27 febrero 2007

Fabricar tontos es rentable




Empiezo a preguntarme si los que en un sistema económico normal tendrían que competir no se habrán cansado de tanta competencia y se estarán buscando la manera de trucar la baraja. Nos dirán que les gusta el poker y que es cuestión de sentarse a jugar, asumir riesgos y realizar cada cual sus apuestas, pero cada vez veo menos claro que las normas sean iguales para todos.
En el mundo de la cultura, por ejemplo, da la impresión alguna veces de que se intenta ante todo espolear la resistencia de los filisteos a aceptar cualquier cultura distinta de la masiva. Se trata de fomentar que se ponga de moda lo más mediocre, de modo que sea eso lo que demanden las masas. Porque lo mediocre es fácil y barato de producir, y todo lo que sea educar al consumidor redundará en un mayor nivel de exigencia.
¿Y qué significa mayor exigencia? Mayor coste. Y mayor coste es igual a menores beneficios, así que en un sistema basado la maximización de los beneficios, la exigencia del consumidor no interesa en absoluto, por más que a veces traten de engañarnos diciendo que sus productos son para el consumidor exigente. Mienten: son para el consumidor que se cree exigente, el que pide agua en el mar y arena en el desierto. El que exige, en resumen, lo que le han enseñado.
El problema de base es la educación, por supuesto. Como dijo Ortega, el sistema actual puede procurar una educación mejor, pero esa educación mejor sería perjudicial para el sistema actual. La educación genera ante todo capacidad de discernir, y al que distingue unas cosas de otras hay que convencerlo para que compre las nuestras y no las de otro. Y convencer a la gente es arriesgado, y caro, y no muy seguro. Es mejor que no distingan y se convenzan solos.
Se dijo hace tiempo que cierta editorial, que producía sólo libros de calidad, fue comprada y desmantelada acto seguido por los nuevos propietarios sólo para que no existiese esa clase de libros en el mercado, libros que incitaban a la gente a pedir lo mismo a las otras editoriales; libros que hacían pensar al consumidor que se podía exigir un producto mejor.
Cuando escuché esta anécdota la atribuí a la teoría conspiratoria general, pero ahora, poco a poco, empiezo a pensar que posiblemente fuese cierto. Ya no me extraña que un sello como Aguilar pasase de imprimir clásicos encuadernados en piel a guías de viaje. Sabiendo quién la compró y lo que hace en sus medios, no me extraña en absoluto.
Y quizás la proliferación de comercios orientales con productos de bajo coste y nula calidad vaya también por ese camino: forzar que la exigencia decrezca. Del precio ya hablaremos luego, poco a poco, en silencio, pero de momento y ahora mismo lo que importa es que la gente se acostumbre a que las cosas no duren.
Que no duren, que no importen y que los productos sean cada vez más anónimos, sin otra identificación que un número de registro. Y el del envasador, que el del productor es secreto.
Y así, mientras tanto, podremos seguir diciendo que crecemos y que somos más ricos y más prósperos, aunque nos maúlle el estómago de comer liebre de la que no sube de precio para no perjudicar al IPC.

