28 septiembre 2008

El golpe final



La historia de que el aumento de la demanda por parte de China, India y otros países emergentes sea la causa del aumento de los precios del petróleo es una monserga. No se lo crean. El consumo ha aumentado entre un seis y un siete por ciento respecto al año pasado mientras que el precio ha pasado en este tiempo de los sesenta dólares a los ciento treinta y seis. Que vayan a tomar el pelo a su abuela.
El incremento de los precios petrolíferos, además de por la demanda, está impulsado por grupos de grandes especuladores que operan en el mercado de futuros. Lo habrán oído ya, pero casi nadie se toma la molestia de explicar qué es eso. Pues allá va: una opción de futuro es un contrato. Consiste, fundamentalmente, en el derecho, pero no la obligación, de comprar en el futuro un bien al precio que hoy se determine. Ese contrato cuesta el diez por ciento de lo que se compra, con lo que, si se fijan, cada especulador puede comprar a futuro diez veces más petróleo que el dinero que tiene. La idea es que siga subiendo para vender esos contratos con enorme beneficio, de modo que sea el comprador final, y no ellos, quien pague el precio en alza, pues ellos compran el contrato, pero jamás el petróleo.
La idea, creo yo, es clara: forzar a los gobiernos a rebajar los impuestos sobre los combustibles, de modo que quede de nuevo margen para un aumento del precio, y así sucesivamente hasta que la tajada que se queda ahora el Gobierno se la queden los especuladores del mercado financiero.
Porque a mí también me parece muy mal, la verdad, que el Estado se quede con el setenta por ciento (sí, han leído bien, el 70%) de lo que me cuesta la gasolina o el gasoil, pero no me creo ni por asomo que si se redujeran los impuestos bajaría el precio. El margen que quedase sería inmediatamente absorbido por los distribuidores, los refinadores o los picadores de la Maestranza. Se lo quedaría quien fuese, pero nunca rebajarían los precios al consumidor. ¿I vieron ustedes bajar los libros cuando se les quitó el IVA?
Así las cosas, creo que asistimos a un pulso entre los grandes tiburones del capital especulativo y los consumidores, supuestamente defendidos por el poder políticos de sus estados. Una guerra sin cuartel de la que puede salir, de aquí sí, el nuevo orden mundial que imperará en el futuro. La primera batalla parece ganada por el gran capital, y la prueba es esa normativa que permite volver a trabajar sesenta y tantas horas. La segunda, no pinta favorable a los ciudadanos, con la subida de los tipos de interés en un momento de recesión generalizada.
Y lo peor en esta guerra no es la dureza del enemigo, sino la sospecha de que lo tenemos en casa. De que no hay especuladores comprados por los políticos, pero sí lo contrario.
Por mi parte, sólo un consejo: al comunismo se le vence pensando y trabajando. Al capitalismo se le vence no consumiendo.
Cada cual disponga.
Foto: lo otro que viene de oriente. Russlana y sus danzas salvajes.

La sabiduría del queso



Cuando estudiaba publicidad, allá en mis años mozos, conocí a un especialista en marketing de quesos que decía que el secreto de vender muchas toneladas, y de convertir una marca mediocre en una marca de éxito, era suprimir cualquier sabor al queso de modo que no molestase a nadie. Porque a unos les gusta el regusto a humo, a otros la cura, la media cura, o el aroma a hierbas producido pro ciertos pastos, pero esos mismo yogures que gustan a unos molestan a otros, y lo que interesa es que el queso lo compre todo el mundo para que, sin entusiasmar a nadie, lo coma toda la familia y solucione la papeleta al ama de casa, que es la que lo compra.
Tengo para mí que esta política no se sigue sólo con los quesos, y que en el mundo de las letras, por ejemplo, algo de eso hay, o mucho, sin que parezca fácil remediarlo. Con lo de las letras, y lo del cine, o la música, bien vamos mientras queden bibliotecas, discos y videoclubs.
Lo malo, o lo peor, es cuando los políticos entran también en esa dinámica y se convencen de que no ofrecer nada en absoluto, descafeinar sus propuestas y restar cualquier carga de convicción a sus ideas va a conducirles al poder a fuerza de ser simpáticos, no molestar a nadie y cosechar votos en todos los ámbitos y todos los sectores.
El PSOE ya lo hizo cuando dejó de ser marxista, y ahora parece que el PP va o quiere ir por el mismo derrotero: no enfrentarse a los nacionalismos, no enfrentarse a los grupos de presión, y quedar bien con todo el mundo, a ver si a fuerza de flojo, de venal y de insípido acaba convenciendo a toda la familia.
Decía hace muy poco Ignacio González, principal asistente de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, que el PP estaba punto de convertirse en una segunda marca del PSOE. No le falta razón, si como parece los nuevos aires soplan hacia renunciar a la defensa de ciertos valores, de ciertos intereses y de un modo concreto de entender asuntos como la seguridad, la enseñanza, o la idea de nación. En mi opinión, si al PP le falta algo, es convicción, y si le sobra algo, son complejos y miedo a que les llamen franquistas, retrógrados o reaccionarios, de modo que cuando no gobiernan callan y cuando gobiernan no se atreven a hacer lo que tienen que hacer por el miedo al qué dirán. Así que si profundizan en ese camino, mal van, aunque consigan arrancarle a los socialistas unos cuantos votos.
Porque para eso votamos a los que ya están, que puestos a hacer el tonto no necesitan simularlo.
¿No les parece?
foto Oscar Xiberta y sus chistes

