26 noviembre 2008

Mal fario olímpico


Cuando los Juegos Olímpicos se celebran en un país gobernado por una dictadura con mano de hierro, lo primero que piensa uno es que semejante dosis de propaganda bien podía haber sido empleada en mejor fin.
Luego, cada cual con sus tics y cada cual con su memoria, se recuerdan otros casos, y en el mío suelo echar la memoria a aquellos juegos de Berlín del treinta y seis, en los que todo fue tan espectacular, tan perfecto y tan bien hecho, que el mundo entero acabó creyendo la patraña de que el nazismo no debía de ser tan malo cuando era capaz de organizar semejante maravilla, tras haber recogido, sólo tres años atrás, un país en la puñetera quiebra, con millones de parados y cierres de empresas a mansalva.
Hubo después otros Juegos Olímpicos organizados por una dictadura, los de Moscú, pero fueron un poco cutres, deslucidos por los diversos boicots y sirvieron, muy a pesar del régimen soviético, para que todo el mundo sospechara que la URSS era un decorado de cine detrás del que se escondía un batacazo inminente.
El batacazo soviético no se hizo esperar y batió varias plusmarcas, pero en el caso de Pekín me inquieta más, si me lo permiten, lo bien que marcha todo. Y desde ya les aseguro que me alegro de que le vaya bien a China, y a los chinos, una nación que se distingue en la historia por no meterse en líos, trabajar, y construir mecanismos defensivos mucho más grandiosos que los ofensivos. Me dijo un chino una vez: "nosotros no construimos ni el Gran Cañón, ni la Gran Bomba, ni siquiera la Gran Espada. Construimos la Gran Muralla, y las murallas no atacan a nadie, sólo te defienden".
Bien, vale. Repito que me alegro. ¿Pero no les parece a ustedes que da muy mal fario, muy mala espina, que se muestre al mundo entero lo bien y eficazmente que funciona una dictadura?, ¿no creen que es para sospechar que, con otro collar, traten de aplicarnos poco a poco a los demás el mismo tipo de perro?
La memoria y la iconografía colectiva funcionan así: lo que se ve que es bueno para los demás puede ser bueno para nosotros. Y en este caso, la abundancia de presidentes en la tribuna, la largueza en las alabanzas y la generosidad en los aplausos pueden llevarnos, sin querer, a admitir en nuestro subconsciente que podría ser interesante secundar algunos de los procedimientos del gobierno chino.
Y eso sería la puntilla a una cultura y a una forma de vivir, la nuestra, que justo en estos momentos hace aguas por todos lados.
Lo dicho: que celebro que salga todo tan bien, pero viendo el gusto por imitar el éxito que padecemos, sin sopesar ni reflexionar sobre lo que se imita, la cosa me preocupa. ¿A ustedes no?

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