Escribió Bakunin en su teoría general del terrorismo, que para llegar al Cielo hay que abrir antes las puertas del Infierno.
Fueron aquellos anarquistas decimonónicos, dinamiteros o acuchilladores, los que teorizaron sobre el uso del terror para subvertir el orden político y social, y los que fijaron los métodos, los objetivos, y el modo de empleo de semejante medicina.
Siglo y pico después, el mito permanece, causando muerte y destrucción aquí y allá. Y digo mito, porque en las últimas décadas no han conseguido subvertir nada, aunque hay que reconocer que han influido, y mucho, en las decisiones de muchos millones de ciudadanos, unas veces a su favor y otras en su contra.
A los anarquistas, en Rusia y aquí mismo, solían asesinarlos los comunistas, que pensaban que el terrorismo es patrimonio exclusivo del Estado, y de manera consecuente con su ojeriza al mercado libre combatían cualquier competencia.
Así las cosas, con el paso de los años el anarquismo combativo fue dejando hueco a diversas ideologías, más o menos iluminadas, y estas, con el desgaste de la clandestinidad y la holganza, a grupos mafiosos cuya única razón para no deponer las armas es que no tienen mejor oficio, ni otra posibilidad de seguir manejando vidas y dinero que mantener la pistola y la granada al cinto.
Los más antiguos son los de las FARC colombianas, esa mezcla de guerrilla, narcotráfico y secuestro eterno que se demora en las montañas de Colombia para que García Márquez pueda ampliar sus cien años de soledad a doscientos, o a los que cuadre.
Pero ya ven que van cayendo. De aburrimiento unos, como "Karina", o de hartazgo otros, como "César", de quien se dice que pudo facilitar la operación que libéró a Ingrid Betancourt y otros catorce secuestrados.
Van cayendo porque el mito clásico del terrorismo, es mentira. Es mentira que no se pueda acabar con ellos. Es mentira que por cada cabeza que cortas broten siete. Es mentira que su raíz sea inmortal y que sus militantes sean de acero. Es falso que no puedan ser reabsorbidos, como la hinchazón de una herida.
Se trata sólo de aplicar a Dante, en vez de Bakunin, porque tenía más razón y porque era mejor escritor. Se trata de decirles, en los umbrales de su Infierno, que "abandone toda esperanza quien esas puertas traspase". Y que lo sepan. Y que pase lo que pase, nunca obtengan nada. Sólo azufre, fuego y desesperación.
Cuestión de autores, ya ven.
Javier Pérez
Fueron aquellos anarquistas decimonónicos, dinamiteros o acuchilladores, los que teorizaron sobre el uso del terror para subvertir el orden político y social, y los que fijaron los métodos, los objetivos, y el modo de empleo de semejante medicina.
Siglo y pico después, el mito permanece, causando muerte y destrucción aquí y allá. Y digo mito, porque en las últimas décadas no han conseguido subvertir nada, aunque hay que reconocer que han influido, y mucho, en las decisiones de muchos millones de ciudadanos, unas veces a su favor y otras en su contra.
A los anarquistas, en Rusia y aquí mismo, solían asesinarlos los comunistas, que pensaban que el terrorismo es patrimonio exclusivo del Estado, y de manera consecuente con su ojeriza al mercado libre combatían cualquier competencia.
Así las cosas, con el paso de los años el anarquismo combativo fue dejando hueco a diversas ideologías, más o menos iluminadas, y estas, con el desgaste de la clandestinidad y la holganza, a grupos mafiosos cuya única razón para no deponer las armas es que no tienen mejor oficio, ni otra posibilidad de seguir manejando vidas y dinero que mantener la pistola y la granada al cinto.
Los más antiguos son los de las FARC colombianas, esa mezcla de guerrilla, narcotráfico y secuestro eterno que se demora en las montañas de Colombia para que García Márquez pueda ampliar sus cien años de soledad a doscientos, o a los que cuadre.
Pero ya ven que van cayendo. De aburrimiento unos, como "Karina", o de hartazgo otros, como "César", de quien se dice que pudo facilitar la operación que libéró a Ingrid Betancourt y otros catorce secuestrados.
Van cayendo porque el mito clásico del terrorismo, es mentira. Es mentira que no se pueda acabar con ellos. Es mentira que por cada cabeza que cortas broten siete. Es mentira que su raíz sea inmortal y que sus militantes sean de acero. Es falso que no puedan ser reabsorbidos, como la hinchazón de una herida.
Se trata sólo de aplicar a Dante, en vez de Bakunin, porque tenía más razón y porque era mejor escritor. Se trata de decirles, en los umbrales de su Infierno, que "abandone toda esperanza quien esas puertas traspase". Y que lo sepan. Y que pase lo que pase, nunca obtengan nada. Sólo azufre, fuego y desesperación.
Cuestión de autores, ya ven.
Javier Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario