que posiblemente tengan razón, porque se sabe a ciencia cierta que el traje, o una gotas de sudor a destiempo pueden ser determinantes para mover miles de votos.
¡Qué contento se pondría Goebbels si viese estas cosas! Cojo y todo, daría saltos de alegría, pero él tenía derecho. Él pensaba en los electores como carne para el matadero, y lo decía abiertamente. Él dijo en un mitin que esperaba el voto de los que pensaban con el corazón y que por eso estaba seguro de ganar las elecciones. Él podía permitirse decir esas cosas, porque despreciaba la democracia con toda su negra alma, ¿pero los de ahora?, ¿cómo se atreven?
Nos han timado. Nos han engañado. Creímos en la democracia como gobierno del pueblo y nos han metido la escenografía como gobierno de los decoradores. Creímos en la democracia como posibilidad de disensión y debate y nos han metido el rodillo de los que pueden pagar minutos en las televisiones.
Para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Para este viaje, que se presenten los coreógrafos y los decoradores, y por lo menos no tendremos que concederles la presunción de que además de hacer bonito piensan algo sobre nuestros problemas o las necesidades del país.
Para esto, que al mejor le den un Oscar en vez de un cargo y que no jodan.

22 julio 2008

La ley por el forro



Parece que se está poniendo de moda. La cosa funciona, al menos cuando el objetivo es que te den diez minutos de publicidad que a tarifa te costarían un ojo, o encarecer al otro el pacífico ejercicio de su derecho a opinar. Cada vez vemos más mítines interrumpidos por alborotadores, por gente reivindicando algo, o por simples energúmenos que protestan contra la presencia en la ciudad de este o el otro político.
Estamos sólo al principio, pero ya ha habido varios casos: funcionarios del ministerio de justicia reventando un mitin del PSOE o jóvenes nacionalsocialistas (izquierda nacionalista) intentado agredir a oradores del PP.
Como siempre, hay una ley, pero no se cumple. Hay una ley que castiga muy gravemente la irrupción en un acto político, el desorden público, la algarada y la intimidación, pero es lo mismo. Aquí el salvajismo funciona. Aquí el que da más voces o amenaza con romper la crisma a alguien se hace oír, sin necesidad de presentarse a la selecciones y sin necesidad de más escaño que la impunidad.
Y aunque a menudo parezca lo contrario, les aseguro que no están locos ni son tontos. Por fortuna o por desgracia uno conoce gente de todos los pelajes, y el otro día tuve que escuchar que había que dar caña a los mítines del PP para que los organizadores tuviesen que contratar seguridad y cada acto les costase el doble, o el triple, y los tuviera que suspender en los lugares donde no fuese posible garantizarla. El otro día, a otro más venenoso, le escuché también que había que armar bronca en los mítines de la derecha para que la gente los viese lamentarse de que no les dejaban hablar, porque el que se lamenta, con razón o sin ella, muestra su debilidad ante el que lo abuchea y al final nadie vota a los débiles.
Créanselo. Las intimidaciones están orquestadas. Tienen un plan, una metodología y una intencionalidad clara. La idea es sencilla: el que quiera paz, el que quiera que no le destrocen el local, tiene que saber que hay gente a la que no se puede invitar. Las universidades ya lo han aprendido: si el conferenciante no es del gusto de según qué hordas, se arma la mariomorena, así que a esa gente no se la invita. El primer rector fue Pilatos, ya saben.
En la práctica, como a todo el mundo le gusta la comodidad, pequeños grupos de alborotadores consiguen decidir quién habla y quién no, y cuánto cuesta llamar a uno o a otro.
En la práctica, ya lo verán, se seguirán interrumpiendo a gritos los actos políticos porque este es un país donde la ley sólo protege al que se la pasa por el forro.
Háganme caso: el ya famoso incidente del funcionario haciéndole una felación a un preso no fue una anécdota. Fue una alegoría.

