13 diciembre 2008

El calambrazo


Después del catastrazo y otros golpes a nuestra maltrecha cartera, regresa ahora el calambrazo, con una subida solicitada del recibo de la luz de más del treinta por ciento. Sí, lo han leído bien: la Comisión Nacional de la Energía ha propuesto al Gobierno que la electricidad suba un treinta y uno por ciento a partir de enero.
Al final, no será para tanto el palo, pero la estrategia está clara: amenazar con un treinta por ciento para que consideremos un mal menor la salvajada del doce o el catorce que nos atizarán al final. Amenzar con la pena de muerte para que la cadena perpetua nos sepa a gloria.
Si este es el tipo de medidas con las que Zapatero espera sacarnos de la crisis, mejor ir haciendo las maletas y preparar el camino hacia el Oeste, como en las viejas películas de John Wayne.
No sé a ustedes, pero a mí lo que más me molesta de estos últimos tiempos no es la subida constante de impuestos, de manera abierta o emboscada, sino que muchos de estos impuestos no van a parar a las arcas públicas, sino que simplemente se trata de transferencias de dinero a empresas amigas, o traspasos de riqueza de la economía productiva a la economía burocrática.
Porque, si tan grande es el déficit de tarifa eléctrica, es decir, la diferencia entre lo que cuesta producir la electricidad y el precio al que se vende, ¿cómo es que empresas nacionales y extranjeras se sacan los ojos para comprar Endesa o Fenosa? Si tanto pierden y tan necesaria es esta subida, ¿cómo es que las empresas eléctricas reparten tan magníficos dividendos?
Es todo un trola. Se trata de favorecer a los afines. Se trata de repartir el dinero de todos entre los amigos. Se trata de convertirnos en vacas que ordeñar, como cuando el gobierno obliga a un pescadero a pagar una consultoría para que le lleve los papeles de la ley de protección de datos, a una droguería el informe del estudio de riesgos laborales, o le impone la ITV a una furgoneta de reparto cada seis meses.
Le llaman seguridad y responsabilidad, pero en el fondo es la cultura del burócrata, que intenta siempre multiplicar su endogámica sangría: un impuesto revolucionario a favor del que hace papeles en vez de crear bienes o servicios que realmente nos ayuden a vivir mejor.
El recibo de la luz, que pagamos todos, va por ese camino: pagar favores a amigos que previamente se convirtieron en accionistas de las eléctricas, avisados de dónde iba a estar la tajada.
Y malo es cuando el Estado nos acribilla a impuestos, pero cuando ayuda a que otros nos sangren, peor. Malo es cuando el policía roba, pero cuando ayuda a los ladrones esposando a las víctimas, ya es la leche.
Y a eso exactamente estamos asistiendo.

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