Grita fuego


Una de las cosas que más me han impactado últimamente ha sido leer lo consejos que se dan y se reparten a las mujeres para el caso de ser atacadas sexualmente. Y no voy a entrar a valorar si las medidas que se proponen son eficaces o no, o si lo que se debería es hacer algún cambio legislativo que haga menos rentable el asesinato. Eso, si les parece, otro día.
Hoy, de lo que quería hablarles es de una de esas instrucciones, una que aconseja no gritar “socorro”, ni “auxilio”, ni ninguna otra exclamación que dé a entender a los vecinos o personas que se hallen en las inmediaciones que se está corriendo peligro. Ahora, lo que se aconseja es gritar “fuego”, porque está demostrado que la gente sólo se asomará a ver qué pasa si son ellos mismos los que pueden llegar a sufrir un daño.
Y me parece repugnante, oigan.
Me parece odioso que hayamos llegado a un extremo en el que para suscitar la solidaridad de los demás haya ser negro, o azul, y vivir en el quinto pino, porque de lo contrario nadie se asomará a la ventana o avisará a la policía.
Si las autoridades recomiendan gritar “fuego” es porque saben que el contrato social en que se basan nuestras ciudades es forzado, sólo funciona cuando tiene carácter obligatorio, o cuando no exige más que una sonrisa bienintencionada o cincuenta céntimos en una lata de una colecta.
Decirle a la gente que cuando esté en peligro grite “fuego” equivale a reconocer que ni las autoridades confían en su propia capacidad para hacer cumplir la ley ni los ciudadanos creen que pueda merecer la pena ayudar a las autoridades o a las víctimas.
Esto es el sálvese quien pueda.
Mucha campaña para concienciar a la población de que hay que denunciar los malos tratos, y los abusos a menores, y los atentados contra la naturaleza, pero luego la policía, la que sabe lo que pasa en realidad y no tiene necesidad de andar con monsergas porque no se presenta a las elecciones, nos recomienda asustar a los demás con un incendio o dejar que pase lo que tenga que pasar.
Porque si no, no se va a interesar nadie. Porque no va a intervenir nadie. Porque la impunidad del delincuente es tal que el que intervenga se la juega, con el delincuente primero y con la ley después, siempre dispuesta a hacer tabla rasa y golpear primero al que tenga por donde agarrar.
Decía un juez profesor mío que antes se encuentran causas que patrimonios, lo que no es más que una manera elegante de afirmar que si hay donde cobrar se encuentra mejor una razón para sacar el dinero de lo que se encuentra el dinero si hay un delito por el que cobrar.
Y como así va la justicia, así va la calle: el que tiene algo, reza para que no le toque a él y mira para otro lado. Porque desconfía. Porque sabe que si se mete le cobrarán a él. Lo que sea, peor a él.
Mientras la insolvencia sea causa de impunidad, gritaremos fuego.
Y si no hacemos pronto algo, cuando vengan mal dadas y haya cinco millones de parados reales, arderemos todos.

21 febrero 2007

Yankee go home


Dicen las malas lenguas que fue la Unión Soviética la que propició y financió las revueltas estudiantiles de mayo del sesenta y ocho, de modo que la opinión pública de Occidente tuviese mejores cosas que hacer que mirar cómo los rusos acribillaban a los pobres checos que pedían libertad en la primavera de Praga. Aquella fue la primera ocasión en que el espectáculo eclipsó a la realidad y desde entonces no hemos dejado de asistir al mismo fenómeno, pero de edo ya hablamos otro día.
Las malas lenguas, que nunca se cansan, dicen también que los soviéticos financiaron a los movimientos pacifistas y antinucleares de Europa occidental, como manera de debilitar a los ejércitos adversarios y frenar su desarrollo industrial encareciendo su electricidad. De estas subvenciones encubiertas han aparecido pruebas documentales tras la caída del comunismo, y más que aparecerán según vaya pasando el tiempo, pero a lo mejor hay que darles las gracias, porque no todo el que tiene buenas intenciones es tu amigo ni todo el que las tiene malas te hace daño.
Pero de pronto resulta que se repite el movimiento contra las bases americanas y uno se pregunta a quién van a echar la culpa las malas lenguas. La Unión Soviética se fue tomar por saco, marcando el paso y con abrigo de invierno, y su sucesora, Rusia, no parece que esté ni para tirar el dinero ni con ganas de enredar en semejantes tonterías. ¿Quién promueve ahora esas manifestaciones, por ejemplo las italianas, contra las bases americanas? ¿Los iraníes, como dicen algunos? Puede ser, pero no me lo creo.
Puestos a pensar mal, que a veces, aunque no siempre, es el paso previo para hablar mal, me inclino más por la posibilidad de que sean los propios norteamericanos los que apoyan y financian esta nueva efervescencia de los viejos lemas.
Y es que, nos pongamos como nos pongamos, lo cierto es que los americanos han venido siempre ha Europa cuando los hemos llamado. En la primera Guerra Mundial, para dar la puntilla al Eje. En la segunda, para que Hitler no se comiera media Europa; luego, en la guerra fría, para los rusos no se merendaran la media Europa que no habían invadido durante la guerra, y finalmente, durante la guerra de Yugoslavia, para sacarnos de la vergüenza de no ser capaz de resolver siquiera un pequeño conflicto regional, casi una guerra tribal, en nuestro propio territorio y supuesta área de influencia.
Por eso hay que pensar que son ellos los que organizan las movilizaciones: para poder marcharse diciendo que éramos nosotros los que no les queríamos.
Para poder cobrar el doble la próxima vez que haya un problema, cualquier problema, y les volvamos a llamar.

