23 diciembre 2010

La opinión del enterrador

La violencia de género ha existido siempre, pero no es lo que la gente cree

Sé que escribiendo esto me arriesgo a recibir toda clase de críticas, pero en este blog no nos hemos cortado nunca a la hora de decir lo que pensamos.

En este caso, no se trata de una opinión, sino de haceros llegar un testimonio. Ahora que tan de moda está la memoria histórica, y me alegro, es hora de escuchar lo que nos tiene que decir los más ancianos, aunque nunca participasen en una guerra.

El viejo del que os voy a hablar vio también muchos muertos, pero lo suyo era cuestión profesional. El hombre, al que llamaré Andrés, porque él no tiene por qué meterse en jaleos, fue cincuenta años enterrador en una ciudad pequeña, de unos setenta mil habitantes. Ahora se le llamaría empelado municipal de servicios fúnebres, o algo así, por no mentar la muerte, pero él prefería llamarse enterrador y así le llamaremos.

Lo conocí una tarde yendo a visitar a un amigo, y como seguramente su familia ya había oído muchas veces sus historias, aprovechó que había un desconocido para contarlas de nuevo. No sé los años que tiene, pero ochenta y tantos no se los quita nadie.

En un trabajo como el suyo, como os podéis imaginar, surgen toda clase de anécdotas, desde las más tristes a las más desagradables, pasando por infinidad de historias de humor negro. Algún día repetiré aquí alguna de ellas, pero este no es el momento.

Lo que realmente me impactó de todo lo que contó Andrés fue su visión sobre la violencia de género. Según él, aunque lo decía con otras palabras, la violencia de género ha existido siempre, pero no es lo que la gente cree.

Su trabajo no consistía sólo en enterrar a los muertos, sino que debía ocuparse también del mantenimiento del cementerio, y eso incluía la horrible tarea de abrir tumbas y panteones antiguos, de más de treinta, cincuenta, cien o los años por los que se hubiese contratado la sepultura, y llevar luego los restos a una fosa común o un osario.

Pues bien: Andrés aseguraba que había visto docenas, centenares de hombres envenenados, por que eso se notaba por la coloración de los dientes y de algunos huesos, que tenían un aspecto distinto al resto si la víctima había muerto por culpa del arsénico, la estricnina y algunas otras sustancias. Algunos de ellos los había conocido él personalmente y sabía que se habían ido poniendo enfermos, poco a poco, y que luego, con el tiempo, habían fallecido, supuestamente de muerte natural.

Pero el enterrador sabía la verdad. O creía suponerla, y así os lo cuento. Nunca presentó una denuncia, porque después de treinta años “no hay que remover la mierda” y porque lo que el enterrador veía era “tan secreto como lo que veía el médico o lo que oía el cura”. Pero él sabía. O suponía.

“Los hombres matan a las mujeres y las mujeres matan a los hombres, pero ellas los matan mejor”, me dijo.

No entro en juicios. Como me lo contaron, lo cuento. Juzgad vosotros si queréis.

23 octubre 2010

¡Guerra al tonto del paraguas incrustado!

Las cosas claras: un paraguas es un instrumento canallesco e insolidario cuyo funcionamiento consiste en apartar el agua de uno mismo para echarla sobre los demás.

Partiendo de esta premisa fácilmente comprobable en cualquier lugar al aire libre donde se reúnan más de tres personas, maldigo al paraguas, al miserable que lo inventó, al tendero que lo vende y a las academias de urbanidad a las que jamás asistieron los que lo convierten en un arma de destrucción masiva.

Maldigo al que saca su paraguas antes de la primera gota, convirtiéndose en estorbo, y ya no lo cierra hasta agosto, sin importarle que la acera sea ancha o estrecha, que se suban o se bajen escaleras o que haya que acercarse a ellos con un casco de bomberos.

Maldigo a la mujer charco que se mete en los comercios permitiendo que su paraguas, como un perrucho cualquiera, vaya dejando su meadita por las equinas para marcar el territorio, convirtiendo el pavimento en barrizal o en pista de patinaje.

Maldigo al enano cabezón que avanza por la calle como la cuádriga de Ben-Hur, llevándose cejas, orejas y pestañas ajenas con los pinchos de su paraguas y musitando disculpas falsas que jamás van acompañadas de un gesto que evite la reincidencia.

Maldigo al champiñón podrido que con su casquete negruzco agarra la empuñadura de su paraguas como si se pensara Atlas sosteniendo el Mundo, y la pega a su barbilla de rufián urbano, decidido a morir antes que a dejar pasar a nadie sin el peaje de una reverencia forzosa o un rodeo involuntario.

Maldigo a la envejecida Mary Poppins que se echa al hombro el paraguas para mejor seguir gesticulando en su conversación con otro adefesio como ella, que avanza a ratos, a ratos se para, a ratos te saca un ojo y a ratos te mira mal porque tratas de abrirte paso en el bosque de su dejadez y su mala educación.

Maldigo al desertor de la pocilga que sacude su paraguas delante del portal, sin preocuparse de si pasan o no pasan transeúntes a su lado, y lo agita, lo menea, lo masturba, abriéndolo y cerrándolo, haciéndolo boquear como un chicharro moribundo o apagando algún extraño fuego dentro de él que sólo el miserable ha detectado.

A todos ellos, uno a uno, los maldigo y les lanzo mi anatema. Los maldigo sin excepción y les deseo cien años de goteras en casa y un nicho con humedades el día que al fin la palmen.

¡Para que se jodan!

04 octubre 2010

EL GRIS. El amor, el orgullo y la muerte como fuerzas desatadas

¿Qué fuerza es más poderosa para hacer que un ser humano luche, el amor o el orgullo? Esa es la gran pregunta que plantea esta novela, donde nada es blanco o negro, donde los personajes pueden cambiar su postura ética como si fueran personas reales.

Si os ha gustado Schlink y la saga de Selb, o su inquietante obra El Lector,no dejéis de leer esta novela, quizás la más parecida en la literatura española al famoso autor alemán y puede que incluso un poco más dura en su planteamiento moral. EL GRIS podría ser una novela de Schlink si no fuese porque Javier Pérez, su autor, parece confiar menos en el alma humana que el escritor alemán.



EL GRIS es una novela que no deja indiferente, aunque sólo sea por el punto de partida: un hombre que no puede dormir porque teme que si se duerme no despertarña nunca necesita fa,miliarizarse con la muerte y para ello empieza a matar.

En las primera páginas nos dicen ya quien es el asesino, y luego, durante el resto de la novela, el autor nos enfrenta al terrible dolor del asesino y a la tenacidad despiadada del comisario que lo persigue, haciéndonos dudar sobre a cual de los dos entendemos mejor.

En EL GRIS nadie es bueno o malo desde un principio y hasta le final. No podemos conocer la moralidad de un personaje sólo por su papel, proque todos son humanos. Puede haber delincuentes piadosos, y delincuentes desalmados. Policías bonadososos y policías terribles. Puede haber incluso nazis buenos y nazis malos, en aquellos años veinte donde cada cual luchaba férreamente por su vida y su supervivencia.


Se trata sin duda de una de las mejores novelas negras que he leído en los últimos años, con una trama policiaca vibrante y sin los trucos típicos de la novela con adivinanza dond eel lector debe averiguar quién es el asesino. Aquí, ya lo sabemos. El problema es saber de parte de quién estamos.



Julia Manso

29 agosto 2010

El Madoz indexado por localidades

Hurgando por la red hemos encontrado un proyecto interesante, muy interesante, para digitalizar el Diccionario Madoz de modo que se puedan buscar las distintas entradas de manera unitaria en vez de tener que manejar un PDF de trescientos megas, como hasta ahora. Se trata de www.diccionariomadoz.com



Para los que no sepan qué es esta maravilla, copio y pego lo que dice la wikipedia al respecto:



“Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar es una magna obra publicada por Pascual Madoz entre 1846 y 1850. Compuesta por 16 volúmenes (Madrid, 1845-1850), analiza todas las poblaciones de España. Supuso en la época una mejora importante respecto al Diccionario geográfico y estadístico de España y Portugal que había terminado de publicarse en 1829 por Sebastián Miñano.



