01 noviembre 2008

Al paso alegre de la paz


Con quién simpatice uno o no, es lo de menos. O debería serlo, si en vez de sentir los colores, que es lo mismo que adorar a un ídolo o ceder a otro el cerebro, nos dedicásemos a pensar por cuenta propia.
Que simpatice yo o no con Federico Jiménez Losantos y sus diatribas de misionero en tierra salvaje carece de importancia. Reconozco su brillantez intelectual y creo que es un propagandista más que un informador. Reconozco su valentía y su agudeza y le achaco ineficacia como propagandista, o aún peor, eficacia negativa. Pero es lo de menos.
Lo que no es moco de pavo es que en este país condenen a un periodista, bueno o malo, por decir que a un político no le importan los muertos de un atentado con tal de lograr sus fines. Cuando suceden estas cosas, la maquinaria de la censura se pone en marcha y ya es imposible saber dónde parará.
El político, al que se supone que elegimos aunque en realidad lo elige su partido para que lo votemos o no, no puede quedare libre de críticas. Si al periodista que lo acusa se le condena, ¿qué le impide robarnos o matarnos a placer pagando a los sicarios con nuestro propio dinero?
Si se condena a Jiménez Losantos por decir que a Gallardón no le importan los muertos del 11M, ¿quién se va aponer a investigar una trama de corrupción?, ¿qué periodista se atreverá destapar de nuevo un GAL, o un desfalco como el del AVE, el del BOE, o el de Roldán?
Si se obliga a callar a la prensa, la impunidad está servida. Tienen el poder, y quieren tener el silencio, y además con la complicidad de todos los fascistas que piensan que la libertad de expresión es sólo para ellos y nunca para los demás.
En España, amigos, hay demasiada gente que echa de menos a Franco sin saberlo y que canta el Cara al Sol en sueños. Unos, pidiendo que el gobierno ponga precios mínimo al transporte, como en tiempos del Movimiento, y de sus precios controlados por decreto, y otros señalando lo que se puede y lo que no se puede decir, o pensar, o desear siquiera. Nos llevan camino de una dictadura, al paso alegre de la paz, disfrazada de humanitarismo, bonhomía y respeto por el otro.
Pero es una dictadura de todos modos, con un pensamiento único, y unos políticos que además del poder quieren nuestro silencio. Que además del cordero, la leche y el vellón exigen que la oveja calle.
Si al periodista se le condena por señalar con el dedo al político, sólo nos queda votar cuando nos manden. Y pronto a quien nos digan.
Si gente como Jiménez Losantos tiene que callar porque no gusta lo que dice, pronto iremos al bipartidismo perfecto: habrá un partido en el poder y otro en la cárcel.

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