28 noviembre 2008

Portazos y cambio climático


Me han contado que hay un Zamora un hombre que está muy preocupado, porque el derrumbamiento de la muralla coincidió exactamente con un portazo que dio él en casa, tres calles más abajo. Para tranquilizarlo, si me lee, les voy a hablar del cambio climático, que es un asunto parecido.
No creo que haya quien discuta que manchar menos es deseable. Por supuesto que hay que reducir las emisiones contaminantes, y frenar el consumo de recursos naturales. Hay que contaminar menos lo mismo que hay que tratar de no dar portazos.
Que el clima está cambiando, tampoco hay quien lo dude. Ni nieva lo que nevaba, ni llueve cuando llovía, ni hay quien se aclare con la ropa que hay que comprar cada temporada, pero a lo mejor hay que preguntarse qué podemos tener que ver nosotros, los humanos, con toda esta historia, y si nuestra aportación es determinante para el problema o es sólo una avellana más en las alforjas del camello.
Nuestras emisiones de dióxido de carbono no ayudan a mejorar el problema, eso fijo, pero seamos serios: ¿desde cuándo se miden las radiaciones solares?, ¿desde hace veinte o treinta años?; ¿desde cuándo sabemos la distancia que nos separa del sol, que nos es constante, ni mucho menos?, ¿desde hace cuarenta años?; ¿desde cuando observamos y cartografiamos las manchas solares?, ¿desde hace una década?
Todas esas variables, por no citar otras, pueden tener una influencia mucho mayor en la temperatura del planeta que todo lo que se nos ocurra quemar por aquí abajo. Hasta los más acérrimos ecologistas reconocen que un dos o un tres por ciento de aumento de actividad solar es más importante para la temperatura de la tierra que todos los efectos invernaderos reales o inventados.
Y no es la primera vez que sucede. Sabemos que ha habido otros muchos cambios climáticos, porque para estas cosas es precisamente para lo que sirve invertir dinero en paleontología y en arqueología, ciencias ambas que parecen inútiles hasta que llegan los problemas verdaderamente gordos. Sirve, por ejemplo, para saber que en Zamora existieron plantas tropicales, y eso significa que en otra época teníamos el clima de Canarias; y sirve también para saber cómo podían vivir en aquellos castillos tan heladores en la Edad Media: porque las temperaturas eran mucho más altas. Sólo es cosa de leer las crónicas y comprobar cómo el cronista se pasma de que se helase una vez el río.
O sea que limpieza sí, y defensa del medio ambiente, pero también un poco de humildad, porque el que se echa la culpa de que el sol alumbre más o menos es como el amigo del portazo, que se siente culpable de lo de la muralla.
Y tampoco es eso.
foto: adaptación de las especies al nuevo escenario

El Metro de Zamora


Dicen por ahí que esta crisis, con la consiguiente refundación del sistema financiero internacional, va a ser la que más cambios provoque después de aquel caos de 1929. Seguramente sea verdad, porque no podía ser que el catorce por ciento de todo el dinero que se movía en el mundo correspondiera a compra y venta de productos y servicios, y el otro ochenta y seis por ciento a bolsa, mercado de divisas y otras operaciones consistentes en mover dinero sin producir realmente nada.
La situación, con estos datos, se podía describir como una mortífera pirámide boca abajo que había que mover con cuidado para que no se desplomara. Y con las elecciones americanas en puertas, el petróleo a ciento sesenta dólares y las tensiones especulativas apretando sobre las materias primas, el chiringuito colapsó.
Todavía está por ver cómo repercutirá este naufragio en los bolsillo de la gente de a pie, pero si me lo permiten, creo que por una vez podemos ser optimistas en cierta medida, al menos en esta tierra nuestra: descenderá la inversión, descenderá la producción industrial y se contraerá durante un tiempo el gasto tanto en nuevos equipamientos como en investigación y desarrollo.
¿Y eso me parece optimista? Pues sí. Porque, sean sinceros y díganme: ¿qué producción industrial tenemos en Zamora?, ¿qué inversión en equipamiento?, ¿qué gasto en investigación y desarrollo? Poca cosa, la verdad, y eso siendo generoso.
Pueden perder cuota de mercado los que tenían mercado. Pueden perder industria los que tenían industria. Le pueden cerrar una línea de Metro a Madrid, Barcelona o Valencia, pero para cerrar el Metro de Zamora, o el aeropuerto, hace falta mucho más que una crisis como esta.
Para ciertas economías como la nuestra, mucho más cercanas a la silicosis y el asma que a cualquier otra metáfora que se les ocurra, las crisis significan pequeños daños y grandes oportunidades, porque a la hora de competir con otras regiones antes estábamos en grave desventaja de partida y quizás ahora, quizás, la línea de salida sea un poco más similar para todos. Y en ese caso, la ventaja es nuestra: porque sabemos vivir con menos, porque hemos aprendido a apañárnoslas de cualquier manera, porque tenemos toda la experiencia del mundo en apretarnos el cinturón. Con un par y sin peonadas.
O sea que mal lo pasaremos todos, pero nosotros lo vamos a notar menos. Y saldremos antes, porque cada ser vivo compite y se desenvuelve mejor en su medio ambiente y el nuestro es la austeridad.
Consuelo de tontos, dice el refrán, ya lo sé. Pero es el que hay, y no es poco.

Foto: intercambidor junto al Duero

El arma secreta

Zapatero puede sacarnos de esta crisis.
Los que me lean habitualmente quizás piensen que se trata de una ironía para cargar luego con artillería más gruesa, pero lo digo totalmente en serio: él puede arreglarlo.
Deje de reírse y siga leyendo, por favor. Y guarde el moquero, que no es para tanto.
Lo digo de verdad: Zapatero es posiblemente el único presidente del gobierno de toda la Unión Europea que tiene un arma secreta para recuperar la estabilidad del sistema bancario e inyectar liquidez a las entidades financieras sin dejarse la hijuela en el empeño, como han tenido que hacer los americanos, los alemanes, los ingleses y los que están por caer.
Tenemos, objetivamente, un arma definitiva que nos permitiría salir del agujero y sin que costase un duro. ¿Se acuerdan de la famosa noticia de que más de la mitad de los billetes de quinientos euros de toda Europa estaban en España?, ¿se acuerdan del cachondeo que hubo, preguntándonos todos de quién serían, dónde estarían y qué moscas estaría papando Hacienda para que le colasen semejante goleada?
Pues bien: ahora, cuando los bancos de todo el mundo andan buscando liquidez como locos porque nadie tiene un duro, y el que lo tiene no lo presta, en España bastaría con que el gobierno decretase una amnistía fiscal para que todo ese dinero, una auténtica salvajada de millones de euros, saliese de las cajas de seguridad, de las tejas y los calcetines, para resolver la papeleta financiera sin necesidad de echar mano de los dineros de todos para recapitalizar la banca.
¿Que es una marranada perdonar a los que han defraudado impuestos? Si. ¿Que sería una vergüenza darle el trabajo hecho a las mafias del blanqueo de dinero? También. ¿Pero no es igualmente asqueroso que cuando hay beneficios se los lleve la banca y cuando hay perdidas las repartamos entre todos? Desde luego, pero se está haciendo, porque cuando la cosa viene mal, el caso es salir del hoyo, que de ética ya se hablará más adelante.
Así que ya ven: Zapatero puede hacerlo y tiene con qué. Y es necesario que lo haga él, porque si lo hace un gobierno del PP, le estarían cien años llamando mafioso, miserable, canalla y encubridor de los defraudadores, pero si lo hace Zapatero puede que incluso veamos a unos cuantos cantantes, actores y faranduleros participando en alguna manifestación a favor del perdón a los que estafaron a Hacienda, detrás de una pancarta que diga algo así como "perdón para los chorizos, por el bien de todos".
Y se acabaría la crisis. Y traerían incluso más dinero de fuera, de las armas, la droga, o lo que fuese. Pero los bancos darían créditos de nuevo y revivirían la actividad y el empleo.
Esa es el arma secreta. Y estamos de suerte, porque Zapatero es la clase de tipo que puede hacerlo.

Mala uva (bad grape)


Me parto. Me troncho. Por esta vez me da igual que el tema sea para llorar, y me mondo de la risa, aun a costa de lo que me pueda afectar.
Enseñanza bilingüe, dicen, para los niños de primaria. En español y en inglés, y con el inglés como lengua vehicular, o sea, la que se utiliza para dar las explicaciones.
Hasta ahí suena de cine. Un poco a película de Paco Martínez Soria, o historia de destape años setenta, pero vale: nuestros niños tiene que aprender inglés desde su más tierna edad y ya está bien de que semejante beneficio esté sólo al alcance de los bolsillos pudientes. Genial.
¿Y quién las va a dar a los chavales las clases en inglés? Los mismos profesores que tenían hasta ahora. ¿Y esos profesores saben inglés? Es usted un fascista y un cabrón por preguntar esas cosas, porque lo pregunta con la intención de ridiculizar a los pobres. Esa es la dialéctica.
Han puesto la enseñanza bilingüe como el que pone la asignatura de informática y le encarga los ordenadores al carpintero del pueblo. Han puesto a dar clase en inglés a gente que no lo sabe, ni lo ha oído en su vida, ni tiene la más pajolera idea de inglés, por mucho que le busquen a toda prisa algún tipo de cualificación para salvar la cara a última hora.
He sido catorce años director de un periódico universitario y puedo jurarles, aunque me apedreen por ello, que los chavales que salen de Magisterio no tienen ni puñetera idea de inglés, salvo los que se preocupan por su cuenta y su interés de aprender esa lengua. Y eso los que salen ahora, así que imagínense cómo están los que sacaron la oposición hace veinte o treinta años: saben decir Marlboro los que fuman y Westinghouse los que ven la palabra escrita en la nevera. Y recen porque el que le dé clase a su hijo no fume Ducados o tenga una Fagor, porque entonces, ni eso.
¿Pero qué puñetas se han creído con esta improvisación del inglés? La educación bilingüe requiere una amplia preparación, un plan de enseñanza en condiciones y sobre todo y ante todo, profesorado que sepa inglés. Que lo sepa, no que lo chapurree malamente e incapacite a los niños de por vida para aprenderlo y pronunciarlo como es debido. Como yo, que no saldré de angloinútil aunque viva mil años, gracias a la maravillosa enseñanza de esta lengua que recibí.
Me parece que el gesto es, en el fondo, un broma cruel pensada por cuatro listos. Una jugada que consiste, sobre todo, en regalar achicoria para que el que quiera un café sepa lo que vale y lo pague.
Si yo tuviese un colegio privado realmente bilingüe me estaría frotando las manos, porque la gente no desea algo hasta que no lo conoce. Y ahora va a verlo, aunque sea en caricatura.
Mala uva, ya les digo.
Foto: Aprendiendo idiomas pro el método antiguo

