13 diciembre 2008

Leche deslechada


Digámoslo alto y claro: la gente feliz no compra nada: la gente feliz es una puñetera ruina, que se conforma con cualquier cosa, se pone quince años el mismo jersey y considera los anuncios de automóviles y colonia como parte de la programación de humor.
Por tanto, la publicidad, que se ocupa de convencernos de que compremos alguna cosa, debe hacernos en primer lugar infelices con lo que tenemos, con nosotros mismos o con lo primero que pille a mano, para que busquemos remedio a esa frustración comprando su producto: un detergente que lave más blanco, un coche que encabrone de envidia al vecino, o una nariz nueva en una clínica de cirugía estética.
Si usted está contento con lo que es y con lo que tiene, al publicista le quedan sólo dos caminos: convencerle de que es usted un perdedor y un resentido o irse con la música a otra parte.
Esas eran las dos opciones clásicas, pero hace ya unos cuantos años que ha surgido la tercera: tratar de cambiarle, y si es posible desde la cuna, de modo que no se resista usted a los mensajes publicitarios.
Lo tradicional, desde que las bellotas nacen con caperuza, era enterarse de qué era lo que deseaba el público para producirlo antes, mejor y más barato que la competencia. Pero el sistema ha cambiado. Ahora se trata de conseguir manipular al público, en la escuela, o en el sillón de su casa, para que desee lo que el publicista comercializa.
El ciudadano, por tanto, es un subproducto del mercado, igual que el serrín es un subproducto de la madera. Hacer un producto a medida del gusto de cada persona es mucho más caro, más lento y más trabajoso que hacer un sólo producto y convencer a la gente de que quien desee otra cosa es un imbécil o un indeseable. Para eso se inventó la moda, y para eso las encuestas de opinión pública, en el campo de las ideas: no para decirle lo que piensan los demás, sino para señalarle lo que tiene usted que pensar o que comprar si no quiere ser un bicho raro.
Y de estas mimbres que les cuento viene en gran parte el cesto en que la crisis nos ahoga como a gatos: a fuerza de repetir la tontería de que si algo se vende es porque es bueno, llegamos a convencernos de que no hacía falta nada más que vender el producto, sin necesidad siquiera de fabricarlo. Porque el beneficio está en la venta, y no en la producción, así que mientras se venda da igual si existe o no.
Leche deslechada en tetrabrik de humo.
Nos está al pelo. Por zoquetes.

Objeción al cuadrado


Se acaba de publicar que un zamorano, entre otros, ha ganado el recurso ante los tribunales para poder objetar contra la asignatura de Educación para la ciudadanía. Por la manera en que lo cuentan, más que un recurso parece que ha ganado un concurso, y algo de eso hay cuando de tribunales se trata.
Lo felicito por ello, y me sumo a su causa. Y si me lo permiten, les diré que mi objeción es al cuadrado, porque no sólo objeto contra que el Estado adoctrine a los chavales, sino que objeto también contra el estado de cosas que origina la necesidad de objetar.
¿A qué punto hemos llegado cuando es necesario acudir a los tribunales para defender derechos tan obvios como el de evitar que en las escuelas se enseñe como asignatura algo tan íntimo y privado como los valores éticos?
Me opongo a que en los colegios se enseñe religión. Cualquiera. Que se enseñe historia de las religiones, para que los chavales no vayan luego a una iglesia o una mezquita y pregunten por qué aquí no hay más que garabatos o quién es ese tío con cara de pasarlas tan negras en una cruz.
Me opongo a que los valores de hoy se consideren más limpios, más blancos, y más indiscutibles que los de cualquier otra época. La solidaridad no es mejor que el espíritu nacional. La tolerancia no es mejor que el nacionalismo. La ecología no es mejor que el amor a la patria. Cada cosa es de una época, y lo que antes se daba por indiscutible se discute hoy, con razón. Y exijo poder discutir mañana, o incluso hoy mismo, los valores de moda.
Si aceptamos la idea de que hay una serie de principios inamovibles, esos principios irán cambiando, pero permanecerá la idea de que el gobierno de turno puede imponer como inamovibles sus principios. Cada época tiene sus santos y sus retablos, y donde ayer estaba "Dios, Patria, Imperio", hoy nos ponen "solidaridad, tolerancia, toermundoesguay"; cada época tiene sus procesiones, y donde antes estaba el santo entierro y el día de las fuerzas armadas no ponen ahora la manifa del "nunca mais" y el día del orgullo gay, pero la idea de que somos súbditos a los que hay que atar con la correa del pensamiento obligatorio, permanece inalterable.
El objetivo de una democracia, se supone, es que los ciudadanos puedan mantener sus convicciones, y cuando el Estado se mete a regularlo todo, inclusive lo que deben pensar nuestros hijos, estamos de hecho en una dictadura que utiliza la seguridad como pretexto para acabar con la libertad y la buena intención como disculpa para terminar con la opinión política contraria.
Si el gobierno fuese neutro, podríamos pensar de otro modo. Pero si el gobierno fuese neutro no sería un gobierno, sería un champú o una lejía.
O sea, que ni de coña.