Carcoma en las estrellas



Tranquilos los carpinteros, que no va a ser uno de esos trabajos que se empiezan a los veinte años y se acaban dos días antes de la jubilación, como lijar las vigas de el Escorial, o algo así. Me refiero a las estrellas, veintitantas ya, de la Unión Europea, las que vamos añadiendo poco a poco, como hicieron los norteamericanos con los suyos, lo mismico que si fuesen condecoraciones de guerras que iban ganando.
Las nuestras no son conquistas, sino más bien cesiones, o concesiones, o diluciones de una esencia cada vez más indistinguible del agua y más cercana a la leche deslechada. Ya hay graciosos que vende cartones de leche deslechada, no se crean. Y con el tiempo se forrarán, como los que venden socialismo sin Marx, por ejemplo.
La idea europea se va aguando día a día, y todo estaría bien si fuese en aras de un entendimiento, de un futuro común y de unas normas consensuadas que diésemos todos por buenas como garantía de un juego justo. Pero las estrellas de nuestra unión tienen carcoma. Las estrellas de nuestra unión nacen arratonadas por dentro con todas las injusticias de la Europa de dos categorías, dos velocidades y dos raseros.
La ley que más se aplica en la Unión Europea es la del Embudo. ¿Por qué, si no, se prohíbe a empresas españolas como Abertis o BBV comprar empresas fuera mientras se permite que Enel, la eléctrica italiana de participación estatal, se quede con Endesa?, ¿por qué se permite que EDF entre en negociaciones para romper Iberdrola y venderla a trozos cuando EDF es una empresa estatal francesa?, ¿por qué se permitió que Francia y Alemania incumpliesen los criterios de convergencia económica mientras los demás nos apretábamos el cinturón para conseguir que salieran las cuentas?
No hay un política clara, y la que hay indica que se legislará lo que haga falta para que manden los de siempre a costa de los de toda la vida. No hay proyecto, no hay ideas, no hay voluntad de unirse parea competir, sino de amancebarse para medrar a costa del vecino, convirtiéndolo en colonia económica. Los ingleses exigen un cheque en el que se les devuelva lo que no se les da, para que nadie vea un duro suyo, los franceses se cierran a toda operación exterior y los alemanes construyen con euros el Reich que no consiguieron montar a cañonazos.
Parezca lo que parezca, estamos como siempre. Da igual que nos llamemos socios, vecinos, primos o hermanos. Es la misma canción de la puñalada por la espalda y de lo que vale para mí a ti no se te permite. Es lo mismo de hace cien años, pero sin estadistas que piensen ni siquiera a tres meses vista, porque si no, ¿a quién se le ocurre apoyar la independencia de Kosovo?, ¿qué quieren, que hagamos un país con cada partido judicial?, ¿quieren crear un precedente para perjudicar a naciones con problemas nacionalistas como España, Bélgica o Italia?, ¿quieren que cunda el ejemplo para comerse más tranquilamente a pequeños países indefensos?
Están tontos o son demasiado listos. Ustedes elijan.

Una estrategia mocha


¿Me habré vuelto yo muy desconfiado o es mucha casualidad que el gobierno reedite ahora sus enfrentamientos con la Iglesia?, ¿será que tengo el paladar demasiado fino, o saben a gachas viejas estas trifulcas sobre si los obispos deben hablar, o callar, o si es legítima su opinión sobre temas morales?
Puestos a entrar en el tema, cierto es que estamos en un país laico, donde la Iglesia tiene una función meramente religiosa. Y así debe ser, que ya está bien de caudillos por la Gracia de Dios y alcaldes bendecidos. Pero démosle a cada cual lo suyo y seamos serios: si opinan los cantantes, cuando se supone que lo suyo es cantar, ¿por qué no van a opinar los curas aunque lo suyo sea rezar? Personalmente, y si me ponen en la difícil tesitura de elegir, prefiero a los curas, porque mantienen asilos, escuelas, hospitales y el patrimonio artístico, y además no me cobran un canon cuando voy a comprar agua mineral, por si acaso la bendigo y les causo pérdidas de clientela. No obstante, reconozco que los cantantes, además de cantar, (los que cantan, que esa es otra) tienen todo el derecho del mundo a opinar sobre lo que mejor les parezca. El problema no está nunca en el que habla, sino en el que escucha, y curiosamente se quejan de lo que hablan los curas los que dicen no ser creyentes: una ridiculez semejante a que se quejaran de las declaraciones del presidente del Real Madrid los que no les gusta el fútbol.
Pero no es eso. No se trata de ningún debate sobre la libertad de expresión, ni sobre los límites de la libertad religiosa. Ningún gobierno serio puede pedir que una asociación de ciudadanos, sea del tipo que sea, se vea reducida al silencio y la mordaza.
No es eso.
Se trata, fíjense bien, de intentar identificar a la Iglesia con el PP. Se trata de hacer ver, por camino torcido, que la Iglesia y el PP son los mismos. Se trata de meterlos a todos en el mismo saco ante una hinchada a la que suponen cerril para aprovechar un a menudo justificado anticlericalismo latente y llevarlo a su sardina como ascua de rencor. Se trata de hacer ver a los ciudadanos, a los que toman por lelos, que la alternativa es o ellos o los curas, sin más matiz ni término medio.
Se trata de acusar, de embestir contra un conjunto de gente que suponen adversaria, y embestir contra todos a la vez y sin mirar, que es como mejor se embiste.
A mi gusto, lo que delata semejante argucia es una estrategia mocha, porque si no tienen mejores cuernos que estos, no valen ni para cabestros.

