23 mayo 2009

Una lanza por Blas



Ahora que estamos en un punto en que reivindicar lo español es sinónimo de ser un nacionalista ultramontano, y que enorgullecerse de los abuelos propios viene a significar lo mismo que mentarle la madre al vecino (quizás porque se acostaba con el abuelo, aunque nunca lo supimos), quiero romper una lanza por los navegantes españoles, postergados en la historia por otros nombres anglosajones de más relumbrón en el cine y más sentido común en las aulas.
Hoy he leído que un barco español ha detenido a otros siete piratas en Somalia y quiero acordarme de Blas de Lezo, el increíble vencedor de la batalla naval de Cartagena de Indias, donde los ingleses perdieron tres veces más barcos que nosotros en el desastre de la Invencible, aunque nadie lo sepa y nadie hable de ello, porque somos así de panolis y de tarugos.
Se supone que los ingleses eran los amos del mar y hasta aquí lo reconocemos, como bobos, sin pensar que si los ingleses se dedicaban a la piratería y nosotros a combatirla era porque no sabían ni podían enfrentarse abiertamente a nuestra armada. Pero ya ven: con los años todo el mundo se sabe el nombre de los pitaras, y le suena Francis Drake, y hasta los aplaude de vez en cuando, sin querer enterarse de que en el mundo real, fuera de las pantallas de cine y los libros de aventuras, se convirtió literalmente en mierda (murió de diarrea crónica) en unas ciénagas de Nicaragua porque no se atrevió a salir a enfrentarse a los barcos españoles que le esperaban.
Ahora, cuando la piratería, con sus hazañas de robo y secuestro en el mar, vuelve por sus fueros, nada tiene de extraño que una vez más sean los barcos españoles los que hayan ido a combatirla, y más que lo harían si les dejasen. Hay imágenes que se quedan para siempre en la mente colectiva y que se asocian a un objeto de manera inseparable. En la mente colectiva de medio mundo, los tanques llevan pintada una cruz negra y los barcos que luchan contra los piratas la bandera roja y gualda.
Sin embargo, a nosotros, estas cosas parecen no importarnos y seguimos ocultándolas tras un manto de indiferencia o ignorancia. Conocemos a los piratas que nos robaban, pero no a los nuestros, que nos defendían. Sabemos quién era Barbarroja, pero no quién era Blas de Lezo, terror de corsarios y azote de bucaneros, a los que colgaba a pares en las jarcias de su barco.
Los españoles somos así, oigan, y ya ven que no es nuevo: aplaudimos a los piratas ingleses de las películas y ofrecemos dar cursos universitarios a individuos como Julián Muñoz, a ver si enseña a los alumnos nuevas técnicas en el arte del desfalco, o del cohecho, que en el fondo es lo que quieren aprender aunque no lo reconozcan abiertamente. Ya verán como el curso se llena, aunque sea de pago.
Se llenará como nunca se llenó uno de criminalística, ni como se llenaría ningún curso que enseñase a combatir la estafa.
Por eso, cada cierto tiempo, volvemos al barro. Porque nos va la marcha.

22 mayo 2009

Vampiros forasteros



Que la gente busque su propio interés es una de las bases del capitalismo. De hecho, el mecanismo al que Adam Smith llamaba pomposamente mano invisible es la suma de todos los intereses propios defendidos por los ciudadanos particulares. La tesis, discutible si quieren, es que si todo el mundo busca realmente el interés propio, al final se conseguirá una defensa tácita del interés común, porque cualquier perjuicio que se genere lo sufrirá alguien y ese alguien tratará de impedirlo.
Y después de semejante párrafo teórico, al pregunta práctica es: ¿qué tiene entonces de extraño que los rumanos inmigrados a España digan que prefieren vivir aquí en el paro que ir a vivir a Rumanía aunque el gobierno ofrezca trabajo a los que regresen?
La cosa está clara: si el subsidio de desempleo español, o la ayuda familiar en su caso, es varias veces superior al salario medio rumano, la gente preferirá vivir aquí en lo que se supone que es el mínimo, que en su casa, en peores condiciones.
El reto que esta crisis nos plantea es reconocer de una vez que no podemos tener la misma moneda y los mismos derechos teóricos sin en la práctica resulta que el abismo de riqueza que nos separa convierte toda el mecanismo en papel mojado y en fisura para que entre la picaresca. El estado del bienestar, como cualquier juego lúdico, social o humano, se tiene que basar en unas normas homogéneas, y lo mismo que es de locos entrar a competir en un mercado libre con países que no tienen normas laborales ni de calidad en la fabricación, no se puede entrar a homogeneizar las prestaciones por desempleo, u otras similares, con países donde trabajar produce menos que estar aquí cruzado de brazos.
Lo curioso del asunto, si se fijan, es que el problema no lo ha planteado nuestro gobierno, al que parece que le da todo igual, sino el gobierno rumano, que se ve impotente para conseguir que la gente regrese al país en un momento donde se necesita mano de obra cualificada.
El problema, ciertamente, es que mientras a nosotros nos cuesta unos dineros preciosos mantener a esta gente aquí, su país no acaba de despegar por falta de personal.
Y es que el inconveniente de la caridad siempre ha sido el mismo: que hace daño al que da y hace daño al que pide. Al uno, por lo que le cuesta, y al otro por las oportunidades que pierde de dejar de necesitar lo que le regalan.
Ya que hablamos de Rumanía, conozco el país, y les aseguro que es una nación acojonante. Por ejemplo Brasov y Timisoara no tienen nada que envidiar a otras ciudades con encanto que se les puedan venir a la boca.
El único problema que tienen allí es que pasaron demasiados años dentro de un régimen, el comunista, que les acostumbró a que todo, lo poco que había, venía del aire. Y ahora, cuando el comunismo se ha ido al carajo, los que les decimos que se puede vivir sin hacer nada somos nosotros.
No me extraña que su presidente esté tan cabreado. No me extraña que digan por allí, por Transilvania, que los vampiros existen, pero siempre son de fuera.