18 febrero 2007

El agujero en la pared


Dicen los judíos que la culpa nunca es del ratón, sino del agujero en la pared, y yo creo que lo de este agujero nuestro ya empieza a sonar a cachondeo, con rechifla y corte de mangas en tres idiomas. Ya no vienen solamente suramericanos en avión, decididos a no utilizar el billete de regreso; ya no sólo vienen los inmigrantes en pateras, con mujeres embarazadas para dar a luz en España y poder traerse luego al resto de la familia: ahora vienen de la India y de Ceilán, atravesando medio mundo para dejar su barco en el mar a la espera de que los recoja el más tonto del planeta y parte de la Vía Láceta.
Porque no me digan que de la India hasta aquí no hay países y continentes, pero vienen aquí porque hasta tierras tan lejanas ha llegado la noticia de que hay un país de majaderos en el que no hace falta desembarcar, porque van a recogerte.
Somos el desmelene. Nos mandan cayucos desde África sabiendo que no pueden llegar porque están seguros de que iremos a recogerlos. Instruyen a la gente en la necesidad de destruir la documentación porque saben que aquí no hay coraje para hacer otra cosa que no sea admitir a todo el mundo y encogerse de hombros.
Y no hay coraje. No hay vergüenza. No hay la más mínima intención de hacer cumplir la ley. Porque si la ley de extranjería nos parece injusta, pues la cambiamos por otra que permita primero entrar en el país a todo el que busque una vida mejor, y luego en nuestra casa al que busque una casa mejor, y finalmente en nuestra cama al que busque una cama mejor. Pero el caso es que el Gobierno, este y el anterior, en lugar de cambiar la ley permiten que todo el mundo se la pase por el arco de triunfo. Y cuando la ley se vulnera de manera habitual, no se erosiona sólo la ley incumplida, sino el concepto mismo de legalidad, y surgen así las corruptelas, las corrupciones, los abiertos mamoneos y las acumulaciones inauditas de billetes de quinientos euros en las cajas de seguridad. ¿Que la ley no es para ellos? Pues tampoco para mí. Eso van diciendo, uno por uno, todos los que tienen algo que ganar o algo que perder.
Y a ese paso nos estrellamos.
Nos estrellamos porque está demostrado que cada inmigrante genera un fascista en el país que lo recibe, y pronto veremos aquí a la extrema derecha crear un partido fuerte o hacerse con posiciones en los partidos establecidos.
Nos estrellamos porque el sistema legal pierde credibilidad y eso nos acerca cada día a la ley de la selva, en la que ni hay garantías para trabajar, ni para vivir, ni para invertir un duro.
Nos estrellamos porque cuando se permite que los demás aprovechen tu buena fe para reírse de ti, al final es también la buena fe la que cae en el desprestigio, y aquí se ríe de nuestras patrulleras humanitarias, y de nuestros centros de acogida hasta el lucero del alba.
Pero no. Es mejor no entenderlo y soltar la gran chorrada de que ningún ser humano es ilegal. ¡Pues claro que ningún ser humano es ilegal!, y por eso no hay que suprimir a ningún ser humano; lo que es ilegal es su presencia aquí, y por eso hay que combatir esa presencia a toda costa. O eso o cambiar la ley y que nos corran a boinazos en Europa.
Pero qué va. Ni lo uno ni lo otro. Aquí a ser chupilerendis y a vivir del talante, mientras los empresarios se forran con la mano de obra semiesclava y la clase obrera ve menguar su salario real cada año. Y a eso los liberados de los sindicatos le llaman socialismo. Y la patronal, más contenta que en su vida.
O sea: la izquierda haciéndose la loca a ver si con más pobres tiene más votos y la derecha frotándose las manos porque de esta quedan ricos para tres siglos.
Genial.