Abortó la abuela


Y menos mal, porque era lo que nos faltaba.
Dicen ahora por ahí que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando el petróleo andaba por los ciento cuarenta dólares, los israelíes pidieron el visto bueno norteamericano para atacar las instalaciones nucleares de Irán y quitarse, de una vez y por el método directo, la amenaza de que los ayatolás puedan construir una bomba atómica.
A mí, la verdad, no me hace mucha gracia que esa panda de pirados pueda construir una bomba nuclear, pero con la verdad en la mano y dejándonos de opiniones subjetivas, hay que reconocer que los únicos que la han tirado alguna vez sobre los demás han sido los americanos, y que el resto de países, por cabrones que fuesen, ni la usaron ni echaron mano de lo más florido de sus arsenales, ni siquiera en plena guerra. Ni siquiera Hitler y Stalin sacaron de los almacenes los gases tóxicos en la Segunda Guerra Mundial, que tanto se habían usado en la primera.
O sea, que mejor no hacer concurso de locos, porque a lo peor no ganan los que esperamos y a lo peor es más peligroso para nosotros el arsenal de nuestros aliados que el de los que se dicen enemigos. Sobre todo porque nuestros aliados lo tienen de verdad y los otros, pues Alá sabrá. Como las armas de destrucción masiva de Sadam, si se acuerdan.
En todo caso, es de agradecer que por una vez a alguien se le ocurriera pensar en las consecuencias de un acto antes de acometerlo y no después. Porque, ¿se imaginan lo que hubiese supuesto un ataque israelí contra Irán? Recrudecimiento del sentimiento islamista, nueva escalada bélica en Irak y Afganistán, nueva escalada en el Líbano, con Hizbullá tirando hasta hogazas atrasadas sobre Galilea, petroleo a trescientos dólares y una quiebra aún mayor, y más cercana al bolsillo del ciudadano que la que ya padecemos.
Una gran desastre. ¿Y todo a cambio de qué? De que no haya más armas devastadoras que las que tienen los que se supone que son los nuestros.
No sé a ustedes, pero a mí no me salen las cuentas: Evitar el asesinato con el suicidio no me pareció nunca una buena idea.
Porque si los iraníes quieren una bomba atómica, con la pasta que ingresan por el petróleo, seguro que encuentran quien se la venda, sobre todo en esas viejas repúblicas soviéticas, todas musulmanas y armadas todas hasta los dientes, como Kazajstan y Turkmenistán.
Esta vez libramos, pero a ver qué pasa en un par de años.
Crucen los dedos.

Comulgar por lo civil


Hablaba el otro día el amigo Rodero de los bautizos por lo civil, y del cachondeo que se imponía poco a poco en la sociedad con ciertas cuestiones por aquello del laicismo, y hablaba con buen tino, como de costumbre.
No me preocupan tanto las pilas bautismales, ni siquiera las del PP, con su terrible olor a amoniaco, como los incensarios de las radios, televisiones y periódicos, que hay que reponer constantemente de tanto como los gastan dando incienso al que reparte los dineros de las campañas de publicidad institucionales.
No me preocupa tanto que se use agua o vino tinto (porque en esta tierra nuestra se supone que por lo civil se bautizará con vino) como que el oficiante pase el cepillo durante la ceremonia con la mano izquierda mientras con la derecha, desde el bolsillo, te apunta con un revólver para incitarte a lo que ahora se llama solidaridad.
No me preocupa siquiera que los bautizos se celebren en la catedral, con su cimborrio bizantino, sus crucifijos, sus capillas y sus canónigos, o en el ayuntamiento, donde por desgracia faltan crucificados, pero sobran también canónigos y capillas, todo es bizantino, todo es cimborrio, cirio, retablo y procesión de concejales que en vez de muros y pilares se prefieren contrafuertes, para sostener el edificio, pero a ser posible desde fuera.
No me preocupa que los padrinos elijan nombre y se comprometan a educar y cuidar al niño si llegan a faltar los padres, o que sean como aquellos otros padrinos de Coppola, sucesores de don Vito Corleone, elegantes empresarios orgullosos de sus orígenes humildes y comprometidos de manera permanente con la idea de que todo es personal y la férrea voluntad de que pase lo que pase parezca es mejor que parezca un accidente.
A mí, como les digo, no me preocupan tanto los bautizos como la comunión, también por lo civil, que nos va a dar el gobierno en cuanto acabe de echar las cuentas de lo que de veras ingresará este año y de lo que tiene comprometido para el gasto. Me preocupa la comunión por lo civil que nos meterá la Junta cuando vea lo que no ha ingresado por los pisos que dejaron de venderse, y la que nos endilgará el ayuntamiento, por lo civil sin duda, con el IBI, el Impuesto de circulación, o cualquier otra tasa, ex-gónada en vez de ex-cátedra, que se les ocurra.
Eso sí que va ser comunión. Ya verán qué hostias...

26 noviembre 2008

Cuando se mueren las pulgas


Lo mejor de ocupar ciertos cargos es que te puedes permitir decir la verdad, y como el que te escucha no lo entiende, o si lo entiende no te pude jorobar, te quedas tan ancho.
Eso fue seguramente lo que pensó el socialista francés Michel Rocard, cuando afirmó desde su tribuna en el parlamento europeo que la culpa de la actual crisis financiera la tienen las clases medias y bajas, por su apetencia de capital.
En principio, nada más oírlo, parece un insulto, pero luego, si se piensa bien, además de una injuria es un desliz, una indiscreción de quien ha dicho más de lo que debería.
Porque el caso es que es cierto, y ahí está lo malo. El sistema financiero es un mecanismo pensado para que unos pocos obtengan beneficio de los demás a través de artificios aparentemente equilibrados pero casi siempre viciados de alguna carga o tara que da sustancial ventaja a quien los maneja. Por tanto, si el mecanismo pensado para que unos pocos se enriqueciesen a costa de muchos, lo utilizan esos muchos, resulta que el artefacto entero salta en pedazos.
Y eso es lo que ha habido: que el taxista, el peluquero, el labrador, el dentista y el profesor de latín han empezado a invertir en la bolsa, y a comprar pisos para revenderlos seis meses después con una plusvalía del diez o el veinte por ciento, y a meterse en tinglados como futuros, warrants y opciones, y entonces es cuando se ha visto, dolorosamente y en la práctica, que semejante tinglado no estaba preparado para que lo usáramos todos, sino sólo para que unos pocos lo usasen a costa de los demás.
Y vino el batacazo. El gran palo. Y dijo Solbes, creo que con razón, aunque enseguida lo desautorizase la vicepresidenta (seguramente porque tenía razón), que si la crisis limpiaba los establos de la economía y las finanzas no tenía por qué ser realmente mala a largo plazo.
Todo lo que sea aportar transparencia e igualdad puede parecer malo en un primer momento, pero hasta los dueños de los casinos saben que a la larga no puede haber mejor reputación que la de juego limpio.
Así que como no hay mal que por bien no venga, pongamos velas a nuestro santo preferido, San Marx incluido, para que de una vez se regulen ciertas prácticas cochambrosas, ciertas marranadas, y ciertos pudrideros a que nos han tenido acostumbrados hastsa ahora esos bancos que tanto lloran en la hora de la penitencia.
Porque a lo mejor es verdad aquello que dijo en su día Strasser refiriéndose a la quiebra financiera del año veintinueve: que cuando se mueren las pulgas no tiene por que ser mala época para el perro.

Espabílese (en todo caso)


Dicen por ahí, y lo dicen de verdad, que el mercado de pisos usados está en las últimas, y que si en el caso de la vivienda nueva el descenso de ventas es importante, en el de la viviendas usadas más que un descenso es un desplome. Con palio, esclavina y botafumeiro: un desplome de solemnidad.
Parece ser que en este fenómeno influyen más que otras las causas psicológicas, como se dice en bonito, o la mala sangre, como se diría a pie de calle: que si el vecino de enfrente vendió su piso en cuarenta millones hace dos años yo no vendo el mío en veinticinco ni aunque me muera de hambre. Pues sí, oiga: va a tener que venderlo en veinticinco o prepararse a quedárselo una larga temporada, sobre todo en ciudades como la nuestra donde la población es como la salud de un viejo: siempre menguante. Va a tener que venderlo en menos, o resignarse a pagar las contribuciones que ya imponen y las que idearán los ayuntamientos y otras fieras hambrientas, acuciadas por la parquedad de sus bolsillos. Va a tener que venderlo en lo que pueda si no quiere esperar a que una nueva oleada de desconfianza bancaria cierre por completo la posibilidad de que a su posible comprador le concedan cualquier hipoteca. O sea que no se ande con chorradas y espabílese.
Y en cuanto a usted que está pensando en comprarlo, que aguarda a que el piso al que le tiene echado el ojo baje otro millón o dos, convencido de que las cosas se van poner aún más cuesta arriba, espabílese también. Ándese listo, porque como espere un poco más y no tenga el dinero a tocateja, se lo va a tener que pedir prestado al jeque de Omán, como poco. Ándese listo, porque esos ahorros con los que cuenta para pagar la entrada se los está comiendo la inflación, y más que se los comerán los trucos de los gobiernos, sus devaluaciones encubiertas y sus cambios de reglas a media partida. Ándese listo, o a lo mejor resulta que en unos meses o años, en vez de un piso tiene una reclamación contra un banco que ha quebrado y un contrato de alquiler para cien años bisiestos. O peor aún: un montón de papeles que una vez decían que eran dinero, pero que ahora son cromos repetidos, como les pasó a los alemanes en el veintitrés, o a los argentinos no hace tanto.
O sea que déjense ambos de bobadas, comprador y vendedor, y lleguen a un acuerdo cuanto antes. Venda un poco más barato, pero venda ahora. Compre un poco más caro, pero compre ya.
Y que Dios reparta suerte.
Foto: propuesta de vuelo barato