También conocido como “el Madoz”, es una obra a la que según su propio autor, se dedicaron 15 años, 11 meses y 7 días de trabajos literarios. En esta tarea le ayudaron más de mil colaboradores y veinte corresponsales: No soy yo el autor del Diccionario Geográfico, Estadístico e Histórico: esta gloria corresponde a tantos y tan distinguidos colaboradores que he tenido en todas las provincias y a los buenos amigos que han trabajado en las oficinas de mi redacción, cuyos nombres, los de aquellos y los de estos, figurarán con los de los corresponsales de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en lugar oportuno; corresponde a todos los Gobiernos que se han sucedido desde 1836 hasta el día, porque todos sin distinción de colores políticos, han secundado noble y lealmente mis esfuerzos.



Esta obra todavía es consultada por los historiadores, investigadores y arqueólogos, ya que contiene interesante información sobre ruinas, restos y posibles yacimientos arqueológicos con la descripción que en aquel entonces éstos presentaban.”



La idea actual es que esta enorme obra pueda ser consultada como un diccionario, y aunque lso autores reconocen que les llevará mucho tiempo y que el número de erratas es importante, nos parece un avance muy importante en el conocimiento de los pueblos y tierras de España, y casi fundamental para ver la evolución económica, artísitca y del patrimonio cultural.



Echadle un ojo. A mí me ha encantado

18 agosto 2010

Una matanza de cigarras

Contra viento, marea y terremoto mantienen las autoridades europeas la política del Euro fuerte. En principio parece bien, o lo parecería, sino estuviésemos viendo cómo cierran hasta las cabinas de teléfonos.

Gran Bretaña sin tapujos y Estados Unidos a la chita callando han devaluado sus monedas para hacer más competitivos sus productos en los mercados exteriores. La Unión Europea, en cambio, mantiene el dogma de que es mejor un Euro fuerte, caiga quien caiga, y la esperada y dolorosa devaluación de la moneda común en los mercados de divisas no acaba de producirse, para desesperación de los deudores, públicos y privados.

Lo cierto es que muchos, demasiados, han hecho sus cuentas contando con que acabarían pagando sus préstamos con un dinero que a la postre valdría menos que el que recibieron en préstamo. Lo cierto, para ser sinceros, es que en muchas partes les ha salido bien la jugada, porque los deudores británicos, por ejemplo, han visto que su moneda se ha depreciado un veinticinco o un treinta por ciento en sólo unos cuantos meses.

Pero los que estamos en la zona Euro, resulta que seguimos con la soga al cuello, y países como Grecia (el más visible), o España, se encuentran con que sus deudas no menguan un ápice por el empeño alemán de mantener alta la moneda.

Los alemanes lo tienen claro: viven de las exportaciones y de esa extraña excepción suya consistente en que logran exportar sin que el precio de sus productos les afecte, porque el Made in Germany está por encima del bien y del mal de los vaivenes de precios. ¿Que lo nuestro es caro? Es verdad. Si alguien quiere una mierda, hay por ahí mercancías mucho más baratas, parecen decir al mundo. Y les funciona.

Los políticos alemanes, además, saben que en cuanto mencionan la palabra inflación se les aperece el fantasma de un tipo con bigotito, como en el 23, y están dispuestos a lo que sea para exorcizar ese espectro. Vale. Cada cual con sus paranoias.

¿Y los demás? Los demás no podemos decir lo mismo, y al tener que competir en precios nos empobrecemos en una espiral bajista de sueldos y beneficios que devora los empleos y la competitividad de nuestras economías.

Los demás vemos como el dolor hipotecario, ese concepto que podría definirse como la parte de nuestra renta que está gastada de antemano en una vivienda que se compró demasiado cara, crece sin cesar, sin que haya ya morfina de subvenciones ni fondos europeos que lo alivien.

Si la devaluación llegase, nos podríamos salvar los ciudadanos, pero quizás no los bancos. Si la devaluación llegase, los estados podrían ayudar a los bancos con el alivio de ver cómo subían los impuestos al aumentar el consumo de la gente. Perderían los que tuviesen dinero ahorrado y ganarían los que tuviesen deudas. Sería un alivio para la mayoría, y un dolor para unos pocos, pero no esperéis tal cosa. No todavía.

El dolor es un arma afilada y nos la quieren aplicar antes de ofrecer la salvación. Lo dijo muy bien el otro día la revista alemana Der Spiegel: “se aproxima una matanza de cigarras” ¿A quién creen ustedes que se referían?

07 agosto 2010

Ya no te quiero tan verde

Para tapar la boca de antemano a los amantes de los tópicos, y los hay a centenares (tópicos y amantes), conviene empezar dejando claros unos cuantos puntos:

-Que ser un cerdo es intrínsecamente malo.

-Que mientras no se demuestre lo contrario, este planeta es nuestra única casa, y si nos lo cargamos, nos vamos a tomar por el saco en columna de a dos y al paso de la oca.

-Que los recursos son limitados y toda economía basada en el perpetuo crecimiento es en realidad un cáncer, que se basa también, como tristemente sabemos, en el continuo crecimiento a costa de los recursos del entorno.

-Que cuidar del medio ambiente no es una opción de entre muchas, sino la única manera de cabal de evitar el suicidio.

Dicho lo cual, y después de eliminar a los que no tienen nada que decir fuera de lo obvio, quiero acordarme de un extraño sistema económico, el método Hoxha, consistente en renunciar a las máquinas y a la tecnología de modo que todo el mundo pudiese tener un trabajo. Y quiero acordarme de aquella reliquia porque me pregunto a veces si algunas de las actitudes de los grupos de defensa del medio ambiente no recuerdan básicamente a las tesis de ese sistema.

Tengo demasiado a menudo la impresión de que las reclamaciones de los grupos ecologistas han llegado a unos extremos, y sobre todo a una dinámica, que parece que están más en contra del desarrollo que a favor del medio ambiente.

Cuando uno oye frases como que la electricidad producida pro las nucleares “podría ser sustituida por ahorro” lo primero que se le viene a la mente es que quieren llevarnos al método Hoxha.

Cuando uno escucha que hay que ahorrar agua incluso en los sitios en los que sobra, por lo saludable del hábito del ahorro, a uno se le viene de nuevo a la cabeza la medievalización de Hoxha.

Cuando la energía eólica empieza a también ser mala porque desorienta a las aves y afea el paisaje, lo que empieza a pensar uno es que tratan de convencernos de que vivamos con menos electricidad.

Y el caso es que la defensa del medio ambiente pasa por todo lo contrario: por desarrollar procedimientos y sistemas más productivos y que empleen menos recursos medioambientales. Consiste en investigar, pensar, y generar industria y economía basada en el conocimiento y no en las materias primas. Consiste en emplear menos piedras y más cerebros.

Pero eso no: insisten en restar. En retroceder. En menguar. Y lo único que consiguen es una reacción negativa hacia las tesis que dicen defender. Consiguen que en el campo les teman como al pedrisco y en las ciudades los asocien a las subidas de los recibos.

Al final, acabaremos por creer lo que dicen algunos: que ecologistas y pacifistas surgieron en Occidente impulsado pro los soviéticos para entorpecer el desarrollo industrial del bloque capitalista y que, una vez desaparecida la URSS, les iba tan bien que pudieron seguir sin la subvención rusa.

O es eso, o no lo entiendo.

29 julio 2010

Base de cotización para pensiones. 25 años como propuesta

Aquella vieja premisa teórica de la economía, el coeteris paribus, que viene a ser el estudio de lo que pasa con una variable cuando las demás permanecen constantes, resulta que no existe en el mundo real o se extinguió a la vez que los dinosaurios.

Con esto de la base de cotización para la pensiones pasa un poco como con las hipotecas, en las que el plazo afecta a la cantidad y la cantidad afecta al plazo.

Como ya sabréis, hace muy poco se filtró la noticia de que el gobierno manejaba la posibilidad de aumentar la base de cotización a 25 años para el cálculo de las pensiones, frente a los 15 años actuales, y sabréis también que acto seguido se armó la Marimorena.

Por mi parte, y con el casco puesto por lo que podáis decirme, me parece que esa sería una medida muy positiva para el conjunto de los trabajadores, sobre todo para los más jóvenes, y que precisamente por eso, se pusieron tan radicalmente en contra los sindicatos.

Para este tema hay tantas opiniones como intereses, así que yo os voy a contar la mía a la espera de escuchar las vuestras:

Actualmente, el monto de la pensión de jubilación se calcula sobre lo cotizado en los últimos 15 años de vida laboral. Teóricamente, y según los sindicatos, estos es una conquista social, pues en los últimos años de trabajo es cuando el trabajador percibe un salario mayor por complementos como antigüedad, o porque ha ascendido en la empresa y tiene un puesto superior a los años anteriores con un salario mejor.