Arar en la cumbre


Que no se diga: por una vez, las pataletas de Zapatero han dado resultado y los que tienen poder para ello han invitado a España a participar en la cumbre económica y financiera que configurará el nuevo orden económico internacional.
Lo que hay que preguntarse, tras tirar a la basura la careta chauvinista y terruñera, es qué podemos aportar. Desde luego, somos una economía potente, una de las diez o doce más fuertes del mundo, y por supuesto tenemos historia y volumen para decir algo en una reunión de semejante calado. ¿Pero qué creen que vamos a ir a decir allí?
No se trata sólo de Producto Interior Bruto. No se trata sólo de habitantes, o toneladas, sino también, y esta vez sobre todo, de liderazgo y capacidad de determinar pautas. ¿Y hasta qué punto piensan que llega nuestra credibilidad cuando somos incapaces de coordinar nuestras propias instituciones?
¿Qué vamos a enseñarles?, ¿el modo de que convivan ayuntamientos, mancomunidades, diputaciones, comunidades autónomas y gobierno central, todas a la vez y con las competencias por definir?
En estos momentos, la economía internacional no necesita tanto PIB como liderazgo, y hay que reconocer, aunque nos duela, que si ha costado Dios y ayuda que nos inviten es porque podemos tener de todo menos liderazgo; podemos ser cualquier cosa, menos ejemplo para salir del caos.
Si nos ha costado tanto recibir esa invitación quizá sea también por nuestro gusto, el de nuestro gobierno y el de muchos ciudadanos, de cultivar relaciones inconvenientes, porque no se puede estar hoy con Cuba, mañana con Venezuela, al otro día con Evo Morales y pretender, poco después, pertenecer al club del alto capitalismo.
De una vez y para siempre hay que decidir a qué clase de mundo se quiere pertenecer. Sería maravilloso que sólo hubiese uno, de acuerdo, y que todos nos quisiéramos mucho, pero mientras no sea así hay que optar por el sistema, o por los que están contra él. Elegir claramente para que no nos desprecien en ambos lados.
Mientras tanto, mucho me temo que Zapatero estará en la cumbre como estaba la pulga en el caballo, y cuando un pájaro le preguntó que hacía allí, tan solemne y tan atenta, en vez de dar saltos de un lado para otro como de costumbre, respondió la pulga muy seria: es que estamos arando.
Pues eso.