21 mayo 2009

Experimentos académicos y sociales



Me tiemblan las piernas sólo de pensar qué nueva chorrada dirá la ministra de turno, o el presidente, para justificar que los estudiantes españoles sigan siendo de los peor preparados de Europa y de que la incultura avance a pasos pantagruélicos por este país, que fue piel de toro y acabará en piel de burro al paso que llevamos.
Sepan, de todos modos, que de la piel de toro se hacen zapatos para andar y de la piel de burro tambores para darles palos, así que bien claro está el símbolo para quien lo quiera entender.
Por este camino, señores, el país no puede salir adelante. Si sólo tenemos gente preparada para tirar de pala, tenemos que competir con los países donde sólo saben tirar de pala, y lo cierto es que la gente de esos sitios cobra menos y exige menos que los nuestros, así que mala cosa. Y si queremos competir y convivir con el primer mundo, lo que no puede ser es que la enseñanza vaya por dónde va: al garete, y con unas prueba objetivas de comprensión lectora y cultura que nos cubren de vergüenza.
Lo malo es que no es culpa solamente del gobierno actual. Desde que tengo memoria, que es poco después de la voz entrecortada de Arias Navarro anunciando la muerte de Franco, la cosa ha ido a peor. A mí, por ejemplo, me metieron un plan experimental de matemáticas (álgebra de conjuntos a los siete años) que me convirtió en un zoquete numérico de por vida. Fue allá por el año setenta y siete y aún no he terminado de cagarme en sus muertos.
Posteriormente, con los filisteos del PP y los doctrinarios socialistas se ha ido quitando el latín, el griego y la enseñanza de las Humanidades en general, y sustituyéndolas por mandangas regionales, bailes folclóricos y abrazos comunales. Si sirviese de algo lo daría quizás por bueno, pero lo cierto es que con tanta solidaridad, tanta ética y tanta gaita, al final la gente sale sin saber nada y más violenta y cruel con los compañeros que nunca.
En resumen, ¿qué pasa? Pues que cuanto más se les llena la boca a algunos defendiendo la enseñanza pública más gente lleva los hijos a la privada. Y no porque sea buena, sino porque es un poco menos mala. Y no porque esperes que el niño aprenda mucho más, sino porque esperas que le impongan alguna disciplina y le presten alguna atención en vez de usarlo para integrar a algún pobre desgraciado que no tiene culpa de necesitar integrarse, pero que se acaba convirtiendo en un lastre para los compañeros. Las cosas como son: si se mezcla un litro de vino con una cuba de veneno, el resultado es veneno; y si se mezcla un litro de veneno con una cuba de vino, el resultado también es veneno. Y la integración es eso.
Afortunadamente no han empezado a aplicar eso de la integración en los hospitales, porque el día que decidan que hay que integrar a los enfermos y mezclen en la misma planta a los infecciosos con los cardiacos, a los psiquiátricos con los de oncología, entonces sí que vamos a saber de una buena vez lo que significa para la enseñanza la idea de que los chavales van al colegio a hacer vida social y a mejorar sus traumas en vez de a aprender matemáticas, inglés y geografía.
Pero está visto que lo de aprender es lo de menos. Y si no, no tienen más que echar un vistazo a los horarios, pensados para complacer a los sindicatos y no para ayudar a los estudiantes. O preguntar a algún profesor qué se puede hacer con un sistema disciplinario como el actual, donde el maestro carece de autoridad.
Han sido geniales todos nuestros gobernantes de estos años. Ni un enemigo que ocupara el país nos habría hundido tanto.