20 julio 2008

Ojalá sigan mintiendo


Ahora que George Bush está pensando ya dónde colocar los muebles en su rancho tejano cuando abandone la casa Blanca, y se preocupa de su legado, de lo que deja, de sus aportaciones a la biblioteca del Congreso, los hospitales construidos y las fundaciones promovidas durante su mandato, ha surgido un grupo de ciudadanos y periodistas que, bajo el nombre un tanto pretencioso de "Integridad Pública", ha recopilado novecientas y pico mentiras que el Presidente dijo para apoyar y promover el inicio de la guerra de Irak.
La listas es larga y dolorosa, y pasa, como saben, por la existencia de armas nucleares, químicas, bacteriológicas y hasta muñecos de Micky Mouse rellenos de esporas de antrax, si se descuidan. No dijeron ni una sola verdad, ni sobre lo que había, ni sobre sus intenciones, ni sobre sus planes para el futuro. Eso está comprobado, creo yo, pero seamos serios: ¿se ha dicho alguna vez la verdad sobre las causas del inicio de una guerra?
Si se pone uno a investigar las cosas con un mínimo de rigor, las dudas acaban por imponerse. ¿Alguien sabe por qué demonios empezó la Primera Guerra Mundial? Les aseguro que por el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo no fue, aunque se diga tal cosa. ¿Y por qué empezó la segunda Guerra Mundial?, ¿porque los nazis invadieron Polonia? Sí, claro: por eso atacaron Polonia los alemanes y los rusos a la vez y Occidente sólo declaró la guerra a Alemania. Por eso, cuando acabó, Rusia había invadido media Europa y no pasó nada. ¿Y la de Cuba?, ¿porque los españoles hundimos no sé qué barco? ¡Venga ya! ¿Y por qué empezó la guerra de Vietnam?, ¿Y la de Yugoslavia?
Siempre ha sido lo mismo: mentiras y más mentiras para ocultar la verdadera naturaleza de las causas, mucho menos confesables de lo que en democracia pueden dar a entender los gobernantes. Y mejor que sea así, háganme caso. Mucho mejor.
Lo malo será el día en que la moral ciudadana esté ya tan corrupta que se pueda decir, impunemente, que se va a la guerra para hacerse con los recursos de un país, o que se va a la guerra para evitar que tal o cual nación compita con nuestros productos. Lo malo será cuando se diga, sin rebozo y sin rubor, que la guerra se empezó para enriquecer a cuatro multinacionales, para reactivar la economía o para mandar al frente a morir a los jóvenes que, en caso contrario, podrían organizar una revolución en el interior.
Mientras los políticos necesiten mentir será porque la sociedad sigue necesitando razones aparentemente éticas para lanzarse a la orgía de destrucción. Y mientras la sociedad necesite buenas razones será porque no se ha entregado aún de corazón a las malas.
Lo terrible, créanme, será el día que para ir a la guerra baste con decir verdades.
Ni en el Infierno han llegado a tanto.