Caracoles en su tinta


La intervención de los poderes públicos en la economía desvirtúa los mercados, que sin este estorbo se autorregulan perfectamente por el interés de los participantes en ellos. Eso dice la teoría liberal, pilar primero del capitalismo, o lo dice mientras hay beneficios.
La empresas públicas deben privatizarse, de modo que la iniciativa de los particulares, siempre superior a la del Estado o sus organismos dependientes, permita optimizar sus resultados y eliminar la rigidez y la ineficacia de lo que se gestiona con lo común. Este es el segundo pilar, y suele tener razón, pero se refiere sólo a las empresas públicas que ganan dinero.
Porque, amigos, ya lo han visto: cuando llegan las horas malas, cuando las empresas públicas tienen pérdidas, o los bancos pierden de golpe lo que han ganado en los veinte años anteriores, entonces tiene que ser el Estado el que asuma las pérdidas. O sea que las ganancias son del empresario pero las pérdidas son de todos.
Sólo un bandolero puede atreverse a decir lo que dijo hace poco el presidente de la patronal: que debía suspenderse temporalmente la economía de mercado para que el Estado asumiera el descalabro y los peores pufos de esta crisis. Sólo una piara de salteadores puede exigir ahora que la Reserva Federal Americana asuma los bonos basura y las hipotecas impagadas, como de hecho va a hacer para evitar el colapso.
Hay que salir del hoyo, eso está claro, pero si hay que quedarse con las pérdidas, que sea a costa de incautar los beneficios de los años anteriores, los que tan irresponsablemente se generaron prestando a quien no se debía prestar y embarcándose en negocios kamikazes.
Pero verán como eso no sucede, porque un verdadero liberal es el que cree que cada cual debe lucrarse con su habilidad y empobrecerse con sus equivocaciones, y liberales de veras hay muy pocos, o ninguno, me atrevería a decir. Esto no es liberalismo: es embudo. Un embudo para idiotas.
El nuevo orden económico va a resultar que es la conversión de la antigua URSS y China en países capitalista y la transformación de los Estados Unidos en un estado socialista, donde el Estado controla la banca y buena parte de la economía.
El nuevo orden económico, con lo que estamos viendo, va a resultar en un gran estofado de caracoles en su jugo, con un montón de babosos cocinándose en las babas de su propia codicia, o en la salsa de nuestra estupidez, que tragamos con todo lo que nos echan y aún creemos que vivimos en democracia.
Tinta serán estas babas: la que viertan los expertos que nos explicarán que las ganancias, cuando vuelva a haberlas, son suyas y sólo suyas.
Foto: anuncio oficial de lo que debe hacer el ciudadano ante la crisis

No más huesos


En estas nos meten nuestros políticos: en tener que debatir si hay razón o no para emplear tiempo, esfuerzo y mala sangre en desenterrar abuelos y bisabuelos.
Comprendo de todo corazón a los que tienen a un ser querido en una fosa común y quieren recuperarlo, pero no puedo comprender de igual modo, o no al manos con tan buen ánimo, a los que tratan de sacar a colación esas desgracias para tapar el mal momento que la ruina común lleva a sus partidos. Porque ese el motivo, seamos serios: lavar con sangre ajena, con dolor ajeno y rancio la mugre de la incapacidad presente.
¿No votamos en España una constitución que nos reconciliara?, ¿no decidimos en la transición hacer borrón y cuenta nueva? Parece que no. En España siempre hay cuentas pendientes, porque lo de la reconciliación es una broma y creemos, a lo que se ve, más en la revancha que en la convivencia. Arrieros somos, dice el refrán. Y efectivamente, oigan: somos arrieros, tratando día a día con mulas en un camino cada vez más cuesta arriba.
Justicia histórica le llaman, y no digo que no lo sea. Pero la justicia histórica y la reconciliación son términos opuestos. Si una pareja decide superar su crisis y no divorciarse decide también no sacar los trapos sucios en cada pequeña discusión. Sólo se supera lo que no se esgrime como arma, y aquí, con Garzón empuñando la zanahoria, o detrás de ella, no lo sé, parece que se pretende reeditar nuevas versiones de rencores caducados.
Justicia, sí, ¿quién lo duda? Pero justicia piden los muertos de hoy, y no se la dan porque no hay medios, ni tiempo en los juzgados. Justicia piden las maltratadas, y los joyeros, y los obreros mal despedidos, y las viudas que van dejando etarras, atracadores y narcotraficantes. Pero no hay medios, ni tiempo, ni voluntad.
Sólo hay medios para los muertos de hace setenta años, muertos también, nadie lo niega. Sólo hay medios, y tiempo, y esfuerzo, para lo que pueda utilizarse en una lucha partidista sin vergüenza ni pudor, porque los muertos de hoy, los ofendidos de esta tarde, las víctimas de esta noche ni mueven pancarta ni importan a nadie.
Setenta años, nada menos, y aún seguimos en esas: volviendo la vista atrás en busca de gentes y de ideas que puedan suscitar en nosotros algo mejor, algo más sano que la repugnancia que nos producen las ideas y las personas del presente.
Porque hasta el rencor es un sentimiento más decente que el asco.
No me lo nieguen.

Letra muerta


La Constitución española, con la que tanto nos gusta llenarnos la boca y que tan a menudo invocamos como quien menciona a un santo patrón o a una divinidad olímpica, tiene algo de criatura levitante, de esas que se sostienen en el aire por la sola fuerza de su espíritu, sin pies ni a alas que la ayuden.
Y es que parece que todos sus artículos son importantes menos el 14, ese que dice, nada menos, que "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social".
Leer ese artículo y que se me salten las lágrimas es todo uno. Lo malo es que no es de emoción, sino de risa.
La igualdad no la quiere nadie. La igualdad es probablemente el valor más detestado en un país como este, amigo del privilegio, donde se ha pensado siempre que para tener lo que tienen los demás no vale la pena tener amigos, ni dinero, ni poder. Lo que verdaderamente le pone las pilas al español es pisarle el cuello al otro, ser más que él, no pagar las multas, las hacenderas, o los impuestos que paga el vecino. Lo que verdaderamente excita a los políticos autonómicos no es tener competencias, sino más competencias que los vecinos, para poder robarle las empresas, o competir deslealmente con impuestos a la baja, o condiciones que el otro no pueda imitar. La igualdad es enemiga de la ventaja, y aquí lo que nos va es la ventaja y si puede ser la trampa, con dados cargados y baraja marcada, mejor.
Ahora resulta que según los tribunales europeos, los vascos tienen derecho a rebajar los impuestos a las empresas, para que se muden a su territorio, y que los ayuntamientos están en la quiebra porque en según qué comunidades, prestan unos servicios que deberían pagar las empobrecidas arcas autonómicas. Y estamos otra vez en lo de siempre: que si eres parado en Andalucía, cobras el PER por trabajar cuarenta y dos días, pero si te quedas en paro en Zamora, te jodes. Que si vives en una capital, tienes derecho a guardería, policía y bomberos, y si vives en un pueblo, te jodes nuevamente. Ahora sucede que si vives en Logroño, tus hijos no pagan por la herencia, pero si vives en Benavente, te arramblan con un buen pico.
Para eso, ¿por qué no decretamos de una santa vez el "sálvese quien pueda" y cerramos el chiringuito?
La famosa constitución es una broma que todo el mundo se pasa por el arco de triunfo. Una maldita letra muerta. Y con la letra cuando está muerta y no se entierra o se incinera a tiempo, pasa como con cualquier otra criatura: que apesta.
Foto: Desentierro de la Transición a manos de una ONG.

El fin del mundo (como poco)


Aunque por el título parezca lo contrario, hoy toca hablar de cosas más suaves que otras veces. Hoy, para no andar con desgracias, recesiones, fracasos y agujeros contables, les voy a contar una de agujeros negros.
Dicen un par de pesimistas apocalípticos que la inauguración de los experimentos en el acelerador de partículas de Suiza puede conducir al fin del mundo, y para evitarlo han interpuesto una demanda judicial solicitando que se paralice este centro, no vaya a ser que provoque una explosión que convierta a la Tierra en una estrella. Nada menos.
El acelerador de partículas tiene por objeto la realización de experimentos sobre fusión nuclear, entre otras cosas, que además de ayudarnos a conocer el universo y sus orígenes, nos acerque más a la obtención de una energía limpia y prácticamente inagotable, que sería la producida por la fusión nuclear. Fusión y no fisión, que es lo que hacemos ahora en las centrales atómicas. O sea, que de lo que se trata es de fundir átomos, y no de romperlos, aprovechando la famosa ecuación de Einstein que afirma, en términos coloquiales, que cada gramo de materia puede convertirse en una salvajada atroz de energía: su masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado, para ser concretos.
La gracia del tema es que entre los experimentos previstos hay varios que pretenden analizar la clase de materia que se forma en esta fusión, y hay quien cree que en el famoso acelerador de partículas se podría llegar a crear un pequeño agujero negro, con lo que el experimento concluiría con la destrucción del planeta entero.
La ventaja de esta teoría es que si es un tontería, como parece, nos vamos a reír un montón de los que la proponen, y si es cierta no nos vamos a dar cuenta, porque el batacazo será instantáneo, mundial, sin aviso y sin supervivientes que se lamenten.
En este caso, y en mi opinión, parece claro que no va a suceder nada definitivo, porque según casi todas las teorías se necesita una cantidad bestial de masa para formar un verdadero agujero negro y no sólo una distorsión espacio-temporal, pero a estas alturas de desarrollo tecnológico quizás sea este un buen pretexto para plantearse hasta qué punto se puede jugar con dinamita en casa, y delante de los niños. Porque si las vacas que comían carne se volvían locas, vete a saber lo que le pasa a la materia cuando se come a sí misma.
A lo mejor es buen debate este para legislar de una vez las porquerías que se pueden y las que no se deben crear en los laboratorios, aunque al final cada loco siga con su tema, y nos encontremos una mañana cualquiera con dos sorpresas: que vemos hombrecillos verdes por la calle, y que además, lo peor de todo, no son marcianos, sino que somos nosotros.

