28 abril 2011

La crisis como coartada

Me hincho, me harto, me canso de decirlo: la pobreza no es una cualidad moral. Se puede ser pobre y honrado, y también se puede ser pobre y un perfecto hijo de puta. La pobreza ni nos mejora ni nos empeora. Sólo nos cabrea.

Ser pobre es una mierda y además te ocupa todo el día. La necesidad afila el ingenio, es cierto, ¿pero quién dijo que fuera bueno que te pasaran por la piedra? Además, estar afilado tampoco da mucha confianza a los que te rodean, que acaban alejándose de ti por pura prudencia.

No existe ninguna estética del perdedor fuera de la épica de su resistencia. Y la resistencia no tiene nada que ver con perder, sino con resistir, que es otra cosa. El que se apoya en la barra del bar a rumiar sus penas con un cigarrillo a medio apagar entre los labios no está resistiendo: está regodeándose. La estética del perdedor es, casi siempre, la estética del regodeo, o una simple pose para justificar su rendición. Y que me perdone mi admirado Alvite, pero los derrotados de bar son casi siempre escombros.

¿Y por qué saco esto a colación con la que está cayendo? Porque tengo la impresión de que esta crisis ha servido para que muchos abran la veda de la lamentación pasiva, esa clase de lamentación que lleva a no hacer nada, no intentar nada y no emprender nada con el pretexto de que los tiempos están malos.

Si la derrota es hermosa y la estética del perdedor nos convierte en interesantes, entonces no vale la pena hacer nada, ni intentar nada, ni salir del agujero donde tan a gusto empezamos a sentirnos. La crisis es lo que tiene: que iguala al que se mata por prosperar con el que nunca quiso ser más que un piojo con un subsidio.

Y eso es lo que hay que evitar, porque entre las diversas razones por las que en España durará la crisis más que en otros lugares, me temo que habrá que ir apuntando una nueva: porque nos sirve de disculpa y de pretexto para la fatalidad y la vagancia que tanto nos gustan. Porque nos da razones para dejarlo todo para más adelante. Porque nos permite esperar y ver. Porque premia al que se queda mirando y machaca al que emprende algo.

Por eso no gusta, nos pone, nos excita la crisis.

Por eso nos aferramos a ella como si fuera nuestra coartada.

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