26 diciembre 2013

Las ideas que el nacionalismo resucita sin querer

Cuando tratas de argumentar algo acabas por echar mano a ideas y conceptos que hubiese preferido no tener que sacar a colación, pero el caso es que la tentación resulta a menudo demasiado fuerte como para poder evitarla, y asuntos que parecían atados y olvidados vuelven a la palestra.

Con las reivindicaciones nacionalistas de Cataluña hemos visto regresar al debate público qué es lo que configura una nación y qué criterios no son tan válidos. El tema es importante (para los nacionalistas) porque es lo único que justifica que una consulta, la que ellos piden, se celebre en un ámbito territorial y no en otro.

En el caso de España, las provincias se crearon a mediados del siglo XIX y se crearon un poco a ojo, basándose a veces en las diócesis y a veces, hay que decirlo, en los caprichos de los caciques y terratenientes que preferían estar en la provincia donde podían hacer notar con mayor peso su influencia. Fue así, y no que las provincias bajaran designadas del cielo, como algunos parecen creer a veces.

Limitar, por tanto, el censo de una votación a los habitantes de una provincia es casi siempre una majadería, y aunque lo hacemos constantemente en las elecciones por aquellos de las circunscripciones electorales, existen mecanismos de ajuste que tratan de paliar los efectos de este error perfectamente conocido. Para corregirlo, muchos analistas creen que España debería ser una circunscripción única, donde los votos de todos los españoles valiesen lo mismo, aunque no parece que de momento nadie quiera meter mano al sistema electoral.

¿Y qué pasa cuando lo que quieres demostrar es el derecho a la independencia de una provincias concretas? ¿Por qué esas y no otras?, ¿por qué en sus límites y no un poco más allá o un poco más acá? Entonces no basta con la definición territorial y administrativa y hay que tirar de conceptos como lengua y cultura, ideas que son tan resbaladizas como una pista de hielo y que convierten el debate en un partido de hockey.

 Como zamorano que vive en León no veo que haya más diferencias a nivel cultural entre uno de Tarragona y uno de Teruel que entre una persona de Benavente y una de Ponferrada. Un polaco y un ruso se parecen más que un francés de Bretaña y un francés de Marsella, y un español y un italiano se parecen más seguramente que un norteamericano de Texas y uno de Boston.

Los nacionalistas generalmente se dan cuenta de ellos y apelan al idioma, y precisamente por la importancia crucial del idioma en su discurso lo consideran intocable y hacen tanto hincapié en su defensa.

Y ahí es donde nos metemos en el gran avispero: ¿Somos, acaso, 400 millones de españoles? ¿Podemos decir que un venezolano o un chileno es un español que se ha despistado? O peor aún: ¿reconocemos que Austria pertenece a la nación alemana?

Por ese camino nos despeñamos. La utilización de ideas simples lleva siempre a conclusiones peligrosas. No podemos explicar en Europa este tipo de cosas cuando los austriacos, por seguir con el ejemplo, tienen una lengua y una historia común con los alemanes.

A este paso, los catalanes, en vez de conseguir crear un estado propio van a resucitar el Reich. O por lo menos a darle la razón a los que quisieran resucitarlo.

Y no es plan.

01 noviembre 2013

La cobardía se paga (y no hay rebajas)

Pues sí: el Tribunal de Estrasburgo tiene razón: la doctrina Parot es una vergüenza desde el punto de vista jurídico, por oportunista y por retroactiva.

Y no es que no sea adecuada. Y no es que el Gobierno no tenga razón cuando defiende que a partir de la eliminación de este mecanismo penitenciario salga gratis el segundo muerto, porque cumples la misma condena por haber matado a uno que a treinta. Todo eso es bien cierto. Es tan dolorosamente cierto como las víctimas que verán de nuevo por la calle a los asesinos de sus padres, o sus hijos, o a sus propios violadores.

Pero en un Estado moderno no se permiten las leyes retroactivas, ni las aplicaciones de las condenas según sople el viento o el humor de la gente. Las condenas fueron las que fueron, con las leyes de su momentos y a eso hay que atenerse.

Nuestra tragedia es que en su momento tuvimos la ocasión de condenar a toda esa gente a cadena perpetua o la horca, sin contemplaciones, pero entonces nos pareció feo. En su día pudimos dictaminar que ciertos delitos tendrían condena eterna, y a alguien le pareció que, en lugar de eso, era mejor poder pactar los Presupuestos Generales del Estado con el PNV, aquel PNV que recogía las nueces de los árboles que otros tronchaban a bombazos o con iros en la nuca. Dudamos que pudieran llegar tan lejos, y ahí tenemos la respuesta a tantas dudas.

Porque resultó que era cierto que unos mataban y otros recogían los frutos. Y resultó que era verdad, que las condenas suaves por crímenes horribles se convirtieron en condenas suaves, porque los veinte años de pena máxima se cumplieron y ahí están, en la calle, recordándonos que somos unos mierdas, con Gobiernos de chichinabo elegidos por ciudadanos de plastilina. Y resultó que los muertos se quedaron en sus tumbas mientras sus asesinos, con toda la razón y nuestras leyes de meapilas en la mano, pedían indemnizaciones al Estado.