En principio, suena bien, peor a mí me parece un razonamiento falso, anclado en el pasado, y que defiende únicamente los intereses de un grupo.

En unos momentos en los que el mayor temor de un trabajador es que lo despidan a los 55 años, o a los 60, porque sabe que no encontrará otro empleo, utilizar para el cómputo de la pensión únicamente los últimos 15 años de vida laboral desestimando el resto, es casi un crimen. Eso está bien para los funcionarios, o para los trabajadores fijos de las grandes empresas, pero no para el curreante en general.

Por otro lado, es profundamente injusto que si cotizas durante toda tiu vida laboral, sólo se tengan en cuenta los últimos 15 años.

Lo que conseguiría la propuesta del Gobierno de aumentar ese plazo a los últimos 25 años es adecuar la pensión final a la cotización real. A mí me parece que se deberían tener en cuenta TODOS los años cotizados, pero creo que pedir que los sindicatos acepten tal cosa es un exceso.

Porque ya sabéis: trabajador es aquel que da derecho a la parte proporcional de un sindicalista liberado. Los demás no importan.

23 julio 2010

La paranoia conspiratoria como póliza de seguro

Siempre hubo gente que veía extraños manejos donde la realidad ofrecía evidencias que no le apetecía tragar a palo seco, y las explicaciones que ideaban para ciertos hechos rayaban y rayan en el absurdo con tal de no aceptar la evidencia de que a menudo las cosas son más simples de lo que parecen.

Por el lado contrario hay que decir que siempre hubo y habrá conspiraciones: auténticos intentos de engañar a la buena fe de la gente con pruebas falsas, historias inventadas y apariencias falaces.

En la naturaleza podemos ver ejemplos de los dos tipos: desde el bicho que desconfía de todo, hasta la mosca que desarrolla rayas amarillas y negras para hacerse pasar por avispa. En la Historia, la otra fuente habitual, ha habido también casos para todos los gustos: países que hunden sus propios barcos para lanzar una guerra (EEUU en la guerra de Cuba, por ejemplo) y países que atacan sus propias posiciones para echar la culpa a otro (Alemania con Polonia). Sin embargo, recordamos estos ejemplos precisamente por extraordinarios, no por comunes. Es importante no olvidar eso.

Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, o precisamente por ello, creo que la gente que busca una segunda explicación a las versiones oficiales hace más por defender las libertades de todos y el sistema democrático que los que se empeñan en tacharlos de paranoicos. Creerse lo que te dicen, sin desconfiar, lleva directamente al absoluto dominio de los poderosos, de los que controlan los medios de comunicación y tienen mayores posibilidades de imponer cualquier versión de los hechos que les pueda resultar favorable.

El que desconfía puede estar loco, o exagerar, o simplemente equivocarse. Pero el que no desconfía está abonando el camino para una esclavitud física e intelectual sin límites, sobre todo en unos tiempos en los que la información está en todas las manos pero la relevancia en muy pocas, menos que nunca.

Aunque a veces nos haga gracia, o nos parezca ridículo, el conspiranoico no deja de ser un activista por las libertades y en cierto modo un revolucionario que se queda solo ante el poder, su versión oficial, y toda la gente dispuesta a creerse cualquier cosa con tal de no tener que pensar por sí mismo.

Por eso siempre he pensado lo mismo: a los seguidores de la teoría de la conspiración no hay que creerles, pero hay que escucharles. A menudo detectan antes que nadie los errores de una historia, ya sean equivocaciones de los culpables o mentiras de las autoridades. Es bueno, casi imprescindible, que alguien se pregunte por qué los autores de los atentados de Madrid se suicidaron más tarde en Leganés, y no en los trenes, o por qué, el otro día, el terrorista que intentó incendiar un avión en pleno vuelo no lo hizo en el cuarto de baño, donde no lo veía nadie, en vez de en su asiento, con todos los demás pasajeros alrededor.

Es bueno que alguien se haga las preguntas. Después, que cada cual decida. Pero por sí mismo, por favor. Por sí mismo.

21 julio 2010

Tortugas y caracoles

Copio en primer lugar un texto de Ortega y Gasset sobre el señorito satisfecho. Luego hablamos:

Este personaje, que ahora anda por todas partes y dondequiera impone su barbarie íntima, es, en efecto, el niño mimado de la historia humana. El niño mimado es el heredero que se comporta exclusivamente como heredero. Ahora la herencia es la civilización — las comodidades, la seguridad en suma, las ventajas de la civilización. Como hemos visto, sólo dentro de la holgura vital que ésta ha fabricado en el mundo puede surgir un hombre constituido por aquel repertorio de facciones inspirado por tal carácter. Es una de tantas deformaciones como el lujo produce en la materia humana. Tenderíamos ilusoriamente a creer que una vida nacida en un mundo sobrado sería mejor, más vida y de superior calidad a la que consiste precisamente en luchar con la escasez. Pero no hay tal. Por razones muy rigurosas y archifundamentales que no es ahora ocasión de enunciar.

Ahora, en vez de esas razones, basta con recordar el hecho siempre repetido que constituye la tragedia de toda aristocracia hereditaria. El aristócrata hereda, es decir, encuentra atribuidas a su persona unas condiciones de vida que él no ha creado, por tanto, que no se producen orgánicamente unidas a su vida personal y propia. Se halla, al nacer, instalado, de pronto y sin saber cómo, en medio de su riqueza y de sus prerrogativas. El no tiene, íntimamente, nada que ver con ellas, porque no vienen de él. Son el caparazón gigantesco de otra persona, de otro ser viviente: su antepasado. Y tiene que vivir como heredero, esto es, tiene que usar el caparazón de otra vida. ¿En qué quedamos? ¿Qué vida va a vivir el "aristócrata" de herencia: la suya, o la del prócer inicial? Ni la una ni la otra. Está condenado a representar al otro, por lo tanto, a no ser ni el otro ni él mismo. Su vida pierde, inexorablemente, autenticidad, y se convierte en pura representación o ficción de otra vida. La sobra de medios que está obligado a manejar no le deja vivir su propio y personal destino, atrofia su vida. Toda vida es lucha, el esfuerzo por ser si misma. Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son precisamente lo que despierta y moviliza mis actividades, mis capacidades. Si mi cuerpo no me pesase, yo no podría andar. Si la atmósfera no me oprimiese, sentiría mi cuerpo como una cosa vaga, fofa, fantasmática. Así, en el "aristócrata" heredero toda su persona se va envagueciendo, por falta de uso y esfuerzo vital. El resultado es esa específica bobería de las viejas noblezas, que no se parece a nada y que, en rigor, nadie ha descrito todavía en su interno y trágico mecanismo; el interno y trágico mecanismo que conduce a toda aristocracia hereditaria a su irremediable degeneración.



Bueno, y ahora, decidme: ¿tiene o no tiene esto algo que ver con que el país se vaya hundiendo poco a poco?, ¿No tiene esto algo que ver con todos los problemas sociales de acomodamientos, renuncia al esfuerzo, falta de compromiso y tendencia a vivir por encima de nuestras posibilidades?

Nuestros padres y abuelos las pasaron canutas y el país mejoró en cincuenta años más de lo que había mejorado en dos siglos. Nos lo dieron todo y ahora parecemos dispuestos a exigir que siga nuestra adolescencia social.

Todo ha empeorado, es cierto, pero quizás esa clave social de la que tan a menudo hablamos en los comentarios resida en ese caparazón que menciona Ortega: el caparazón de una España que nos viene grande y tratamos de desmenuzar para sentirnos más cómodos.

Porque en vez de tortugas nos sentimos caracoles.

31 mayo 2010

Parece que no nos pilla

Cada vez se habla más del riesgo de revueltas sociales, y es normal, porque cuando la gente no tiene para comer y los ahorros y las prestaciones se acaban, se echa mano de lo que sea.

En estos momentos, estamos cerca de los cuatro millones de parados oficiales, aunque esta cifra es muy discutible: habría que restarle los prejubilados, por ejemplo, pero habría que añadirle los que están asistiendo a un curso de formación y reciben una ayuda que no logra paliar su situación, que ya hay que calificar, sin miedo, de verdadera pobreza.

Si el paro real sigue creciendo (por un descenso también de la economía sumergida), o si no se consigue paliar de algún modo la alarmante situación de los parados de larga duración y otras familias sin ingresos, el aumento de la inseguridad y las revueltas serán fenómenos inevitables. La pregunta que hay que hacerse, para estar al tanto, es dónde empezarán.

