26 noviembre 2008

Televisión digital


A estas alturas ya lo sabe todo el mundo, pero por si acaso no está de más repetir que el 3 de abril de 2010 podremos usar las actuales antenas para asar pinchos morunos, porque a partir de esa fecha, dejan de funcionar todos los aparatos analógicos.
Sí, amigos: en menos de dos años, o compramos un decodificador digital para las televisiones y otro para las radios, o tendremos que ver todo el día fritura de puntos y escuchar el mar electrónico. No estaría de más que, sabiéndolo, vayamos poniendo ya al día las instalaciones para que, llegado el momento, no nos pille la avalancha y acabemos por caer en manos de alguno de los muchos desaprensivos que surgirán al ascua de semejante bicoca. Las radios, la verdad, será más barato tirarlas, así que no le demos más vueltas.
Lo gracioso del asunto, de todos modos, no es la molestia y el gasto que nos van a meter a los ciudadanos en el cuerpo con esta historia, sino el miedo que ha entrado en el cuerpo a las televisiones públicas y privadas, porque resulta que con la llegada de la televisión digital, en lugar de los actuales ocho canales, podrán recibirse alrededor de cuarenta en cada casa, y eso supone que la competencia se multiplicará por cinco, en un momento en el que los ingresos publicitarios parecen en franca recesión.
¿Y qué creen que proponen?, ¿competir?, ¿buscarse los cuartos?, ¿mejorar la calidad para que la gente vea su canal en lugar del adversario y salir así adelante? ¡Ni de coña, por supuesto! Proponen reducir el número de canales y obligar a que se emita en alta definición, un formato que ocupa tres veces más canales para la misma emisión y que es mucho más caro, con lo que cerrarían de un plumazo a todas las pequeñas empresas de televisión, repartiéndose la tarta únicamente entre las grandes.
Y el gobierno, presionado por sus turiferarios, o sea, los que manejan el incensario de lo guapo que es Zapatero y el talante que tiene, está pensando en reducir esos canales para "regular el mercado".
La libertad de información, la pluralidad y el interés del ciudadano, se los pasan por el arco de triunfo. El caso es que puedan hablar pocos, los que ellos digan, y forrarse además a cambio de decir lo que se les mande.
Es una vergüenza: esto es como si para poder hablar en la calle hubiese que tener un título de orador, de pago, por la Universidad de Aquisgrán.
Pero lo darán por bueno, ya verán, lo mismo que limitaron el número de emisoras de radio sin que nadie sepa por qué, en un momento en que la tecnología impide que se solapen y se molestan unas a otras.
Porque lo que molesta no es la señal y su calidad. Lo que molesta es la libertad.
A ver cuándo lo dicen claro de una vez y se dejan de chorradas.

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