El calambrazo


Después del catastrazo y otros golpes a nuestra maltrecha cartera, regresa ahora el calambrazo, con una subida solicitada del recibo de la luz de más del treinta por ciento. Sí, lo han leído bien: la Comisión Nacional de la Energía ha propuesto al Gobierno que la electricidad suba un treinta y uno por ciento a partir de enero.
Al final, no será para tanto el palo, pero la estrategia está clara: amenazar con un treinta por ciento para que consideremos un mal menor la salvajada del doce o el catorce que nos atizarán al final. Amenzar con la pena de muerte para que la cadena perpetua nos sepa a gloria.
Si este es el tipo de medidas con las que Zapatero espera sacarnos de la crisis, mejor ir haciendo las maletas y preparar el camino hacia el Oeste, como en las viejas películas de John Wayne.
No sé a ustedes, pero a mí lo que más me molesta de estos últimos tiempos no es la subida constante de impuestos, de manera abierta o emboscada, sino que muchos de estos impuestos no van a parar a las arcas públicas, sino que simplemente se trata de transferencias de dinero a empresas amigas, o traspasos de riqueza de la economía productiva a la economía burocrática.
Porque, si tan grande es el déficit de tarifa eléctrica, es decir, la diferencia entre lo que cuesta producir la electricidad y el precio al que se vende, ¿cómo es que empresas nacionales y extranjeras se sacan los ojos para comprar Endesa o Fenosa? Si tanto pierden y tan necesaria es esta subida, ¿cómo es que las empresas eléctricas reparten tan magníficos dividendos?
Es todo un trola. Se trata de favorecer a los afines. Se trata de repartir el dinero de todos entre los amigos. Se trata de convertirnos en vacas que ordeñar, como cuando el gobierno obliga a un pescadero a pagar una consultoría para que le lleve los papeles de la ley de protección de datos, a una droguería el informe del estudio de riesgos laborales, o le impone la ITV a una furgoneta de reparto cada seis meses.
Le llaman seguridad y responsabilidad, pero en el fondo es la cultura del burócrata, que intenta siempre multiplicar su endogámica sangría: un impuesto revolucionario a favor del que hace papeles en vez de crear bienes o servicios que realmente nos ayuden a vivir mejor.
El recibo de la luz, que pagamos todos, va por ese camino: pagar favores a amigos que previamente se convirtieron en accionistas de las eléctricas, avisados de dónde iba a estar la tajada.
Y malo es cuando el Estado nos acribilla a impuestos, pero cuando ayuda a que otros nos sangren, peor. Malo es cuando el policía roba, pero cuando ayuda a los ladrones esposando a las víctimas, ya es la leche.
Y a eso exactamente estamos asistiendo.

Las cajas se funden (nosotros no)


Hay quien dice que se fusionan, pero yo creo que más bien se funden. Se funden las cajas de ahorros bajo el sol de su insignificancia o al calor infernal de algunas inversiones no muy claras.
Lo primero que hay que entender es que las cajas son entes paranormales, como poltergeists del dinero. Una entidad financiera normal recibe fondos de los impositores, lo gestiona con criterios económicos y obtiene unos beneficios, pero una caja es una especie de santón que recibe el dinero, lo administran con criterios políticos, y dice invertirlo en temas sociales, lo que en realidad significa complementar los presupuestos de las entidades locales, solapando su poder, absorbiéndolo o simplemente suplantándolo, pero sin control alguno de los votantes.
Su naturaleza jurídica es etérea, como la de los fantasmas, y como ellos, si vas a buscarle las cuentas, desaparecen atravesando la pared, porque ni cotizan en bolsa ni las puede fiscalizar otro que no sea el mismo que las controla. Es como si la vaca, en vez de revisarla un veterinario, la controlase sólo el que la ordeña.
Así las cosas, se impone un exorcismo para, de una vez, darles cuerpo, o darles sepultura. Porque lo cierto es que nos cobran los mismos intereses que los bancos, las mismas comisiones, y encima, para más pitorreo, los políticos las tratan a veces como si fuesen su monedero. ¿Se acuerdan de los millones que la Caixa perdonó a Montilla? ¡Aquello sí que fue labor social!
Dejando a un lado la ironía, está claro que en algunas regiones como la nuestra es necesario que existan estos instrumentos financieros, aunque sean obsoletos. Lo que no se acaba de comprender es que tal y como vienen las cosas opongan algunos tan fuerte resistencia a una fusión que es absolutamente necesaria para alcanzar una dimensión mínima.
O a lo peor si se entiende: a lo peor lo que queda claro es que una fusión pone un presidente donde había cuatro, cinco consejeros donde había veinte, y el dinero sólo a mano de unos pocos, cuando antes era muchos, muchísimos, los que tenían su pequeña cuota en el reparto.
La fusión de las cajas es necesaria, por coordinación, por tamaño, y por ahorro. Y ya que lo vemos tan claro, ojalá nos demos cuenta de una vez de lo que significa el concepto: dos empresas que se unen, se hacen más fuertes. Siete cajas que se unen, ahorran, se coordinan y compiten mejor. ¿Para cuándo, entonces, la fusión de los españoles? Esa es la gran pregunta.
La respuesta me la huelo: “Es usted un centralista y un facha por plantear esas cosas. Nosotros no nos unimos. Sólo las cajas.”
Vaya por Dios.

