24 noviembre 2008

El cebo


Ningún ser humano es ilegal. Lo que es ilegal es su presencia, y por eso no hay que combatir a ningún ser humano, sino solamente su presencia donde no debe estar.
Pero somos tan cortos de vista a veces, y tenemos unas miras tan estrechas, que cuando se nos encoge el estómago o el corazón ante tragedias como las de los inmigrantes que tuvieron que lanzar nueve niños al mar hace unos días, pensamos que el mal está en que tengan que venir en esas condiciones.
El mal está, amigos, en que nuestra ley los atrae. Traían niños en esa travesía porque saben que la legislación española prohíbe expulsar a los menores. Traían niños porque saben que una vez que el menor está aquí, puede solicitar que vengan sus padres, y a través del niño se "cuela" el clan entero.
No vamos a criminalizar al que quiere vivir mejor o huye de la necesidad y arriesga para ello una vida que en su tierra cotiza a la baja, mucho más barata de lo que estamos acostumbrados a valorarla por estas tierras. No vamos a acusarlos de nada, porque, como dicen los judíos, no es culpa del ratón sino del agujero en la pared.
Y el agujero en la pared somos nosotros. Nuestra estupidez rampante. Nuestra ceguera.
Sabemos que no podemos admitir un número ilimitado de inmigrantes, y menos ahora, cuando las condiciones laborales empeoran drásticamente en España y el sistema de salud y de pensiones está al borde de la quiebra. Sabemos que hay millones esperando fuera, y todavía damos facilidades. Y nuestras facilidades inducen a asumir riesgos, y es la miel que nosotros ponemos en el panal la que sirve de cebo para que todas esas pobres moscas de la pobreza caigan en las trampas del mar. La verdad es que si quisiéramos matarlos como a ratas no lo haríamos mejor, ni más eficazmente, pero eso está feo decirlo. El gobierno prefiere los entierros a los titulares antiestéticos.
Hay que actuar de inmediato, pero es mejor simular que hacemos lo que podemos. Es mejor decir que hay que entenderlos. Es mejor ofrecer diez mil euros al que supere dos disparos en la ruleta rusa. Porque somos eso: el canalla que apuesta con un pobre a que no aprieta dos veces el gatillo de un revólver, sabiendo que la necesidad lo impulsará a hacerlo.
Si supieran que se les va a enviar de vuelta, con cualquier edad y en cualquier circunstancia, no vendrían. Si se repatriase a los menores, no los traerían en lo cayucos. Pero no las damos de solidarios y el precio de nuestra buena conciencia se paga con su vida.
Y no sólo con su vida, pero de eso hablamos otro día.

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