Dicen que las condiciones para que se arme la marimorena en las calles son cuatro:

-Debe ser un a zona urbana y muy poblada, porque las densidades elevadas de población son un factor aglutinante para alcanzar la masa crítica de una verdadera revuelta.

-Debe ser una zona de alto desarrollo, especialmente industrial, porque la concentración de desempleo industrial genera grandes bolsas de descontento, y muy organizadas. La atomización de los trabajadores en el sector servicios, por ejemplo, desactiva en cierto modo la probabilidad de explosiones sociales. Esto reduce un poco los lugares posibles.

-La presencia de grandes masas de inmigrantes acelera el proceso, ya que suelen ser grupos de gente con mayor grado de exclusión social, peores condiciones de vida y en general menos apego a lo que se encuentran al llegar. Además, muchos de ellos proceden de sociedades donde más común que aquí el recurso a la violencia y están más inclinados piscológica y sociológicamente a ella, aunque a diario sean gente pacífica.

-Debe ser una zona con clima suave.

Este punto parecerá extraño a algunos, pero es necesario: el frío de las ciudades más interiores desactiva a menudo estos movimientos. Cuando en una ciudad se alcanzan con frecuencia temperaturas bajo cero, los pobres, los sin techo y las capas más desfavorecidas de la sociedad, emigran a mejores climas donde la simple subsistencia sea más fácil. Estos grupos son a menudo los que ejercen de detonante de las revueltas sociales y se concentran, como es obvio, en ciudades donde es posible vivir sin congelarse una noche cualquiera. León y Castellón son ciudades de tamaño parecido, pero hay casi once veces más mendigos en Castellón que en León, por ejemplo.

Con estas premisas, parece que en Zamora estamos libres de cualquier riesgo. Somos cuatro gatos, no hay una puñetera fábrica desde tiempos del rey Witiza, hay cuatro inmigrantes despistados y hace un frío que pela.

A veces da gusto no ser nadie, ¿eh?

11 mayo 2010

El fondo estatal

Que me perdonen los que han encontrado trabajo a costa del Fondo Estatal de obras y saraos diversos, pero a mí, eso de contratar gente para hacer lo que sea, me suena a política soviética, con todas sus consecuencias de ruina posterior y desquicie.

Todo lo que sea dar empleo a la gente, y un modo de vivir dignamente, me parece estupendo, como le parece a cualquiera, pero si es el Estado el que tiene que promover obras, y además por el procedimiento de poner delante el dinero y luego preguntar qué es lo que se quiere hacer, me suena a aquello de pagar un salario a una persona pro encender las farolas de una calle.

Cuando se genera empleo pero no riqueza, cuando se genera trabajo y no economía productiva, lo único que se obtiene es un plazo de dilación y una cartera vacía, porque estas obras están costando una verdadera millonada sin que se pueda saber en qué van a repercutir ala mejora de nuestra competitividad en el largo plazo.

El problema de España, y de otras muchas economías occidentales, es que no somos competitivos. Otros, en cualquier lado, producen lo mismo que nosotros a un mejor precio, y eso es lo que nos está crucificando, aunque la enfermedad aflore en forma de sarpullido monetario o ronchones bancarios.

Cualquier médico sabe que no se puede confundir el síntoma con la enfermedad, y que la fiebre, con ser peligrosa en sí misma, es sólo un indicador de que algo no está funcionando como debe en el organismo.

Si nosotros, en vez de poner remedio a nuestra enfermedad, nos gastamos lo que nos queda en curar la fiebre, y sólo por unos días, porque sabemos todos que el Fondo Estatal es una cura temporal, nos veremos abocados a la hospitalización, con todos los traumas y problemas que pueda acarrear.

Y además, porque hay más, este tipo de planes crea un efecto negativo, que es la esperanza de que pase lo que pase vendrá otro a arreglarl. El ferretero quiere también un fondo estatal que le venda los tornillos y los alicates que no ha vendido, el dentista quiere un fondo estatal que le pague los empastes que no ha hecho, el labrador quiere un fondo que le pague las patatas que no ha colocado al almacén y yo quiero que el Estado me llene las casas rurales que tengo vacías en el quinto carajo.

Al final, como el dinero no crece en los árboles, nos encontramos con la verdadera cara de esta moneda: que pagamos todos y unos pocos deciden a quién se beneficia, a quién se saca del hoyo y a quién se le deja cocerse en su propia salsa hasta que reviente.

Hoy en día, el verdadero poder ya no está en crear leyes, sino en repartir dineros y puestos de trabajo. Por eso, por ejemplo, los rectores de las universidades ya no salen ni en la prensa, porque desde que van cortos de presupuesto no pueden sacar ni una plaza de conserje.

Por eso se crean estos planes: no para mejorar la economía, que todos saben que no mejorará, sino para comprar gritos en las calles, silencios en las corporaciones y miedo a quedar fuera en la próxima hornada.

Por vocación, el Fondo Estatal quiere ser como la Inquisición, pero sin sotana. Lo otro es folclore.

Foto: Grifo socialista

26 marzo 2010

La profecía de Jerusalem. Teodosio en Hispania.

La profecía de Jerusalem. Teodosio en Hispania.


Margarita Torres.

¿Cual es la Profecía de Jerusalem? Probablemente la misma que la pregunta de Pilatos, pero mantengamos el misterio, advirtiendo, esosí, que en literatura todo es estética, y el título no le hace justicia a un libro que se aleja de los tópicos del género para crear su propio escenario en la que la magia no reside en lo oculto, como sucede tan a menudo en estos tiempos, sino en ese Camino de Santiago que aún podemos visitar. Camino geográfico y más aún, camino de Occidente como cultura y voluntad.

La Profecía de Jerusalem nos cuenta la historia de los últimos destellos de fuerza y coraje de un imperio moribundo. A partir de Juliano el Apóstata y su convencimiento de que una doctrina blanda y humanitaria como el cristianismo estaba en la raíz de la decadencia, Margarita Torres nos lleva por la vida y la sociedad de la Hispania romana con un elegante equilibrio entre el rigor histórico y una trama dinámica y vibrante.

La historia, cuando se mira y se vive con pasión, puede ser el mejor argumento: en medio de las guerras civiles pro el control de Roma, el general Flavio Teodosio, padre del que luego sería emperador del mismo nombre, es enviado a distintas partes del Imperio a tratar de sostener un orden cada vez más precario. Logra unificar Britania combatiendo contra distintos pueblos y logra también reducir a los rebeldes del Norte de África.

La política imperial se mezcla con las pasiones personales cuando el general Flavio Teodosio, pagano convencido, salva el Imperio para entregarlo a su hijo, cristiano ferviente, sabiendo que su lucha por el salvar el Viejo Mundo ha sido en vano, pues quizás él era su último baluarte. Así, la búsqueda de Teodosio de un lugar en el que retirarse y de un reducto donde mantener intacta la esencia de lo que ama, se convierte en una especie de camino iniciático que a la vez va con el cristianismo, y contra él, como toda semilla que muere al germinar en fruto.

Quizás lo mejor de la novela sea cómo Margarita Torres ha sabido transmitirnos esa idea tan cercana a Teodosio de que “no importa por qué luchamos, si nuestra causa es justa o no o si ganamos o perdemos: importa sólo luchar. Hasta alcanzar la vitoria, cuando se vence. Hasta no avergonzarse de la derrota, cuando se pierde.”

La historia es una abstracción intelectual, pero también y ante todo, la historia es humanidad y corazón. En esta novela no echarán en falta nada de eso: ni inteligencia, ni humanidad, ni corazón.

No se la pierdan.

13 marzo 2010

La alternativa difícil

Se nota que es verano y flota cierto humorismo hasta en los papeles oficiales. No me digan que no. Estamos todos tan tranquilos, con nuestra galvana a cuestas, y viene el Centro de Investigaciones Sociológicas y nos dice que, por primera vez en no sé cuantos años, el PP supera en intención de voto al PSOE. Genial, oigan, pero si con lo que tenemos encima sólo lo consiguen ahora, y por unas centésimas, ¿qué esperan los del PP para colgarse de un pino?

La estrategia de Rajoy parece clara: convencernos de que no hay alternativa posible a su flojera. Convencernos de que se trata de Zapatero de él. ¿Y saben una cosa? Que no. Que no podemos tragar esa milonga. Que Zapatero es un desharrapado intelectual, un vendedor de alfombras dialéctico y un cataclismo político, lo estamos viendo a diario, pero eso no quiere decir que el líder de la oposición sea automáticamente el mejor posible.

