30 abril 2011

El Gobierno miente, pero no importa

Mucha gente se ha echado las manos a la cabeza con la enésima pifia de comunicación del Gobierno, rectificando en el mismísimo BOE una decisión del día anterior a través de la memoria de errores. El error existe, por supuesto, y habría que fusilar al jefe de comunicación e imagen del Gobierno y del PSOE, pero no pasa de ahí: de un error de márketing y propaganda.

En la práctica la medida sigue siendo igualmente dolorosa para los ayuntamientos y las demás corporaciones locales. Es falso eso que algunos van diciendo pro ahí de que se ha organizado una cerrera de velocidad entre alcaldes y concejales de distintos ayuntamientos para conseguir un préstamo a la de ya. Es falso, porque tal y como está la banca, y sabiendo que le crédito no podrá ser renovado en 2011, los ayuntamientos tienen muy difícil conseguir esos préstamos. ¿Se lo van a prestar a largo plazo? La respuesta es no. La idea del decreto contra el endeudamiento municipal era restringir el gasto, y lo cierto es que la mecánica del día a día municipal consiste en pedir hoy un préstamo para pagarlo con el que pedirás el año que viene, y así hasta el infinito. Cuando se sabe que el año que viene no se podrá pedir otro préstamo, lo que se da por hecho es que tampoco te concederás el de este.

Por tanto, es igual que la ministra haya tenido que rectificar vergonzosamente a través d el fe de erratas. Es una cagada más, pero carece de importancia. De hecho, a mi juicio, de lo que se trata aquí no es de salvar a los ayuntamientos sino de salvar a la banca, ofreciéndole una coartada para poder seguir negándose a prestar dinero. A la banca, y muy especialmente a las Cajas de Ahorros, que al estar en manos políticas tenías más difícil negarse a las pretensiones de los mismos políticos que se sientan en su órganos directivos.

De lo que se trata es de decir a los bancos y a las cajas que se les va a pasar la cuchilla de afeitar y que, a cambio, pueden dejar de prestar dinero a ese agujero sin fondo que son y han sido los municipios.

Y como siempre, los que pagarán el pato serán los ciudadanos y las pequeñas empresas, porque el resultado de esta medida no será que los ayuntamientos gasten menos, sino que no pagarán las increibles, olímpicas, salvajes deudas que ya tienen con los pequeños proveedores, que son los comercios de su ciudad, ahorcados ya por esta deuda.

Los perjudicados no serán los políticos, ya lo verán, sino cualquiera que haya sido lo bastante confiado para venderle algo a un ayuntamiento pensado que ya cobraría con el crédito del año que viene. Lo bastante confiado, lo bastante avaricioso, o lo bastante desesperado, porque de todo hay.

28 abril 2011

La crisis como coartada

Me hincho, me harto, me canso de decirlo: la pobreza no es una cualidad moral. Se puede ser pobre y honrado, y también se puede ser pobre y un perfecto hijo de puta. La pobreza ni nos mejora ni nos empeora. Sólo nos cabrea.

Ser pobre es una mierda y además te ocupa todo el día. La necesidad afila el ingenio, es cierto, ¿pero quién dijo que fuera bueno que te pasaran por la piedra? Además, estar afilado tampoco da mucha confianza a los que te rodean, que acaban alejándose de ti por pura prudencia.

No existe ninguna estética del perdedor fuera de la épica de su resistencia. Y la resistencia no tiene nada que ver con perder, sino con resistir, que es otra cosa. El que se apoya en la barra del bar a rumiar sus penas con un cigarrillo a medio apagar entre los labios no está resistiendo: está regodeándose. La estética del perdedor es, casi siempre, la estética del regodeo, o una simple pose para justificar su rendición. Y que me perdone mi admirado Alvite, pero los derrotados de bar son casi siempre escombros.

¿Y por qué saco esto a colación con la que está cayendo? Porque tengo la impresión de que esta crisis ha servido para que muchos abran la veda de la lamentación pasiva, esa clase de lamentación que lleva a no hacer nada, no intentar nada y no emprender nada con el pretexto de que los tiempos están malos.

Si la derrota es hermosa y la estética del perdedor nos convierte en interesantes, entonces no vale la pena hacer nada, ni intentar nada, ni salir del agujero donde tan a gusto empezamos a sentirnos. La crisis es lo que tiene: que iguala al que se mata por prosperar con el que nunca quiso ser más que un piojo con un subsidio.

Y eso es lo que hay que evitar, porque entre las diversas razones por las que en España durará la crisis más que en otros lugares, me temo que habrá que ir apuntando una nueva: porque nos sirve de disculpa y de pretexto para la fatalidad y la vagancia que tanto nos gustan. Porque nos da razones para dejarlo todo para más adelante. Porque nos permite esperar y ver. Porque premia al que se queda mirando y machaca al que emprende algo.

Por eso no gusta, nos pone, nos excita la crisis.

Por eso nos aferramos a ella como si fuera nuestra coartada.

08 abril 2011

La peligrosa estética del perdedor

Algunas veces me habrán leído ya diciendo que la pobreza no es una cualidad moral. Lo pienso de veras: se puede ser pobre y honrado, y también se puede ser pobre y un perfecto hijo de puta. La pobreza, por tanto, ni nos mejora ni nos empeora.


¿Y a qué viene este ataque de la armada de lo obvio? A que empiezo a darme cuenta de que hay cosas que es obligatorio decir, porque alguna especie de monstruo maligno nos ha comido la lógica.

Ser pobre es una mierda. La necesidad afila el ingenio, sí, pero que te afilen no es buena cosa. Y estar afilado tampoco da mucha confianza a los que te rodean, que acaban alejándose de ti por simple prudencia.

Perder las guerras es malo, porque no existe ninguna estética del perdedor fuera de la épica de su resistencia, que no tiene que ver con perder, sino con resistir, que es otra cosa. El que se apoya en la barra del bar a rumiar sus penas con un cigarrillo a medio apagar entre los labios no está resistiendo. Está regodeándose. La estética del perdedor es, casi siempre, la estética del regodeo, o una simple pose para justificar su rendición. y que me perdone Alvite, al que admiro, pero los derrotados de bar son casi siempre escombros.

¿Y por qué me pongo a hablar de semejante cosa con la que está cayendo? Porque tengo la impresión de que esta crisis ha servido para que muchos crean abierta la veda de la lamentación pasiva, esa clase de lamentación que lleva a no hacer nada, no intentar nada y no emprender nada, porque los tiempos están malos.

Si la derrota es hermosa y la estética del perdedor nos convierte en interesantes, entonces no vale la pena hacer nada, ni intentar nada, ni salir del agujero donde tan a gusto empezamos a sentirnos. La crisis es lo que tiene: que iguala al que se mata por ser alguien con el que nunca quiso ser más que un piojo con un subsidio.

Y eso es lo que hay que evitar, porque entre las razones por las que en España durará la crisis más que en otros lugares, me temo que habrá que ir apuntando una nueva: porque nos sirve de disculpa y de pretexto para la fatalidad y la vagancia que tanto nos gustan. Porque nos da razones para dejarlo todo para más adelante. Porque nos permite esperar y ver. Porque premia ql que se queda mirando y machaca al que emprende algo.

Por eso no gusta, nos pone, nos excita la crisis.

Así de sólidas son a veces las coartadas.