Lógica en supositorios




Es triste, oigan, pero parece que la lógica por vía oral no nos ha gustado nunca a los españoles y tenemos que esperar a estar enfermos para que nos la terminen por recetar en supositorios.
Un parado, según la definición clásica, es un ciudadano que busca cualquier trabajo para el que esté capacitado pero no encuentra ninguno. La definición es esa, y no la otra, tan amable, que afirma que parado es el que no encuentra un trabajo que le guste, le convenga, y le mejore el cutis.
Algunos llevamos años diciendo que algo hay de cachondeo en un país con millón y pico de parados y cinco millones largos de inmigrantes, pero se nos llamaba de todo, empezando por fascistas, con el pretexto de que semejantes frases escondían el deseo de poner en la calle al negro, al moreno, al tostado y al amarillo.
Y no, de veras. Que ni era ni es eso. Lo que ocurre es que algunos pensamos, a lo mejor con demasiada buena intención, que los inmigrantes vienen a España a trabajar, y que si vienen a trabajar es porque hay trabajo. Y si hay trabajo, ¿cómo es que hay tantos parados, que se cuentan por millones?
No cuadraba. No encaja. O chicha o limoná.
Aquí lo que hay, en lugar de parados, es una banda de señoritos que saben que los vamos a mantener a escote y que mientras les dura el subsidio de desempleo no aceptan ninguna ocupación, porque no vale la pena trabajar el día entero por doscientos o trescientos euros de diferencia. ¿A que ustedes también lo han oído y también lo saben?
Aquí lo que hay es una banda de empresarios esclavistas que prefieren al senegalés porque le pagan la mitad, le obligan a trabajar el doble y lo tratan como a un perro, lo que también es posible hacer con un español, pero con más dificultad y sobre todo con más riesgo.
Y ahora vienen las vacas flacas, y al ministro Corbacho se le ha ocurrido, parece que de repente, aplicar la lógica y suspender las contrataciones de inmigrantes en origen, porque en España hay fuerza laboral de sobra. Como lo ha decidido un ministro socialista parece que la sangre no llegará al río, pero ya se han escuchado las primeras voces tratando de injusta, insolidaria y xenófoba la medida, y se ven ya los primeros gestos de preocupación en algunos sectores, porque no se sabe quién recogerá la fresa y la aceituna.
Ahora, con las vacas flacas, con la construcción en coma y los bancos boqueando como carpas en un charco, llega el momento de recordar que hay demasiados nacionales de brazos caídos, y que ya está bien de monsergas y de yo no trabajo pro menos de mil quinientos, que para eso están los moros.
Ahora se verá hasta qué punto hay paro y hasta qué punto poicas ganas de trabajar o de contratar como es debido.
Ahora llega la lógica, por detrás y sin vaselina.

Foto: Revisionismo histórico al uso

La berza marciana


Yo estoy de acuerdo, o simulo estarlo, en que algo habrá que hacer para alimentar a una población globalmente creciente, y sé de sobra que el precio de los alimentos se ha duplicado en tres años, seguramente impulsado por la solemne majadería de poner el coche a la mesa.
Hacer que las tierras que producían alimentos produzcan ahora combustible no podía traer nada bueno, sobre todo para los pobres, pero así son a veces las soluciones de los ecologistas: desastres organizados por aprendices de brujo.
Sin embargo, el caso de los cultivos transgénicos, tiene toda la pinta de convertirse en un cataclismo sin precedentes, y justo por el motivo contrario.
Porque hay que dar de comer a la gente (aunque a lo mejor sería más sensato gastarse el dinero en intentar que la población dejase de crecer), pero sin perder de vista las consecuencias que puede tener la introducción en la naturaleza de nuevas especies.
Y no prejuzgo si las especies modificadas, que producen el doble, o quíntuple, son buenas o malas, pero si se encontrase una nueva especie de berza en Marte, ¿les gustaría que la plantasen aquí?
En primer lugar, las plantas se polinizan a través del aire y los insectos, y no sabemos qué consecuencias va a tener la presencia de esa nueva clase de polen en el aire, los insectos, y las demás especies de plantas. No sabemos si, después de quince o veinte años, las berzas marcianas no acabarán exterminando a las otras especies, o aniquilando a un insecto imprescindible para la polinización. No sabemos qué efecto tendrán las berzas marcianas sobre los ecosistemas de animales y plantas, ni sobre los organismos que las ingieran. No sabemos qué especies pueden crearse por hibridación, o mezcla, y sus consecuencias.
No sabemos. Ese es el tema. Y no se trata aquí de experimentar localmente, como se hizo con cosas tan peligrosas como la energía nuclear, por ejemplo. Lo de las plantas es más grave, porque una vez desatadas sobre el planeta ya no hay forma de detener un error.
Ni el más imprudente se atrevería a favorecer la cría de berzas marcianas, pero de los alimentos modificados sabemos otro tanto y sin embargo, sí se propone su cultivo.
Y los que conocemos algo el campo, aunque sea de lejos, sabemos algunas cosas: si una especie modificada puede matar a los insectos que las atacan (y algunas pueden), ¿qué nos asegura que sus efectos se limitan a eso y sólo a eso?
Si el vecino planta maíz modificado, ¿crecerá igual el nuestro? NO. El suyo nos lo esteriliza.
Si las semillas de siempre dejan de funcionar, porque el polen de las industriales las vuelve estériles, ¿quién nos gobierna? El que puede matarnos de hambre con un error, o una mala cosecha a gran escala, sin pensar siquiera en la mala fe.
El camino es claro: que todo lo que crezca, pague. Ya está bien de comer sin pagar a nadie, simplemente plantando algo en la tierra y trabajando para que crezca.
La intención, si lo ven, es que todas las semillas se compren. La intención es no dejarnos comer, usando el pretexto de dar de comer a los que tienen hambre.
Como en tantas otras cosas. Como siempre.

Mal fario olímpico


Cuando los Juegos Olímpicos se celebran en un país gobernado por una dictadura con mano de hierro, lo primero que piensa uno es que semejante dosis de propaganda bien podía haber sido empleada en mejor fin.
Luego, cada cual con sus tics y cada cual con su memoria, se recuerdan otros casos, y en el mío suelo echar la memoria a aquellos juegos de Berlín del treinta y seis, en los que todo fue tan espectacular, tan perfecto y tan bien hecho, que el mundo entero acabó creyendo la patraña de que el nazismo no debía de ser tan malo cuando era capaz de organizar semejante maravilla, tras haber recogido, sólo tres años atrás, un país en la puñetera quiebra, con millones de parados y cierres de empresas a mansalva.
Hubo después otros Juegos Olímpicos organizados por una dictadura, los de Moscú, pero fueron un poco cutres, deslucidos por los diversos boicots y sirvieron, muy a pesar del régimen soviético, para que todo el mundo sospechara que la URSS era un decorado de cine detrás del que se escondía un batacazo inminente.
El batacazo soviético no se hizo esperar y batió varias plusmarcas, pero en el caso de Pekín me inquieta más, si me lo permiten, lo bien que marcha todo. Y desde ya les aseguro que me alegro de que le vaya bien a China, y a los chinos, una nación que se distingue en la historia por no meterse en líos, trabajar, y construir mecanismos defensivos mucho más grandiosos que los ofensivos. Me dijo un chino una vez: "nosotros no construimos ni el Gran Cañón, ni la Gran Bomba, ni siquiera la Gran Espada. Construimos la Gran Muralla, y las murallas no atacan a nadie, sólo te defienden".
Bien, vale. Repito que me alegro. ¿Pero no les parece a ustedes que da muy mal fario, muy mala espina, que se muestre al mundo entero lo bien y eficazmente que funciona una dictadura?, ¿no creen que es para sospechar que, con otro collar, traten de aplicarnos poco a poco a los demás el mismo tipo de perro?
La memoria y la iconografía colectiva funcionan así: lo que se ve que es bueno para los demás puede ser bueno para nosotros. Y en este caso, la abundancia de presidentes en la tribuna, la largueza en las alabanzas y la generosidad en los aplausos pueden llevarnos, sin querer, a admitir en nuestro subconsciente que podría ser interesante secundar algunos de los procedimientos del gobierno chino.
Y eso sería la puntilla a una cultura y a una forma de vivir, la nuestra, que justo en estos momentos hace aguas por todos lados.
Lo dicho: que celebro que salga todo tan bien, pero viendo el gusto por imitar el éxito que padecemos, sin sopesar ni reflexionar sobre lo que se imita, la cosa me preocupa. ¿A ustedes no?