Nos roen los calcetines




Ustedes, como yo, estarán hartos de oír hablar del IPC, y de que se ha vuelto ha disparar y le ha dado en la cabeza a la cesta de la compra, que sigue en la UVI, con pronóstico reservado.
Eso de la inflación, que ya de por si suena a enfermedad infecciosa, y que en principio todos sabemos que significa subida de precios, tiene más consecuencias de las que parece, y unos orígenes inciertos esta vez, cuando el gobierno no puede, como hizo Solchaga, limitarse a darle a darle a la máquina de imprimir billetes y devaluar la moneda un treinta por ciento.
Lo que ya no sé si sabe todo el mundo es que la inflación consiste en socializar las pérdidas, y que al paso que vamos, en diez años valdrá la mitad cualquier cantidad que uno tenga en el banco. La inflación, amigos lectores, es el mecanismo pro el que se roba y se golpea al que ahorra, de modo que sus ahorros van valiendo menos cada vez en favor de los que se endeudaron.
¿Y ustedes creen que es cabal una sociedad en la que se castiga al que ahorra y se premia al que se endeuda? Es una locura, y eso es precisamente lo que significa un IPC cercano al cinco por ciento. Si cada año vale un cinco por ciento menos lo que tenemos en el banco, el mensaje es claro: guardar cualquier cantidad, con los tipos de interés actuales, es reglarla al Estado. Si cada año el dinero vale un cinco por ciento menos, el dinero que se pide prestado hoy se devolverá en el futuro con dinero devaluado, o sea que es aconsejable gastar ahora y devolver después.
Mientras los tipos de interés, que están ahora por el cinco y pico, se mantengan tan cercanos a la subida de precios, tendremos una economía basada en el endeudamiento, pues el dinero lo prestan prácticamente gratis.
Este sistema es Jauja para la gran empresa. Esto es el sueño de cualquier multinacional. Y el de cualquier yonki.
Pero al que trabaja, al que tiene un sueldo, al que hace las cuentas para llegar a fin de mes y deja algo en el cajón o en la cartilla para tener donde echar mano si un día viene mal dadas, a ese, le están royendo los calcetines los ratones del capitalismo. Un capitalismo, el nuestro, más basado en la especulación que en la libre empresa, más en traficar con expectativas y generar monopolios encubiertos que en una verdadera libertad de iniciativa.
Créanme: en esta coyuntura, mejor que tener el dinero en el banco es invertir en chufas. Y al que lo necesita y lo pida, que se lo pinten a plumilla.

foto: la cosa se pone verdaderamente mala

La espada eléctrica


Ahora que estamos con el regreso de superhérores como Indiana Jones, bien podría referirme a la espada de Darth Vader, el malo malísimo de la Guerra de las Galaxias, y único personaje construido con un mínimo de volumen. Pero no. Con esta espada del título me refiero al sablazo que nos van a meter las empresas eléctricas con la subida de la luz que se prepara, con la publicada en todas partes, y con la encubierta, que es la que verdaderamente le gusta a esta clase de compañías.
La jugada, por si no lo sabían, está en sacar los cuartos por la potencia contratada, o sea, pro lo que no se gasta. Porque si fuese por el consumo, ¿dónde estaría la gracia? Lo bonito es siempre sacar dinero por lo que no se da, porque cobrar por lo que se da es comercio, y esta gente no se dedica realmente al comercio.
¿Se imaginan ustedes que fuesen a comprar un coche y que les dijeran que el coche son diez mil euros y otros cinco mil el volante? Les parecería, sin duda, una tomadura de pelo. Y al código mercantil, también, y por eso prohíbe expresamente separar las partes necesarias de un producto. No se puede vender un coche sin volante. No se puede vender una televisión sin pantalla.
Entonces, ¿cómo pueden vender teléfono sin línea?, ¿cómo pueden vender electricidad sin potencia contratada?, ¿cómo pueden venderlas y cobrarlas por separado cuando son parte necesaria del mismo producto y la misma transacción? Porque les da la gana. Porque se pasan el código mercantil por el forro.
Y el caso es que ahora los de las eléctricas han pensado que la tarifa nocturna estaba muy bien para vender una electricidad que se producía y no se consumía, pero aunque seguirán cobrando la electricidad nocturna a mitad de precio, la potencia de noche pasa a ser potencia total, con lo que el mínimo, o sea, lo que se paga aunque no se gaste nada, puede llegar a triplicarse en algunos casos.
Así que ya saben, si tenían ustedes 4000 W de día y 12.000 de noche (para los acumuladores, por ejemplo), ahora pagarán la potencia de 12.000, además de la subida tarifaria que, aunque está por decidir, rondará el diez o el once por ciento.
O sea, que además de pobres, pocos y apaleados, en el norte tendremos que a pasar frío o rascarnos aún más los ya desgastados bolsillos. Porque aquí los que legislan, legislan para Ibiza, ya saben. Y los que cobran, cobran como en Isla Tortuga. Sobre todo lo que no dan, no cuesta y no vemos.
¿A que ahora ya entienden por qué había tanto interés por Endesa?
Foto : anuncio de electricidad megaguay

25 septiembre 2008

Otra cruz más al calvario



Otro ladrillo en el muro, diría Pink Floid. Pero aquí más que ladrillos nos ponen cruces.
Los políticos dicen a veces algunas cosas como si fuesen evidentes y se quedan tan anchos, mientras los que las sufrimos no caemos en la cuenta de que lo que nos están diciendo es que nos muramos de una vez.
Por ejemplo, hace muy poco dijo Zapatero que le reparto de los fondos entre las autonomías obedecería a un criterio de población, y eso nos condena, sin más, a la destrucción.
La solidaridad que esta gente entiende pasa porque los que ganan mucho paguen más impuestos que los que ganan poco, pero no porque las regiones con mucha riqueza paguen más que las regiones con poca. Lo que le aplican a las personas no saben aplicarlo a las tierras, porque no tienen decencia, valentía ni coraje para ello.
Cuando el principal problema de una tierra es la despoblación, este criterio de reparto no hace más que sellar la losa: no hay gente, y como no hay gente, no hay dinero, por lo que se deteriorarán más aún las prestaciones y los servicios, induciendo a que se marchen los que quedan y a que no vengan los que no están.
El territorio es amplio, y las carreteras se hacen por kilómetros, no por habitantes. El territorio es enorme, y lo aprovechan todos, porque cuando se trata de hacer pantanos o de colocar líneas de alta tensión, entonces sí se acuerdan de nosotros. El territorio lo usan todos los españoles, pero lo sostenemos nosotros con lo que otros usan para subvencionar industrias o mejorar el sistema sanitario.
¿Y qué hacen nuestros políticos locales, de todo signo?, ¿dónde están nuestros representantes? En el pesebre, rumiando, me temo. ¿Cómo es posible que nos digan a la cara que van a reducirnos a la miseria y aquí no abra nadie la boca? Para eso votamos al carnero de Viriato, que por lo menos no come.
Tal y como están la cosas, lo que nos va quedando en esta tierra es el patrimonio artístico y cultural, y según van a repartir el presupuesto, me temo que ateo o no, anticlerical o no, lo único que le queda al zamorano es ponerle la cruz a la Iglesia para que por lo menos no se nos caigan a cachos los cuatro retablos y los cuatro templos que vienen a ver los turistas, porque al paso que vamos, como dependamos de la Junta, estamos perdidos. Y no porque no quieran, sino porque no tendrán con qué.
A veces piensa uno que lo que les gustaría a muchos supuestos gestores es que nos marchemos todos para Madrid, para Barcelona, Bilbao, o cualquier otra gran ciudad. Para tener a todo el rebaño bien junto y gastar lo justo en una sola tubería, un sólo cable y un solo, gigantesco y enorme autobús.
A veces piensa uno que tratan de aniquilar Castilla por miedo a lo que haría si renaciera.