17 julio 2008

Un estacazo de fresa


Pero si lo prefieren los tenemos también de menta, de vainilla y de chocolate. Aquí hacemos lo que sea por complacer al consumidor.
El morrazo que se han metido los mercados financieros estaba ya cantado desde hace algún tiempo, pero por fin ha llegado Perico con las rebajas y el palo lo hemos sentido ya en las costillas y no en la imaginación, como hasta ahora.
Caen las bolsas. Caen los activos. Los pisos tardan el doble o el triple en venderse, y cuando se venden hay que hacer una rebaja de quince o el veinte por ciento para conseguir colocarlos.
Y es normal, oigan. Es normal. Esto no es Jauja. Llevamos años haciendo espiritismo con el dinero, o magia negra. ¿No se lo creen? Piénsenlo un momento: ¿qué es sino magia negra traer consumo del futuro y pagarlo con dinero del futuro?
Cuando se construyen más pisos de los que podemos ocupar y se pagan con préstamos, es eso, exactamente eso lo que estamos haciendo: traer clientes del futuro, que serán los que dentro de unos años ocuparán el piso (pero no hoy) y pagarlo con el dinero que ganaremos más adelante (que no hoy) y que por eso pedimos prestado. Es magia. Es hechicería. Es el experimento del aprendiz de brujo que no sabe lo que cuestan las cosas y que se mete a economista pensando que todo el monte es orégano y que las cosas seguirán siempre como están ahora.
España es un país con una productividad baja, una industria nula, y el único aliciente del sol y playa, cada vez más cutre y cada vez más amparado en que aquí te dejan mear en la calle y emborracharte como un cerdo mientras que si haces lo mismo en Croacia, por ejemplo, te cortan los huevos. Croacia es mucho más barata que España y sus playas son tan buenas como las nuestras, pero nosotros les superamos en turismo porque aquí se pueden romper los retrovisores, vomitar en la calle, o robar una bandera sin que te metan dos años, como a los niñatos aquellos que la armaron en Letonia.
Por mucho que nos duela, nuestra industria es esa: el basurero, el vertedero de residuos humanos, y si no espabilamos y empezamos a fomentar el turismo de calidad, sobre todo el de interior (el nuestro) con unas mínimas normas y una calidad mínima, el batacazo será aún mayor que el que hemos visto.
Porque no nos engañemos: ahora ha caído el mercado financiero, pero lo peor está aún por venir, cuando los miles, millones de extranjeros que han venido al calor del ladrillo se queden sin trabajo. Los extranjeros y los nacionales. Ya verán entonces.
Y entre tanto, baja la venta de coches utilitarios y sube la de vehículos de lujo. ¿Adivinan por qué?
Venga, hagan juego, que este país es un casino.

Que no te compren al portero

Yo no sé si habrá sido buena idea por parte del PP dejar fuera de las listas a Gallardón, pero lo que sí creo es que hubiera sido una idea muy mala incluirlo. Y no por desconfianza neurótica, o por luchas internas, sino porque eso de jugar en un equipo donde el portero tiene una quiniela de trece donde ha puesto perdedor a los propios sólo a falta de un resultado no da buen rollo. Será el más honrado del mundo si quieren, y un profesional como la copa de un pino, pero no da buen rollo.
Para mí la cosa está bien clara: si el PP pierde las elecciones, cosa posible y puede que incluso probable, se verá abocado a un proceso de reestructuración, donde tendrán que elegir a otro líder que dirija la oposición. En esos momentos, por necesidades prácticas, sólo podrá ser líder de la oposición alguien que sea diputado, porque sólo los diputados pueden ir al Congreso a soltar sus discursos y a presentar, por ejemplo, una moción de censura. Sólo los diputados pueden participar en los debates parlamentarios y es impensable un líder de la oposición que hable en un hotel en vez de en las Cortes.
Gallardón quería, a toda costa, ser diputado para poder presentar su candidatura a sucesor de Rajoy en la eventualidad de que el PP perdiese las elecciones. Si no es diputado, aunque pierdan y Rajoy se marche, tendrán que elegir a otro. Y Gallardón, que se huele el panorama, cree que esta va a ser su ocasión de ser califa en vez del califa. Perfecto Izgnoud, el chico.
Pero por esa misma razón, lo adivino, Rajoy no ha querido llevar a Gallardón en sus listas: para que no haya nadie que, siguiendo el símil futbolístico del principio, no meta la pierna como es debido o no se estire lo bastante para parar los tiros del contrario.
Y es normal, oigan: ir a la guerra teniendo como mariscal de campo a alguien que ha invertido en empresas del enemigo huele mal. Y llevar de número dos en las listas a quien espera que te estrelles para ocupar tu lugar es de locos.
Así, con la situación presente, que se va atemperando a medida que pasan los días, el escenario pepista es más cabal. Así, es probable que Rajoy le haya dicho a Gallardón: pelea como un jabato para que ganemos, que si ganamos te hago ministro, y hasta vicepresidente del gobierno si quieres, pero si perdemos te jodes lo mismo que yo.
A mí me parece lo lógico, la verdad, y ojalá se aplicase esta misma malicia gallega en otros temas que nos afectan a todos, como los incendios forestales, por ejemplo, porque cuando perder significa que perdemos todos, entonces y sólo entonces, es cuando la gente de veras el máximo de lo que puede.
Cuando perder significa que pierden los demás y gano uno, entonces hay que temer goles raros, salidas a destiempo y balones entre las piernas. Y si se puede, mejor quitar esos miedos, aunque el portero estrella se cabree.
Mejor curarse en salud. Hizo bien Rajoy en esto. Ahora, que se bregue, que lo tiene crudo.