La fiera hambrienta


Ya lo sabrán seguramente los que visiten alguna vez las bitácoras que anuncia este periódico, pero como esto de las letras no da para los garbanzos, ni para las lentejas siquiera, me dedico a otro negocio igualmente atractivo que el de la literatura y casi igual de lucrativo: el turismo rural.
Mis Cumbres Borrascosas, en la montaña leonesa, no me sacan de pobre, pero sí de aburrido, y como cualquier pequeño empresario me defiendo a duras penas del aumento del precio de la luz, el descenso de las reservas y la competencia de establecimientos clandestinos, empeñados en sacar en cuatro días, a costa del cliente, lo que los demás queremos sacar en diez años a fuerza de trabajar.
O sea que todo dentro de lo normal hasta que, el otro día, ¿se figuran lo que han inventado? Pues que las casas rurales, incluso las que no damos comidas, incluso las que nos limitamos a entregar la llave al grupo que llega y no ofrecemos más servicios, tenemos que hacer los análisis de agua del plan de lucha contra la legionella.
Es desproporcionado. Es una animalada. Es tan probable que haya legionella en nuestra casa como en la de cualquier otro particular, pero nos exigen que tomemos semanalmente la temperatura del agua fría y caliente y la apuntemos en una tabla, que llevemos un libro de registro de las desinfecciones de las alcachofas de la duchas y que paguemos a una empresa de análisis por analizar el agua.
Se trata en suma de dar dinero a ganar a los colegios de farmacéuticos y las empresas de análisis, de colocarnos un impuesto encubierto más y de incrementar las obligaciones formales del dueño del negocio, y todo emboscado en razones sanitarias, para que nadie se atreva a quejarse.
Se trata, amigos lectores, de que la fiera está hambrienta, de que la Junta de Castilla y León y otras instituciones han visto menguar sus ingresos y no están dispuestos a reducir sus gastos, de modo que han emprendido una persecución de impuestos y permisos contra todo el que tiene un negocio y no puede desaparecer del mapa de repente.
Se trata, en el fondo, de dar a entender que el que tiene una idea y la lleva a la práctica, es un pobre anormal que debió haber opositado para vivir del sueldo público, o del cuento, como vivo yo en mi faceta de escritor.
La fiera pública está hambrienta y nos devorará a todos antes de reconocer que no tiene dónde caerse muerta.
Sólo nos queda sazonarnos nosotros mismos, con sal y pimienta. Eso, o pasarnos a la resistencia, a la Jolly Roger, y que no vean un duro.
Allá cada cual. Yo lo tengo claro: ron, ron, ron, la botella del ron...

Zapatero babilonio


Cuenta la Biblia, que además de ser un libro sagrado es un libro divertidísimo, que tenían los babilonios un ídolo en el templo, y que era tan prodigioso aquel dios, que aunque todos los días le ofrecían grandes sacrificios en forma de buenas viandas, regalos, y lo mejor de las cosechas, jamás encontraban nada al día siguiente, pues el dios, satisfecho con la atención de sus fieles, devoraba por las noches todo cuanto le daban, exigiendo que los alimentos se repusieran al día siguiente.
Los sacerdotes que atendían el templo cerraban el recinto a cal y canto por las noches y ellos mismos vivían fuera, con lo que era imposible dudar que fuese el dios y no algún mortal quien aprovechaba las ofrendas.
Pero había por allí un judío, Daniel de nombre, que no podía creer que una estatua de piedra comiese corderos, bebiese tinajas de vino y devorase cestos de fruta, y propuso al rey de Babilonia demostrarle que lo engañaban. El rey, confiando en su dios, le dio permiso, y entró Daniel con el monarca esparciendo una levísima capa de ceniza en torno a los altares donde se ofrecían los sacrificios. Se cerró luego el templo con siete sellos, y a la mañana siguiente, comprobó el monarca escarnecido las pisadas de mucha gente que iban hasta el altar y volvían hasta una piedra que, levantada, llevaba a un túnel por el que entraban de noche los sacerdotes y sus familias a consumar el fraude y ponerse morados a comer y beber en los altares.
El rey condenó a muerte a los sacerdotes y alabó a Daniel por su pericia, ¿pero qué creen que hizo el pueblo? Exigir la muerte de Daniel por haberles robado a su Dios.
Empieza a pasar otro tanto con Zapatero y esta crisis: que la gente odia al que la desengaña, y que oigo cada vez más a menudo a personas enfadadísimas con la prensa por anunciar el paro y la subida de las hipotecas, pues todo el mundo estaba tan contento pensando que este era un país rico donde los perros se ataban con longaniza y sobraba todo.
Zapatero ha sido el sacerdote a base de anunciar falsa prosperidad se ha ido comiendo las ofrendas de los votos, y cuando la realidad ha descubierto el fraude de sus trampas y trampillas, se enfrenta a los que lo desenmascaran diciendo que son ellos los que, con su alarmismo, provocan la crisis.
Y entre tanto nosotros, los que vivíamos tan ricamente de la cartilla del abuelo, de pedir prestado lo que nunca podríamos devolver, y de creer que éramos una potencia mundial asentada sobre camareros y peones, maldecimos al que nos dice la verdad como maldice el que soñaba con el Paraíso al médico que lo sacó del coma.
Pero la realidad es la que hay: estamos en la puta ruina.
Y ahora, como a Daniel échenme si quieren a los leones.

Televisión digital


A estas alturas ya lo sabe todo el mundo, pero por si acaso no está de más repetir que el 3 de abril de 2010 podremos usar las actuales antenas para asar pinchos morunos, porque a partir de esa fecha, dejan de funcionar todos los aparatos analógicos.
Sí, amigos: en menos de dos años, o compramos un decodificador digital para las televisiones y otro para las radios, o tendremos que ver todo el día fritura de puntos y escuchar el mar electrónico. No estaría de más que, sabiéndolo, vayamos poniendo ya al día las instalaciones para que, llegado el momento, no nos pille la avalancha y acabemos por caer en manos de alguno de los muchos desaprensivos que surgirán al ascua de semejante bicoca. Las radios, la verdad, será más barato tirarlas, así que no le demos más vueltas.
Lo gracioso del asunto, de todos modos, no es la molestia y el gasto que nos van a meter a los ciudadanos en el cuerpo con esta historia, sino el miedo que ha entrado en el cuerpo a las televisiones públicas y privadas, porque resulta que con la llegada de la televisión digital, en lugar de los actuales ocho canales, podrán recibirse alrededor de cuarenta en cada casa, y eso supone que la competencia se multiplicará por cinco, en un momento en el que los ingresos publicitarios parecen en franca recesión.
¿Y qué creen que proponen?, ¿competir?, ¿buscarse los cuartos?, ¿mejorar la calidad para que la gente vea su canal en lugar del adversario y salir así adelante? ¡Ni de coña, por supuesto! Proponen reducir el número de canales y obligar a que se emita en alta definición, un formato que ocupa tres veces más canales para la misma emisión y que es mucho más caro, con lo que cerrarían de un plumazo a todas las pequeñas empresas de televisión, repartiéndose la tarta únicamente entre las grandes.
Y el gobierno, presionado por sus turiferarios, o sea, los que manejan el incensario de lo guapo que es Zapatero y el talante que tiene, está pensando en reducir esos canales para "regular el mercado".
La libertad de información, la pluralidad y el interés del ciudadano, se los pasan por el arco de triunfo. El caso es que puedan hablar pocos, los que ellos digan, y forrarse además a cambio de decir lo que se les mande.
Es una vergüenza: esto es como si para poder hablar en la calle hubiese que tener un título de orador, de pago, por la Universidad de Aquisgrán.
Pero lo darán por bueno, ya verán, lo mismo que limitaron el número de emisoras de radio sin que nadie sepa por qué, en un momento en que la tecnología impide que se solapen y se molestan unas a otras.
Porque lo que molesta no es la señal y su calidad. Lo que molesta es la libertad.
A ver cuándo lo dicen claro de una vez y se dejan de chorradas.

24 noviembre 2008

Libertades que atan


En general soy partidario de todo aquello que incremente las libertades del personal y contrario a todo lo que suponga regulaciones, normas, e intervención gratuita de las instituciones, en otros tiempos llamadas autoridades, en la vida diaria.
En general, ya les digo, prefiero que cada cual haga de su capa un sayo, pero hay un tema, el de los horarios comerciales, que me tiene lleno de dudas, lo mismo que lo de las vacaciones escolares.
Me parece normal, y hasta justo, que la gente quiera hacer la compras cuando tiene tiempo libre. Me parece lógico que los comerciantes quieran y puedan abrir cuando más vendan, pero lo que no me creo es esa milonga de que abriendo más horas se vende más. Porque si resulta que la demanda agregada, la suma de lo que la gente compra, crece al aumentar el horario de apertura de los comercios, entonces hay que tirar al río todos los manuales de economía. La gente compra lo que quiere y puede, y lo compra a la hora que mejor le viene dentro de las posibles. Pero al aumentar las horas, la suma no crece.
Lo que sí sucede es que el que abre todo el día consigue arrebatar una porción de mercado al que tiene que cerrar en algún momento. Es el juego del ventajismo, ya saben. O de la competitividad, no lo niego.
Sin embargo, y sobre todo en ciudades como la nuestra, hay que pensar una cosa: que si se liberaliza en toda España el horario comercial, también perderemos muchos ingresos. Nosotros, y mucha gente. Porque los grupos que antes se formaban para visitar Zamora, o para salir de cena, o para ir a alguna parte, se encontrarán con la dificultad de que Fulano o Mengana trabajan este domingo. Porque la familia que salía con los niños, no podrá hacerlo porque mamá trabaja este sábado. Y esas cosas se notan y mucho. Y hacen un daño tremendo, no sólo a esas familias, privadas de los pocos ratos que podían compartir. Nos hacen daño a todos.
Esto es parecido a lo de las fechas de las vacaciones escolares, que cuando eran idénticas en todo el país fomentaban que se reunieran grupos de amigos o familiares separados por el trabajo y que vivían en comunidades distintas. Pero desde que cada reyezuelo comarcal tiene la competencia de poner las vacaciones cuando mejor le parezca, esos grupos no pueden reunirse, o tiene que hacerlo en menos días u olvidarse del tema, con el daño que eso supone para la economía. Porque el no compra hoy unos pantalones los compra mañana, pero el que no viene a Zamora esta Semana Santa, lo perdimos para los restos. La del año que viene es ya otra temporada.
Por eso, antes de pedir libertad de horarios, o de fechas, mejor pensárselo. Aunque sea para jorobar al prójimo. Aunque sea para algo tan indiscutiblemente positivo como que el vecino rabie y reviente.

