24 noviembre 2008

La muerte se afilia al PSOE


La verdad es que este último congreso del partido socialista me pareció dinámico, participativo, y propio de un partido que se mueve. En eso hay que darles la enhorabuena y recordar a los de PP, una vez más y van quinientas, que no se puede pedir democracia fuera y aplicar el ordeno y mando en casa, porque la gente no es tonta del todo y por ese camino pierdes toda credibilidad. La que te vaya quedando, después de las constantes idioteces y cacicadas, por supuesto.
La mecánica me pareció estupenda, ya les digo, pero lo que me dio miedo de veras, terror incluso, fue la frivolidad con que propusieron ahorrarle trabajo a la parca a fuerza de ir dando facilidades para que la gente se fuese al hoyo. A ratos dio la impresión de que la muerte iba de compromisaria por alguna provincia.
Porque, como saben, dos de los temas estrella de este congreso eran la ampliación de los plazos del aborto y la legalización de la eutanasia. Ni los más tontos se creían ya que la moralidad o legitimidad del aborto fuese cuestión de plazos, y menos ahora, que a fuera de ver películas policiacas todos sabemos lo que es el ADN y todos sabemos que el feto tiene el suyo propio, que no es el del padre ni el de la madre. La cuestión del aborto era caso de conveniencia, de eliminar al que te estorba y no se puede defender. Lo mismo que lo de la eutanasia, si se fijan.
En el Partido Socialista parece haber arraigado al idea de que matar al que molesta y no rechista es bueno para todos. Y no es de extrañar, conociendo el historial del partido, el de purgas en los tiempos antiguos y el de cal viva en los modernos.
Lo que esta gente no ve, o no parece ver, es que si de veras proceden de las clases desfavorecidas como a menudo proclaman, muchos de ellos hubiesen acabado en el cubo de la basura de cualquier hospital, por razones socioeconómicas. Lo que no piensan, o no quieren pensar, es que legalizar la eutanasia va a suponer una enorme presión para los enfermos crónicos, o terminales, que verán o creerán ver como sus familias o los médicos de un sistema sanitario saturado, les sugieren que firmen un papelito y dejen de ser una carga.
Porque cuando la vida depende de firmar o no un papelito, hay muchas formas de hacerlo y después ya se verá si la firma era buena, si había testigos, o si el firmante fue presionado. Ya se verá en el juzgado, en cinco o seis años, y si algo falló, pues se resucita al interesado, ¿verdad?
En este congreso socialista, la tesis quedó clara: el que no ha nacido no se queja y el que va a morir no vota, así que mejor ocuparse de la sociedad real. La que da puestos y garbanzos.
Y a nosotros, que nacimos y aún votamos, parece que no nos importa. Nos importaría si el niño fuese senegalés o el viejo pakistaní, o la víctima un criminal al que ejecutasen en California. Pero si son inocentes y son de aquí, que se jodan.
Será eso.

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