20 mayo 2009

Manifestación contra la gripe



No sé a qué están esperando eso que llaman las fuerzas sociales vivas de este país para convocar una gran manifestación contra la gripe. Si son capaces de manifestarse contra el paro y contra el terrorismo, ¿por qué no contra esta gripe porcina, gorrina o cochinista, que no deja de consumir horas y horas de informativos?
Que la convoquen de una vez y ya verán como son miles, o cientos de miles, los pasmados que acuden a pasear su buena intención, o su voluntad de que las cosas se arreglen, armados de banderas diversas o ataviados con algún símbolo mágico creado para la ocasión. Y además, el cachondeo en el exterior no sería superior al de otras veces: si se pide a los terroristas que dejen de matar, ¿por qué no pedir a los virus que dejen de infectar? ¿O es que se creen que hay alguna diferencia entre el caso que pueden hacer los terroristas a una manifestación y el caso que van a hacer los virus de la gripe?
A mí todo este barullo mediático en torno a enfermedades extrañas me parece demasiado oportuno para tapar otras cosas. Y no es que no me crea que existe la enfermedad, que sí que existe, y ya se ha llevado a algunas personas por delante, pero creo que los cerebros pensantes de medio mundo están cayendo en un alarmismo exagerado que a la larga vamos a pagar muy caro por el conocido mecanismo del cuento aquel de "que viene el lobo".
La famosa gripe puede ser peligrosa y lo que quieran, pero ni es más peligrosa ni está teniendo más incidencia que cualquiera de esas enfermedades raras que también matan a la gente y nadie se molesta en investigar porque, según la definición, afectan a menos de cinco personas por cada diez mil habitantes.
O sea, que ya lo ven: si tiene usted una enfermedad que afecta a menos de cinco de cada diez mil habitantes, posiblemente no sepan curarlo, o no haya medios siquiera para diagnosticar correctamente su mal, pero para que la gripe esta de los cerdos dejase de ser una enfermedad rara, como la enfermedad de Crohn, o la anemia de Fanconi, debería haber en España al menos dos mil casos, cifra a la que no hemos llegado ni por asomo.
Lo malo de todo esto es que las supuestas pestes como las vacas locas, la gripe aviar y ahora la gripe porcina, se acumulan en la mente colectiva y van creando su propia costra de indiferencia, y el día que de veras haga falta que la gente se alarme todo el mundo se encogerá de hombros y se preguntará qué nueva crisis o qué agujero habrá que tapar esta vez.
A lo mejor lo que pasa es que las autoridades sanitarias empiezan a pensar como los de Tráfico: se anuncian siempre nevadas descomunales, y así, cuando de veras nieva, se lavan las manos y le pueden echar la culpa a otro.
A lo mejor lo que pasa es que de veras hace falta una manifestación contra la gripe, pero no contra el virus, sino contra los que parecen empeñados en venderla.
Con el tiempo nos enteraremos de por qué.

19 mayo 2009

Pues no será



Decía el presidente Zapatero hace poco que la salida a la crisis actual será social o no será, y la frase, por sí misma, da más miedo que una vagón de pulgas. Nada menos que nuestro presidente del gobierno viene a decirnos que si las cosas no funcionan haciéndolas como él dice se irá todo al carajo. Eso, si lo miran bien, es lo que viene a significar la frasecita.
Y el caso es que me parece a mí que la salida de la crisis no puede ser nunca social, o al menos no en el sentido en el que este señor y sus turiferarios entienden la palabra social, que para ellos significa gastar más y, a ser posible, lo de los demás.
Cuando las cosas van mal, no se puede incrementar el gasto no productivo, sea cual sea la partida en que se encuadre ese gasto. Podemos decir que las necesidades humanas son lo primero y que el lucero del alba canta por alegrías, pero la realidad, la puñetera realidad es que del hoyo sólo se sale creando riqueza, y no distribuyéndola. ¿Que eso no es justo? Ya lo sé, pero para hablar de justicia ya está Séneca, si les parece. La enfermedad no es justa tampoco y afortunadamente en los hospitales trabajan para curarte y no para echarte sermones sobre la injusticia de que te hayas puesto malo.
Repartir es una virtud, desde luego, pero sólo se puede repartir lo que hay y para que haya más es necesario que se cambien los incentivos, único mecanismo válido en una sociedad basada, se supone, en el derecho y las libertades.
Un país en el que miles de jóvenes, decenas de miles, estudian una carrera por cuenta del bolsillo común, y cuando acaban se pasan otros cinco o seis años preparando oposiciones, porque es lo más cómodo y es para toda la vida, no puede ser un país próspero.
Un país en el que se mira mal al que pone una empresa o un negocio y se enseña a los chavales en la escuela a detestar el enriquecimiento y el lucro porque es inmoral puede ser un país de predicadores y misioneros, pero no un país próspero.
Un país, en suma, donde todo se da por bueno a la espera de que caiga la tajada propia se puede sostener por un tiempo mientras hay para todos o mientras el dinero llega a chorros de Europa, pero cuando vienen mal dadas y se cierra el grifo nadie debe extrañarse de que las empresas empiecen a plegar velas en buscar de otros aires y, sobre todo, de otras gentes con menos mentalidad de señorito de cortijo.
Porque el problema no es el clima, ni la tierra: el problema somos nosotros, que nos hemos ido convenciendo poco a poco de que alguien arreglará las cosas o de algún sitio saldrá lo que haga falta, como si tuviésemos un tío rico que al final se compadecerá de nosotros y nos acabará pagando las facturas con las que nos hemos entrampado.
Y no es así: no hay ningún tío rico esperando para pagar. Este agujero que vemos crecer lo vamos a pagar nosotros solos, o endeudando hasta a nuestros nietos mientras haya quien nos quiera prestar.
La salida a esta crisis, señor Zapatero, será aumentar productividad o no será. La salida será de esfuerzo o no será. La salida será de dar el callo y no vivir por encima de lo que tenemos, o no será.
O sea, que por lo que al Gobierno respecta, no será.