Y eso hay: no es Estrasburgo ni la falta de sensibilidad Europea lo que ha puesto a todos esos criminales en la calle. Somos nosotros, con nuestras medias tintas, con nuestra corrección política, con nuestras pijadas solidarias y nuestras bonhomía de paripé. Somos nosotros, que no defendemos a los nuestros como los criminales defienden a los suyos. Somos nosotros, que todo lo vemos feo si es para hoy, que todo nos parece caro si no lo pagan nuestros nietos, que todo nos parece bien si es cambio de un jodido plato de lentejas.

Quisiste paz, tienes vergüenza. Nada nuevo.

09 octubre 2013

Los bancos no responden de nada. Análisis de un atropello.

Si tienes una churrería y un cliente presenta un reclamación, interviene consumo, y si lo has hecho mal te sancionan. Si tienes un hotel, una casa rural, una empresa de limpiezas, eres dentista o prestas cualquier servicio, lo mismo. Y es normal: las leyes de defensa del consumidor están para algo, y si se demuestra que has incumplido la normativa se le da la razón al cliente, al que hay que indemnizar, y  la empresa de servicios paga además la sanción correspondiente.

Hasta ahí, todo normal.

Pero resulta que si tienes un banco, y por mucho que como banco te dediques también a la prestación de un servicio, en este caso de carácter financiero, puedes hacer lo que te salga del higo, porque el cliente descontento sólo puede reclamar a la Banco de España y este, tras abrir un expediente, no tiene capacidad sancionadora contra el banco aunque se demuestre de manera inequívoca que el banco ha cometido una infracción.

La situación legal es surrealista: el Banco de España estudia las quejas de los clientes y emite un dictamen, pero este dictamen NO ES VINCULANTE, pro lo que el banco afectado puede elegir, y además legalmente, si lo cumple o no.

Podéis ver un informe sobre las reclamaciones contra los bancos en 2012 en este enlace:

Al final, los bancos atienden las quejas de los clientes en un 18% de las ocasiones, y porque se han levantado con buen pie o porque trata de cuatro duros y quieren mejorar las estadísticas. En el resto de las ocasiones, se limitan a decir que no les da la gana, ¡y la ley les ampara!

Cuando te cobran una comisión, te dicen, y creo que con razón, que te la cobran a cambio de la prestación de un servicio. El servicio te puede interesar más o menos, y el precio que te cobran te puede parecer razonable o no, pero si se trata de un servicio, ¿cómo es que los bancos quedan fuera de la legislación aplicable a cualquier prestación de servicios? ¿Qué clase de pitorreo es ese? Por no mencionar ya el tema del IVA, que podéis ver en este enlace.

Como curiosidad, y para que veáis cómo está el patio, dos datos: el banco que más veces satisface las reclamaciones de los clientes es el Banco de Sabadell, que atiende las reclamaciones fundadas el 51% de las ocasiones, y el banco que menos caso hace es el Barclays Bank, que no reconoce JAMÁS una reclamación de un cliente. O sea, 0%. Creo sinceramente que el Barclays necesita que esto se sepa un poco más, así que escribiré al respecto más adelante...

La conclusión, a mi modo de ver, es que el hecho de que los informes no sean vinculantes convierte a los servicios bancarios en una tierra sin ley, dándonos a entender que, frente a los bancos, nos encontramos ante una especie infiscalizable e inmune.

Se ve que se sienten los reyes. Y perdonad el guiño.

28 septiembre 2013

El pan y la basura

Cuentan que en la plena guerra fría, allá a mediados de los años cincuenta, un importante líder soviético visitó Londres. Las autoridades británicas lo llevaron a un promontorio, a una colina de la que ahora no recuerdo el nombre, y el líder soviético contempló desde allí toda la enorme extensión de la metrópoli. Impresionado, preguntó:
-¿Y quién es aquí el encargado del suministro del pan?
-Nadie-  le respondieron extrañados.
El líder soviético no se lo pudo creer, pero era cierto. Nadie se ocupaba de planificar el reparto del pan en Londres. El mercado se regulaba solo. Los consumidores se encargaban de demandar el pan, y los productores de buscar la harina, el agua, la energía y los trabajadores para producirlo, los medios para distribuirlo, y las redes en que comercializarlo. Los precios, además, se fijaban solos.

Esta es la anécdota que repiten y aprovechan los defensores del libre mercado, y lo cierto es que es veraz. El mercado es muy eficiente a la hora de crear y distribuir mercancías de manera eficiente, sin cuellos de botella, sin especulaciones extrañas, sin regulaciones que estorben.

¿Pero qué pasa si cambiamos la pregunta?

