01 noviembre 2008

Fe, esperanza y caridad


Los que hayan leído alguna novela mía ya lo sabrán, pero lo cuento para el resto, que sigue y seguirá siendo, me temo, apabullante mayoría: cuando metieron a Hitler en la cárcel por intentar un golpe de Estado, el partido nazi organizó un congreso y todos los afiliados (no como en otras formaciones) eligieron democráticamente al nuevo presidente, un boticario gordinflas y socarrón llamado Gregor Strasser.
Strasser tuvo el cuajo, o los santos cojones, como diríamos por esta tierra, de decir ante cincuenta mil personas que el Gobierno había llevado al país al borde del abismo, y que si los votaban a ellos la nación daría un gran paso adelante.
Por aquel entonces los políticos decían esta clase de cosas, y en consecuencia, la gente los creía incluso cuando efectivamente cumplían su palabra y el gran paso al frente los llevaba al fondo del abismo, tal y como estaba prometido.
Ahora ni eso, oigan. Ahora necesitaríamos a un presidente que nos dijese que no hay un duro, que la cosa está mala y que tenemos que apretarnos el cinturón para salir de esta entre todos. Ahora nos vendría bien un ministro de economía con el carácter de Strasser o el de Churchill, capaz de hacerse creer sin necesidad de maquillar la realidad. Strasser anunció el abismo, y la gente creyó en él. Churchill prometió sangre, sudor y lágrimas, y los ingleses le siguieron hasta la victoria final.
Necesitamos verdades, y valor para afrontarlas, ¿pero qué tenemos? Un gobierno que habla de ajustes y ligera desaceleración. Un gobierno irresponsable incapaz de conseguir que nadie confíe en sus medidas. Un gobierno tan empecinado en mentirnos sobre la salud de nuestra economía que nos hace pensar en el médico que, después de detectar un cáncer con metástasis, nos dice que todo está bien para no amargarnos los cuatro días que nos quedan.
Así las cosas, la gente se ha acostumbrado a multiplicar por veinte lo que oye y a pensar que aún se queda corta. De este modo, el hecho de que el gobierno haya hablado al fin de crisis se interpreta como el anuncio del desastre final y no hay quien crea en la eficacia de las medidas de choque, tardías, superficiales y cojas, anunciadas contra la recesión que se avecina.
Si Strasser o Churchill hablaran de crisis, todo el mundo creería que hay crisis. Si Solbes habla de crisis es que estamos a punto de irnos a tomar por saco. Ese es el sentimiento más frecuente.
Y lo malo de los médicos de esta categoría no es sólo que nadie se tome en serio sus diagnósticos. Lo peor es que nadie cree tampoco en sus tratamientos.
Y cuando no hay fe, no hay esperanza. Aunque eso sí, nos queda la caridad.
Teología nos van a dar por un tubo. Ya verán.

2 comentarios:

  1. Es que vivimos la época del café descafeinado y de la mantequilla ligth (¿de qué diablos puede estar hecha?). pedir que se asimile la realidad sin maquillar y sin paliativos se me antoja demasiado.

    Saludos.

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  2. A ver si pongo un día de estos uno de mis últimos artículo:

    leche deslechada, se titula

    :-)))

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