18 mayo 2009

Carlomagno mató a Viriato


Ya sé que la historia, o la leyenda, dicen que a Viriato lo mataron el chófer y el mayordomo, o sus equivalentes de la época, y que ya por entonces las administraciones públicas pagaban mal, aunque estos dos, contra lo que ha querido afirmarse, cobraron puntualmente. Créanme: Roma, al igual que los gobiernos que hemos padecido por aquí desde entonces, pagaba sobre todo y ante todo a los traidores.
A lo que yo me refiero con le título es a que a lo largo de la historia todo localismo se vio superado por proyectos más grandes (véase Castilla, Prusia o Borgoña), y que la evolución, lenta pero constante, de la idea europea, acabará convirtiendo a todos los localismos en elementos folclóricos como ya sucedió durante la formación de los estados nacionales, allá por el final de la Edad Media en algunos casos como el nuestro, o en pleno romanticismo, con en los casos de Alemania e Italia, por ejemplo.
El francés Ernest Renán definió la nación, allá en el siglo XIX, como un plebiscito cotidiano. Decía que la nación consistía en glorias y remordimientos comunes en el pasado y todo un programa para realizar juntos en el futuro.
Con esa definición entre las manos, parece claro que en España estamos abocados a la nación europea, pues ni miramos con orgullo ni remordimiento al pasado común ni parecemos avenirnos a ninguna clase de proyecto conjunto para los días venideros. Sin embargo, si se les pregunta a los españoles, incluso a los que no quieren serlo ni a tiros porque quieren cambiarse de nacionalidad como el que quiere cambiarse de sexo (cosas legítimas ambas, que pasan por algún tipo de trastorno hormonal o psquiátrico), veremos que nadie quiere dejar de ser europeo y que muy pocos rechazan esa integración continental por más que critiquen, y critiquemos, la mecánica de mandarinato que gobierna los engranajes de Bruselas.
Quedan, como decía Ortega, los hijos de la mujer de Lot, que quieren hacer la historia mirando hacia atrás y que, como ella, acabarán convertidos en estatuas de sal para gran alegría de los curadores de los museos, que tendrán esculturas gratis durante una buena temporada. Quedan, ya ven qué pena a estas alturas, los que creen que la nación es una cosa muerta y pasada cuando es y tiene que ser sobre todo un proyecto de futuro.
¿Qué dicen normalmente los que van por ahí exigiendo autodeterminaciones y sacando pecho sobre su tierra? Fuimos esto, fuimos lo otro, tuvimos lo de más allá. Fuimos, éramos, tuvimos. Todas las formas verbales del pretérito. ¿Han oído en cambio a alguno que diga seremos, tendremos, haremos o estaremos? Yo sólo una vez: a los alemanes durante la unificación, que se cuidaban muy mucho de decir lo que habían sido, porque lo sabíamos de sobra, y se esforzaban en convencernos de lo bueno que resultaría para todos lo que serían en el futuro.
Ese es el verdadero nacionalismo. Lo demás es entretenimiento de archiveros, subvención de arqueólogos y forraje para el moho.

17 mayo 2009

Sí, Bwuana


Me piden las instituciones que recicle el papel, porque eso es beneficioso para el medio ambiente, y bien está. Me piden que haga un consumo responsable de la electricidad también por mejor defensa del medio ambiente, o para poder permitirse la moratoria nuclear, o porque somos deficitarios en petróleo, y también está bien.
¿Pero para cuándo va a tocar una racionalización del consumo en las propias administraciones públicas? Y no me refiero solamente al gasto presupuestario, absolutamente desmedido, con más altos cargos y coches oficiales que la URSS en sus buenos tiempos, sino a pequeños detalles que cabrean en sí mismos por lo que supone de menosprecio a lo que se supone que tiene que hacer en primer lugar un institución pública: servir a los ciudadanos en vez de servirse de ellos.
Si tanto les importa el ahorro de papel, ¿por qué no se impone la administración a sí misma escribir los folios por ambas caras? , ¿se hacen idea de lo que sería eso y de los millones de hojas que se ahorrarían con la cantidad de ayuntamientos, diputaciones, juzgados, confederaciones y oficinas que padecemos?
Pero no. Ellos no: los demás tenemos que tirar el paquete de tabaco al contenedor de reciclado o somo unos terroristas ecológicos mientras la administración sigue usando sólo un lado de las hojas, porque la otra es la cara de los pobres, de los idiotas.
Y con la energía, lo mismo. Nos dicen que apaguemos los pilotitos rojos de los electrodomésticos mientras vemos que en los edificios públicos se encienden las luces todo el día y se pone a toda leche la calefacción en invierno y el aire acondicionado en verano. ¿Qué pasa, que la energía que se consume y se derrocha en todos esos edificios que usted y yo conocemos sale de distinto sitio que la que gastamos el resto de los mortales? ¿La calefacción moderada es sólo para los particulares pero no para las oficinas oficiales?, ¿dónde se produce la electricidad que se tira alumbrando kilómetros y kilómetros de autovía con farolas cada cincuenta metros cuando con los faros bastaría igual que basta entre dos ciudades?
Al final, si me hacen caso, llegamos a la conclusión de que nos están pidiendo a nosotros que ahorremos para poder seguir gastando ellos. Al final, va a ser como la historia aquella del aceite de oliva, que dijeron que era malísima para la salud cuando el régimen de Franco prefería exportala para conseguir divisas.
La administración se está convirtiendo en un monstruo autónomo que se reserva una parte creciente de los recursos para su propio consumo con la idea de que el sobrante, y sólo el sobrante, debe ir a parar al resto de la sociedad.
Por eso no se reduce el gasto en gestión cuando hay menos dinero como ahora: porque lo suyo es fijo, aunque sea para gastar lo que a los demás nos prohíben. Aunque sea parta inventar nuevas formas de obligarnos a pronunciar el "si, Bwuana".
Ya salió un ministro prometiendo regalarnos una bombilla. ya verán como el siguiente nos promete un plátano.