Los fantasmas de los vivos


Te lo decía el otro día en inglés, como las pintadas contra las bases americanas, pero como no sé si hablas idiomas, me paso al castellano castizo.
Lárgate, Mariano, que si te ha ganado Zapatero dos veces ya no le empatas ni al alcalde de Peque. Que sí, que eres cojonudo, hombre; que juegas como Dios al ajedrez, pero en el tablero de parchís; que juegas como nadie al parchís, pero en el tablero de Monopoly; que eres campeón de Monopoly, pero en el tablero de ajedrez; que fundaste un equipo de fútbol y ganó una copa de esquí alpino.
No das una, Mariano: como ministro del Rey Sol, igual hubieras sido la rehostia, o como sustituto de Godoy, pero en democracia hay que convencer a la gente y no tienes gancho. Y no es que seas mal político, pero a lo mejor eres feo, o quizás a los españoles no les apetece un presidente con barba, o quieren uno que sepa lo que es un bonobús, aunque no lo haya usado en la vida. ¿Que es injusto? Pues claro. También es injusta la ley de la gravedad. ¿Por qué tienen que ser atraídos todos los cuerpos con la misma fuerza por la Tierra?, ¿por qué la gravedad no distingue una piedra de un avión para que no cueste tanto mantener las aeronaves en el cielo? Es injusto, pero es lo que hay, y no puedes ir por ahí dando a entender que la democracia te la suda.
¿Porque sabes una cosa? Hasta Hitler pasó por un congreso con dos candidatos. Se presentaron él y Gregor Strasser, y no amañaron avales para tapiar cualquier disensión. Ganó Hitler por no mucho, como sesenta contra cuarenta, y luego ganó las elecciones. ¿Vas a permitir que Hitler sea más demócrata que tú?
No me jodas, Mariano. Políticamente estás muerto. Con lo que se está oyendo estos días, dicho por la gente del PP, ¿cómo te vas a presentar al próximo debate?, ¿qué vas a responder cuando te digan que ni siquiera ganaste las elecciones de ti partido?, ¿cómo quieres que te voten los españoles en conjunto si no te atreves a someterte al juicio de tus propios militantes?
O se cree en la democracia o no se cree en ella. Y no valen aquí juegos de manos. Y menos mal, porque viendo lo que has hecho hasta ahora, si valiesen juegos de manos se te caerían las naranjas y prenderías fuego al circo con las antorchas.
Si crees en la democracia, respétala en tu partido. Si no crees en ella, vete al carajo o búscate un sátrapa o un marajá que te haga Primer Ministro.
Es lo que hay, Mariano. Con lo que ha llovido, ya no puedes presentarte ante el público diciendo que estás seco. Tienes barro como para hacer un cargamento de botijos, así que tú decides: sal por la puerta grande, o espera al Bruto de turno que te dé las puñaladas
Y la puerta grande se reduce cada día, y si no te espabilas acabará siendo una gatera, así que date prisa.
Dios mío, qué tristes son los fantasmas de los vivos.

Foto. Rajoy esperando su oportunidad. Por Quino.

El sexo de los ángeles


Al final tenían razón en aquel interminable y majadero concilio: el sexo de los ángeles importa, y si no hay paridad, se sanciona al Cielo.
Al paso que vamos, habrá que mirar si las orquestas que amenizan las verbenas son barbudas, femeniles o simplemente travestidas para poder encajar el programa de fiestas. Y no es plan, oigan, lo diga la ley o lo diga la luna santa. Porque cuando la ley va contra el sentido común, no sólo dificulta la vida diaria, sino que desprestigia el concepto mismo de ley y luego, de rebote, nos encontramos con que el respeto debido a las normas de convivencia se convierte en un sálvese quien pueda de consecuencias imprevisibles.
Y está bien que se evite discriminar a las mujeres, pero en lo serio. En lo que importa. Evitar a toda costa que cobren menos, que sean despedidas por quedarse embarazadas, que se les pongan trabas en ninguna parte por el hecho de ser mujeres.
Estos otros folclores sirven, en realidad, para desanimar a cualquier promotor cultural, que bastante tiene ya para organizar algo como para tener que traer igual número de hombres que de mujeres, sea cual sea la especialidad que se organice. Y es que por gustos, por afición, o por lo que ustedes quieran, no hay igual número de hombres federados en ciclismo que de mujeres. Y no hay el mismo número de toreras, que de toreros. Y no hay el mismo número de afiliados que de afiliadas en ningún partido político, y lo que se hace, en realidad, es arrinconar por razón de sexo a unos para meter a otros. Se trata de discriminar. Y no existe discriminación positiva. Ese concepto, en sí, es una chorrada: discriminación positiva era el apartheid de Suráfrica. Para los blancos.
Estamos ya como en las guarderías públicas, que como hay cuota para funcionarios, cuota para minusválidos, cuota de integración, cuota social, y cuota para feos, al final el ciudadano de a pié tiene que pagar una privada o dejar al niño con los abuelos, si disfruta la suerte de tenerlos a mano.
En el fondo, creo yo, esta tontería pseudoigualitaria no son más que ganas de mangonear, de meterse en lo que no se tiene que meter nunca un estado. Son ganas de reducir lo privado en favor de lo público, de decirte lo que tienes que comer, lo que tienes que enseñar a tus hijos y a quién tienes que poner al frente de tu empresa.
En el fondo, de lo que se trata es de mandar. De ser cicatero. De figurar. De obligar a la gente a que te tenga en cuenta aunque no hayas tenido una idea en la vida y seas un inútil. Esto es como la tontería de la revolución francesa de cambiar los nombres a los meses para que la gente los tomase en serio. Y como no funcionó, acabaron recurriendo a la guillotina.
Así que digo yo que para igualar el tema de sexo en el contencioso de los toros se podrían torear vacas, y a lo mejor así dejaban de fornicar la marrana los que consideran que cualquier sentido es bueno, menos el común.
Digo.

