14 mayo 2009

La prisa de nada


Hace unos años gané en un concurso, y mejor no digo de qué, una suscripción anual a un diario de difusión nacional. Como por aquel entonces enfrentaba mi personal problema de la vivienda compartiendo piso con otros cuatro peludos como yo, pensé que lo mejor era pedir que enviaran el periódico a mis padres y que por lo menos lo aprovechara alguien menos ocupado que nosotros con la investigación operativa (que Dios fustigue en un cuarto oscuro), el derecho administrativo o la anatomía patológica de la vaca lechera.
Ya lo sabía de antes, pero fue entonces cuando me di cuenta de que vivir en un pueblo era como tener la nevera llena de yogures y salchichas caducadas. El periódico llegaba, es cierto, pero llegaba con dos o tres días de retraso, con lo que la sección de deportes se convertía en sección de curiosidades, la de política en fe de erratas y las previsiones del tiempo y de economía en páginas de humor.
Si alguna vez quieren conocer el verdadero peso e importancia de las noticias que consumen a diario, hagan la prueba: lean durante un tiempo sólo el periódico de haces tres días y verán que las cosas no son para tanto. Vivimos en un tiempo done la abundancia de información genera la ansiedad de la inmediatez, y esa ansiedad, lo creamos o no, nos lleva a menudo a tomar decisiones poco reflexivas que lamentamos luego.
Como el público demanda noticias constantemente, los medios deben producirlas o buscarlas donde casi no las había, y de ese modo el periodista se convierte en el pobre granjero que cuando las vacas no dan más leche acaba ordeñando al toro.
La prisa, de veras, no es tal: la imponemos nosotros como consumidores para después, en perfecto círculo, sufrirla de los productores de actualidad. Noticias verdaderamente importantes hay tres o cuatro al mes; lo demás es morralla, forraje para drogadictos de la novedad y carne de escombrera informativa.
Algunos de aquellos periódicos que enviaron a mi pueblo hace años aún aparecen de cuando en cuando debajo de algún trasto, y si me paro a leerlos descubro que las personas que mencionaban no importan ya tres puñetas a nadie que no sea su familia, los partidos del siglo dejaron sitio a otros partidos del milenio o la era geológica y los gobiernos, de un partido o de otro, ocupaban sus asientos como los santos sus peanas: convencidos de que la devoción de sus fieles bastaría para obrar por sí sola el milagro.
Y eso tratándose de un periódico nacional, en el que de vez en cuando salía un petrolero hundido o un ministro progre acusado de enterrar gente en cal viva. Imagínense lo que sería si llego a guardar ejemplares de un periódico como el que tienen entre manos.
Hagan la prueba: guarden este mismo ejemplar y verán qué risas nos echamos en diez o quince años.
Si Dios quiere.

No hay comentarios:

Publicar un comentario