23 mayo 2009

Una lanza por Blas



Ahora que estamos en un punto en que reivindicar lo español es sinónimo de ser un nacionalista ultramontano, y que enorgullecerse de los abuelos propios viene a significar lo mismo que mentarle la madre al vecino (quizás porque se acostaba con el abuelo, aunque nunca lo supimos), quiero romper una lanza por los navegantes españoles, postergados en la historia por otros nombres anglosajones de más relumbrón en el cine y más sentido común en las aulas.
Hoy he leído que un barco español ha detenido a otros siete piratas en Somalia y quiero acordarme de Blas de Lezo, el increíble vencedor de la batalla naval de Cartagena de Indias, donde los ingleses perdieron tres veces más barcos que nosotros en el desastre de la Invencible, aunque nadie lo sepa y nadie hable de ello, porque somos así de panolis y de tarugos.
Se supone que los ingleses eran los amos del mar y hasta aquí lo reconocemos, como bobos, sin pensar que si los ingleses se dedicaban a la piratería y nosotros a combatirla era porque no sabían ni podían enfrentarse abiertamente a nuestra armada. Pero ya ven: con los años todo el mundo se sabe el nombre de los pitaras, y le suena Francis Drake, y hasta los aplaude de vez en cuando, sin querer enterarse de que en el mundo real, fuera de las pantallas de cine y los libros de aventuras, se convirtió literalmente en mierda (murió de diarrea crónica) en unas ciénagas de Nicaragua porque no se atrevió a salir a enfrentarse a los barcos españoles que le esperaban.
Ahora, cuando la piratería, con sus hazañas de robo y secuestro en el mar, vuelve por sus fueros, nada tiene de extraño que una vez más sean los barcos españoles los que hayan ido a combatirla, y más que lo harían si les dejasen. Hay imágenes que se quedan para siempre en la mente colectiva y que se asocian a un objeto de manera inseparable. En la mente colectiva de medio mundo, los tanques llevan pintada una cruz negra y los barcos que luchan contra los piratas la bandera roja y gualda.
Sin embargo, a nosotros, estas cosas parecen no importarnos y seguimos ocultándolas tras un manto de indiferencia o ignorancia. Conocemos a los piratas que nos robaban, pero no a los nuestros, que nos defendían. Sabemos quién era Barbarroja, pero no quién era Blas de Lezo, terror de corsarios y azote de bucaneros, a los que colgaba a pares en las jarcias de su barco.
Los españoles somos así, oigan, y ya ven que no es nuevo: aplaudimos a los piratas ingleses de las películas y ofrecemos dar cursos universitarios a individuos como Julián Muñoz, a ver si enseña a los alumnos nuevas técnicas en el arte del desfalco, o del cohecho, que en el fondo es lo que quieren aprender aunque no lo reconozcan abiertamente. Ya verán como el curso se llena, aunque sea de pago.
Se llenará como nunca se llenó uno de criminalística, ni como se llenaría ningún curso que enseñase a combatir la estafa.
Por eso, cada cierto tiempo, volvemos al barro. Porque nos va la marcha.

3 comentarios:

  1. Larra ya perfilaba como éramos hemos cambiado tanto.

    Todo el mundo conoce a Edison y a Bell y nadie a Torres Quevedo, un verdadero Da Vinci español, que inventó el teléfono antes que Bell, el telemando por Radio, el funicular, un autómata a base de engranajes que daba mate con el Rey y una torre, máquinas de calcular, dirigibles e infinidad de otros ingenios adelantados a su época (y, sobre todo, a su país).

    El tal Blas no estaría mal para argumento de una novela. Mire a ver Ud., que le tiene tomada la medida al género histórico.

    Saludos.

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  2. De algún modo, se perdió el "y no" entre "éramos" y "cambiado"

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  3. El tal Blas está ya en mano d eunb amigo escritor y estoy seguro de que le hará justicia.

    Y tienes todala razón, qué carajo.

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