¿Y si preguntamos, también en Londres, quién se ocupa de la basura? Entonces la respuesta será muy diferente. Porque resulta que de la basura se ocupan un montón de administraciones, un montón de empresas, algunas públicas, que requieren el cobro de un montón de tasas y tributos y se precisan unas regulaciones interminables. La basura ni se autoregula, ni se recoge sola, ni consigue crear su propia economía para no necesitar de la intervención del Estado.

¿Y por qué? Porque la basura es una externalidad., o sea, algo que se produce al margen de lo deseado sin que nadie compita por ella. ¿Y qué sería lo ideal? Dejarla por ahí, o meterla en casa del vecino, o tirarla al río para que la soporten los habitantes d e otro lado. Pero como eso no es posible, es necesario regular el asunto, y llenarlo de normas, y poner mucho dinero en la resolución del problema. Y ese dinero hay que cobrarlo, con leyes que obliguen a su pago, censos, recibos, etc., etc...

¿Por qué es más complicada la gestión de la basura que al del pan? Porque el libre mercado se basa en el lucro, pero no es tan fácil convencer a los actores del libre mercado, autónomos y racionales, de que no se libren de la basura de cualquier manera trasladando a otros el perjuicio que genera su actividad.

Y cuando tenemos un sistema capaz de repartir y hacer crecer nuestros beneficios, es estupendo. Pero si no somos capaces de repartir y hacer disminuir los perjuicios, entonces tenemos un serio problema.

Grabloben.




20 septiembre 2013

Alemania o la teoría del fortachón pacífico.

Sí, claro que nos preocupan las elecciones en Alemania, y por mucho que Stefanie Müller nos recuerde, con razón, que España no depende de las elecciones alemanas, estamos ante una de esas ocasiones donde se consulta a otros lo que nosotros también conseguiremos, disfrutaremos o padeceremos.

¿Complejo? No. Realpolitik.

La campaña electoral alemana ha traído de nuevo a debate el viejo y recurrente tema del liderazgo en Europa. Porque lo cierto es que Europa necesita un impulsor, estratega y motor de políticas decididas, quizás audaces, que nos ayuden a encarar los retos que plantea el nuevo milenio.

Bonita retórica, ¿verdad? ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?

El liderazgo es una virtud muy escasa, y aún más lo será  a medida que cunda la impresión de que algunos de los problemas que padecemos, como el de la población o el de la energía, no tienen ninguna solución simple.

En estos momentos, por población y por economía, el liderazgo correspondería a Alemania, pero como bien se han encargado de señalar en distintas ocasiones algunos líderes alemanes como el expresidente Richard von Weizsäcker o el excanciller Helmuth Schmidt, Alemania ni quiere ni puede ejercer ese liderazgo por razones históricas.

Y es cierto: el liderazgo alemán genera demasiadas desconfianzas. En España, uno de los pocos países que no ha librado guerra alguna contra Alemania en los últimos trescientos años, lo preferimos generalmente al francés o al británico, pero en el resto del continente, como decía Von Weizsäcker, hay demasiados cementerios llenos de buenas razones para no ver con agrado una Alemania que encabece el continente.

Pero el problema que se plantea, con la autoexclusión alemana, es más grave de lo que parece. Cuando el que tiene las condiciones para ser líder renuncia a ello, quien quiera desempeñar ese papel debe superar dos pruebas en vez de una: demostrar su propia valía y ser capaz de sobreponerse a las tendencias del líder natural. El mejor ejemplo sería un aula: si el más fuerte y estudioso de la clase no quiere ser el jefe, quien quiera mandar deberá demostrar que vale para ello, resistir la comparación con el más fuerte, y además tenerlo contento, porque por muy pacífico que sea el fortachón, siempre existe la posibilidad de que un día , de repente, decida no serlo, dejando en tremenda y vergonzosa evidencia a quien se haya atrevido a ejercer de líder.

Desde mi punto de vista, quizás Alemania tenga un historial de matón, pero actualmente es un país democrático, pacífico y culto. Su renuncia al liderazgo puede tranquilizar a los viejos, pero no nos arreglará los problemas a los jóvenes. Su renuncia al liderazgo es, en sí misma, un estorbo a la toma de decisiones, que queda así en manos de quienes ni tienen capacidad para ello ni pueden oponerse efectivamente a los deseos alemanes.

Alemania, por lo que ha sido, no puede mandar, y por lo que es, no tiene en su mano permitir que otro lo haga sin su anuencia. La situación de Alemania es la de un príncipe destronado en una guerra de sucesión al que todos los bandos le piden apoyo o consejo. Al príncipe seguramente le gustaría olvidarse de todo y vivir tranquilamente retirado en el campo, pero todos sabemos lo que pasa: a fuerza de unirse a un bando, o de negarse a hacerlo, se creará amigos y enemigos, y acabará en el trono o en la guillotina. Para el líder natural, el retiro en el campo puede ser un deseo, pero a la postre nunca es una opción viable.