16 mayo 2009

Las hipotecas fallidas




Dicen las malas lenguas, y ya van quedando pocas buenas, que el número de las hipotecas fallidas se han multiplicado por cinco en el último año y que, al paso que vamos, es muy posible que siga creciendo a un ritmo que acabará siendo devastador para la banca.
Según parece, los bancos se están convirtiendo en grandes inmobiliarias y se dan a sí mismos la ventaja de vender primero lo de ellos mediante el socorrido método de conceder sólo financiación al comprador si se interesa por alguna de las viviendas que los propios bancos tienen en cartera. O sea, que si usted ya lo tenía crudo para vender una vivienda, imagínese cómo se le va a poner ahora, cuando los bancos decidan que sólo prestarán al que compre una de las viviendas que el propio banco embargó a un moroso o pobre desgraciado anterior.
Y todo esto, que parece ya muy malo, es peor aún observándolo de cerca con la lupa del economista teórico. Procuraré no ponerme espeso:
Gran parte de los españoles tiene invertido su capital familiar en vivienda. En otros lugares la gente compra oro, acciones, u obras de arte, pero aquí la inversión principal es la vivienda, y de eso hay que partir sin entrar por el momento a juzgar el fenómeno.
Por tanto, el hecho de que la vivienda haya pasado de ser un activo liquidable a un activo casi imposible de vender empobrece realmente a las familias y frena el consumo, la inversión y el empleo. Hasta hace poco, el que tenía un piso tenía un capital y le decía a los hijos: si las cosas se ponen malas lo vendemos y te echo una mano, o lo vendemos y vamos tirando. Ahora, como los pisos no se venden y los bancos tampoco son proclives a aceptar que se hipotequen, resulta que ese mismo padre tiene que decir a los hijos: ahí tenemos un piso, y si las cosas se ponen malas ya podéis ir rezando lo que sepáis porque el piso no lo vendemos ni a tiros, como no sea medio regalado.
Al final, si la necesidad es verdaderamente grande el piso se puede llegar a vender, pero perdiendo la mitad de la inversión, y ahí está el agujero del que les hablaba: el capital familiar, el real o el que potencialmente se puede reunir, ha disminuido drásticamente, lo que supone un empobrecimiento general.
O sea que los que lanzaron campañas y soflamas exigiendo la bajada del precio de la vivienda lo que lograron al final fue hacernos más pobres a todos, a unos porque les devaluaron lo que tenían y a otros porque los alejaron del salario que podía permitirles pagar lo que deseaban.
Y es que siempre es lo mismo: si tiene usted sus ahorros en tierras, no pida que bajen las tierras, y si los tiene en chufas, mejor que no bajen las chufas. Salvo que quiera cegar para que el vecino entuerte, claro, porque también puede ser eso, conociendo al personal.
Ahora, con las hipotecas fallidas, para convertir en dinero la inversión las familias tendrán que competir con los embargados y, peor aún, con los que quieren vender por lo que sea antes de que les embarguen.
Que no les pase nada.

15 mayo 2009

El tonto del pueblo (una de fábulas)


Cuentan que un sabio un día, tan pobre y mísero estaba que sólo se sustentaba de rencores que comía.
No era así, ya lo sé, ¿pero a quién le importan ahora las moralejas de las fábulas? La calle no está para bromas, y las que se oyen por los cafés son cada vez más amargas y más devotas del ancestral rito cainita según el cual las cosas no van tan mal si el vecino las pasa putas.
Porque algo de eso hay, no sé si por mala sangre, por impotencia, o por aquel rasgo tan conocido del tonto del pueblo que siempre jaleaba al equipo que iba ganando, a ver si se le pegaba a él algo de la grandeza y el prestigio del ganador. El ganador ahora es la ruina, y el tonto urbano, que es una variedad asfaltada y con ínfulas de lo que era el tonto del pueblo, jalea las quiebras y los despidos con la esperanza de que lo tomen por rico o, mejor aún, de que le den una subvención, como han hecho ya con tantos y tantos otros que sólo servían para llevar pancartas.
Quedan algunos rasgos en común, ya ven, pero el tonto del pueblo de toda la vida sabía correr y esconderse de las pedradas, mientras que este de hoy, aunque lleva casi siempre la vida de una gallina ponedora, sale a recibir los pescozones a pecho descubierto, quizás convencido de que ahora en el país de los ciegos ya no es rey el tuerto, sino el que además de ciego es cojo, manco, o todo a la vez, y no se queda atrás el día que llaman a agitar los muñones, los miedos y las miserias como si fuesen estandartes.
Lo de los muñones convertidos en banderas de una nueva clase social lo decía Saint Exupery, pero es mejor recordarlo por El Principito y que siga pareciendo manso. ¡Otro rasgo de la nueva sociedad!
El mundo ha cambiado, ya ven. Cuando el tonto del pueblo escardaba los ajos, se podía seguir el hilo de la economía con un poco de sentido común: los bienes salían de la tierra, se transformaban en las fábricas y terminaban en los mercados; ahora, a lo que parece, los bienes surgen en la bolsa, se transforman en los bancos, y acaban en ventanillas de los funcionarios.
Todo es una fábula, y el nuevo tonto del pueblo se ha convencido de que no hay relación alguna entre el precio de un producto y su coste, o de que no existe ningún vínculo entre lo que la gente gana y lo que finalmente puede gastar.
Y si el mundo es fábula, mejor unirse a ellas.
Bermejo y Garzón se comieron un capón. Después de haberlo comido trataron en conferencia si obrarían con prudencia en comerse el asador. ¿Lo comieron? No señor. Era un caso de conciencia.
Otro día les cuento la del rey de las ranas. Hoy no me atrevo, no vaya a ser que no me explique bien. O peor aún: que sí me explique.