Foto: ejemplar de dehesa exótica

La crisis italiana


Yo no sé ya si pensar que quieren ir por el mundo dando lecciones de ética para convertirse en referente mundial de un nuevo catecismo laico, o es que son tontos con palio, esclavina y botafumeiro: tontos de solemnidad.
Porque se puede estar más o menos de acuerdo con la política expeditiva de los italianos respecto a la inmigración. Se puede pensar, y hasta promover legalmente alguna alternativa más suave, que no pase por la patada en el culo sin contemplaciones, que es lo que, en el fondo, se esconde tras el paquete de mediadas del gobierno italiano.
Se pueden hacer muchas cosas, menos insultar directamente a nuestro vecinos y socios, dando a entender, además, que nosotros no hacemos lo mismo.
Y el caso, señores, es que lo hacemos, pero más silenciosamente. Y el caso, amigos lectores, es que no se puede soltar esta clase de declaraciones públicamente, llamando racista y xenófobo a un gobierno vecino, porque esas palabras, desde los países de origen de los inmigrantes ilegales, se entienden como una llamada, una invitación a venir a España.
Es triste, pero es así: si los salteadores de casas procedentes del Este se pasan mensajes con los teléfonos móviles diciendo que hay que venir a España porque aquí la policía ni te toca, media África subsahariana se va a pasar la voz, no sé si por SMS o por tam-tam, de que hay que venir a España porque a su gobierno le parece muy mal que se expulse a los ilegales.
Y ya sé que no es eso lo que ha ducho la vicepresidenta. Y ya sé que el matiz es otro. Pero no se trata de que lo sepa yo, o ustedes, sino de lo que piensa la gente que lo escucha y de las expectativas que esto crea.
Y hay problemas, cierta clase de problemas surgidos del hambre y la miseria, que también son responsabilidad del que alienta falsas esperanzas y agudiza con su irresponsabilidad un problema que, día a día, se nos escapa más visiblemente de las manos.
O sea, que a lo mejor no hay que hacer como Berlusconi y sus fascios repintados, pero dar a entender a la gente, a la gente más pobre e ignorante, que esto es Jauja y miramos para otro lado, no es ni ético, ni moral, ni responsable.
Pero luce. Y eso es lo que cuenta. Para algunos, sólo cuenta eso.
Foto: Anfiteatro romano de Brañuelas

Teología zapateriana


Hoy toca echarse unas risas. Hoy es uno de esos días en que la lógica se va de copas y vuelve siendo lógica, pero achispada, un poco pelma y dispuesta a reírse de sí misma y de sus siempre adustos, demasiado circunspectos seguidores.
Hay un dogma, entre los muchos que sostiene el catolicismo, que tiene un punto de broma: el de la infalibilidad del Papa. Cuando el Papa habla ex cátedra es infalible, pues lo asiste el Espíritu Santo. En principio, a los racionalistas, les cuesta asumir que esto pueda ser cierto y que haya ser humano, Papa o no, que pueda ser infalible, pero si se busca la explicación teológica, resulta imposible no creerlo. Atentos al mecanismo: cuando el papa habla ex cátedra, no puede equivocarse, pero para hablar ex cátedra debe constituirla, esto es, avisar de que va a hablar ex cátedra, y este acto, por definición, es anterior a la cátedra y por tanto está fuera de ella. Así resulta que cuando el papa habla ex cátedra no se equivoca, pero sí puede equivocarse cuando dice que va a hacerlo, y creer que habla en nombre del Espíritu santo cuando sólo habla por su pobre, pecadora y humana boca. Conclusión lógica: cuando el Papa habla, si se equivoca, se equivoca, y si no, es infalible.
Pues ahora, en política, tenemos el mismo caso. El reparto de dineros autonómicos, y su imposible cuadratura, ha hecho deslizarse al gobierno de Zapatero por los caminos de la escolástica. No es de extrañar, si bien lo piensan, porque el socialismo en España, al menos en sus altas esferas, es cosa de colegios de curas, Intelectuales Reunidos Geyper y amigos de las procesiones en general. Si se enfrentan con la Iglesia, no se engañen, no es por antagonismo, sino por desplazar a la competencia.
Pero esto es la monda. Como han prometido y aprobado lo que no pueden cumplir, como lo que ya han repartido entre los estatutos de autonomía refrendados en el parlamento supera el total de lo que hay, echan mano de la teología y sus viejos sistemas para resolver el desaguisado.
La Constitución dice que la financiación autonómica debe acordarse entre el estado central y todas las autonomías. La constitución debe cumplirse. El Estatuto de Cataluña dice que la financiación de Cataluña debe acordarse bilateralmente entre el estado central y la Generalitat, sin participación de nadie más. Se aprobó, es ley, y debe también cumplirse.
La conciliación parece difícil, pero llega Zapatero, echa mano de la escolástica católica y concluye que primero negocia con todas las autonomías y lo que salga, lo habla bilateralmente con la Generalitat.
¿Se puede fumar mientras se reza? De ningún modo: es una falta de respeto. ¿Se puede rezar mientras se fuma? Por supuesto: cualquier momento es bueno para rezar. Pues esto, igual.
Montilla, obviamente, está que trina, y los demás no dejamos de partirnos de la risa con este juego de manos. O nos reiríamos si no demostrase por dónde se pasa un Presidente la vigencia y el valor de las leyes.
Ahora sólo le falta resucitar la economía al tercer día y entonces yo hasta le aplaudo. Lo juro.