15 febrero 2007

Setenta son setenta (lo crean o no)


A veces hay que hacer cuentas para apercibirse de lo fácilmente que nos dejamos tomar el pelo. Setenta años han pasado desde que comenzó esa reyerta de cainitas a la que la historia quiso llamar guerra civil, y aquí estamos, todavía, dando vueltas a las justificaciones y los pretextos del eventos como una familia que, setenta años después, sigue debatiendo quién tuvo razón en el divorcio de los bisabuelos.
Y no crean que señalo hacia afuera, no: también me incluyo a mí mismo. Después de setenta años, me encuentro debatiendo con quien sabe más que yo sobre si ilegalizar a Acción Nacional y no a la CEDA sería como ilegalizar al Partido Comunista dejando en paz a Izquierda Unida. Porque Izquierda Unida también es una coalición, aunque más del noventa por ciento de su peso esté en el partido comunista.
Setenta años, oigan, y aquí estamos, explicando que fue Serrano Suñer, el cuñadísimo, el que una vez contó en una entrevista el chascarrillo de cómo Franco respondió "no y no" a la propuesta de que se ofreciera a Ortega y Gasset el Ministerio de Instrucción Pública. Y si el señor Mateos dice que el chiste es apócrifo, pues tendrá razón, que para eso es persona de sobra autorizada. Pero si Serrano lo decía, también puede ser que a alguien le pareciese buena idea proponer a Ortega, a la vista de que los nazis perdían la guerra y convenía acercarse a las potencias aliadas con un gesto de apertura. Porque de lo que se decide en firme hay documentos, pero de lo que se propone y de lo que se habla en los corrillos del poder, sólo hay testimonios. Y conociendo a Serrano y su retranca, lo mismo ni era verdad siquiera que alguien pensó en Ortega para lavar la imagen del régimen; pero sonar, suena plausible.
Y es que a veces no importan tanto las fuentes como la intención con que uno se acerca a ellas, porque no es igual ir a beber que ir a lavar los calcetines. Yo en las palabras de Serrano buscaba el chiste, porque han pasado setenta años y debería importarnos tres pimientos a quién quisieron hacer Ministro de Instrucción Pública o Director General de Obras Hidráulicas.
Pero el caso es que seguimos en ello, y me incluyo. Seguimos dándole vueltas a la misma postilla hasta crear un género literario y cinematográfico llamado "guerracivilismo", empeñado en agitar los huesos de los muertos como un sonajero por ver si cae un voto, o una ocasión de zaherir al adversario político.
Y a veces, algunos se pasan: hace poco, en el sur, asistí a una reunión en la que se habló de lanzar una campaña contra el Alzheimer en la que se instara a los ancianos a escribir sus recuerdos de represión del franquismo para ayudarlos a conservar la memoria "y concienciarlos de cara a las elecciones". Y esto no me lo contaron. Estaba allí y a mucha gente le parecía normal utilizar la sanidad pública para "concienciar" a la gente de cara a las elecciones.
Este tipo de cosas me hace pensar que hay gente que le saca a todo esto un rédito político, además del económico en forma de subvenciones, y que a algunos no les importaría "jugar la revancha" como ya escuché en otra ocasión.
Han pasado setenta años y hay gente que quiere convencernos de que nuestra guerra civil acabó hace tres meses.
Pero no: son setenta años. Los mismos que pasaron desde la guerra de Cuba, de 1898, hasta mayo del sesenta y ocho. ¿Se imaginan ustedes a alguien, en pleno mayo del sesenta y ocho, debatiendo sobre la Guerra de Cuba? Claro que no. Sería ridículo.
Pues nosotros lo hacemos. Porque setenta son setenta, hasta que llega el amo del calendario para decirnos que de 1936 a 2007 han pasado quince días.
Y así estamos.

