16 mayo 2009

Las hipotecas fallidas




Dicen las malas lenguas, y ya van quedando pocas buenas, que el número de las hipotecas fallidas se han multiplicado por cinco en el último año y que, al paso que vamos, es muy posible que siga creciendo a un ritmo que acabará siendo devastador para la banca.
Según parece, los bancos se están convirtiendo en grandes inmobiliarias y se dan a sí mismos la ventaja de vender primero lo de ellos mediante el socorrido método de conceder sólo financiación al comprador si se interesa por alguna de las viviendas que los propios bancos tienen en cartera. O sea, que si usted ya lo tenía crudo para vender una vivienda, imagínese cómo se le va a poner ahora, cuando los bancos decidan que sólo prestarán al que compre una de las viviendas que el propio banco embargó a un moroso o pobre desgraciado anterior.
Y todo esto, que parece ya muy malo, es peor aún observándolo de cerca con la lupa del economista teórico. Procuraré no ponerme espeso:
Gran parte de los españoles tiene invertido su capital familiar en vivienda. En otros lugares la gente compra oro, acciones, u obras de arte, pero aquí la inversión principal es la vivienda, y de eso hay que partir sin entrar por el momento a juzgar el fenómeno.
Por tanto, el hecho de que la vivienda haya pasado de ser un activo liquidable a un activo casi imposible de vender empobrece realmente a las familias y frena el consumo, la inversión y el empleo. Hasta hace poco, el que tenía un piso tenía un capital y le decía a los hijos: si las cosas se ponen malas lo vendemos y te echo una mano, o lo vendemos y vamos tirando. Ahora, como los pisos no se venden y los bancos tampoco son proclives a aceptar que se hipotequen, resulta que ese mismo padre tiene que decir a los hijos: ahí tenemos un piso, y si las cosas se ponen malas ya podéis ir rezando lo que sepáis porque el piso no lo vendemos ni a tiros, como no sea medio regalado.
Al final, si la necesidad es verdaderamente grande el piso se puede llegar a vender, pero perdiendo la mitad de la inversión, y ahí está el agujero del que les hablaba: el capital familiar, el real o el que potencialmente se puede reunir, ha disminuido drásticamente, lo que supone un empobrecimiento general.
O sea que los que lanzaron campañas y soflamas exigiendo la bajada del precio de la vivienda lo que lograron al final fue hacernos más pobres a todos, a unos porque les devaluaron lo que tenían y a otros porque los alejaron del salario que podía permitirles pagar lo que deseaban.
Y es que siempre es lo mismo: si tiene usted sus ahorros en tierras, no pida que bajen las tierras, y si los tiene en chufas, mejor que no bajen las chufas. Salvo que quiera cegar para que el vecino entuerte, claro, porque también puede ser eso, conociendo al personal.
Ahora, con las hipotecas fallidas, para convertir en dinero la inversión las familias tendrán que competir con los embargados y, peor aún, con los que quieren vender por lo que sea antes de que les embarguen.
Que no les pase nada.

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