17 septiembre 2008

Cuestión de idiomas


Decía hace poco el amigo Berrueco que nada paga dos años de cárcel, y me pregunto yo, por preguntarme, quién paga a las víctimas de los que pasan esos dos años en el trullo. Porque estoy seguro de que es desagradable pasar ese tiempo allí metido, con la vida fuera haciéndote cortes de manga, pero tengo la impresión de que lo pasa aún peor el que trabaja toda la puñetera vida doblando el lomo para morirse habiendo ahorrado cuatro mil euros que a duras penas le van a llegar para pagar el entierro.
Lo pasa peor el que suda y trabaja como un cabrón día a día que el que sufre dos años de tachar fechas para luego disfrutar el botín en calma y sosiego, como acostumbran a hacer los ladrones de guante blanco de este país. Porque las condenas se cumplirán, pero el dinero no aparece nunca. ¿Curioso, verdad?
Y es que si tan malas fueran estarían vacías, o no tan pobladas, y hay mucha gente a la que no le importa ir, según lo que saque a cambio. No se extrañen: también hay gente a la que no le importa matar, según lo que saque a cambio. O irse de cooperante a pasarlas negras entre leprosos, sin sacar nada.
Así que, permítanme todos que compadezca al preso que está allí por una miseria, o por un cúmulo de circunstancias adversas, pero no al que desfalcó quinientos millones de euros y sólo espera que se cumpla el plazo para darse por jubilado y reírse a mandíbula batiente de los que se levanta a las seis de la mañana.
Creo que sería mucho más justo en estos casos imponerles una condena indefinida que sólo de ellos dependiese: cuando devuelvan lo robado, que salgan. Y mientras tanto, que se queden. Así podrían decidir cuánto tardan en volver a la calle, o si les interesa quedarse para siempre a cambio de legarles a los hijos el mapa del tesoro.
Porque si no, es lo de siempre: que el que tiene con qué, paga las indemnizaciones a sus víctimas y cumple las condenas, y el que no, se declara insolvente y queda impune. Y no sé cómo lo verán ustedes, pero me parece a mí que no puede ser insolvente el que tenga un pellejo que sudar, un espinazo que partirse y toda una eternidad por delante para trabajar hasta resarcir a las víctimas del daño que les haya hecho.
Quizás sean manías de escritor, pero creo que a cada cual hay que hablarle en el idioma que entiende. Al francés, en francés. Al alemán, en alemán. Al maltratador a hostias y al delincuente económico dejándolo sin un duro.
Cuestión de idiomas, vaya.

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