Foto: Flores que no saben si son catalanas a o españolistas

21 septiembre 2008

Un elegante naufragio


Primero fue Zaplana, luego Acebes, y ahora es María San Gil la que le dice a Rajoy, de un modo u otro, que no está de acuerdo con sus postulados. Y no nos olvidemos de ese grupo de Madrid que quiere primarias, que es el que realmente duele a juzgar pro lo poco que se habla de él.
La cosa empeora por momentos: se puede ocultar la realidad, más o menos, detrás de una cortina de lealtades supuestas o de miedo a no salir en la próxima foto de las elecciones regionales o municipales, pero las aguas del Partido Popular bajan revueltas y ya no hay modo de dejar de preguntarse cómo puede ser un partido demócrata y democrático sin ser capaz de empezar a aplicarse la democracia a él mismo.
Porque seamos serios: ¿quién eligió a Rajoy? Aznar. ¿Y quién eligió a Aznar? Un grupo de sabios, o de prebostes, tanto da, que harto de la inconsistencia de Fernández Mancha, aquel líder del que nadie se acuerda, decidiói dar un bandazo al partido. Pintémoslo como queramos, pero la dirección del PP sigue un modelo aristocrático, no uno democrático. Se parecen más a la Iglesia, con su monarquía germánica en que los cardenales eligen Papa a uno de ellos que a un movimiento realmente democrático. Se parecen, pero no es lo mismo: un cura puede ir deputas, porque es pecador como cualquiera y eso no afecta a la doctrina, pero un partido no tiene carne y no puede ser pecador. Si hace el mal es que es malvado.
Y renunciar puertas adentro a la democracia que se exige fuera es malo. Es malo de por sí, sin entrar al resultado de la elección. Es malo con estas reglas de juego, en las que hay que convencer luego a los votantes de que eres el que mejor representará sus intereses. ¿Como quieres que te vote el ciudadano medio si ni siquiera te han votado los afiliados a tu partido? Siempre es peligroso dejar grietas por donde se puedan colar los argumentos del contrincante, pero el PP, con su empeño de evitar las primarias, no deja una grieta, sino todo un portal, toda una puerta de Brandeburgo de dudas sobre la legitimidad de su candidato.
Se preguntaba el otro día Rajoy, con un toque de amargura, qué pueden tener otros líderes qué el no tenga para pedirle que se marche. A lo mejor sería bueno cambiar los términos de la cuestión y recomendarle qué se preguntara qué puede tener él que no tengan los otros para seguir después de dos derrotas.
Tal y como vienen las circunstancias, las primarias van a ser inevitables. O eso, o seguir perdiendo, que a lo mejor es lo que le conviene a algunos, muy cómodos en su feudo, muy seguros en su taifa de poder.
Oponerse a esas primarias no deja de ser un ejercicio de soberbia, un suicidio político y una invitación al naufragio. Eso sí: un naufragio elegantísimo, con el capitán cada vez más solo en cubierta y la banda de aduladores tocando en proa.
Y lo tiburones, celebrándolo, por supuesto.
Foto: La Democracia a la salida del congreso del PP

Paquito chocolatero


Ya han publicado los datos: Paquito Chocolatero es la principal fuente de ingresos de la SGAE, por ser la pieza musical más interpretada en España a lo largo del año anterior. Y no crean que lo digo en broma ni me cachondeo del personal: son los datos que la propia SGAE aporta.
Paquito Chocolatero. Esa es la cultura que defienden y la razón de que nos cobre el canon para defender a los artistas y creadores: una partitura compuesta hace casi ochenta años, allá por la dictadura de Primo de Rivera.
Señores, los de la SGAE los tienen cuadrados. Van a repartir cuatrocientos millones de euros entre sus socios con el pretexto de defender la cultura, sin que nadie se pare a hacer la cuenta de que eso supone el equivalente a haber vendido doscientos millones de discos, casi cinco por persona, contando bisabuelos y niños de pecho.
Para esa gente no hay crisis que valga. Si los demás sectores venden menos y tienen que apretarse el cinturón, allá los demás. Ellos van a cobrar lo suyo, se venda lo que se venda, se cante lo que se cante, sin necesidad de fomentar el talento, sin necesidad de fomentar la innovación, sin necesidad de que salgan a la calle obras o artistas que valgan la pena. Y cobran por los que están afiliados y por los que no. Cobran hasta por el himno nacional, ¿Lo sabían? Pues así es.
A ellos les da todo por el saco: si salen nuevos valores, se llena el cesto, y si no también, asíq ue tonto rel que invierta en buscar nuevos valores.
Han creado el organismo funcionarial perfecto, y en la cultura además: no hay necesidad de trabajar, ni de dar cuentas. El contribuyente paga y calla, y si se queja es un filisteo y un fascista. El Estado crea un impuesto y se lo da a una entidad privada para que lo gestione y lo reparta a su antojo, sin publicar las cifras y sin dar cuentas a los españoles de dónde va el dinero.
Este ha sido, sin recato, el pago a tanta pancarta, tanta manifa, y tanto callar cuando son los suyos los que hablan de poner en la callea los inmigrantes o de abaratar los despidos. Y no se paran en tan poco. Insisten: ahora dicen que hay que hacer que internet vaya más lento para dificultar las descargas, y que las operadoras dan demasiado ancho de banda a sus clientes sin necesidad alguna. Ideas de troglodita, pero la saca llena. Y con lo nuestro.
Con lo nuestro y con Paquito Chocolatero. Muy propio todo. Muy del tipo de las chocolatadas y las pesebradas que este grupo de mangantes se monta con el gobierno de Zapatero.
Y el chocolate, los churros, y hasta las magdalenas, a nuestra costa. Como siempre.

Foto: Revisor de cuentas de la SGAE fumando en pipa.