El miedo y el respeto


Dicen muchos, o decimos, que se está perdiendo el espíritu de la transición, y que todos aquellos acuerdos y consensos, que fueron posibles por la voluntad y el deseo de entenderse, se están yendo al garete a fuerza de alentar conductas egoístas y procedimientos depredadores.
Es verdad. Lo creo sinceramente. Pero si nos paramos a analizar lo sucedido en busca de las causas, llegamos a una conclusión aún más inquietante.
Los políticos han dejado de trabajar para entenderse porque nos han perdido el miedo a los ciudadanos, y cuando el miserable pierde el miedo pierde también el respeto.
En la época de la transición España estaba, como hoy, escindida en izquierdas y derechas. Las derechas temían que, tras cuarenta años de dictadura conservadora, el deseo de desquite de los desfavorecidos impulsara el péndulo de la historia hacia el partido comunista de Carrillo y Pasionaria, y que peligrasen sus vidas y sus haciendas, y ardiesen de nuevo industrias y conventos en una especie de orgía colectivista de rencor contra el que tenía algo.
Las izquierdas, por su parte, temían que sus demandas fuesen consideradas intolerables por los que aún conservaban en su manos buena parte de los resortes de la economía y la política real, y que el ejército y otras fuerzas acabasen por organizar un nuevo golpe de Estado que los pusiera de nuevo en la frontera, o en la tapia del cementerio rezando un padrenuestro mientras aguardaban una fosa en la cuneta.
Llegó la expropiación, con la historia de RUMASA, pero allí se quedó la cosa y se detuvo la espiral que muchos solicitaban de nuevas apropiaciones. Llegó el golpe de Estado, el de Tejero, pero no fue a mayores, porque el ejército no lo apoyó y prefirió optar por la democracia.
Felizmente, las aguas se tranquilizaron, pero eso significó también que los políticos perdieron el miedo a la reacción real de la sociedad, y cuando vieron que las manifestaciones no acabarían en incendios y las protestas no acabarían en cuchilladas, decidieron reírse de las manifestaciones, de la voluntad de los ciudadanos y de cualquier ética.
Con el poder judicial apesebrado en sus nombramientos, el parlamento dividido en facciones que se turnaban otorgándose privilegios y el presupuesto repartido amigablemente entre los partidos a través de las autonomías, vieron que era el momento de la impunidad y el engorde.
Y así hasta ahora. Porque no nos temen. Ni nos respetan.
Porque no somos ya el perro que muerde. Sólo la vaca a la que se ordeña.
Y encima, como gilipollas, parecemos la vaca que ríe. Un puñetero quesito.

La foto del puente


Aprovecho que estamos en vacaciones para tratar de abordar uno de los temas que más deberían preocuparnos, pero que pasamos todos los días por alto, como si fuese ocupación de filósofos desocupados en vez un problema de todos.
En democracia, se pueden hacer dos cosas para satisfacer a la opinión pública, que es la que vota y reparte el bacalao: o cambiar la realidad, de modo que el votante esté más satisfecho con lo que tiene, o cambiar la percepción de la realidad, que es mucho más barato.
Por cada euro que se invierte en propaganda, se ahorran al menos cien mil en gasto real, así que está claro por qué solución han optado los políticos de nuestro tiempo.
Conseguir que la gente acepte la foto del puente en vez del puente, o el prospecto del medicamento en vez del medicamento, es el mayor sueño de estos falsos dictadores que nos imponen en las listas electorales.
Por eso, el sistema político y económico actual es perfectamente capaz de articular una educación muy superior a la que tenemos, pero una educación superior ala que tenemos es absolutamente perjudicial para el sistema político y económico actual. El que piensa, exige. El que piensa, pesa y valora, y no se conforma con que los Morancos digan que hay que votar SÍ a la constitución europea sin saber qué dice ni de qué va.
En otros tiempos este sistema de adhesión y dogma era patrimonio de la derecha, que decía desdelos púlpitos que el premio a la resignación en este mundo llegaría en la Vida Eterna. Ahora, en cambio, es la izquierda la que a base de concienciación, de educación para la ciudadanía y de mensajes puramente simbólicos trata de convertir sus ideas en normas morales para luego hacerlas leyes y meternos en una dictadura en la que no estar de acuerdo con ellos resulte socialmente inaceptable.
El peligro llega cuando la realidad se convierte en algo tan apartado del mensaje que es imposible de conciliar con lo que se ve en la tele. Lo malo es cuando la gente, que creyó que hacer lo que hacía todo el mundo le iba a permitir quitarse de problemas, se da cuenta de que no puede creer en nada.
Y entonces es cuando viene el paso atrás, el rebobinar y empezar de nuevo, el volver al origen. Y el origen es lo más primario de nosotros.
Todos estos solidarios de pacotilla, estos mansos de salón que nos tratan de vender que aquí no pasa nada, que la gente no vive peor, que los pueblos no se mueren y que la sociedad es más justa que hace veinte años son, en el fondo, los que añaden presión a la marmita de la incredulidad y los que desprestigian palabras como diálogo, consenso y buen talante.
Porque la foto del puente, en vez del puente, vale para que te voten mientras la gente no tiene que cruzar el río.
Cuando llega la hora de la verdad y sólo hay una foto, triunfa el que hace el puente. Y el peligro es que a ese nunca le preguntan cómo lo va a hacer ni a qué precio.

El cebo


Ningún ser humano es ilegal. Lo que es ilegal es su presencia, y por eso no hay que combatir a ningún ser humano, sino solamente su presencia donde no debe estar.
Pero somos tan cortos de vista a veces, y tenemos unas miras tan estrechas, que cuando se nos encoge el estómago o el corazón ante tragedias como las de los inmigrantes que tuvieron que lanzar nueve niños al mar hace unos días, pensamos que el mal está en que tengan que venir en esas condiciones.
El mal está, amigos, en que nuestra ley los atrae. Traían niños en esa travesía porque saben que la legislación española prohíbe expulsar a los menores. Traían niños porque saben que una vez que el menor está aquí, puede solicitar que vengan sus padres, y a través del niño se "cuela" el clan entero.
No vamos a criminalizar al que quiere vivir mejor o huye de la necesidad y arriesga para ello una vida que en su tierra cotiza a la baja, mucho más barata de lo que estamos acostumbrados a valorarla por estas tierras. No vamos a acusarlos de nada, porque, como dicen los judíos, no es culpa del ratón sino del agujero en la pared.
Y el agujero en la pared somos nosotros. Nuestra estupidez rampante. Nuestra ceguera.
Sabemos que no podemos admitir un número ilimitado de inmigrantes, y menos ahora, cuando las condiciones laborales empeoran drásticamente en España y el sistema de salud y de pensiones está al borde de la quiebra. Sabemos que hay millones esperando fuera, y todavía damos facilidades. Y nuestras facilidades inducen a asumir riesgos, y es la miel que nosotros ponemos en el panal la que sirve de cebo para que todas esas pobres moscas de la pobreza caigan en las trampas del mar. La verdad es que si quisiéramos matarlos como a ratas no lo haríamos mejor, ni más eficazmente, pero eso está feo decirlo. El gobierno prefiere los entierros a los titulares antiestéticos.
Hay que actuar de inmediato, pero es mejor simular que hacemos lo que podemos. Es mejor decir que hay que entenderlos. Es mejor ofrecer diez mil euros al que supere dos disparos en la ruleta rusa. Porque somos eso: el canalla que apuesta con un pobre a que no aprieta dos veces el gatillo de un revólver, sabiendo que la necesidad lo impulsará a hacerlo.
Si supieran que se les va a enviar de vuelta, con cualquier edad y en cualquier circunstancia, no vendrían. Si se repatriase a los menores, no los traerían en lo cayucos. Pero no las damos de solidarios y el precio de nuestra buena conciencia se paga con su vida.
Y no sólo con su vida, pero de eso hablamos otro día.

Atraco premeditado


Según ha anunciado Solbes, se cumplirá en estos días una de las promesas más idiotas del Gobierno. No les propondré que adivinen cual, porque la cosa está complicada: se trata de la publicación de las balanzas fiscales.
Si fuésemos de verdad un país y no una cooperativa de salteadores de caminos, esto sería lo mismo que sentarse una noche en casa a poner en claro qué aporta el padre, qué la madre y qué los hijos y los abuelos a la economía familiar, quién gasta más, y qué vale lo que trabaja cada uno. Si fuésemos un país de verdad ya sería una vergüenza y un despropósito ponerse a debatir tales cosas en la mesa camilla, pero como somos una banda de traperos repartiendo las ropas de un muerto, la publicación de la balanza fiscal, de lo que cada comunidad autónoma pone y recibe de las arcas del Estado, esto va a ser una reyerta con pimienta a los ojos y patadas a las canilllas, como decía uno de mi pueblo.
Y como además de juntar letras me dediqué en tiempos a la economía, les digo desde ya que no se crean una palabra, porque tienen decidido engañarnos como a idiotas. Ni siquiera lo ocultan: publicaron los criterios con que se iba a hacer esta contabilidad con la esperanza, seguramente justificada, de que nadie se los leyera y quienes los leyeran no entendiesen ni jota.
Pero les cuento:
Se considera dinero que una comunidad aporta al Estado la recaudación total de todos los impuestos en esa comunidad. Se considera dinero percibido por una comunidad el dinero que recibe esa autonomía en forma de servicios, obras, infraestructuras y efectivo para sus administraciones.
Hasta ahí, como Dios. ¿Pero qué pasa con las pensiones? Las pensiones se consideran dinero que recibe la Comunidad donde vive el jubilado. O sea, que si la gente se nos fue a trabajar a Barcelona y cotizó allí, y luego, al jubilarse, vuelve a Zamora, se cuenta ese dinero como recibido por los zamoranos y no por la comunidad donde trabajó y cotizó.
Así que además de despojarnos de los brazos y las mentes, en vez de pagarnos en carreteras e inversiones lo que nos corresponde por nuestros impuestos nos pagan con las pensiones ganadas por nuestra gente con sus cotizaciones en Bilbao, Madrid o Barcelona, y nos dicen que con eso ya recuperamos lo que pusimos.
Las pensiones no proceden de lo que los demás pagan, sino de lo que pagó uno mismo, pero a esta tropa de bandoleros le da todo igual con tal de pagar sus peonadas en el sur o sus votos de pesebre a los amigos.
No puede haber mayor descaro, ni mayor desvergüenza, ni forma más repugnante de robar al que ya es pobre.
O a lo mejor sí que la hay y nos enteramos dentro de unos días. Por si acaso, vayan comprando la vaselina.