Este artículo se publicó el 17 de enero de 2008. Las fechas también son contexto. O sobre todo.

El rally París-Sodoma


Nos hundimos
Esto va a ser como el naufragio del Titánic, con banda de música tocando en proa y el capitán saludando en cubierta con lágrimas en los ojos. La suspensión del Dakkar, que parece una simple anécdota, equivale en realidad a entregar África a los terroristas, porque nadie se atreverá ya a organizar nada allí. Ha quedado muy claro quién manda. Nos han medido y han visto queles es posible imponer su voluntad. Nos han medido y han visto que nos pueden.
Somos baratos, amigos. Somos el poder que no ejerce, la fuerza que no se atreve, la riqueza que no se respeta. Somos carne cañón para esa gente. Hamburguesas medio crudas.
Hoy ha sido el Dakkar, y mañana no serán los Juegos Olímpicos porque se organizan en China y allí pueden sufrir un atentado, como en cualquier parte, pero no es imaginable que cedan a un chantaje de este tipo. Hoy ha sido el Dakkar y mañana será el campeonato futbol sala de alevines. Da igual: el caso es demostrar quién manda.
Esta claudicación ante los terroristas, patrocinada por el gobierno francés, puede costar cientos, miles de vidas en salvajadas futuras. Hubiese sido preferible avisar de los riesgos y que corriera el que quisiera. Hubiera sido preferible mandar a los paracaidistas, a la aviación o hasta la tercera acorazada antes que esto.
Todos nos damos cuenta de que este tipo de cesiones espolean los ánimos de los criminales y les hacen ganar fuerza moral ante los suyos. Fuerza moral y fuerza material. Sólo queda, pues, pensar en cual de las dos razones posibles ha inducido a los franceses a cometer este error de bulto que pagaremos todos: o la ceguera, o la cobardía.
La ceguera porque no hace falta saber mucha psicología para darse cuenta de que en la dialéctica terrorista no existe más ley que el amedrentamiento y la imposición de la amenaza como forma de gobierno, y cuando se acepta su mando se queda al albur de imposiciones cada vez más duras, más frecuentes y más canallescas. Si los terroristas ven que su sistema funciona, se crecerán y nos impondrán a todos su ley. Como en Lemóniz.
La cobardía, porque de pronto parece que Sarkozy, con sus mediaciones ante las FARC y sus cesiones a Al Queda parece haber heredado el testigo de Vichy, probablemente la más humillante bajada de pantalones de los tiempos modernos.
Este año las motos, los coches y los camiones no cruzarán el desierto. Mauritania y África entera serán un poco más pobres y estarán un poco más indefensas. Y nosotros tendremos a partir de ahora la cuchilla del matarife un poco más cerca.
El año que viene, a Sodoma.