Con todo lo que ha caído, con la gente que se ha quedado en la calle, con las empresas que han cerrado, los bancos que han entrado en semiquiebra y la porquería que le ha salido a los socialistas, ¿cómo se puede tardar todo este tiempo en superarlos en intención de voto?

El señor Rajoy es un manta. Es un pobre cero a la izquierda que ningunean en su partido porque saben que sin apoyo en la calle, el Presidente es menos que nadie. ¿Qué se puede esperar de un líder político que tiene al tesorero del partido implicado en una trama de corrupción y no lo destituye?, ¿por qué ha esperado a que se marche cuando mejor le venga y más cómodamente le encaje con las vacaciones? Tiene una guerra abierta en la Comunidad de Madrid y mira para otro lado, tiene un gran jaleo armado en Valencia y no sabe y no contesta. ¿Dejaríoa usted el país en manos de semejante individuo? Yo no le prestaba ni la moto, oigan.

A Rajoy lo mantienen como presidente del partido los que no quieren ganar las elecciones, porque prefieren un presidente débil que les permita a ellos hacer lo que les dé la gana en sus ayuntamientos y diputaciones. ¿No les suena de nada esa estrategia? Plena Edad Media: rey débil, condes ricos. Eso salva a Rajoy, peor no nos salva a nosotros, que nos veremos, tarde o temprano, aunque me temo que será tarde, abocados a unas elecciones en las que un partido nos lleva a la ruina y el desastre, proclamando ya sin tapujos que el dinero es para andaluces y catalanes (y para el resto ya se verá) y otro que ni siquiera es un partido democrático, donde no el candidato ha sido elegido a dedo por el lucero del alba y se nos impone junto a una ristra de ajos, salchichones y otros embutidos para que los votemos por miedo a seguir teniendo a Zapatero.

Hay que buscar una alternativa como sea.

Zapatero, no. Rajoy, tampoco.

Y si la democracia que nos ha quedado tras treinta años de transición es esto, casi es mejor que resucitemos a Franco y a la Pasionaria para que gobiernen en coalición.

Cualquier cosa antes que pasar por este aro.

08 marzo 2010

Levantar, no sostener

Permítanme que presuponga que escribo para gente de cierta cultura, aunque sólo sea porque así suelen ser los que leen los periódicos. Si me excedo al partir de semejante premisa, les ruego de antemano disculpas.

Lo he pensado un poco y creo que la tan cacareada Economía Sostenible, como concepto, tiene el mismo fallo que el viejo grito de Viva España como eslogan o como exclamación patriótica.

Tradicionalmente, hasta los años treinta, se gritaba Viva España al final de los mítines, tanto conservadores como socialistas. Todos querían que viviera España, pero llegó un personaje, José Antonio Primo de Ribera, hijo del general Miguel Primo y fundador de la Falange, que dijo que semejante frase era intolerable.

La Falange de José Antonio no era exactamente, por aquel entonces, el partido fascista y reaccionario que conocimos luego a través de Franco y su Movimiento (otro concepto genial, porque el Movimiento consistía justamente en evitar que se moviera nadie). La Falange original, antes de su secuestro, era más bien otra cosa mucho más compleja de explicar, con su toque católico, sindical, y hasta sentimentaloide, pero eso no hace al caso para lo que iba a contarles hoy.

El caso, y a eso iba, es que José Antonio decía que gritar Viva España era de cobardes y mentecatos, porque para vivir España como estaba viviendo, zarrapastrosa, miserable y arrastrada era mejor que se muriese de una puñetera vez. Por eso pidió a todos los suyos que en vez de Viva España gritasen Arriba Esapaña. El desastre en que acabó aquello lo conocemos de sobra, pero echarle la culpa a él es como echarle a Jesucristo la culpa de la Inquisición, que se formó en su nombre, pero sin que nadie pudiese pedirle opinión.

Ahora, con la Economía Sostenible, me parece a mí que nos pasa otro tanto, pero no hay quien lo diga. No tenemos ni siquiera a un alucinado, a un revolucionario o a un reaccionario con dos neuronas (o dos huevos) para decirlo claramente y de una vez.

¿Sostener el qué?

¿Una administración monstruosa, ineficiente y multiplicada por diecisiete? ¿Un sistema de contratas basado en que unos cobran, los contratistas, y otros curran, los subcontratistas? ¿Una economía asentada sobre el endeudamiento, sin capacidad competitiva ni de generar empleo? ¿Una economía que no logra jamás ofrecer ocupación a la población ni mantener un nivel social digno sin recurrir a la caridad, el subsidio y la propina? ¿Una economías con la energía cara, en manos de multinacionales y oligopolios malamente compatibles con la utilidad pública?

Prefiero no seguir.

Lo que tengo muy claro es que en España no hay que sostener la economía. Hay que crearla y levantarla. Hay que dar trabajo a la población. Hay que permitir crear riqueza al que la quiera crear y vivir de su trabajo al que quiera trabajar.

Sólo es eso. Así de sencillo. Sostener este cadáver que lo sostenga su padre.

02 marzo 2010

No quiero ser de Vichy

Con un título así podría hablar de agua mineral, pero voy a hablar de vergüenza, de colaboración con el enemigo y de agachar la cabeza para rogar un sitio en el pesebre donde echan el pienso los mismos que te esclavizan.

Dicen que durante la segunda guerra mundial hubo sesenta mil franceses que participaron en la resistencia contra los nazis. Lo que no suelen decir tan a menudo es que hubo ocho millones de franceses que colaboraron con ellos. Eso es Vichy.

Cada vez tengo más claro que la clase política en general es una lacra que ha cobrado vida propia y vive de nuestro trabajo. Los privilegios se multiplican y el abismo que separa al trabajador corriente del que tiene un sueldo fijo, asegurado por el esfuerzo de todos, no deja de ensancharse.

Pensamos alguna vez que cuando las cosas fuesen mal todo cambiaría. Pensamos que todos nos apretaríamos el cinturón para salir del paso, pero la realidad nos está enseñando que los recortes y los sacrificios van a ser para los de siempre, mientras los cargos públicos, de todas las administraciones y todas las tendencias políticas, siguen gastando a manos llenas y reservando para sus allegados las obras, las contratas y las actividades donde está el beneficio más interesante.

En estas condiciones, con el endeudamiento disparado hasta la estratosfera y el principio de igualdad pisoteado por todas las pezuñas posibles, hay que decir que ser un ciudadano ejemplar es poner el cuello para el garrote.

Pagar religiosamente los impuestos y cumplir con las obligaciones que se le suponen a un buen ciudadano es colaborar con el enemigo.

Asistir a los cursos que se imparten para desempleados es permitir que nos tomen el pelo, promover que se gaste nuestro dinero en pagar opíparos sueldos a los que gestionan esos cursos (muchas veces los mismos sindicatos que no movieron un dedo para que conservásemos nuestro trabajo) es alimentar el sistema del enemigo.

El único dinero que es verdaderamente nuestro es el que no ven. El único trabajo que realmente realizamos para nosotros, es el que no declaramos. De lo demás, de todo, se llevan su tajada a cambio de empeñarnos a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros nietos, con una coartada tan miserable como la libertad (la suya) y el bienestar (también el suyo).

En otros tiempos la mala gente se burlaba de los demás por sus defectos. Señalaban a uno por cojo, a otro por tuerto, y a otro por feo, y a causa de esos defectos abusaban de ellos. Ahora la mala gente es aún peor, porque se burlan de nosotros por nuestra virtudes: a uno lo ven honrado, y lo sangran. A otro lo ven trabajador, y lo explotan. A otro lo ven emprendedor, y lo expolian.

Ante semejante situación no queda más remedio que echarse al monte. Si teníamos una sociedad, éramos socios. Si lo que tenemos es un atraco, seamos bandoleros.

16 enero 2010

Producir, ¿para quién?


Hay un dato sobre la producción global que quizás os interese: para vivir como vivía un americano medio de 1955, bastaría con que trabajásemos cuatro horas y media al día. El resto, sobraría, o no se sabe muy bien dónde va, porque el americano medio de 1955 también dejaba un buen beneficio a su empresa.

Las sociedades occidentales, y muy especialmente la española, padecen de un gran exceso de capacidad productiva. Hay excedentes sin vender de todo. Pisos de sobra, cereales de sobra, leche que se debe producir por cuotas, vino que sobra, etc. La antigua orientación a la producción, en la que había que producir más cada vez porque todo se vendía, ha dejado lugar a la actual orientación al mercado: hay que tratar de vender lo que se produce.