La muerte se afilia al PSOE


La verdad es que este último congreso del partido socialista me pareció dinámico, participativo, y propio de un partido que se mueve. En eso hay que darles la enhorabuena y recordar a los de PP, una vez más y van quinientas, que no se puede pedir democracia fuera y aplicar el ordeno y mando en casa, porque la gente no es tonta del todo y por ese camino pierdes toda credibilidad. La que te vaya quedando, después de las constantes idioteces y cacicadas, por supuesto.
La mecánica me pareció estupenda, ya les digo, pero lo que me dio miedo de veras, terror incluso, fue la frivolidad con que propusieron ahorrarle trabajo a la parca a fuerza de ir dando facilidades para que la gente se fuese al hoyo. A ratos dio la impresión de que la muerte iba de compromisaria por alguna provincia.
Porque, como saben, dos de los temas estrella de este congreso eran la ampliación de los plazos del aborto y la legalización de la eutanasia. Ni los más tontos se creían ya que la moralidad o legitimidad del aborto fuese cuestión de plazos, y menos ahora, que a fuera de ver películas policiacas todos sabemos lo que es el ADN y todos sabemos que el feto tiene el suyo propio, que no es el del padre ni el de la madre. La cuestión del aborto era caso de conveniencia, de eliminar al que te estorba y no se puede defender. Lo mismo que lo de la eutanasia, si se fijan.
En el Partido Socialista parece haber arraigado al idea de que matar al que molesta y no rechista es bueno para todos. Y no es de extrañar, conociendo el historial del partido, el de purgas en los tiempos antiguos y el de cal viva en los modernos.
Lo que esta gente no ve, o no parece ver, es que si de veras proceden de las clases desfavorecidas como a menudo proclaman, muchos de ellos hubiesen acabado en el cubo de la basura de cualquier hospital, por razones socioeconómicas. Lo que no piensan, o no quieren pensar, es que legalizar la eutanasia va a suponer una enorme presión para los enfermos crónicos, o terminales, que verán o creerán ver como sus familias o los médicos de un sistema sanitario saturado, les sugieren que firmen un papelito y dejen de ser una carga.
Porque cuando la vida depende de firmar o no un papelito, hay muchas formas de hacerlo y después ya se verá si la firma era buena, si había testigos, o si el firmante fue presionado. Ya se verá en el juzgado, en cinco o seis años, y si algo falló, pues se resucita al interesado, ¿verdad?
En este congreso socialista, la tesis quedó clara: el que no ha nacido no se queja y el que va a morir no vota, así que mejor ocuparse de la sociedad real. La que da puestos y garbanzos.
Y a nosotros, que nacimos y aún votamos, parece que no nos importa. Nos importaría si el niño fuese senegalés o el viejo pakistaní, o la víctima un criminal al que ejecutasen en California. Pero si son inocentes y son de aquí, que se jodan.
Será eso.

Las puertas del infierno


Escribió Bakunin en su teoría general del terrorismo, que para llegar al Cielo hay que abrir antes las puertas del Infierno.
Fueron aquellos anarquistas decimonónicos, dinamiteros o acuchilladores, los que teorizaron sobre el uso del terror para subvertir el orden político y social, y los que fijaron los métodos, los objetivos, y el modo de empleo de semejante medicina.
Siglo y pico después, el mito permanece, causando muerte y destrucción aquí y allá. Y digo mito, porque en las últimas décadas no han conseguido subvertir nada, aunque hay que reconocer que han influido, y mucho, en las decisiones de muchos millones de ciudadanos, unas veces a su favor y otras en su contra.
A los anarquistas, en Rusia y aquí mismo, solían asesinarlos los comunistas, que pensaban que el terrorismo es patrimonio exclusivo del Estado, y de manera consecuente con su ojeriza al mercado libre combatían cualquier competencia.
Así las cosas, con el paso de los años el anarquismo combativo fue dejando hueco a diversas ideologías, más o menos iluminadas, y estas, con el desgaste de la clandestinidad y la holganza, a grupos mafiosos cuya única razón para no deponer las armas es que no tienen mejor oficio, ni otra posibilidad de seguir manejando vidas y dinero que mantener la pistola y la granada al cinto.
Los más antiguos son los de las FARC colombianas, esa mezcla de guerrilla, narcotráfico y secuestro eterno que se demora en las montañas de Colombia para que García Márquez pueda ampliar sus cien años de soledad a doscientos, o a los que cuadre.
Pero ya ven que van cayendo. De aburrimiento unos, como "Karina", o de hartazgo otros, como "César", de quien se dice que pudo facilitar la operación que libéró a Ingrid Betancourt y otros catorce secuestrados.
Van cayendo porque el mito clásico del terrorismo, es mentira. Es mentira que no se pueda acabar con ellos. Es mentira que por cada cabeza que cortas broten siete. Es mentira que su raíz sea inmortal y que sus militantes sean de acero. Es falso que no puedan ser reabsorbidos, como la hinchazón de una herida.
Se trata sólo de aplicar a Dante, en vez de Bakunin, porque tenía más razón y porque era mejor escritor. Se trata de decirles, en los umbrales de su Infierno, que "abandone toda esperanza quien esas puertas traspase". Y que lo sepan. Y que pase lo que pase, nunca obtengan nada. Sólo azufre, fuego y desesperación.
Cuestión de autores, ya ven.
Javier Pérez

01 noviembre 2008

Las víctimas de las víctimas


Me cuenta un amigo israelí que hay en Jerusalem una asociación de víctimas de las víctimas del Holocausto, surgida a raíz de los perjuicios que, aparentemente, causaban a muchos ciudadanos los privilegios y ventajas que se concedían, por ejemplo en vivienda y oposiciones, a los damnificados poro el nazismo.
Lo nuestro no ha llegado nunca a tales extremos de gravedad, pero ahora que anda el juez Garzón deteniendo a los empresarios que pagaron a ETA el impuesto revolucionario, cabe hacerse una reflexión sobre si la víctima de una extorsión puede y debe ser perseguida por la justicia o tiene ya bastante con lo suyo.
Dice Joseba Azcárraga, consejero vasco de interior, que la actitud de garzón es despreciable e indigna y que consiste en un linchamiento de las víctimas del terrorismo. Dicen otros, que lo que verdaderamente hace daño a ETA, a cualquier banda criminal, es que la gente deje de pagar.
En mi opinión, a quienes habría que escuchar aquí sería a las víctimas de las víctimas, es decir, a todos aquellos a los que les han matado un padre, un hijo o un marido con las bombas y las balas tan generosamente subvencionadas por estos empresarios.
Porque estamos de acuerdo en que no se le puede pedir a nadie que sea un héroe. Porque estamos de acuerdo en que los empresarios extorsionados pagan por miedo, pero el que traslada el miedo de su casa a la casa del vecino es un canalla y un miserable.
Esto es un poco como aquella historias de la ocupación nazi de Francia: cuando un soldado alemán moría en un atentado de la resistencia, los habitantes del inmueble más cercano cogían el cadáver y lo llevaban delante de casa de un vecino, para que la GESTAPO detuviese a los vecinos en vez de a ellos.
Es humano, y todo lo que quieran, pero pedir impunidad por semejante canallada ya es el colmo de la desfachatez y de la miseria. Que se haga, es atroz, pero pedir que se comprenda, es repugnante.
Cobardes somos todos, sólo que algunos ejercen más que otros. Y cuando la propia falta de coraje es la que paga la muerte y el sufrimiento de los demás, habitualmente de los que no cedieron, no cabe más que pedir que caiga sobre ellos todo el peso de la ley.
Todos sabemos que el día que no haya quien pague, no habrá quien mate, así que la conclusión es obvia.
Y no me tiren de la lengua que prefiero no dar ideas.

España existe



Seguramente sería bueno que nos reuniésemos también en torno a otros temas, pero parece evidente, después del triunfo en la Eurocopa de fútbol, que España existe como idea y como sentimiento.
Estos eventos deportivos, insustanciales en apariencia, son los que a la postre dan la medida de lo que pesa un deseo y de la resistencia que tendrán que vencer los taifistas partidarios de la división en tantas naciones como ayuntamientos y tantas regiones como comunidades de vecinos.
No es por amor al deporte, o por repugnancia al balón, por lo que los líderes nacionalistas apoyan la creación de sus selecciones deportivas o se sienten incómodas con los triunfos de la nacional. Es porque saben que una idea, como una liebre, se mata mejor adormecida, en la cama, y por la espalda.
Cuando muchos millones de personas gritan "¡España, España, España!" el motivo es lo de menos. Lo que importa, como casi siempre, es ver quiénes lo gritan y ver a quiénes les molesta. Y el hecho, amigos lectores, es que esta vez han sido tantos, y lo han gritado tan alto, que cabe sospechar que la idea de España, sustituida sibilina y paulatinamente por la de Estado español, no ha desaparecido del todo.
Por lo que parece, de poco les ha valido a los cizañistas ir quitando la E de las siglas, llamando Alvia en vez de Ave a los trenes rápidos, o ADIF, en logar de RENFE, a la compañía de ferrocarril. España subsiste, permanece, se mantiene como sentimiento colectivo, agazapado como emoción a la espera de un momento para eclosionar al mundo de lo real.
Sería bueno, por supuesto, que no fuese sólo fútbol, pero basta como aviso. Basta como síntoma. Que el estornudo provenga de una corriente de aire, de un frío o de una mojadura es lo de menos: lo que importa es que el catarro está ahí.
Y España está. España existe.
Sólo falta que los políticos que nos dirigen, alguno de ellos, decida potenciar esa idea para poder crear un futuro mejor y más competitivo en vez de tratar de erradicarla para mangonear mejor su cortijo.
Porque cuando nos unimos somos alguien. Cuando no, sólo escombros.
Pero ya saben: hay quien esta selección campeona de Europa preferiría partirla en ocho chipres, cinco maltas y cuatro san marinos.
Y arbitrar ellos.