Las víctimas de las víctimas


Me cuenta un amigo israelí que hay en Jerusalem una asociación de víctimas de las víctimas del Holocausto, surgida a raíz de los perjuicios que, aparentemente, causaban a muchos ciudadanos los privilegios y ventajas que se concedían, por ejemplo en vivienda y oposiciones, a los damnificados poro el nazismo.
Lo nuestro no ha llegado nunca a tales extremos de gravedad, pero ahora que anda el juez Garzón deteniendo a los empresarios que pagaron a ETA el impuesto revolucionario, cabe hacerse una reflexión sobre si la víctima de una extorsión puede y debe ser perseguida por la justicia o tiene ya bastante con lo suyo.
Dice Joseba Azcárraga, consejero vasco de interior, que la actitud de garzón es despreciable e indigna y que consiste en un linchamiento de las víctimas del terrorismo. Dicen otros, que lo que verdaderamente hace daño a ETA, a cualquier banda criminal, es que la gente deje de pagar.
En mi opinión, a quienes habría que escuchar aquí sería a las víctimas de las víctimas, es decir, a todos aquellos a los que les han matado un padre, un hijo o un marido con las bombas y las balas tan generosamente subvencionadas por estos empresarios.
Porque estamos de acuerdo en que no se le puede pedir a nadie que sea un héroe. Porque estamos de acuerdo en que los empresarios extorsionados pagan por miedo, pero el que traslada el miedo de su casa a la casa del vecino es un canalla y un miserable.
Esto es un poco como aquella historias de la ocupación nazi de Francia: cuando un soldado alemán moría en un atentado de la resistencia, los habitantes del inmueble más cercano cogían el cadáver y lo llevaban delante de casa de un vecino, para que la GESTAPO detuviese a los vecinos en vez de a ellos.
Es humano, y todo lo que quieran, pero pedir impunidad por semejante canallada ya es el colmo de la desfachatez y de la miseria. Que se haga, es atroz, pero pedir que se comprenda, es repugnante.
Cobardes somos todos, sólo que algunos ejercen más que otros. Y cuando la propia falta de coraje es la que paga la muerte y el sufrimiento de los demás, habitualmente de los que no cedieron, no cabe más que pedir que caiga sobre ellos todo el peso de la ley.
Todos sabemos que el día que no haya quien pague, no habrá quien mate, así que la conclusión es obvia.
Y no me tiren de la lengua que prefiero no dar ideas.

La mordaza rosa




Varios colectivos de gays y lesbianas han anunciado acciones contra la reina Doña Sofía, después de que esta afirmase en un libro que "los gays pueden casarse, pero que a eso no lo llamen matrimonio". Según los colectivos de gays y lesbianas estas palabras son impertinentes y no las pueden permitir.
Con independencia de lo que opine sobre el asunto, que no es momento ni lugar para entrar en ello, observo que ciertas minorías, y muy en especial la de gays y lesbianas, vienen aplicando desde hace un tiempo una gran presión contra la libertad de expresión de la gente, atacando a todo aquel que no opine como ellos. Veo lógico y muy adecuado que traten de evitar cualquier insulto, menosprecio o discriminación, pero cuando tratan de imponer su opinión a los demás, tachando de homófobo al que no piensa como ellos, se están pasando al bando que tanto los ha perseguido: al del pensamiento único.
Dice el refrán popular que no sirvas a quien sirvió y parece que aquí tenemos una buena prueba: durante tantos años se ha hecho callar y esconderse a gays y lesbianas que, en cuanto pueden, son ellos los que intentan hacer callar y esconderse a los demás.
Lo que no es de recibo es que tengamos todos que aplaudir sus peticiones, sus opiniones y sus puñetas por miedo a que nos llamen fascistas, homófobos o discriminadores. Decimos lo que nos da la gana de las reivindicaciones de los gays igual que decimos lo que nos da la gana de las peticiones de los ganaderos. La igualdad es eso.
La reina Doña Sofía puede, como usted y como yo, opinar lo que le parezca. Puede opinar que el matrimonio entre gays no debe llamarse matrimonio y puede opinar que habría que crear otra figura legal para el caso.
De hecho, yo puedo decir que Recesvinto era un rey godo, que siete por cinco son cuarenta, que Gengis Kahn era de Albacete y que un homosexual es en realidad un enfermo. Estaré equivocado o no, pero quien quiera hacerme callar es un dictador de mierda que exige ser respetado mientras aplica el rodillo, en cuanto puede, a la libertad de los demás.
Y es que ya lo dijo Sánchez Dragó: en España nunca hubo censura: con Franco se llamaba "limitación expresiva" y ahora se llama "corrección política". Pero censura, lo que se dice censura, ¡nunca!
Apúntate otra, Fernando.