14 mayo 2009

La prisa de nada


Hace unos años gané en un concurso, y mejor no digo de qué, una suscripción anual a un diario de difusión nacional. Como por aquel entonces enfrentaba mi personal problema de la vivienda compartiendo piso con otros cuatro peludos como yo, pensé que lo mejor era pedir que enviaran el periódico a mis padres y que por lo menos lo aprovechara alguien menos ocupado que nosotros con la investigación operativa (que Dios fustigue en un cuarto oscuro), el derecho administrativo o la anatomía patológica de la vaca lechera.
Ya lo sabía de antes, pero fue entonces cuando me di cuenta de que vivir en un pueblo era como tener la nevera llena de yogures y salchichas caducadas. El periódico llegaba, es cierto, pero llegaba con dos o tres días de retraso, con lo que la sección de deportes se convertía en sección de curiosidades, la de política en fe de erratas y las previsiones del tiempo y de economía en páginas de humor.
Si alguna vez quieren conocer el verdadero peso e importancia de las noticias que consumen a diario, hagan la prueba: lean durante un tiempo sólo el periódico de haces tres días y verán que las cosas no son para tanto. Vivimos en un tiempo done la abundancia de información genera la ansiedad de la inmediatez, y esa ansiedad, lo creamos o no, nos lleva a menudo a tomar decisiones poco reflexivas que lamentamos luego.
Como el público demanda noticias constantemente, los medios deben producirlas o buscarlas donde casi no las había, y de ese modo el periodista se convierte en el pobre granjero que cuando las vacas no dan más leche acaba ordeñando al toro.
La prisa, de veras, no es tal: la imponemos nosotros como consumidores para después, en perfecto círculo, sufrirla de los productores de actualidad. Noticias verdaderamente importantes hay tres o cuatro al mes; lo demás es morralla, forraje para drogadictos de la novedad y carne de escombrera informativa.
Algunos de aquellos periódicos que enviaron a mi pueblo hace años aún aparecen de cuando en cuando debajo de algún trasto, y si me paro a leerlos descubro que las personas que mencionaban no importan ya tres puñetas a nadie que no sea su familia, los partidos del siglo dejaron sitio a otros partidos del milenio o la era geológica y los gobiernos, de un partido o de otro, ocupaban sus asientos como los santos sus peanas: convencidos de que la devoción de sus fieles bastaría para obrar por sí sola el milagro.
Y eso tratándose de un periódico nacional, en el que de vez en cuando salía un petrolero hundido o un ministro progre acusado de enterrar gente en cal viva. Imagínense lo que sería si llego a guardar ejemplares de un periódico como el que tienen entre manos.
Hagan la prueba: guarden este mismo ejemplar y verán qué risas nos echamos en diez o quince años.
Si Dios quiere.