El problema, el gran problema, surge cuando en todas partes hay exceso de capacidad productiva. Los antiguos mercados, que eran compradores netos, después de equiparse con tecnología avanzada, se convierten a su vez en productores, y no sólo dejan de comprar lo que antes les vendíamos, sino que se convierten en competidores por los mercados.

Dos ejemplos típicos son China e India, que nos compran más de lo que nos compraban pero nos venden cien veces más de los que nos vendían.

La cuestión que surge inmediatamente al realizar esta reflexión, es: Y cuando todos seamos productores de bienes en grandes cantidades, ¿quién los comprará?

De momento, los países en vías de desarrollo siguen demandando bienes de equipo, pero a medida que avanzan en su camino de industrialización y de educación, necesitan cada vez menos aportes exteriores. La economía basada en el crecimiento es, pues, un callejón sin salida.

Si todos crecemos, pronto tendremos todos un exceso de capacidad productiva y eso conduce indefectiblemente a grandes, enormes tasas de paro. Si unos pocos son capaces de producir lo que consumen todos, hay una mayoría que no tiene ocupación, pues nadie necesita lo que ellos podrían producir. A eso se le llama irrelevancia económica, y viene a ser como morirse a efectos del mercado.

Así las cosas, hay que encontrar un modelo en el que todos puedan vivir, se distribuya el trabajo, y exista una mínima sensación de justicia.

Una de las posibilidades es, como dije al principio, reducir drásticamente la jornada, pero no parece posible mientras la medida no sea global. Otra es que trabajen algunos y los otros les aplaudan, de modo que los primeros repartan su salario con los segundos, pero no parece posible que el ser humano admita que unos trabajen y otros no y luego se reparta lo conseguido.

La tercera, pero no última, es que resurja la demanda porque gran parte de lo que había resultó destruido. Cuando hay una devastación global, en la que hay que restaurar el país entero sin que nadie pueda alegar que es injusto el reparto, los países prosperan. Prueba de ello es que a Alemania y Japón les fue mucho mejor después de la guerra que a los que la ganaron.

Conociendo al personal, me temo que la tentación de seguir el tercer camino va a ser muy fuerte.

Buscar el hueco (peatonal o no)


Me temo que el asunto de las peatonalizaciones lo conozco bastante de cerca, y les aseguro que nada es lo que parece. Los comerciantes se quejan siempre al principio, y puede que con razón, y lo celebran después, también con razón, seguramente. ¿Y saben a qué se debe esta contradicción? A que no son los mismos comerciantes.

Cuando se impide o se limita el tráfico rodado en una parte de una ciudad lo que ocurre es que esa zona o ese barrio cambia por completo, expulsando a una serie de negocios y atrayendo a otros. Tener una ferretería en una calle peatonal es un suicidio, pero para una tienda de ropa, una zapatería o un restaurante, resulta ideal.

En todo caso, no entro a juzgar las razones psicológicas del modelo de ciudad en el que piensa cada cual, porque es un tema que pasa más por el estilo de vida del que opina que por otras consideraciones más racionales.

Racionalmente, si a alguien le interesa, conviene que la parte de una ciudad más aprovechable para el turismo sea peatonal y la parte menos atractiva para el visitante, foráneo o local, disfrute un tráfico ágil y fluido, de modo que se pueda ser competitivo en ambas facetas.

En un equipo de fútbol, hay portero, defensas, centrocampistas y delanteros, y se lo que se trata es de aprovechar las condiciones singulares de cada uno para formar un conjunto poderoso. La ciudad hay que pensarla igual: si lo hacemos todo peatonal, estamos tontos, por jugar con diez defensas; y si abrimos el tráfico en todas partes, estamos tontos, por jugar con diez delanteros.

Zamora parece que ha optado por el sistema de las medias tintas, poniendo diez centrocampistas que, se supone, tienen que saber defender cuando toca y atacar cuando es preciso. Lo que pasa con soluciones como estas es que los defensas contrarios son mejores que nuestros centrocampistas ejerciendo de delanteros, y los delanteros contrarios son mejores que nuestros centrocampistas ejerciendo de defensas. Y por ese camino nos zurran. Nos arrean las goleadas que todos sabemos.

A ver si se nos mete en la mollera de una buena vez que, con la mejora de las comunicaciones, se trata cada vez más de competir con otras ciudades. Competir por el turismo, que quiere peatonalizaciones, y competir por la actividad económica no turística, que quiere facilidades para el coche. Los ejemplos de Salamanca o de León no están tan lejos para aprender un poco.

La realidad, la que no le importa a nadie, indica claramente que no podemos dar el imperio sobre nuestras calles a taberneros, feriantes y vendedores de helados, pero tampoco podemos dejar la organización de la ciudad en manos de descargadores, mensajeros y furgonetistas diversos.

Y menos que nada, no podemos crear unas normas para oponernos luego al control de su cumplimiento. Porque si una calle es peatonal, con razón o sin ella, hay que controlar que no entre el tráfico. Y si una calle es sólo para calvos, con razón o sin ella, hay que controlar que no entremos en ella los peludos.

Lo demás es desprestigio de la ley, mamoneo general, y pie para la arbitrariedad del “tú sí, que estás casado con mi prima”. O sea, el despelote.



Javier Pérez

10 enero 2010

Lo que la discordia cuesta


A veces piensa uno que nos distraen como a bobos con temas como el del Estatuto catalán, mientras los problemas reales con otros, como que la gente no tiene trabajo o el Gobierno nos está endeudando hasta más arriba de las cejas. Pero cuando caemos en esa tentación de fijarnos sólo en lo cercano perdemos la perspectiva y nos volvemos aún más vulnerables a los manejos de unos cuantos, porque las causas de los problemas inmediatos, o de la inmediata quiebra, están a menudo más lejos. Trataré de ir a ello, con su permiso:

Aunque nos peleemos como porteras, los españoles nos entendemos más o menos entre nosotros, sabemos traducir a su verdadero significado las frases grandilocuentes y mantenemos la convivencia, sin demasiadas trifulcas.

El problema está en que este espectáculo, visto desde fuera, preocupa más de lo debido a la gente a la que deberíamos tranquilizar.

Pongamos, por ejemplo, un fondo soberano en Qatar, o una agencia de calificación de riesgo en Hong Kong, o un gestor de un fondo de pensiones en Boston.

A toda esa gente no se le puede hacer comprender que armamos bronca porque somos así y nos va la marcha. En un mundo en el que se compite por la inversión exterior, tranquilizar a los demás es una habilidad muy valiosa, y nosotros, todos los santos días, hacemos lo contrario.

Cuando uno de esos señores antes mencionados se entera de que el IVA se paga en España según la domiciliación de la empresa que lo cobra, de que puede haber vacaciones fiscales o de que las autonomías pueden competir entre sí mediante subvenciones, anota en la ficha marcada como ”España”: disparidad jurídica. Riesgo normativo. Y aquí perdemos treinta mil millones en inversiones.

Cuando uno de esos señores se entera de que la Comunidad de Cantabria denuncia ante Bruselas a la Comunidad de Euskadi, no viene a preguntar qué pasa, sino que apunta en su ficha: inestabilidad política. Y perdemos otros veinte mil millones, aunque sea en intereses de la deuda porque nos bajen el rating y nos presten más caro que a otros.

Cuando hoy sí y mañana también se enfrenta públicamente los poderes y las instituciones del Estado central con los de las autonomías, o se comenta que el Tribunal Constitucional tarda cuatro años en dictar una sentencia, ese señor, en su lejano despacho, anota en su ficha: inseguridad jurídica, inestabilidad política. Y perdemos otros veinte mil millones.

Quizás haya países que se puedan permitir esos comportamientos porque por ahí afuera ya entienden sus peloteras, pero nosotros no nos lo podemos permitir.

Aquí tenemos que aprovechar cada céntimo que alguien quiera invertir en nuestra economía y para eso, además de ser serios, responsables y rigurosos, hay que dar la apariencia de serlo y dejar de actuar como un circo de tres pistas, que es lo que parecemos con demasiada frecuencia.

¿Invertiría usted su dinero en circo? Seguramente no. Pues ellos tampoco.

07 enero 2010

Resurrección en Valbuena



Dicen que sólo donde hay sepulcros puede haber resurrecciones, pero a veces puede valer la pena el mal trago de pasar por la sepultura, porque volver a la vida es mayor triunfo que simplemente seguir viviendo. Y aporta otra experiencia.

De saber ir y volver sabe mucho Valbuena de la Encomienda, una pequeña aldea leonesa sobre los altos del Manzanal, en un rincón casi extraviado del municipio de Villagatón-Brañuelas.