Europa, sin liderazgo, se hunde. Por mucho que nos empeñemos en hablar de cooperación y globalización, los bloques existen, como existen los intereses opuestos, como son escasos los recursos y como son incompatibles las pretensiones de unos y otros. El destino de los fuertes es ejercer como tales, para bien o para mal. La opción de esconder la fuerza y simular que se es uno más, ni es responsable ni funciona. El hombre tranquilo de John Wayne logró contenerse mucho tiempo, pero no para siempre. Ni siquiera en el cine consiguen los fuertes contenerse eternamente.

A los que tenemos veinte, treinta o cuarenta años, el Tercer Reich nos importa un pimiento. En mi ciudad, concretamente, todo lo que resultó destrozado en el pasado lo machacaron los franceses. Bueno, ¿y qué? ¿Le vamos a pedir cuentas a Napoleón? ¿Es que hay alguien en Europa que tenga un pasado intachable? Nosotros no, desde luego... ¿Holanda, Bélgica, Gran Bretaña? ¿Preguntamos en África o lo dejamos estar?¿Rusia? Era broma. ¿Italia, Suiza? Abisinia, dinero sucio... ¿Y qué tal si miramos hacia adelante en vez de recordarnos unos a otros que hemos llegado hasta aquí a base de jorobar al prójimo?
La gente común, los que vivimos de nuestro trabajo y queremos vivir y trabajar hoy, sin inventarios de agravios, sólo esperamos y deseamos que Europa funcione, que el Euro funcione, que nuestras instituciones se levanten de la camilla de moribundo donde parecen postradas.

Y si Alemania no lidera Europa, nadie lo hará. Porque nadie más tiene energías para hacerlo. Porque nadie se atrevería a ello teniendo que mirar constantemente de reojo hacia Berlín.

Y será para mal de todos.


12 marzo 2013

La crisis aún no ha empezado

¿Les gusta el ajedrez? Pues coloquemos las piezas sin más introducciones:

Tenemos en estos momentos una recesión bastante amplia, con la mayor parte de los países desarrollados sufriendo un crecimiento birrioso o directamente negativo.

Tenemos unos niveles salariales bajos, en un intento de competir con las economías emergentes, donde las regulaciones laborales y medioambientales son mucho más relajadas y permiten producir más barato.

Tenemos la energía por las nubes, con un barril de petróleo que costaba 30$ hace seis años y que no baja de los 110$ desde el batacazo de 2008.

Tenemos a Europa ahogada por la deuda, y a Estados Unidos aún más ahogado, aunque con la doble salvedad de que puede imprimir su propia moneda y de que el dólar es la moneda mundial de cambio y comercio, lo que le permite a los EEUU obligar, literalmente, a otros países a comprar su moneda aunque no valga un pimiento.

Con semejante posición sobre el tablero, ¿cómo demonios nos pueden hablar de que vamos a salir de la crisis, cuando de hecho la verdadera crisis ni siquiera ha comenzado?

¿Lo analizamos?

Para salir de la crisis hay que buscar una fortaleza que nos permita generar riqueza y crecimiento y luego, a partir de ahí, arreglar el resto de los frentes.

Como los salarios son bajos y el desempleo parece no encontrar techo, es muy difícil que la generación de riqueza venga de la demanda interna. O dicho de otro modo: que no podemos esperar que la gente gaste más, cuando la gente gana cada vez menos y hay cada vez más gente que no tiene trabajo. Por ahí, mala cosa.

La salida, entonces, son las exportaciones, esas exportaciones de las que habla el Gobierno dando pro sentado, con razón, que no nos enteramos de nada. Pero las exportaciones dependen de que sean los demás los que pueden comprar, ye so tampoco parece estar claro, por varios motivos: porque los países de nuestro entorno tampoco están muy boyantes, porque los precios de la energía hacen que sigamos siendo poco competitivos con Rusía, China, India, etc. y porque los precios de los transportes se llevan cada vez una parte superior de la tajada, acortando los márgenes comerciales. Feo también, o muy escaso.

Otra posibilidad son las nuevas tecnologías, y los nuevos sectores emergentes. Pero resulta que esos sectores necesitan grandes, gigantescas inversiones, y en estos momentos nadie tiene un duro para prestar porque la banca, tanto la nacional como la internacional, está absolutamente ahogada por la deuda. Las inversiones, pro tanto, se posponen, sacando lo que se puede de lo que hay y tratando, los más afortunados, de ir pagando lo que deben sin presentar suspensión de pagos. Eso nos suena a todos, ¿verdad?

Si a eso sumamos los costes energéticos, parece claro que, de momento, no salimos de la crisis en la que estamos.

¿Y por qué digo que la verdadera crisis aún no ha comenzado?

Pues porque lo que vemos es sólo una parte de los problemas subyacentes, que pueden aflorar en cualquier momento. La deuda de los Estados Unidos sigue sin control, y si en un momento dado, por la cuestión del petróleo, el dólar dejara de ser moneda de referencia, la deuda norteamericana sería totalmente impagable. Entonces, con el petróleo por las nubes y los Estados Unidos en suspensión de pagos, veríamos la verdadera crisis.