13 mayo 2009

Buscones y busconas


¿Han leído ustedes el Buscón, de Quevedo? Si no lo han leído aún se lo recomiendo encarecidamente, y si es posible con notas al pie, mejor aún, porque los juegos de palabras son tantos y tan frecuentes que en ese laberinto conviene adentrarse con guía, al menos la primera vez.
Se me viene estos días a la cabeza ese libro con motivo de la remodelación del gobierno que ha ideado Zapatero, quizás ya en la fase terminal de echarle la culpa a quien sea para poder seguir huyendo hacia adelante. Sólo le falta aquello de "Aznar nos dejó al borde del abismo y nosotros hemos dado un decidido paso al frente", pero todo se andará.
Dice Quevedo al final del libro que Pablos, su buscón, harto de sinsabores y desgracias, se marchó a las Américas en busca de una nueva vida. Pero concluye: "y fuéle todavía peor, pues no cambia de fortuna el que cambia de lugar, sino de vida y costumbres"
¿Creen ustedes que el cambio de caras en el gobierno de Zapatero va a suponer un cambio de costumbres?, ¿creen ustedes que va a significar una mejor administración de los recursos públicos?, ¿creen que significará un verdadero giro hacia un modelo de administración que consista en racionalizar y no en repartir?
Yo no. Yo creo que se trata de un paso adelante, uno más, en la politización del gobierno, es decir, en la sustitución de técnicos supuestamente entendidos en una materia por afiliados notorios, entiendan o no entiendan un carajo de lo que tienen que administrar.
El gobierno recién nombrado no se prepara para afrontar la crisis y sacarnos del agujero, sino para sacar partido electoral a todo lo que se haga y echar fuera las culpas de lo que no se haga. No es un gobierno para la gestión; es un gobierno para la propaganda.
Andarse con mudanzas a esta alturas del baile es ya, en si mismo, un elemento de desestabilización que nada bueno puede traer. Andarse con cambios en medio del mayor desastre económico de los últimos cuarenta años significa que no se tiene ni idea lo que se ha estado haciendo y que se vive en la componenda y en la improvisación más que en un verdadero plan de acción.
Lean ustedes los nombres de los nuevos ministros y comprobarán, sin necesidad de más indicaciones, que no se trata de buscar una línea de consenso y unidad entre todos para salir del bache, sino de una radicalización, una más, en el encastillamiento político de un presidente que poco a poco va apartando a los moderados para incrementar el poder a la rama mesiánica de su partido.
Con cambios como este, además del Buscón acabaremos teniendo al Gatopardo, aquel que decía que todo debía cambiar para que todo pudiera seguir igual.
Esa es la única revolución que nos espera: la de dar tiempo al tiempo, mientras los meses pasan y crece el paro hasta en marzo.
Las caras son lo de menos: serán caretas, y de cemento.

12 mayo 2009

Una solución para las pensiones





¡Qué cosas! Si la manifestación que hubo el otro día por la vida hubiese sido por la vida de las ballenas o de los linces, en vez de ser por la vida de los no nacidos, hubiese sido portada en medio mundo.
A estas alturas, como dice la ministra, el tema del aborto es un debate superado. Lo es porque el enfrentamiento no se basa ya en cuestiones éticas, ni en si está bien matar a alguien o no, o si alguien que tiene un ADN distinto es un ser vivo distinto. El tema se ha superado porque las pruebas, miles de ellas, nos muestran que la sociedad occidental pone la conveniencia por delante de toda ética. Se necesitaban cortar los bosques para hacer ferrocarriles o criar vacas, y se cortaron. Se necesitaba envenenar a medio mundo para fomentar el desarrollo industrial y se contaminó el planeta. Se necesitaba esclavizar a dos mil millones de personas para aumentar la disponibilidad de chucherías de cien millones, y se las esclavizó. Se necesitaba destruir un país, o dos, para bajar diez dólares el precio del petróleo, y se destruyeron esas naciones. ¿Qué tiene de extraño, pues, que si un niño molesta se le mande al cubo de la basura? Nada. Y oponerse a ello es ir contra los tiempos y ser un romántico. El tema, ciertamente, está superado.
Pero no se equivoquen los que se creen a salvo por el hecho de haber nacido y no haber acabado en la basura de un hospital. Los precedentes tienen la negra particularidad de que se acompañan de su propio mal: que son precedentes. Cuando de veras quiebre la caja de la Seguridad Social, porque no quede un duro en ella, cuando de veras nos enfrentemos a una pirámide de población en que cada trabajador activo debe mantener las pensiones y la sanidad de tres o de cuatro inactivos, entonces no será descabellado que la misma caducidad que ponen por debajo la pongan por arriba. Y si ahora no se es persona hasta las veinte semanas de gestación, puede que para entonces no se sea persona después de los ochenta u ochenta y cinco años.
Hoy lo leen y les parece ridículo, como les parecía ridículo a los judíos alemanes que les dijeran que un día iban a acabar con ellos en plan factoría. Pero cuando se deja entrar por la puerta al demonio de la subjetividad en temas como la vida hay que estar preparado para las cámaras de gas, los fusilamientos masivos o las clínicas de eutanasia obligatoria, o "despedida solidaria", como seguramente les llamará algún hijo de puta que gobierne por entonces.
Si aceptamos que hay que legalizar todo aquello que la gente va a hacer de todos modos, hay que prepararse para el día que no podamos ya defendernos y nos roben o nos maten como a cucarachas, que es, sinceramente, lo que siempre se ha hecho desde que el mundo es mundo y lo que se seguirá haciendo mientras el ser humano siga siendo lo que es.
Así que usted, abuela, la que me dijo el otro día que el aborto le importaba un carajo porque ya no podía quedarse preñada, váyase tentando los bajos, porque preñada no podrá quedarse, pero muerta en una camilla, sí que puede.
Y a lo mejor no anda tan lejos.