Fundada en lo más recio de la Edad Media como dominio de los Caballeros de Malta, su nombre completo impresiona casi tanto como los prados y las peñas que lo rodean: Valbuena de la Encomienda de San Juan de Jerusalem. Madoz la cita por sus aguas medicinales y los romanos intentaron sacar oro de sus montes, pero acabaron marchándose a las cercanas minas del Médulas.

En medio de una comarca agrícola y ganadera, el pueblo se distinguió siempre de los de su entorno por un especial espíritu emprendedor e industrial, pues allí se concentraban los molinos, hasta ocho, y las herrerías que daban servicio al resto de la zona.

Luego, con los años, la minería impuso su ley en aquellos montes y el pueblo fue decayendo, en parte porque había sitios más interesantes para ganarse la vida y en parte porque ninguno era realmente mejor: también se muere de éxito, cuando los campesinos prosperan lo bastante para enviar a sus hijos a estudiar a las ciudades en vez de atarlos a la tierra.

A finales de los años noventa, Valbuena quedó prácticamente abandonado, con sólo tres o cuatro vecinos que pasaban por allí de vez en cuando a remendar goteras y arrancar de las manos la guadaña a la parca para cortar las escobas y sardones que amenazaban con devorar el pueblo.

A cualquiera que preguntase por Valbuena le decían que estaba vacío, pero luego, poco a poco, el pueblo ha ido reverdeciendo en proyectos novedosos, hasta verse este verano con más de trescientas vacas pastando en sus prados, dos casas rurales abiertas, un coto de caza en plena explotación y media docena de edificios en obras de rehabilitación. Hasta la vieja iglesia, con sus muros casi más anchos que altos, se ha visto remozada y consagrada de nuevo, después de la restauración. La fiesta que se organizó para inaugurar la Iglesia fue como si se celebrase la resurrección del pueblo.

Porque dejando a un lado el derrotismo es posible hacer volver a la vida a pueblos como este, desahuciados por todos. La fórmula puede parecer mágica, pero no lo es: un ayuntamiento que no pone trabas, una Junta Vecinal que da todas las facilidades posibles e inventa las imposibles, y un grupo de gente, pequeño pero tenaz, dispuesta a no prestar oídos a los eternos sembradores de desalientos.

Vivir no es una opción: es un deber. A ver si nos quedamos con la copla.

05 enero 2010

Tontos pero pobres


Dicen, y te obligan a pensar, que lo mejor que podemos hacer en estos momentos es mirar para otro lado y conceder una amnistía fiscal a todo el cargamento de billetes de quinientos que duermen aún en las cajas de seguridad de los bancos, en las tejas, los calcetines y hasta los pañales de media España.

Según las cuenta de lo que producimos y el dinero que se mueve, en España tenemos un veinticinco por ciento de economía sumergida, y eso, con la calculadora en la mano, significa que el Estado está dejando de recaudar cien mil millones de euros en impuestos. Cien mil millones, nada menos, frente a los quince mil que tratará de sacarnos, y no lo conseguirá, con las subidas de IVA, gasolina, Renta y demás sonsacas que acaba de anunciar Zapatero.

La idea que proponen algunos es crear una emisión especial de deuda pública, a un interés muy bajo, inferior al uno por ciento, pero con la particularidad de que no se preguntaría a nadie de dónde había salido el dinero invertido en esa emisión. Ese sistema, que podría sacar a la luz una burrada de millones, permitiría dotar de liquidez al ICO para que concediese créditos blandos a los autónomos, las pequeñas empresas y, en general, a todo el que pretendiese crear empleo. Además, por el IVA y otros impuestos aplicados cuando se gastase o invirtiese ese dinero, se podrían recaudar otros cinco o seis mil millones adicionales.

La solución, como ven, parece buena en la práctica, aunque sea absolutamente vergonzosa en el plano ético, pues da la razón a los que no pagaron sus impuestos y supone un peligroso precedente para el futuro.

¿Pero estamos para éticas? Yo creo que no. O creo que sí, pero por otro lado. Se puede ser muy justo y enseñar unas manos muy blancas diciendo que no se ha librado a ningún chorizo de pagar sus impuestos, pero decirlo al tiempo que ese mismo dinero se le saca a los que trabajan y a los que más esfuerzo ponen para ganarlo, no es ético.

No es ético subirle unos céntimos la barra de pan a la abuela y seguir diciendo, con la cabeza bien alta, que en este país no se permite el blanqueo de dinero.

Igual que el derecho penal se basa en que vale más perdonar a veinte culpables que castigar a un inocente, habría que pensar aquí que más vale que se escapen de pagar unos pocos que sangrar a todo el pobre currante que se levanta a las siete de la mañana para llevar a casa los garbanzos.

¿Está feo? Sí señor. Peor más feo está todo ese dinero criando moho en las cajas de seguridad mientras los pequeños empresarios de este país se las ven y se las desean para que les renueven una línea de crédito de treinta mil puñeteros euros con los que seguir trabajando y dando trabajo.

Feo está pegarse migas en los bigotes para que parezca que hemos comido. Lo demás, si hace falta, se maquilla.

Como a los propios muertos.

03 enero 2010

Los piratas de la mar


No me atrevo a meterme a analizar lo que pasa por el cuerno de África. Me puse a buscar información sobre las causas del desbarajuste somalí y de las regiones aledañas y acabé remontándome a la primera guerra mundial, la colonización, y las peleas familiares de los faraones, como poco.

El caso, y resumiendo, es que entre colonizaciones mal hechas y peor deshechas, guerras civiles, hambrunas, enfrentamientos tribales, y otros desastres similares, en aquella región hace ya quince años que no hay gobierno alguno. No es que el Gobierno sea malo: es que no lo hay.

En esas circunstancias, los delincuentes de todos los colores han aprovechado la región para establecerse en la impunidad más absoluta: los locales han armado sus lanchas y viven de robar en el mar, porque robar siempre sale más rentable que dedicarse a cualquier otra actividad, mientras los de fuera se permiten hacer en la región lo que no pueden hacer en ninguna otra parte: capturar la pesca que les dé la gana, limpiar sus bodegas, o arrojar al agua residuos peligrosos que costaría mucho dinero reciclar en otro lado.

Podemos disfrazarlo como queramos, peor lo cierto es que estamos ante un sumidero, ante una alcantarilla del mundo, donde se reúne toda la porquería que se pueda imaginar. Y cuando surge uno de estos pozos negros, sin ley y sinvergüenza, no queda más remedio que ponerse manos a la obra para evitar que la mancha se extienda.

No sé cual es el sistema bueno, pero desde luego lo que no va a ayudar a arreglar la situación es pagar rescates de varios millones de euros cada vez que se secuestra un barco. Semejantes cantidades de dinero, en una región donde la renta diaria es menos a un dolar diario, consigue sólo que todo bicho viviente en muchos kilómetros a la redonda acabe por comprar un bote y se dedique a la piratería.

Si los países occidentales son capaces de defender a sus barcos, que se siga la actividad, y si no son capaces de hacerlo, que se abandone la región, pero este término medio, este vivir al filo de ahorrar el presupuesto de Defensa para gastar luego en rescates no hace más que animar a los ladrones y generalizar el precedente de que los occidentales prefieren pagar a tener enfrentamientos.

Si cuando los españoles dominábamos América hubiésemos cedido así con los ingleses, el Imperio habría durado cincuenta años en vez de trescientos. Y los piratas, en vez de moverse por el Caribe, habrían llegado hasta La Coruña.

En estas casos, me temo que se impone la opción humanitaria. Y lo más humanitario es reducir al mínimo el daño, la violencia y la región sin ley, porque cualquier otro remedio causará, a la larga, más violencia y más enfrentamientos.

En estos casos, por razones humanitarias, me temo que se impone una somanta de palos.

Y después, hablamos.

Parados y quietos


Que me perdonen los que han encontrado trabajo a costa del Fondo Estatal de obras y saraos diversos, pero a mí, eso de contratar gente para hacer lo que sea, me suena a política soviética, con todas sus consecuencias de ruina posterior y desquicie.

Todo lo que sea dar empleo a la gente, y un modo de vivir dignamente, me parece estupendo, como le parece a cualquiera, pero si es el Estado el que tiene que promover obras, y además por el procedimiento de poner delante el dinero y luego preguntar qué es lo que se quiere hacer, me suena a aquello de pagar un salario a una persona pro encender las farolas de una calle.