Fe, esperanza y caridad


Los que hayan leído alguna novela mía ya lo sabrán, pero lo cuento para el resto, que sigue y seguirá siendo, me temo, apabullante mayoría: cuando metieron a Hitler en la cárcel por intentar un golpe de Estado, el partido nazi organizó un congreso y todos los afiliados (no como en otras formaciones) eligieron democráticamente al nuevo presidente, un boticario gordinflas y socarrón llamado Gregor Strasser.
Strasser tuvo el cuajo, o los santos cojones, como diríamos por esta tierra, de decir ante cincuenta mil personas que el Gobierno había llevado al país al borde del abismo, y que si los votaban a ellos la nación daría un gran paso adelante.
Por aquel entonces los políticos decían esta clase de cosas, y en consecuencia, la gente los creía incluso cuando efectivamente cumplían su palabra y el gran paso al frente los llevaba al fondo del abismo, tal y como estaba prometido.
Ahora ni eso, oigan. Ahora necesitaríamos a un presidente que nos dijese que no hay un duro, que la cosa está mala y que tenemos que apretarnos el cinturón para salir de esta entre todos. Ahora nos vendría bien un ministro de economía con el carácter de Strasser o el de Churchill, capaz de hacerse creer sin necesidad de maquillar la realidad. Strasser anunció el abismo, y la gente creyó en él. Churchill prometió sangre, sudor y lágrimas, y los ingleses le siguieron hasta la victoria final.
Necesitamos verdades, y valor para afrontarlas, ¿pero qué tenemos? Un gobierno que habla de ajustes y ligera desaceleración. Un gobierno irresponsable incapaz de conseguir que nadie confíe en sus medidas. Un gobierno tan empecinado en mentirnos sobre la salud de nuestra economía que nos hace pensar en el médico que, después de detectar un cáncer con metástasis, nos dice que todo está bien para no amargarnos los cuatro días que nos quedan.
Así las cosas, la gente se ha acostumbrado a multiplicar por veinte lo que oye y a pensar que aún se queda corta. De este modo, el hecho de que el gobierno haya hablado al fin de crisis se interpreta como el anuncio del desastre final y no hay quien crea en la eficacia de las medidas de choque, tardías, superficiales y cojas, anunciadas contra la recesión que se avecina.
Si Strasser o Churchill hablaran de crisis, todo el mundo creería que hay crisis. Si Solbes habla de crisis es que estamos a punto de irnos a tomar por saco. Ese es el sentimiento más frecuente.
Y lo malo de los médicos de esta categoría no es sólo que nadie se tome en serio sus diagnósticos. Lo peor es que nadie cree tampoco en sus tratamientos.
Y cuando no hay fe, no hay esperanza. Aunque eso sí, nos queda la caridad.
Teología nos van a dar por un tubo. Ya verán.

La guerra en burro


La historia cuenta siempre, pero unas veces más que otras.
Recuerdo haber ido a Hungría hace unos cuantos años, como quince, y extrañarme porque la única autopista del país no uniese ninguna ciudad importante con Budapest y que para ir a las localidades que realmente tenían tráfico hubiese que tomar carreteras muy inferiores, casi imposibles para nuestro autobús. Cuando llegamos a nuestro destino, después de no pocas vicisitudes, preguntamos qué pasaba en ese país con las carreteras y nos dijeron que la única carretera buena la había hecho los nazis en los años cuarenta para llevar suministros al frente ruso.
Y el ferrocarril, igual.
Las guerras, como cumbres de la necesidad perentoria, destruyen hombres e infraestructuras, pero a veces ayudan a cambiar la mentalidad, la mecánica de las cosas y los conceptos tecnológicos y productivos. Por eso Japón y Alemania, con ser los derrotados, se convirtieron muy pronto e en potencias mundiales.
Aquí también tuvimos una guerra, más o menos por la misma época, pero en vez de construir autopistas y ferrocarriles para el suministro, hicimos la guerra en burro, y por eso tenemos ahora el problema que tenemos con los camiones.
El camión es caro, obsoleto, contaminante y peligroso. Transportar mercancía de Murcia a Barcelona, o de Sevilla a Coruña en camión es tercermundista. Cualquier manual de logística lo indica: las grandes distancias se superan en ferrocarril para, finalmente, distribuir la mercancía mediante camiones a su destino. Esas cosas se aprenden durante las guerras, y se supone que no se olvidan, pero aquí era todo infantería, bayoneta y cachiporra entreverada con tanques rusos y aviones alemanes.
Y lo poco que se aprendió, se fue olvidando. Y se cerró la ruta de la plata. Y en otras muchas vías férreas de todo el país crece la hierba a placer sin que nos demos cuenta de que un solo convoy ferroviario transporta lo mismo que cincuenta o sesenta camiones, gasta veinte veces menos, no estropea las carreteras y no provoca accidentes.
Aquí, en vez del modelo europeo, copiamos el americano, donde la gasolina iba a cuatro perras y los camiones los fabricaban ellos. Aquí, en esto como en tantas cosas, condenamos al tren porque genera vertebración, porque une y hace dependientes a unas tierras de otras, y eso les duele a más de cuatro quebrantahuchas que buscan la ocasión para largarse, y a ser posible con el ajuar y la cartera.
Y ahora, cuando el gasóleo se pone a doscientas y pico pelas de las de antes, nos lamentamos. Pero en vez de aumentar la capacidad ferroviaria de carga nos gastamos lo que no tenemos en AVEs, Alvias y otros trenes para ricos, a cien euros el viaje de ida y vuelta.
El milagro español existe: que aún no nos hayamos ido al carajo.

Al paso alegre de la paz


Con quién simpatice uno o no, es lo de menos. O debería serlo, si en vez de sentir los colores, que es lo mismo que adorar a un ídolo o ceder a otro el cerebro, nos dedicásemos a pensar por cuenta propia.
Que simpatice yo o no con Federico Jiménez Losantos y sus diatribas de misionero en tierra salvaje carece de importancia. Reconozco su brillantez intelectual y creo que es un propagandista más que un informador. Reconozco su valentía y su agudeza y le achaco ineficacia como propagandista, o aún peor, eficacia negativa. Pero es lo de menos.
Lo que no es moco de pavo es que en este país condenen a un periodista, bueno o malo, por decir que a un político no le importan los muertos de un atentado con tal de lograr sus fines. Cuando suceden estas cosas, la maquinaria de la censura se pone en marcha y ya es imposible saber dónde parará.
El político, al que se supone que elegimos aunque en realidad lo elige su partido para que lo votemos o no, no puede quedare libre de críticas. Si al periodista que lo acusa se le condena, ¿qué le impide robarnos o matarnos a placer pagando a los sicarios con nuestro propio dinero?
Si se condena a Jiménez Losantos por decir que a Gallardón no le importan los muertos del 11M, ¿quién se va aponer a investigar una trama de corrupción?, ¿qué periodista se atreverá destapar de nuevo un GAL, o un desfalco como el del AVE, el del BOE, o el de Roldán?
Si se obliga a callar a la prensa, la impunidad está servida. Tienen el poder, y quieren tener el silencio, y además con la complicidad de todos los fascistas que piensan que la libertad de expresión es sólo para ellos y nunca para los demás.
En España, amigos, hay demasiada gente que echa de menos a Franco sin saberlo y que canta el Cara al Sol en sueños. Unos, pidiendo que el gobierno ponga precios mínimo al transporte, como en tiempos del Movimiento, y de sus precios controlados por decreto, y otros señalando lo que se puede y lo que no se puede decir, o pensar, o desear siquiera. Nos llevan camino de una dictadura, al paso alegre de la paz, disfrazada de humanitarismo, bonhomía y respeto por el otro.
Pero es una dictadura de todos modos, con un pensamiento único, y unos políticos que además del poder quieren nuestro silencio. Que además del cordero, la leche y el vellón exigen que la oveja calle.
Si al periodista se le condena por señalar con el dedo al político, sólo nos queda votar cuando nos manden. Y pronto a quien nos digan.
Si gente como Jiménez Losantos tiene que callar porque no gusta lo que dice, pronto iremos al bipartidismo perfecto: habrá un partido en el poder y otro en la cárcel.

Rebelión y revolución



En una situación como la que atravesamos, nuestros abuelos se cabreaban y nosotros sólo nos lamentamos. ¿No creen que la diferencia es importante? A los perros también les sucede así, después de llevar muchos palos.
Podemos buscarle cien explicaciones amables, pero las cosas son como son: los precios suben sin control, y las autoridades monetarias, las mismas que nos pusieron delante la zanahoria de los tipos bajos, tienen ahora la desfachatez de decir que hay que seguir subiendo tipos para combatir la inflación, y lo dicen, con dos narices, justo después de anunciar a bombo y platillo enormes inyecciones de liquidez en el sistema financiero.
¿No se dan cuenta de la estafa? La inflación la produce, dicen, la abundancia de dinero en el mercado. Se sube para eso el tipo de interés, para que sea más difícil y más caro obtener dinero y que disminuya su montante en el mercado, ¡pero al mismo tiempo ellos dan gigantescas sumas a los bancos para salir del atolladero inmobiliario. El dinero que nos prestan a nosotros, crea inflación, pero el que dan a la gran banca, ese no.
Se cachondean. Nos llaman idiotas a la cara, y a lo mejor con razón. ¿No han visto el ejemplo del gasoil? Ahora, en plena faena de piquetes y salvajadas, lo último de lo que se habla es de que el gasóleo era mucho más barato que la gasolina y ahora la ha superado en precio. ¿Por qué? Por los impuestos, desde luego, pero todas las movilizaciones se encaminan a que se les quiten a unos pocos y los paguemos los demás, porque está claro que lo que unos dejan de pagar se sacará del bolsillo del resto.
Con la construcción detenida, los combustibles por las nubes y las hipotecas impagables, al ciudadano medio le queda convertirse en pobre, y al pobre, echarse a la calle.
Pero no será esta una revolución, porque la revolución es la subversión del poder por parte de ciudadanos libres. Será la nuestra, pro la que veo, una rebelión de esclavos, sin conciencia de clase, sin memoria de lo que costó a sus padres lograr lo que ellos tienen y sin pedir siquiera la libertad, sino una loncha más de hogaza cada tarde.
La revolución requiere saber lo que se quiere y me temo que vamos mucho más sobrados de medios que de fines, más de deseos que de voluntad, más de instintos que de pensamientos.
Y así, la zanahoria de la hipoteca barata, o del diesel económico, prospera, y se agranda, y finalmente se metamorfosea en carnívora y nos devora.