La distancia que nos separa de ese escenario depende sólo del precio del petróleo y de hasta cuando se pueda mantener la ficción de que Estados Unidos puede pagar su creciente deuda sin una recesión brutal.

Nos aguardan tiempos interesantes, me temo.

07 marzo 2013

La maldición de los hamsters. El problema del petróleo visto en kilowatios.




                Si algún día llega a la Tierra una raza de alienígenas, y nosotros ya nos hemos marchado o nos hemos extinguido, creo que sus arqueólogos serán capaces de entenderlo casi todo de nuestra civilización,  salvo el recibo de la luz, que será tomado por una plegaria esotérica, y la utilidad de los gimnasios, que sin duda serán considerados centros de tortura y represión.
                Del recibo de la luz ya hemos hablado bastante en esta página, y seguiremos sin duda analizando cuales de sus componentes son costes reales y cuales pretextos para el expolio. En cuanto a los gimnasios, permitidme que los utilice como punto de partida para describir la situación energética en que nos encontramos.
Supongo que casi todos conoceréis la cinta continua, ese artefacto diabólico que se desplaza a una velocidad regulada y sobre la que hay que correr a su mismo ritmo para que no te expulse hacia atrás. Es la versión humana de la rueda para hamsters en la que el pobre bicho se entretiene y hace ejercicio en su jaula corriendo a toda velocidad sin moverse del punto en que se encuentra. La única diferencia es que la cinta continua se mueve por un aporte externo de energía y la rueda del hámster la tiene que mover el roedor.
 En cierto modo, nuestro sistema económico basado en el crecimiento nos convierte en hamsters, obligados a correr cada vez más aprisa para que la rueda no se detenga. Todos sabemos que hace veinticinco o treinta años bastaba con que trabajase sólo un miembro de la unidad familiar para sustentar todos los gastos, y hoy es necesario que trabajen los dos para mantener un nivel parecido. De hecho, según Jeremy Rifkin, bastaría con trabajar cuatro horas diarias para mantener el nivel de vida de los años cincuenta.
                El límite de esta aceleración de la rueda en que nos hemos metido es la energía. Pero en lugar de asumirlo, todo indica que estamos convirtiendo el problema energético en una nueva rueda de hámster en la que correr a toda prisa, porque lo único que los economistas miden, y se empeñan en medir, es la velocidad a la que corremos.
                Para aclarar el asunto creo que, como siempre, hay que tratar de buscar la raíz del problema en los conceptos últimos. Lo voy a intentar:
                Un ser vivo no necesita comida; lo que necesita es alimento. Por eso lo más lógico para hablar de alimentación es expresarse en calorías, y no en gramos de comida, porque no es igual comer cien gramos de acelgas que cien gramos de miel. Del mismo modo, la sociedad humana no necesita petróleo, sino energía, y expresar el aporte de energía en barriles de petróleo es tan inapropiado como proponer una dieta expresada en gramos.
                La cantidad de energía que contiene cada barril de petróleo es decreciente, pues en primer lugar se extrajo el de mayor calidad y acceso más fácil. A medida que ha ido pasando el tiempo los pozos se han vuelto menos productivos y los procesos requeridos para obtener el crudo se han vuelto más costosos energéticamente, con lo que queda menos energía disponible para la sociedad. Y esto es clave, porque algunos se limitan a contar lo que sale de los pozos, sin restar lo consumido por la industria petrolífera.
Ese mismo truco es utilizado a menudo por los directivos de las empresas que van mal para presentar a los accionistas la cuenta de resultados de manera que parezcan mejores de lo que realmente son. La artimaña consiste en presentar como progresos los aumentos de facturación, cuando lo único que les importa a los accionistas son los aumentos de beneficio. Si el caradura de turno dice en la asamblea que al año pasado se facturaron cinco millones y este año se han facturado nueve, parecerá en principio que la empresa casi ha doblado su negocio. Lo malo será cuando tenga que contar que el año pasado los gastos fueron de tres millones, y este año de ocho, porque entonces será cuando quede claro que están ganando la mitad moviendo el doble de mercancías.
Algo similar, insisto, es lo que sucede con el petróleo y nadie parece querer darse cuenta.
Sin embargo, lo cierto es que el petróleo convencional, el que se extrae de la tierra, decrece a un ritmo constante, y el intento de sustituirlo por petróleo no convencional, o shale oil, procedente del fracking, no se puede hacer en términos equivalentes. Si admitimos semejante cuenta estaremos cayendo en la trampa antes citada de fijarnos en la facturación más que en el beneficio.
Los que se llaman a sí mismos optimistas nos cuentan a todas horas que las enormes reservas de petróleo de roca podrán ir sustituyendo paulatinamente al petróleo que se deja de sacar de los pozos convencionales, pero ni esto es cierto ni probablemente lo será nunca. Trataré de demostrarlo con cifras.
 Como ya se ha discutido aquí en extenso el tema de los daños medioambientales y las causas del decrecimiento de la producción convencional, no voy a incidir de nuevo en esos asuntos y paso directamente a los postulados.
                -En estos momentos, la producción de petróleo convencional ronda los 65 millones de barriles diarios. Es una cifra controvertida, pero la vamos a dar por buena. El resto procede de gas licuado y todas esas fuentes y procedencias que ya se han explicado en otros artículos.
                -La disminución de producción de los pozos convencionales ronda un 3% anual. La disminución real es bastante mayor, pero se ve atenuada por las nuevas explotaciones, etc. Aunque es una cifra optimista, aceptamos como válido este 3% de decrecimiento.
                -Cada barril de petróleo contiene aproximadamente 1700 Kw de energía. O lo que es lo mismo, 1,7 Megawatios. Esta cantidad no es fija, por supuesto, y ya hemos dicho que es menguante por muy distintos motivos (el fondo de los pozos contiene más alquitrán y menos compuestos volátiles, etc.), pero la damos por buena.
                -La TRE de los pozos convencionales se encuentra cerca de 20. O sea, que por cada veinte barriles que sacamos tenemos que gastarnos uno en el proceso.
                -La TRE de los pozos no convencionales es muy variable, pero se acepta que su valor medio, actualmente, está en torno a 6. Por tanto, por cada seis barriles que sacamos tenemos que gastarnos uno en el proceso.
                Lo que habitualmente nos cuentan es que, con estas cifras, y dadas las enormes reservas de petróleo no convencional (tema dudoso que ya se irá viendo), basta con aumentar el número de barriles de petróleo no convencional para sustituir al petróleo convencional que se deja de extraer por el declive de los campos antiguos. Nos lo dicen y se quedan tan anchos, y a nosotros nos parece intuitivamente posible, mientras el petróleo no convencional dé un rendimiento de seis barriles por cada uno invertido, pero echemos un vistazo a los números para darnos cuenta de lo que supone esta afirmación.