Pico corvo y plumas negras


En América les llaman gallinazos, pero aquí, desde quela cabaña ganadera se redujo a la mínima expresión, no los vemos más que delante de los televisores. esperando enterarse de la última desgracia, el último maltrato o las razones pro las que alguien, más o menos conocido, acabó por reventar de una vez y entregar la cuchara al sepulturero.
El gusto por el sufrimiento, el dolor como circo de tres pistas, sigue teniendo entre nosotros una larga lista de adeptos. Después nos encontramos con que toda esa gente se echa manos a la cabeza, se mesa los cabellos y se queja de lo mal que está el mundo y de la pena que le da que tal niño naciese sin piernas. Se queja y se lamenta, sí, pero en cuanto vislumbra que pueden hablar de tal cosa en la tele la encienden con media hora de anticipación para no perderse el evento.
Hay mucho aficionado al espectáculo de la sangre. Hay mucho devoto de esa pornografía barata del lagrimón, lagrimón falso además, porque se llora con la secreta complacencia de estar disfrutando cada disgusto. Y digo pornografía porque, por definición, la pornografía consiste en mostrar en público lo que corresponde al ámbito privado, y tan pornográfico es mostrar un culo o una teta como una lágrima o unos ojos enrojecidos por la muerte de un ser querido.
Todo esto, que puede parecer muy feo pero sin importancia, delata en realidad la existencia de un problema mucho más profundo: la primacía del sufrimiento sobre el pensamiento. El ser humano debe caracterizarse porque piensa, no porque sufre; sufrir está al alcance una vaca o de un periquito, pero pensar no lo está.
Sin embargo, parece que es más digno de ayuda un hombre con un dolor que un hombre con una idea. Parece que es más fácil pedir una subvención contra el hambre de alguien, o para subvencionar a algún perjudicado o damnificado de algo, que para investigar, por ejemplo, una cura contra el cáncer.
Y así nos va.
Y así nos va a ir mientras la audiencia televisiva y las tiradas de las revistas se multipliquen cada vez que se muestren lágrimas para el consumo de aquellos mismos que antes leían El Caso para poder escandalizarse semanalmente de las once puñaladas o los tres hachazos en la cabeza que, a toda página y con fotos, se describían en portada con todo lujo de detalles.
Y antes, por lo menos, la policía tenía una lista de los suscriptores para tener vigilados a los neuróticos, peor ahora no nos queda ni eso consuelo utilitario.
Ahora lo que nos queda es pedir a esos seres de pico corvo y plumas negras que consumen semejante carroña que se vayan a aletear a otro lado.
O eso o acostumbrarnos al dolor como parque de atracciones, con palco preferente donde más sangre salpique. Y no se engañen: los que ven y leen esas cosas es porque les gustan: lo demás son milongas.

08 febrero 2007

El Gobierno en la sombra


Tranquilos todos, que no voy a hablar de los ministros que han pasado por la cárcel, ni de los que deberían haber pasado y se han librado de milagro. Por esta vez, no.
Desde hace ya bastante tiempo asistimos a la judicialización de la vida pública, tanto en lo político como en lo económico. Cada vez que surge un tema de verdadera importancia, alguna de las partes acaba buscando amparo en los tribunales, de modo y manera que la decisión pueda aplazarse unos cuantos años y quizás, sólo quizás, maquillarse de manera conveniente.
Y el caso es que tengo para mí que cuando asuntos del calado del Estatuto de Cataluña o la OPA de Gas Natural sobre Endesa acaban en los juzgados es porque hay quien cree que las cosas se resuelven más tranquilamente en ese foro que en el parlamento o en el mercado.
Los políticos y los que manejan el dinero han descubierto las fallas del sistema judicial y tratan de aprovecharlas en su favor. En primer lugar, cuando un asunto es transferido a los juzgados, se tiene la total seguridad de que pasarán años antes de que estos tomen una decisión, y entre tanto, los que controlan los resortes del poder se permiten hacer lo que les venga en gana. Es la impunidad total del que sabe que el tiempo trabaja a su favor, mientras que el ciudadano de a pie ve como el tiempo siempre va en contra suya. Es la política de hechos consumados mientras se dicta sentencia, y luego ya se verá si se recurre o si se incumple directamente.
Por otro lado, llevar un asunto a los juzgados equivale no sólo a enterrarlo en el tiempo, sino a sacarlo de la esfera de lo opinable. Los jueces son imparciales, santos, y casi benditos, y como no se les puede criticar, las decisiones que toman quedan fuera de lo que se discute en el día a día. De este modo, los ciudadanos nos encontramos con que los asuntos que debían estar en el ámbito de nuestra soberanía van alejándose lentamente hasta quedar en una especie de limbo donde no podemos hacer nada; ni quejarnos siquiera.
Los partidos políticos se reparten rigurosamente los nombramientos de los altos tribunales y del Poder Judicial, y luego juegan a la ficción de que el tercer poder sigue siendo independiente, de manera que ellos siguen su lucha a través de personas interpuestas a las que ni podemos elegir, ni podemos remover cuando no nos convencen.
Cuando un asunto está en el parlamento, o en la Junta, o en el Ayuntamiento, podemos influir sobre él con nuestro voto. Pero si el asunto ha pasado a la audiencia, sólo nos queda jorobarnos con la interpretación que el juez de turno quiera darle a las leyes. Y no se puede decir que se limitan a dictar sentencias con las leyes que los políticos aprueban, porque si sólo fuese eso no habría enfrentamientos de seis contra seis en lugares clave como el Tribunal Constitucional.
Las leyes son interpretables porque las hacen interpretables, o porque los que las leen las descifran según su conveniencia, pero el caso es que buena parte de la vida publica está en manos de unos señores que no hemos elegido nadie, que no podemos mover de donde están y sobre los que recaen las más serias sospechas de partidismo y tendenciosidad. Por su nombramiento. Por su mecánica interna. Por sus vicios adquiridos.
Los jueces deberían serlos garantes del estado de derecho, pero tal y como vemos últimamente, se están convirtiendo en una especie de Gobierno en la sombra al que no elegimos.
Y la cosa ira a peor, porque nada hay más humano que aferrarse al poder que uno ha conseguido.
Ya lo verán.