El ladrillo efervescente


No se rían, que puede ser la nueva panacea de la economía. Se echa al agua, al de un trasvase cualquiera, y alivia los síntomas de agotamiento de la demanda, los espasmos del desempleo y sobre todo esa sensación de vacío que desde hace algún tiempo se deja sentir en los bolsillos.
Si en los tiempos de prosperidad el ladrillo aseguraba grandes plusvalías y jugosas comisiones a sus distribuidores, calificadores, turiferarios e hisopistas, ahora, en tiempos de carestía, promete convertirse en la solución mágica de todos los males, presentes y futuros, a fuerza de reconvertir viviendas invendibles en pisos de protección oficial, prometer lo que no se pudo cumplir en otro tiempo y renovar la zanahoria que mueve al burro.
Es lo que hay, señores. Esta es toda la imaginación que le va quedando a nuestros dirigentes: ladrillos y más ladrillos. Ladrillos a precio de oro, en las costas, en los montes, en los parques, en los últimos andurriales recalificados a toda prisa para completar la sonsaca de algún ayuntamiento. Y ahora, ladrillos en saldo, para que no se pare la economía y no crezca el paro, porque la construcción es un sector vital y toda esa monserga que nos sabemos de memoria. Cuando ganaban, era suyo. Cuando pierden, es de todos. ¡Tres hurras por este liberalismo de cartón piedra!
Aquí, de fabricar algo, ni se habla. De pensar algo, mucho menos. Innovar, crear empresas que a su vez generen algo cuando acaben de construirse, no se plantea ni de broma. Aquí el que tiene un duro, lo mete en la tierra, como el condenado de la parábola de los talentos. En la tierra siempre, la de la fosa, si fresca, la del ladrillo, si cocida.
Ya nos pasó otra vez: cuando vino el oro de América, además de gastarlo en guerra europeas y flamencas, lo gastamos en iglesias casas solariegas y palacios, en vez de en fábricas de hilaturas como hicieron otros. Y eso quedó: un país lleno de blasones, de escudos señoriales, de iglesias descomunales, cuatro por cada pueblo, y ni una manufactura. Nos pasó ya, pero no espabilamos: la gente de los pueblos sigue comprando pisos en la capital para pasar el invierno y que los hijos las vendan cuando ellos falten, sin plantearse la gran pregunta: ¿a quién se las van a vender cuándo en esa capital no quede nadie, porque no hay trabajo?
Pero tranquilos, que para entonces ya inventará otro ladrillo efervescente, mentolado, o con sabor a naranja, para que las administraciones, las veinte o treinta que habrá entonces, puedan seguir cobrando sus impuestos sin preocuparse de que la tierra prospere y la gente no emigre.
Porque lo que cuenta es que haya muchos pisos, que son los que pagan IBI. Que los ocupe alguien o no, los trae al fresco.
Foto: aparente cuadro bucólico. Como la situación inmobiliaria en su día.

17 septiembre 2008

Agamenón y su porquero



No sabe uno si alegrarse o no, porque bien está que se digan las cosas cuando hace falta decirlas, pero parece cosa de rechifla la diferencia de reacción que suscitan las mismas propuestas dependiendo de quién vengan.
Si le da a un dirigente del PP por salir con declaraciones como las que ha hecho el recién nombrado Ministro de Inmigración, le llaman fascista en catorce idiomas y dos dialectos regionales con derecho a autodeterminación. Lo mismo que si son los conservadores, en vez de Felipe González, los que aprueban en España la implantación de las empresas de trabajo temporal, o entierran en cal viva a unos cuantos terroristas. O igual que lo harían los populares si a Zapatero le da por decir que habla catalán en la intimidad, por ejemplo.
Pero lo dicen los correligionarios, y los movimientos afines, pancarteros, sexofonistas y el gremio titiritero en pleno cierra silenciosas filas en torno al que reparte el bacalao.
Y es que ya está claro que la verdad no es la verdad la diga Agamenón o su porquero. Estamos tan maleados por el partidismo, por la más fiero y repugnante mecánica sectaria que la verdad no le importa a nadie. No hay modo de plantear un debate serio sobre lo que nos conviene como ciudadanos sin que salgan a relucir los colores. Hablar de nuestros problemas cotidianos es tan difícil como hablar de fútbol, donde no hay manera de encontrar aficionados de verdad que aplaudan el buen juego de cualquier equipo y afeen la vagancia de los que no dan un palo al agua, vistan la camiseta que vistan.
No hay manera, oiga. Todavía me preguntaban a mí el otro día cómo me atrevía a pedirle a Rajoy que se marchase cuando parecía yo un tío de derechas. O sea, que primero me etiquetan, y luego se sorprenden. Alucinante. Seré de derechas, de izquierdas, de lo que me dé la gana o de lo que me convenza cada coyuntura, pero lo que no estoy dispuesto a ser es pasmarote de nadie, ni a aplaudir por adhesión, ni a renunciar a analizar las cosas con punto de vista propio.
Y eso, se lo aseguro, es lo que más me maravilla cuando oigo a ministros como Corbacho prometer dureza con los inmigrantes ilegales: la anuencia de los que hasta hace cuatro días repartían folletos en la frontera explicando el modo de saltarse los controles o la manera de que no te repatriasen si llegaba a cogerte la policía.
A veces, créanme, tengo la impresión de que todavía nos toman el pelo poco, con los méritos que hacemos.
A veces creo que merecemos la cigüeña, como las ranas aquellas de la fábula de Fedro.
Por cretinos.