07 julio 2008

El mortal empate

Viene publicándose estos días una encuesta en la que se afirma que, de celebrarse ahora mismo las elecciones, el Partido Socialista y el Partido Popular quedarían prácticamente empatados. Supongo que esto preocupa a los socialistas y le alegra mucho el cuerpo a los populares, pero a mí, la verdad, me inquieta terriblemente, porque en este país nuestro, tan mordido, partido, cercenado y roído de distintas carcomas, todo lo que sea empate entre los dos partidos principales es caldo gordo y tajada para los nacionalistas. ¿Y a costa de quien? De nosotros, por supuesto, que no tenemos lengua propia con la que impedir que opositen los de fuera ni estatuto que nos permita atraer empresas con vacaciones fiscales.
Fuera de que las encuestas me parecen un cachondeo más cercano a la bola de cristal que a ciencia alguna, y que los espa oles mentimos como verdaderos sarracenos cuando nos preguntan los encuestadores, si de verdad se produjese este resultado cabría desear que, de una vez y para siempre, los dos principales partidos llegasen a algún tipo de acuerdo para evitar que cuatro sablistas periféricos nos conviertan a los demás en súbditos.
En otros sitios se ha hecho. ¿Por qué no aquí?, ¿qué tendría de malo una coalición temporal entre socialistas y populares para ordenar un poco el gallinero y poner las cosas en su sitio?
Yo, desde ya, prometo dar mi voto al primer candidato que jure apoyar la investidura del ganador, de modo que este no tenga que pactar con los nacionalistas. Desde ya mismo, y sin pensármelo, aplaudiré al que reconozca que ha perdido y haga lo posible para que el otro, el que venció, gobierne sin hipotecas, sin chantajes, y sin tener que vender el alma y los esfínteres a los caprichos de los que viven de insultarnos a la vez que nos desangran.
Eso haría, pero no creo que vea tal cosa. La lógica de estos majaderos que tenemos desde hace lustros como estadistas pasa por forzar al otro a tomar decisiones impopulares y hasta da inas para poder echarle luego la culpa. Si nuestros políticos fuesen médicos esconderían las bolsas de sangre para que el paciente del médico rival se muriera y poder señalarlo luego con el dedo.
La lógica de estos zoquetes pasa siempre por el aserto de "cuanto peor, mejor", y así, cuanto peor nos va a nosotros porque el gobierno está formado por incapaces, traidores y vendidos, mejor le va a la oposición. Y cuanto peor nos va a nosotros porque la oposición está compuesta por agachados crónicos, recogedores de jabón y sacristanes recién secularizados, mejor le va al gobierno.
La cuenta está clara: su ganancia está en que el otro pierda, no en que nosotros vivamos mejor. Si alguna vez tenemos algo que agradecer o que celebrar será por casualidad. Será que nuestra alegría fue un daño colateral.
Como los muertos que matan los buenos. Ja.

Por hoyos


Lo de los campos de golf ya empieza a sonar a pitorreo. De pronto, en unos años, si nos fiamos de la cantidad de campos de golf que se están construyendo y de los ríos de tinta que se vierten sobre ellos, parece que el golf es el deporte nacional.
Y no, oigan. Que no, que al golf siguen jugando cuatro amigos, por mucha pasta que se gasten y por muy macanudo que sea tenerlos como clientes. Todavía una estación de esquí se abarrota en invierno, trae dinero, y miles de personas, ¿pero qué comarca se supo nunca que prosperase por la construcción de un campo de golf?
Me temo, con su permiso, que la cosa tiene poco que ver con el deporte, y poco que ver con la economía real, la que nos da de comer a todos. Me temo, si les parece, que los campos de golf se construyen como reclamos para poner alrededor de ellos grandes urbanizaciones de lujo, y que el campo de golf es un pretexto para beneficiar a esas urbanizaciones con servicios que de otro modo no podrían ofrecerse. Uno de los servicios, por supuesto, es la exclusividad, el sabor chic y elitista de un deporte que no es tan caro como otros pero que ha sabido mantenerse en la cumbre de lo que aparenta. Y Ya saben: nadie se arruinó jamás invirtiendo en dar gusto a los que se mueren por aparentar.
De todos modos, y antes de que piensen lo contrario, quiero dejar claro desde ya que estoy a favor de cualquier campo de golf, de badmington y hasta de regatas que se construya en Zamora. Porque nosotros podemos. Porque no tenemos que escurrir el agua en ningún trasvase y de tierras y solares vamos sobrados hasta las cejas. Porque a costa de tener que regar esos dieciocho hoyos lo mismo amplían las acometidas de agua y podemos aprovechar la ocasión para mejorar las infraestructuras. Porque quizás los que quieren tenerlo sepan mover las influencias que no supieron mover los políticos y, de rebote, nos veamos favorecidos todos.
Ya iba siendo hora de que, por una vez, en lugar de pedirnos el agua para hacer campos de golf en otro lado, o personas para poner industrias en otro lado, o sangre para hacer operaciones en otro lado, se decidieran a mover la economía productiva en vez de los recursos.
A ver si el ejemplo cunde y se para de algún modo el crecimiento del hoyo diecinueve, el que nos come, el que nos devora, el que podrán ver ustedes en la estación de autobuses nada más que terminen las vacaciones: la éxodo constante de nuestra gente, especialmente los jóvenes, hacia otros lugares más protegidos por leyes encaminadas a defender lo propio en vez e malvenderlo.
Y es que a veces, parecemos colonias, con esa puñetera costumbre de vender materias primas a tres para comprar a treinta el producto elaborado.
Así que esta vez, que hagan el campo de golf y que sea enhorabuena. Si quieren, hasta les propongo un lema publicitario para promocionarlo cuando lo terminen: "En Zamora, ¡será por hoyos!"
Ríanse, por favor, que estamos a primeros de año.
Foto: hoyo 16 del Universo