06 febrero 2007

La puñetera realidad


A veces, aunque sólo sea muy de año en año, conviene a pararse a pensar en lo que es la realidad de las cosas, bajarse del burro del tópico, de la frase repetida y del viejo convencimiento de que a base de plantar muchos olmos alguno tiene que acabar dando peras aunque sea por casualidad.
Ya va para cuarenta años que en España empezó a matar la banda terrorista ETA. Comenzó durante el franquismo con el aplauso de muchos, porque los chicos de las pistolas se llamaban marxistas leninistas y parecían encarnar la lucha revolucionaria contra el régimen, lo que a más de uno le recordaba a los maquis, a los partisanos libertarios o a la madre que lo parió. Más de tres y más de cuatro han tenido luego el coraje o la desfachtez de reconocer que metieron la pata hasta el fondo aplaudiendo aquello, pero el caso es que así fue: contaron con muchos apoyos de gente a la que hoy consideramos aseadamente razonable.
¿Matan a un guardia? Algo habrá hecho. ¿A que oyeron esto alguna vez?
Luego ETA marcó el ritmo de la transición con el asesinato de Carrero Blanco, presunto sucesor de Franco y poco dado a aperturas democráticas. La muerte de Carrero dejó libre el paso a la constitución del setenta y ocho. Hay quien dice que es lo único bueno que hicieron los de ETA, pero la gente que dice que un asesinato es bueno es porque suele pensar que otros mucho también lo son, aunque eso no lo diga.
El caso es que la cosa les salió bien, y los de ETA, que vieron que habían logrado imponer un ritmo constituyente donde se negociaba el Estado de las Autonomías (algo que no estaba previsto) se convencieron de que mandaban mucho y que podían mandar mucho más con sus bombas y sus pistolas.
A la gente de buena voluntad nos gusta pensar que no, pero mandaban muchísimo. Esa es la verdad. Y siguieron mandando.
¿Se acuerdan ustedes de cuando asesinaron al ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz? José María Ryan, se llamaba. ETA lo secuestró y amenazó con matarlo si el gobierno no detenía la construcción de la central nuclear. Lo asesinaron una semana después. Y ya no hubo más centrales nucleares, porque si no se podían construir en el País vasco no se podrían construir en ningún otro lado. Así ETA demostró lo muchísimo que mandaba, diseñando el perfil energético de un país entero, el precio de la electricidad y la competitividad de la industria.
A todos nos gusta decir que no nos dejamos influir, pero ya ven que es mentira. Siempre ha sido mentira. Por un camino o por otro, los de las pistolas dicen lo que hay que hacer, y los demás lo hacemos.
Sus siguientes campañas de asesinatos y atentados constantes fueron también determinantes para provocar el golpe de estado del 23-F, y desde entonces han seguido condicionando una parte importante de las noticias, las portadas y las discusiones políticas de España.
Luego vino lo de Atocha el 11 de marzo. No sabemos si fue ETA o no, pero es igual: se corrió la voz de que en España se mandaba mucho poniendo unas cuantas bombas y vinieron a mandar con unas cuantas. Y menuda autoridad la de aquellas bombas, oigan. ¡Menuda autoridad!
Y ahora, llevamos media legislatura de Zapatero discutiendo de lo que harán y de lo que no harán. De si se habla con ellos o no. De lo que se puede negociar o de lo que no. Siguen mandando. Deciden de lo que se habla. Nos ocupan el tiempo, la vida y la preocupación. ¿No es eso mandar mucho?
Por tanto, es una tontería decir que no se puede pagar ningún precio en la negociación: si hay negociación es para pagar un precio, porque obtener algo gratis es vencer, no negociar. Y se habla de negociar, recuerden: si fuese crecer, se podría crecer así, en abstracto; pero negociar no. Para negociar hay que negociar ALGO.
Y nos pongamos como nos pongamos, es normal. No podemos engañarnos y decir que el que tiene las armas es como si no tuviese nada. El que tiene las armas tiene algo en ciertos países; y en el nuestro, mucho. Seamos serios.
Podemos pensar que a los que tienen las armas hay que combatirlos con las armas y exterminarlos en quince días, o capearlos con las leyes y aguantar otros cuarenta años de funerales, o recibirlos con los pantalones bajados para que nos gobiernen de una vez sin tapujos ni hipocresías. Podemos elegir esas tres opciones, o cualquiera de las variantes que se le puedan ocurrir a cada cual, pero lo que no podemos es decir que nos mantendremos firmes sin ceder al chantaje de las armas.
Porque no hay quien se lo crea.
Porque no se ha hecho nunca.
Porque es mentira.