Cuestión de idiomas


Decía hace poco el amigo Berrueco que nada paga dos años de cárcel, y me pregunto yo, por preguntarme, quién paga a las víctimas de los que pasan esos dos años en el trullo. Porque estoy seguro de que es desagradable pasar ese tiempo allí metido, con la vida fuera haciéndote cortes de manga, pero tengo la impresión de que lo pasa aún peor el que trabaja toda la puñetera vida doblando el lomo para morirse habiendo ahorrado cuatro mil euros que a duras penas le van a llegar para pagar el entierro.
Lo pasa peor el que suda y trabaja como un cabrón día a día que el que sufre dos años de tachar fechas para luego disfrutar el botín en calma y sosiego, como acostumbran a hacer los ladrones de guante blanco de este país. Porque las condenas se cumplirán, pero el dinero no aparece nunca. ¿Curioso, verdad?
Y es que si tan malas fueran estarían vacías, o no tan pobladas, y hay mucha gente a la que no le importa ir, según lo que saque a cambio. No se extrañen: también hay gente a la que no le importa matar, según lo que saque a cambio. O irse de cooperante a pasarlas negras entre leprosos, sin sacar nada.
Así que, permítanme todos que compadezca al preso que está allí por una miseria, o por un cúmulo de circunstancias adversas, pero no al que desfalcó quinientos millones de euros y sólo espera que se cumpla el plazo para darse por jubilado y reírse a mandíbula batiente de los que se levanta a las seis de la mañana.
Creo que sería mucho más justo en estos casos imponerles una condena indefinida que sólo de ellos dependiese: cuando devuelvan lo robado, que salgan. Y mientras tanto, que se queden. Así podrían decidir cuánto tardan en volver a la calle, o si les interesa quedarse para siempre a cambio de legarles a los hijos el mapa del tesoro.
Porque si no, es lo de siempre: que el que tiene con qué, paga las indemnizaciones a sus víctimas y cumple las condenas, y el que no, se declara insolvente y queda impune. Y no sé cómo lo verán ustedes, pero me parece a mí que no puede ser insolvente el que tenga un pellejo que sudar, un espinazo que partirse y toda una eternidad por delante para trabajar hasta resarcir a las víctimas del daño que les haya hecho.
Quizás sean manías de escritor, pero creo que a cada cual hay que hablarle en el idioma que entiende. Al francés, en francés. Al alemán, en alemán. Al maltratador a hostias y al delincuente económico dejándolo sin un duro.
Cuestión de idiomas, vaya.

Las torres de Zamora


Que sí, que hay que levantar las cinco torres y dar por lo menos la impresión de estar orgullosos de lo que fuimos. Y fuimos mucho. Más de lo que se atreven a proclamar a veces los que temen ofender a alguien con la cuenta de sus gestas.
Porque hoy está mal visto hablar de guerras y de enfrentamientos, y recordar la lucha a muerte con los árabes, por aquello de la Alianza de Civilizaciones, o del Compadreo de Pelagatos, que viene a ser lo mismo, pero dicho a las claras y sin palabras rimbombantes. Está mal visto, oigan, pero la nuestra no era una ciudad universitaria, como Salamanca o Bolonia, ni una cuna de las artes, como Florencia. La nuestra era un ciudad militar, y no vamos a reconstruir los Ufizzi para mayor gloria de los Medicis.
Nosotros tenemos que reconstruir las torres para recordar a quien corresponda que aquí se vinieron a refugiar las tropas de viejo reino cuando destruida la capital, León, caída Astorga, caída Saldaña y caída e incendiada hasta Santiago de Compostela, no quedó más esperanza a los cristianos de poder conservar un reino y una posibilidad de contraataque que refugiarse en Zamora.
Y está muy bien, oigan, tener en el reino propio ciudades de la cultura, de las artes, las letras y el comercio, donde inspirados poetas traduzcan a los griegos y encendidos teólogos alaben a Dios, mientras los pintores pintan retablos y los mercaderes amasan prosperidad. Está estupendo, de veras, pero cuando vienen mal dadas y el enemigo acecha vidas y haciendas, entonces está mejor todavía tener una ciudad leal donde refugiarse y unas murallas que defender, porque la libertad, digan lo que digan, ni es gratis ni se ha ganado en esta tierra nuestra con abrazos y caramelos.
Un cuerpo sano no es sólo una lengua sin manos, como algunos tratan de convencernos. Levantemos las torres, para que recuerden todos los que fuimos y lo que nos deben. Nuestro castillo vale tanto como el Liceo de otros. Como las Universidades de otros. Como los museos de otros. Vale tanto, y valió más.
Y acabo con una idea, por si a alguien le parece que puede rendir frutos, aunque sea publicitarios: hermanarse con Aquila, la ciudad italiana, tan bien amurallada y defendida que resistió todos los asaltos medievales. La otra que, como la nuestra, no cayó ni en una hora ni en cien años.
Lo que no lograron los ejércitos enemigos no lo consiga el abandono.

Rajoy, go home


Cuando cierto general de Napoleón perdió en Rusia una batalla, trató de disculparse diciendo que se había puesto a llover justo cuando acaba de ordenar la carga de caballería, que el caballo de su ordenanza se rompió una pata impidiéndole transmitir importantes mensajes y que la munición de los cañones llegó dos horas tarde por culpa de una impensable riada. El Emperador frunció el ceño y destituyó al general de inmediato, diciéndole que entre sus mandos podía haber inútiles e ineptos, porque todo el mundo tiene un día malo, pero de ningún modo podía permitirse tener un general gafe.
Con Rajoy pasa lo mismo. Mariano, reconócelo: no has dado una.
Tienes las elecciones ganadas, las del 2004, te ponen una bomba y te quedas alelado. Y no eres capaz ni de hablar como debes, ni de callar como procede, ni encontrar en los meses que estuviste en funciones nada que refute la gloriosa tesis de los cuatro moros mangutas que de repente se vuelven ingenieros electrónicos. Tienes a un presidente menos que mediocre cuatro años, que habla de política con los terroristas, que aprueba estatutos de autonomía demenciales y que llega a las elecciones en medio de una crisis económica descomunal, y sigues perdiendo. Y hablando de la niña, sensiblero y lacrimoso como un capítulo de Marco buscando a su mamá.
¡No jorobes!
Con estas prendas ya da igual que seas un genio, el mejor estadista de todos los tiempos o un zoquete de solemnidad. Como poco, eres un gafe. Un cenizo de tres pares de narices. Y los gafes se largan diez minutos antes que los inútiles. Se largan cuanto antes, no sea que lo suyo se contagie. Que se contagia.
Rajoy, vete a casa. Lárgate cuanto antes y mira a ver si en tu partido tenéis algo más que inspectores de hacienda y registradores de la Propiedad para presentar a las elecciones. Porque Zapatero era profesor en la Universidad de León. Era malo, un poco pelma, y de los que no acababan el temario, pero era profesor y algo sabía ya de manejar grupos, ¿pero cómo va a contactar con la gente un tío que se pasó la juventud opositando para ganarse los cuartos inscribiendo inmuebles en un legajo y buscando minucias en hijuelas polvorientas?, ¡Para eso votamos a Pepito Grillo!
Así no hay manera, señores. Mientras la izquierda sea el movimiento de los listillos, que roban, y matan, y entierran en cal viva, pero lo hacen por tu bien, y la derecha sea el partido de la alegría, del entusiasmo vital de los inspectores de Hacienda (como Aznar) o el proyecto ilusionante de los Registradores de la Propiedad (como Rajoy), seguiremos siendo el país del chiki-chicki.
Rajoy, lárgate ya, y que pongan en tu lugar a uno sin cara de sacristán. Sin cintura de tractor. Sin miedo a que le llamen fascista por decir que ya está bien de algunas cosas. Y sin esa suerte tuya de manzanillo, ese árbol del que dicen que hasta su sombra da reúma.
Eres buen tío, pero hombre, ¡vete al carajo! Y a ser posible, ya mismo.
Foto: Ejecutiva del PP, en privado.

