25 septiembre 2008

El sexo de los ángeles


Al final tenían razón en aquel interminable y majadero concilio: el sexo de los ángeles importa, y si no hay paridad, se sanciona al Cielo.
Al paso que vamos, habrá que mirar si las orquestas que amenizan las verbenas son barbudas, femeniles o simplemente travestidas para poder encajar el programa de fiestas. Y no es plan, oigan, lo diga la ley o lo diga la luna santa. Porque cuando la ley va contra el sentido común, no sólo dificulta la vida diaria, sino que desprestigia el concepto mismo de ley y luego, de rebote, nos encontramos con que el respeto debido a las normas de convivencia se convierte en un sálvese quien pueda de consecuencias imprevisibles.
Y está bien que se evite discriminar a las mujeres, pero en lo serio. En lo que importa. Evitar a toda costa que cobren menos, que sean despedidas por quedarse embarazadas, que se les pongan trabas en ninguna parte por el hecho de ser mujeres.
Estos otros folclores sirven, en realidad, para desanimar a cualquier promotor cultural, que bastante tiene ya para organizar algo como para tener que traer igual número de hombres que de mujeres, sea cual sea la especialidad que se organice. Y es que por gustos, por afición, o por lo que ustedes quieran, no hay igual número de hombres federados en ciclismo que de mujeres. Y no hay el mismo número de toreras, que de toreros. Y no hay el mismo número de afiliados que de afiliadas en ningún partido político, y lo que se hace, en realidad, es arrinconar por razón de sexo a unos para meter a otros. Se trata de discriminar. Y no existe discriminación positiva. Ese concepto, en sí, es una chorrada: discriminación positiva era el apartheid de Suráfrica. Para los blancos.
Estamos ya como en las guarderías públicas, que como hay cuota para funcionarios, cuota para minusválidos, cuota de integración, cuota social, y cuota para feos, al final el ciudadano de a pié tiene que pagar una privada o dejar al niño con los abuelos, si disfruta la suerte de tenerlos a mano.
En el fondo, creo yo, esta tontería pseudoigualitaria no son más que ganas de mangonear, de meterse en lo que no se tiene que meter nunca un estado. Son ganas de reducir lo privado en favor de lo público, de decirte lo que tienes que comer, lo que tienes que enseñar a tus hijos y a quién tienes que poner al frente de tu empresa.
En el fondo, de lo que se trata es de mandar. De ser cicatero. De figurar. De obligar a la gente a que te tenga en cuenta aunque no hayas tenido una idea en la vida y seas un inútil. Esto es como la tontería de la revolución francesa de cambiar los nombres a los meses para que la gente los tomase en serio. Y como no funcionó, acabaron recurriendo a la guillotina.
Así que digo yo que para igualar el tema de sexo en el contencioso de los toros se podrían torear vacas, y a lo mejor así dejaban de fornicar la marrana los que consideran que cualquier sentido es bueno, menos el común.
Digo.

Foto: ejemplar de dehesa exótica

1 comentario:

  1. Al final, tantas limitaciones y cuotas para hacer las cosas legalmente lo que favorecen es que las cosas se terminen haciendo bajo cuerda, no porque se quiera, sino porque es imposible de otro modo.

    Saludos.

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