En 2012, con los datos de los que partimos, tenemos una producción de 65 millones de barriles, lo que supone unos 105 millones de Megawatios diarios. Esta es la cifra de partida de nuestro modelo.
Lo que se pretende, en el futuro, es mantener ese mismo nivel de suministro energético. De crecer ya ni hablamos. En 2013, por tanto, tenemos un 3% menos de producción de petróleo convencional, que nos entrega casi 102 millones de MW. La energía que nos falta tenemos que obtenerla del petróleo no convencional, ¡pero cuidado!, porque aquí es donde está el engaño: la disminución del petróleo convencional es de 1.893.203 barriles, y para sustituir la energía que nos aportaban necesitamos nada menos que 2.098.289, como indica la tercera columna. ¿Por qué? Porque obtener seis barriles del nuevo producto consume uno, mientras que antes sólo consumíamos uno de cada veinte. Esa es la clave, y por eso lo calculamos en Megawatios, a ver si queda claro.
Por ese camino, y como se puede ver en la tabla, necesitaremos en 2020 más de quince millones de barriles diarios procedentes del petróleo no convencional. Una cantidad descomunal que supera muy de largo a las predicciones más optimistas. Para verlo, vamos a añadirle una columna a la tabla, que nos indique el número de pozos de petróleo no convencional que hay que tener en funcionamiento para obtener semejante producción. Aunque la producción de estos pozos es muy diversa y declina a una velocidad vertiginosa (en unos 18 meses pasa a la mitad), en estos momentos se acepta como buena una producción media diaria de 100 barriles por pozo, contando tanto las incorporaciones recientes como los pozos más antiguos y menos productivos.

Como veis, según este cálculo, serían necesarios en 2020 más de ciento cincuenta mil pozos de petróleo no convencional, y casi el doble en 2030. Y todo esto, insisto, PARA MANTENER LA ACTUAL CANTIDAD DE ENERGÍA APORTADA POR EL PETRÓLEO.
¿Y qué tenemos en la actualidad, cuando estamos explotando los pozos más rentables  y asistimos al boom de las inversiones en petróleo no convencional? Pues alrededor de 1 millón de barriles diarios, y sin mucha esperanza de que esto crezca en el futuro. Aquí va un gráfico de Dakota del Norte y su famoso yacimiento de Bakken:




Y no nos engañemos pensado que en Bakken sólo están empezando y que son yacimientos experimentales. Echad un ojo a esta foto que hemos encontrado en este otro blog para haceros una idea de lo que se está haciendo allí en estos mismos momentos. Las luces que señala la flecha son las antorchas del gas natural que se está quemando allí, directamente, mientras se obtiene el petróleo mediante fractura hidráulica. Tened en cuenta que la foto indica lo que se está haciendo para obtener unos 700.000 barriles diarios:


Otro día, yo mismo u otro autor, hablaremos de las posibilidades reales del petróleo no convencional, sus costes, y el ritmo actual de perforación, estelarmente alejado de estas cifras. Hoy, cierro ya diciendo lo obvio: que para obtener la misma energía, tenemos que perforar cada vez más pozos, dedicar más tierras a este fin y emplear más recursos escasos, como el agua, en la obtención de este petróleo. Estamos ante la maldición de los hamsters: correr cada vez más para seguir en el mismo sitio.
                Lo malo es que ni siquiera eso es suficiente, porque nuestro sistema económico actual no puede sobrevivir sin crecimiento. Y sin energía no hay crecimiento, por mucho que hablemos de tecnología.
¿Calculamos el número de pozos que necesitaríamos para que el PIB mundial pudiese crecer a una tasa media del 2% anual?, ¿Calculamos el agua necesaria para estas explotaciones?
                No me atrevo. Mejor dejarlo por ahora…

Javier Pérez (www.javier-perez.es)

Esta entrada la publiqué en http://crashoil.blogspot.com.es/2013/03/la-imposible-huida-hacia-adelante.html

Gracias a Antonuio Turiel por aceptar mi colaboración en su web.

21 febrero 2013

Lo que será el futuro del petróleo


El hecho de que existan economistas y, en general, gente dedicada a analizar gráficos de precios pasados para intentar predecir precios futuros, es en sí mismo una  prueba de que los métodos utilizados no funcionan muy bien. De hecho, cualquier analista bursátil capaz de acertar en sus pronósticos con cierta consistencia se haría asquerosamente rico en poco tiempo y carecería de incentivos para seguir arriesgando su dinero, o su prestigio, en futuras predicciones.
Sin embargo, siempre hay gente que acierta, y necesariamente ha de ser así según las leyes de la probabilidad, aunque la naturaleza humana nos impulse a todos a creer que nuestros éxitos se deben a nuestra habilidad y no a la suerte, aunque sólo sea porque lo contrario golpearía nuestro ego más allá de lo que nos podemos permitir.
En su obra “¿Existe la suerte?”, Nassim Taleb nos pone un magnífico ejemplo de ello, describiendo una especie de timo absolutamente legal. Os lo cuento: Supongamos que conseguimos las direcciones de ocho mil inversores de bolsa. Teniendo en cuenta el nivel de filtración de los datos en una sociedad como la nuestra, no parece una cosa imposible. Elegimos un valor bursátil cualquiera, por ejemplo Telefónica, y a cuatro mil de ellos le enviamos una carta diciendo que Telefónica subirá durante la siguiente semana y a otros cuatro mil les enviamos una carta diciendo que Telefónica bajará. Pase lo que pase, acertamos con cuatro mil personas. La semana siguiente, al grupo con el que acertamos le enviamos otra carta con otro valor, por ejemplo BBVA. A dos mil les decimos que subirá y a dos mil les decimos que bajará. Con dos mil de ellos acertaremos, y estarán listos para, la semana siguiente, recibir un tercer boletín… Al final, pase lo que pase, habrá un grupo de gente con el que hayamos acertado veinte veces seguidas y que creerá con todo su corazón que somos verdaderos gurús, que hacemos magia o tenemos información privilegiada. Es el momento de escribir un libro o de ir por ahí a impartir conferencias sobre nuestro magnífico método, basado en la relación entre la presión atmosférica en el Triángulo de las Bermudas y la evolución del mercado de valores.
Dicho esto para rogar que mis previsiones se tomen tan en serio como se merecen, hay que añadir que las curvas de tendencia son algo bastante distinto, aunque están sujetas también a hechos puntuales que las hagan cambiar de repente. Calcular el precio del petróleo en el futuro es prácticamente imposible, y si yo pudiera hacerlo estaría como loco invirtiendo en el mercado de futuros en lugar de escribir estas líneas. Sin embargo, lo que sí se puede hacer es calcular una tendencia que pase por alto las fluctuaciones (que es donde está el dinero) y tratar de predecir  de un modo aproximado los valores futuros, o el valor en torno al que se moverá el precio real, con un margen de error.
En ese sentido, y por lo que se refiere al petróleo, lo que más me maravilla del asunto cuando sale la conversación es que la gente no sólo no tiene ni idea de cuáles serán los precios futuros (lo que es de agradecer), sino que la mayor parte de las veces tampoco sabe cuáles han sido los precios pasados. En torno al petróleo parece existir una especie de nebulosa informativa que nos induce a creer que siempre ha estado más o menos caro y que siempre ha costado más o menos lo mismo. Y no es así, en absoluto.
Empiezo, por tanto, por una gráfica de la evolución de los precios del petróleo desde el año 83. Con treinta años debería ser suficiente.
 