13 septiembre 2008

Razones para el optimismo


Iba a mandar un artículo en blanco, pero por buena gente que sean en este periódico y por bien que me traten siempre, no iba a colar, así que será mejor que les cuente cómo lo veo, de palabra y en tono coloquial, que es como creo que debe dirigirse a los lectores un columnista de pueblo.
La cosa está mala. Ahora ya no habrá quien diga que esto se repite por razones electoralistas y por echarle el muerto al gobierno. El gobierno ha renovado la confianza de los electores, y gobernará otros cuatro años, pero la cosa sigue mala. O peor.
Cada vez que baja el dólar, se añade una razón más para comprar fuera y otra para no comprar lo de aquí. Cada vez que baja el dólar, se añade una razón para llevarse la fábrica fuera y pagar en una moneda devaluada mientras se intenta vender en una moneda que cada vez vale más.
Algunos países de nuestro entorno han sabido distinguirse por la calidad, por la investigación, o por la innovación de sus productos, ¿pero en qué nos distinguimos nosotros? Díganme un sólo sector en el que seamos verdaderamente competitivos y entonces justificaremos el título de hoy. ¿El turismo? Vayan a una agencia de viajes y comparen lo que cuesta hoy un viaje a un destino como Egipto o Italia con lo que costaba hace cinco años.
España como destino turístico pierde fuelle a toda marcha, y por varias razones: por los precios, por el escaso control de calidad y por lo poco que se ha hecho por fomentar una oferta turística distinta del sol y playa. Porque sol y playa tiene mucha gente, con menos probabilidades de que te manguen la cartera los chorizos profesionales (hosteleros) o los amateurs (mangantes de medio pelo). Sol y playa, sin los agobios y los sustos de aquí.
Fuera de eso, nos queda bien poco. El ladrillo, que debería figurar en nuestro escudo nacional junto al castillo, el león, las barras y las cadenas, parece agotado. La agricultura y la ganadería podrían funcionar con la subida de precios, pero se firmaron unos acuerdos con la Unión Europea que nos condenan a producir menos de lo que consumimos. La industria se larga, y el comercio, como bien saben todos ustedes, va cerrando poco a poco. o reduciendo sus márgenes presionado por la competencia de los que abren cuando les da la gana y no cumplen las leyes que les exigen a los de aquí.
El país, amigos lectores, se mejicaniza, se argentiniza, se venezuelea a pasos agigantados, con un divorcio absoluto entre los que producen y ponen empresas y los que sólo se preocupan de repartir en forma de subsidios y ayudas lo que otros sudan.
Crear riqueza y no repartirla, es malo.
Repartirla sin haber sido capaz de crearla, es mucho peor.
¿Razones para el optimismo? Una, y muy importante: que este marrón se lo van a comer a los que no supieron perder a tiempo. Y con suerte, hasta nos vacunamos.
Se verá.

Pedir la venia


Hace nada salió lo de Ifeza, que pudo tirar por la calle del medio y abrir sin permisos por aquello de "ser vos quién sois", y en Madrid conocemos todos la gran cuchipanda que se montó en torno a las licencias municipales, concedidas no sólo a dedo, sino también por riguroso orden de mordida.
Con semejantes mimbres, y las que se callan, a uno le queda preguntarse qué puñetas tienen que decir los ayuntamientos sobre los negocios que se abren o los que se dejan de abrir, y por qué no se hace en este país con las licencias como en otros lugares, con más libertades reales, donde lo que existen son unas normas que cumplir, y cada cual puede abrir lo que le parezca o hacer las obras que quiera en el entendido de que si no se cumplen esas normas el ayuntamiento te puede meter una sanción de órdago, o directamente el cierre.
Si las normas existen, y son públicas, y conocidas, no se comprende la manía de exigir el permiso previo del ayuntamiento para la obra o para la apertura. No se entiende a menos que la razón real sea repartir privilegios y prebendas, favorecer al afín y castigar al contrario. No se entiende, a menos que debamos suponer que los ayuntamientos lo que quieren es tenernos pendientes de sus caprichos administrativos para retrasar cualquier iniciativa, y retrasarla porque sí.
¿Quien me tiene que decir a mí si puedo o no puedo abrir una churrería? Yo la abro, y si resulta que la extracción de humos no cumple las normas, o los techos son demasiado bajos, o el suelo es resbaladizo, o el plan urbanístico no permite ese chiringuito en la calle en que yo abrí, pues me empaquetan o me cierran, y para otra vez espabilo. Pero un permiso previo, ¿por qué?, ¿quién se han creído que son?
La respuesta es evidente: se han creído los amos, porque nos llaman ciudadanos pero nos consideran súbditos. Piensan que el cargo que ocupan es de designación divina, en vez de deberlo a la voluntad popular. Piensan que el dinero que administran es suyo, y no de todos.
El permiso previo es en realidad una petición de venia, para que aprendamos quién manda y ante quién tenemos que inclinarnos. Es una muestra, una más, de que algunos funcionarios se consideran parte de una nueva nobleza con derecho de pernada y muchos ayuntamientos se ven a sí mismos como castillos donde viven los señores mientras fuera, como siempre, la chusma suplica sus favores.
Y no, oigan: el ayuntamiento es nuestro. Y su puesto. Y su sueldo. Aunque no se acuerden de ello más que en las elecciones y con la boca pequeña.
Aunque nosotros mismos lo olvidemos a veces.