Cuando se genera empleo pero no riqueza, cuando se genera trabajo y no economía productiva, lo único que se obtiene es un plazo de dilación y una cartera vacía, porque estas obras están costando una verdadera millonada sin que se pueda saber en qué van a repercutir ala mejora de nuestra competitividad en el largo plazo.

El problema de España, y de otras muchas economías occidentales, es que no somos competitivos. Otros, en cualquier lado, producen lo mismo que nosotros a un mejor precio, y eso es lo que nos está crucificando, aunque la enfermedad aflore en forma de sarpullido monetario o ronchones bancarios.

Cualquier médico sabe que no se puede confundir el síntoma con la enfermedad, y que la fiebre, con ser peligrosa en sí misma, es sólo un indicador de que algo no está funcionando como debe en el organismo.

Si nosotros, en vez de poner remedio a nuestra enfermedad, nos gastamos lo que nos queda en curar la fiebre, y sólo por unos días, porque sabemos todos que el Fondo Estatal es una cura temporal, nos veremos abocados a la hospitalización, con todos los traumas y problemas que pueda acarrear.

Y además, porque hay más, este tipo de planes crea un efecto negativo, que es la esperanza de que pase lo que pase vendrá otro a arreglarl. El ferretero quiere también un fondo estatal que le venda los tornillos y los alicates que no ha vendido, el dentista quiere un fondo estatal que le pague los empastes que no ha hecho, el labrador quiere un fondo que le pague las patatas que no ha colocado al almacén y yo quiero que el Estado me llene las casas rurales que tengo vacías en el quinto carajo.

Al final, como el dinero no crece en los árboles, nos encontramos con la verdadera cara de esta moneda: que pagamos todos y unos pocos deciden a quién se beneficia, a quién se saca del hoyo y a quién se le deja cocerse en su propia salsa hasta que reviente.

Hoy en día, el verdadero poder ya no está en crear leyes, sino en repartir dineros y puestos de trabajo. Por eso, por ejemplo, los rectores de las universidades ya no salen ni en la prensa, porque desde que van cortos de presupuesto no pueden sacar ni una plaza de conserje.

Por eso se crean estos planes: no para mejorar la economía, que todos saben que no mejorará, sino para comprar gritos en las calles, silencios en las corporaciones y miedo a quedar fuera en la próxima hornada.

Por vocación, el Fondo Estatal quiere ser como la Inquisición, pero sin sotana. Lo otro es folclore.

02 enero 2010

Extraña suavidad

Dicen unos que la desconfianza es la más refinada de las bellas artes mientras otros, más filántropos, opinan que la desconfianza es como la bacteria del catarro, que en cuanto ataca a uno en una casa no deja títere con cabeza, así que si es usted del segundo tipo, perdone que sea tan desconfiado y le diga que me extraña, me extraña y me escama horrores, que con todo el material que tienen los socialistas para arrojar con el tema del PP valenciano estén tan relativamente callados y tranquilos, en vez de armar la de marimorena y llamar poco menos que a la quema pública de los seguidores de Camps.

Me extraña, oiga. Y cuando una cosa me llama tanto la atención doy en pensar que sus buenas razones tendrán los socialistas para esta parente moderación. A mí, a bote pronto, se me ocurren tres y se las cuento:

La primera, que tienen tal carga de porquería los socialistas sobre sí mismos, tanto de un tipo como de otro, que prefieren ser prudentes, no vaya a ser que les saquen más hijas de Chaves, o más parados, impuestos, y sablazos al ciudadano. O sea, que nos tienen a todos tan cabreados con lo de los impuestos y la ruina a la que llevan al país que aparecer lo justo y abrir la boca lo justo les parece lo más cabal.

La segunda opción es que sea verdad que todos los informes y todas las vainas sean un invento del ministerio del Interior o de algún funcionario con ganas de ascender. De hecho, hay que reconocer que salen a relucir informes policiales, chácharas de porteras y rumores aderezados con dimes y diretes, pero si tuviesen algo consistente sería de esperar que a estas alturas hubiese ya algún detenido, algún procesado o por lo menos algún denunciado. Y de eso, nada. Sólo hablar y señalar con el dedo, pero no han encontrado miga, ni chicha, ni bacalao para empezar un proceso judicial, que es lo que se supone que se empieza en los países serios, en lugar de un Santo Oficio.

La tercera es que los socialistas se hayan dado cuenta de que si siguen tirando de esa cuerda y tensan mucho la situación van a acabar llevándose a Rajoy por delante, pues haya lo que haya está claro que Rajoy lo sabe, lo conoce, y lo calla. Y los socialistas saben que si derriban a Rajoy pueden perder de calle y por paliza las próximas elecciones, porque lo único que los mantiene con vida en las encuestas es que Rajoy es un líder desnatado y light como el agua mineral, porque acercarse dos punto al gobierno con la que está cayendo y seguir penúltimo en popularidad de los españoles en esta coyuntura es como para cortarse las venas. En esta situación, los socialistas habrán pensado, y creo que con razón, que hay que procurar dañar al partido contrario pero manteniendo a salvo al líder, porque como dimita Rajoy y presenten a las generales a otro candidato, les van a dar hasta en el cielo de la boca.

Estas son mis tres opciones. Cada cual que se quede con la que quiera, o con otra que se le ocurra sobre la marcha.

Y si se siente usted confiado, bonachón y hasta ingenuo, quédese con la idea de que la desconfianza no es un sentimiento positivo, ni humanista, ni social. Es una buena idea y un buen sentimiento. Sobre todo, sin haber fumado antes nada.

Los artículos que no envejecen (por desgracia)


Se nota que es verano y flota cierto humorismo hasta en los papeles oficiales. No me digan que no. Estamos todos tan tranquilos, con nuestra galvana a cuestas, y viene el Centro de Investigaciones Sociológicas y nos dice que, por primera vez en no sé cuantos años, el PP supera en intención de voto al PSOE. Genial, oigan, pero si con lo que tenemos encima sólo lo consiguen ahora, y por unas centésimas, ¿qué esperan los del PP para colgarse de un pino?

La estrategia de Rajoy parece clara: convencernos de que no hay alternativa posible a su flojera. Convencernos de que se trata de Zapatero de él. ¿Y saben una cosa? Que no. Que no podemos tragar esa milonga. Que Zapatero es un desharrapado intelectual, un vendedor de alfombras dialéctico y un cataclismo político, lo estamos viendo a diario, pero eso no quiere decir que el líder de la oposición sea automáticamente el mejor posible.

Con todo lo que ha caído, con la gente que se ha quedado en la calle, con las empresas que han cerrado, los bancos que han entrado en semiquiebra y la porquería que le ha salido a los socialistas, ¿cómo se puede tardar todo este tiempo en superarlos en intención de voto?

El señor Rajoy es un manta. Es un pobre cero a la izquierda que ningunean en su partido porque saben que sin apoyo en la calle, el Presidente es menos que nadie. ¿Qué se puede esperar de un líder político que tiene al tesorero del partido implicado en una trama de corrupción y no lo destituye?, ¿por qué ha esperado a que se marche cuando mejor le venga y más cómodamente le encaje con las vacaciones? Tiene una guerra abierta en la Comunidad de Madrid y mira para otro lado, tiene un gran jaleo armado en Valencia y no sabe y no contesta. ¿Dejaríoa usted el país en manos de semejante individuo? Yo no le prestaba ni la moto, oigan.

A Rajoy lo mantienen como presidente del partido los que no quieren ganar las elecciones, porque prefieren un presidente débil que les permita a ellos hacer lo que les dé la gana en sus ayuntamientos y diputaciones. ¿No les suena de nada esa estrategia? Plena Edad Media: rey débil, condes ricos. Eso salva a Rajoy, peor no nos salva a nosotros, que nos veremos, tarde o temprano, aunque me temo que será tarde, abocados a unas elecciones en las que un partido nos lleva a la ruina y el desastre, proclamando ya sin tapujos que el dinero es para andaluces y catalanes (y para el resto ya se verá) y otro que ni siquiera es un partido democrático, donde no el candidato ha sido elegido a dedo por el lucero del alba y se nos impone junto a una ristra de ajos, salchichones y otros embutidos para que los votemos por miedo a seguir teniendo a Zapatero.

Hay que buscar una alternativa como sea.

Zapatero, no. Rajoy, tampoco.

Y si la democracia que nos ha quedado tras treinta años de transición es esto, casi es mejor que resucitemos a Franco y a la Pasionaria para que gobiernen en coalición.

Cualquier cosa antes que pasar por este aro.