Fuente: US Energy Information Administration
La gráfica refleja la evolución de los precios del petróleo en dólares corrientes, o sea, sin tener en cuenta la inflación. De hecho, si se quisiera aplicar la inflación para obtener precios reales habría que preguntarse la inflación de dónde aplicamos, ya que se trata de una magnitud muy heterogénea dependiendo de  países, monedas y zonas económicas.
Lo que podemos ver en esta gráfica es que durante muchos años el precio del petróleo se mantuvo estable en torno a los 20$ por barril, lo que en realidad significaba que su precio decrecía en términos reales por la inflación.  Estamos hablando de los años ochenta a los primeros años de los dos mil, una época de bonanza en lo energético.
A partir de 2004, sin embargo, esta tendencia cambia absolutamente y comienza un crecimiento de los precios que aunque tarda algunos años en en hacer mella en la economía, acabará causando la crisis que aún vivimos, esa crisis que no va a terminar nunca, como siempre se repite en estas páginas.
Las causas de ese repentino aumento son muchas, y no pretendo ser exhaustivo:
-Por una parte, el repentino hundimiento de la producción en campos petrolíferos tan importantes como el de Cantarell, en México, dejó al descubierto que lo que parecía un hecho lejano y muy improbable no era tan lejano ni tan improbable, y los mercados comenzaron a descontar al alza esta posibilidad.
-El aumento del consumo, especialmente en los países emergentes, no podía ya ser cubierto con nuevos aumentos de la producción.
-La explosión demográfica pasó de teórica a real. Este concepto es un poco más complicado, pero se puede resumir para andar por casa diciendo que no importa mucho cuántos millones de habitantes haya en el mundo mientras coman arroz y monten en burro. Cuando el exceso de población comienza realmente a presionar sobre los precios es cuando esos millones de personas comienzan a consumir cobre, acero, cemento y petróleo. Como toda expansión económica se inicia por la base, el despegue de los países emergentes tardó un tiempo en convertirse en demanda real, y fue en esta época cuando hizo eclosión este fenómeno en toda su magnitud.
Por tanto, en 2005 se inicia un nuevo paradigma y es a partir de esa fecha cuando, en las nuevas condiciones ambientales, se desarrolla un nuevo mercado con sus propias particularidades de subasta de precios por un recurso que no se consigue hacer más abundante. Quedan pocas dudas de que esto es así, pero yo encuentro dos pruebas inquebrantables:
-Que a mayores niveles de precios no aumente la oferta, lo que sería un contradiós de la economía de mercado si no fuera porque se está ofertando muy cerca del máximo de capacidad. Sobre este tema ya escribió AMT y dejó una gráfica a la que creo que no se le ha prestado toda la atención que merece, porque es devastadora:

-Que el fracking sea rentable, con un coste económico de cerca de 80$ por barril extraído. Y hablo de coste económico, que si hablamos de costes energéticos quizás estemos aún peor.
El nuevo paradigma nos permite, al menos en teoría, trazar una aproximación estadística a lo que serán los precios del petróleo futuros. Se trata de una aproximación ceteris paribus, o sea, dando por hecho que el resto de factores no varían, lo que siempre fue, a mi juicio, uno de los principales talones de Aquiles de la economía, pues todos los factores varían constantemente.
Aún así, y en el entendido de que los aumentos de precio llevarán a disminuciones de demanda, y las disminuciones de demanda a disminuciones de precio, formando una gráfica en forma de sierra, lo importante es la tendencia general de esos dientes de sierra, y eso es lo que me he permitido calcular con una regresión lineal.
Esta sería, más o menos, la gráfica de los precios futuros del petróleo hasta 2020. La línea negra describe los precios actuales y la línea roja es la línea de tendencia de los precios futuros.

  Predicción optimista

¿Y por qué uso este tipo de regresión? Porque quiero ser optimista y pensar que la demanda de petróleo, y su extracción, se ajustará efectivamente a la planicie de la producción, sin un descenso brusco.
Como cualquier biólogo sabe, en los sistemas vivos se suele aplicar con más frecuencia la regresión exponencial, que tiene en cuenta el número de nuevos comensales que se añaden al mercado en cada ciclo de tiempo. Como la Tierra y la Humanidad son sistemas biológicos, y como la economía nos demuestra que cada año entran en el mercado muchos millones de consumidores nuevos, y de coches nuevos, procedentes de la zona asiática (se esperan 22 millones de nuevos coches sólo en China, en 2013), quizás sería más apropiada una regresión exponencial que reflejara el incremento demográfico y el aumento de consumo en las economías emergentes, que son también las que engloban a una mayor cifra de población. Vamos a verla:
Predicción pesimista
Como veis, la primera de las gráficas muestra un escenario alrededor de los 170$ por barril en 2020, mientras que la segunda llega cerca de los 240$ por barril en ese mismo momento.
Por supuesto, no me parece probable que los precios lleguen a esos niveles, pero no porque no sean posibles en las condiciones actuales de mercado, sino por la misma razón por la que el motor de un coche no puede llegar a los cinco mil grados centígrados, por mal que funcione su refrigeración o por mucho que se acelere: explota antes, o se funde. Y una vez ha explotado o se ha fundido, deja de funcionar y se enfría.
Estoy convencido de que el ejemplo del motor nos parece a todos un consuelo. Un gran alivio. Seguro que sí.


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Este artículo, de Javier Pérez, se publicó originalmente en:

http://crashoil.blogspot.com.es/2013/02/otra-aproximacion-la-evolucion-futura.html