02 febrero 2007

Escarmientos para pobres


A lo mejor me paso de desconfiado, pero últimamente empiezo a pensar que algunas actuaciones del Gobierno, con ser legítimas y hasta saludables, se llevan a cabo por unos procedimientos, y sobre todo a unos ritmos, que dan a entender que detrás de ellas hay algo más que el escrupuloso cumplimiento de la ley.
Uno de esos caso fue el de Afinsa y Fórum Filatélico. No dudo que las cuentas de estas dos sociedades podían estar poco claras. No dudo tampoco de que su funcionamiento fuese opaco, y hasta dudoso, pero lo cierto es que llevaban un montón de tiempo captando capitales, y parece que, por casualidad, justo cuando los grandes bancos comienzan a perder clientes por culpa de las entidades que cobran menores comisiones a los usuarios, intervienen a estas dos sociedades a bombo y platillo para que la gente se asuste y no haya posibilidad de recuperar el dinero. Tendría razón el Gobierno, pero no me parece casual. Me suena más a presiones de la gran banca para escarmentar a los que colocaron sus ahorros en esas entidades "alternativas". Me suena a escarmiento para asustar a al gente y que no se queje de pagar las comisiones, cada vez más sangrantes, con que nos crucifican bancos y cajas. Esto pensando en la banca, que si pensamos en el propio Gobierno, puede ser también que se trate de escarmentar a los que buscaron una manera de pagar menos impuestos. A los pobres, claro, porque de los capitales que vuelan a los paraísos fiscales no se tiene control alguno. Ni de las treinta mil empresas que operan desde Gibraltar.
¿Y que me dicen del caso de Air Madrid?
La compañía es inspeccionada, expedientada y avisada varias veces, pero se le permite seguir vendiendo billetes para, en plenas navidades, suspender su licencia y dejar a miles y miles de personas en tierra. ¿No se puedo hacer antes? ¿No se pudo hacer más tarde? ¿No se pudo suspender la venta de billetes? La respuesta a las tres preguntas es siempre no. Si se hubiese hecho antes, o más tarde, o no se hubieran vendido billetes, no se habría escarmentado a la gente que busca un modo de escapar de los sablazos de Iberia y otras compañías "de bandera". No se trataba tanto de detener las actividades de una compañía incumplidora, como de hacerlo de manera que un montón de gente quedase indefensa, en el peor momento y con la máxima publicidad.
Si detrás de todo esto han estado los bancos "tradicionales" o la aviación "de bandera" no lo sabremos, pero a partir de ahora, con la lógica de nuestros gobernantes, queda entrar por el aro y pagar lo que nos pidan, o arriesgarnos a que las cosas vayan tremendamente mal: sin un duro o en tierra. Esa es la enseñanza que pretenden transmitirnos con sus últimas actuaciones.
Esa y no otra, porque de sobra sabemos que a esta gente, en general, el cumplimiento de las leyes se la suda.
¿Tendrán que ponerse en huelga de hambre los afectados para que les devuelvan el dinero?
Pronto lo sabremos.