11 mayo 2009

El agujero municipal

Estoy seguro de que muchos lectores, al ver este título, se han puesto escatológicos. Y no es para menos. Ahora que empezamos todos a tentarnos las barbas, las carteras y otras partes pudendas al hilo de la intervención de la Caja de Castilla la Mancha, quizás sea momento de decir cuatro verdades sobre las causas de la ruina montaraz que amenaza con devorarnos.
Por un lado, no se puede consentir que existan instituciones de crédito y financieras gestionadas por políticos, con titularidad pública y responsabilidad pública a las que, sin embargo, no se les exige un mínimo de transparencia ni se las somete a los mismos criterios de eficiencia y buena gestión que al resto de las entidades financieras. ¿Quién es el propietario de las cajas de ahorros? Todos y nadie a la vez, porque se han interpuesto mil triquiñuelas para que al final los impositores no voten.
Podría dar media docena de explicaciones técnicas sobre el asunto, como ya he intentado otras veces, pero no estamos ya para esa clase de razonamientos y me parece que bastará con la cuenta de la vieja: ¿creen ustedes que nuestros políticos se han distinguido por la buena gestión de los dineros públicos?. Y viendo cómo gestionan lo público, ¿es cabal que además les dejemos lo privado, para que lo gestionen a través de las cajas?
El peor ejemplo, porque es el peor agujero, lo tenemos en los ayuntamientos. Los ayuntamientos son entidades pensadas para el día a día y que, poco a poco, se han ido convirtiendo en monstruos devoradores de recursos. La situación que atraviesan algunas Cajas de Ahorro viene, precisamente, de prestar dinero a ayuntamientos que nunca van a devolverlo, o de financiar proyectos que jamás retornaron rentabilidad alguna, ni económica ni social.
Y como los ayuntamientos son inembargables, nos encontramos con que nuestro dinero, el que guardamos en privado en una cartilla, ha ido a parar, como el que pagamos en nuestros impuestos, a lubricar favores, contratar cuñados y mantener pesebres clientelistas.
En vez de repartir unos cuantos millones para obras municipales que ya son hambre para hoy, y no digamos para mañana, el gobierno hubiese hecho un favor mucho más importante a la economía obligando a las entidades municipales a pagar de una santa y buena vez lo que deben a los proveedores. Porque los proveedores, esos sí, son empresarios que generan riqueza y generan empleo, que tratan de llevar sus negocios por el camino de la rentabilidad real y no por el de la mandanga, la pandereta, y la pancarta.
Si los ayuntamientos pagasen sus deudas, cumpliesen los plazos para sus resoluciones y diesen facilidades a los emprendedores en vez de inventar imaginativa trabas con que dar ocupación a nuevos funcionarios, no sería necesario ningún plan de rescate. Ni de las cajas, ni de los ciudadanos.
Poner a los ayuntamientos a salvar la economía es como ir a que te opere Mengele.

Subsidios sí, pero no gratis


Amenazan estos días con subir el periodo en el que los parados tienen derecho a cobrar una prestación, y aunque sé de sobra que hay mucha gente pasándolo mal, creo que por ese camino lo único que vamos a conseguir es irnos todos a tomar viento, en columna de a dos, y con banda de música. Por lo que cuesta y por las costumbres, todas malas, que va a crear semejante precedente.
No se puede permitir, eso es cierto, que haya millones de familias sin ningún tipo de ingreso y amenazadas por la indigencia. No nos lo podemos permitir ni humana, ni social ni económicamente. Pero como en esta vida hace falta cabeza para todo, lo que no es posible tampoco es dejar tan grandes grietas para que se agrave la economía real ni tirar el dinero de una manera tan alegre y electoralista como la que supone ampliar la prestación en uno o dos años. No, al menos, siguiendo la modalidad actual.
Señores, no nacimos ayer. Vamos a dejar de hacer suposiciones candorosas y hablemos de las cosas tal y como son.
El subsidio desempleo es necesario, pero todos conocemos a alguien, si no lo hemos hecho nosotros mismos, que no se pone a buscar trabajo hasta que no ha agotado el tiempo de cobro. Todos conocenos también a alguien que ha rechazado un empleo avisando al patrón de que en cuatro o cinco meses va al tajo, porque para entonces ya se le habrá acabado el paro.
El subsidio, repito, hay que pagarlo, y a mi entender hay que aumentarlo en un veinte o un treinta por ciento para que sea mejor de lo que es. Lo que no se puede permitir, y menos ahora, en la coyuntura que nos encontramos, es que sea gratis. Lo que no se puede tolerar es que el subsidio de desempleo se convierta en pagar vacaciones periódicas a unos cuantos a costa del resto.
Tal y como funcionan las cosas sería mejor para todos que la parte de la Seguridad Social que empresarios y trabajadores pagan como seguro de desempleo dejara de pagarse, y cuando el trabajador se quedase sin trabajo su subsidio saliera de las arcas públicas, pero a cambio de algún tipo de prestación por parte del desempleado: da igual si es sacar brillo a los bordillos o desbrozar cunetas, pero algo que lo mantenga ocupado y le impida trabajar en la economía sumergida.
De ese modo, los empresarios verían abaratarse los costes laborales y crearían más empleo, y los trabajadores verían incrementada su nómina (porque también a ellos se les retine, y mucho, para el paro) con la ventaja añadida de que los que están legales no tendrían que competir con los que, además de cobrar el paro, van por ahí haciendo pequeñas o no tan pequeñas chapuzas para redondear los ingresos.
¿Les parece poca ventaja? Pues aún hay otra: si para cobrar el paro hubiese que levantarse todos los días a las ocho de la mañana y pasarse luego el día entresacando jaras en Sanabria, ¿qué se juegan ustedes a que habría menos parados y el Estado gastaría menos en subsidios?
No se apuestan nada, ¿verdad? Yo tampoco.