17 septiembre 2008

Las torres de Zamora


Que sí, que hay que levantar las cinco torres y dar por lo menos la impresión de estar orgullosos de lo que fuimos. Y fuimos mucho. Más de lo que se atreven a proclamar a veces los que temen ofender a alguien con la cuenta de sus gestas.
Porque hoy está mal visto hablar de guerras y de enfrentamientos, y recordar la lucha a muerte con los árabes, por aquello de la Alianza de Civilizaciones, o del Compadreo de Pelagatos, que viene a ser lo mismo, pero dicho a las claras y sin palabras rimbombantes. Está mal visto, oigan, pero la nuestra no era una ciudad universitaria, como Salamanca o Bolonia, ni una cuna de las artes, como Florencia. La nuestra era un ciudad militar, y no vamos a reconstruir los Ufizzi para mayor gloria de los Medicis.
Nosotros tenemos que reconstruir las torres para recordar a quien corresponda que aquí se vinieron a refugiar las tropas de viejo reino cuando destruida la capital, León, caída Astorga, caída Saldaña y caída e incendiada hasta Santiago de Compostela, no quedó más esperanza a los cristianos de poder conservar un reino y una posibilidad de contraataque que refugiarse en Zamora.
Y está muy bien, oigan, tener en el reino propio ciudades de la cultura, de las artes, las letras y el comercio, donde inspirados poetas traduzcan a los griegos y encendidos teólogos alaben a Dios, mientras los pintores pintan retablos y los mercaderes amasan prosperidad. Está estupendo, de veras, pero cuando vienen mal dadas y el enemigo acecha vidas y haciendas, entonces está mejor todavía tener una ciudad leal donde refugiarse y unas murallas que defender, porque la libertad, digan lo que digan, ni es gratis ni se ha ganado en esta tierra nuestra con abrazos y caramelos.
Un cuerpo sano no es sólo una lengua sin manos, como algunos tratan de convencernos. Levantemos las torres, para que recuerden todos los que fuimos y lo que nos deben. Nuestro castillo vale tanto como el Liceo de otros. Como las Universidades de otros. Como los museos de otros. Vale tanto, y valió más.
Y acabo con una idea, por si a alguien le parece que puede rendir frutos, aunque sea publicitarios: hermanarse con Aquila, la ciudad italiana, tan bien amurallada y defendida que resistió todos los asaltos medievales. La otra que, como la nuestra, no cayó ni en una hora ni en cien años.
Lo que no lograron los ejércitos enemigos no lo consiga el abandono.

2 comentarios:

  1. Más cerca está Ávila (casi homófona de la otra ciudad), cuyas murallas nadio osó asediar (ni aiquiera Alonso I de Aragón, el mal llamado batallador, que no se atrevió a hacer honor al sombrenombre)

    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Pero es que hermanarse coin ävila es casi cachondeo, hombre.

    Te hermanas con el que no tieen nada que ver, con el de casa, ya naces hermanado

    :-)))

    ResponderEliminar