06 febrero 2007

La puñetera realidad


A veces, aunque sólo sea muy de año en año, conviene a pararse a pensar en lo que es la realidad de las cosas, bajarse del burro del tópico, de la frase repetida y del viejo convencimiento de que a base de plantar muchos olmos alguno tiene que acabar dando peras aunque sea por casualidad.
Ya va para cuarenta años que en España empezó a matar la banda terrorista ETA. Comenzó durante el franquismo con el aplauso de muchos, porque los chicos de las pistolas se llamaban marxistas leninistas y parecían encarnar la lucha revolucionaria contra el régimen, lo que a más de uno le recordaba a los maquis, a los partisanos libertarios o a la madre que lo parió. Más de tres y más de cuatro han tenido luego el coraje o la desfachtez de reconocer que metieron la pata hasta el fondo aplaudiendo aquello, pero el caso es que así fue: contaron con muchos apoyos de gente a la que hoy consideramos aseadamente razonable.
¿Matan a un guardia? Algo habrá hecho. ¿A que oyeron esto alguna vez?
Luego ETA marcó el ritmo de la transición con el asesinato de Carrero Blanco, presunto sucesor de Franco y poco dado a aperturas democráticas. La muerte de Carrero dejó libre el paso a la constitución del setenta y ocho. Hay quien dice que es lo único bueno que hicieron los de ETA, pero la gente que dice que un asesinato es bueno es porque suele pensar que otros mucho también lo son, aunque eso no lo diga.
El caso es que la cosa les salió bien, y los de ETA, que vieron que habían logrado imponer un ritmo constituyente donde se negociaba el Estado de las Autonomías (algo que no estaba previsto) se convencieron de que mandaban mucho y que podían mandar mucho más con sus bombas y sus pistolas.
A la gente de buena voluntad nos gusta pensar que no, pero mandaban muchísimo. Esa es la verdad. Y siguieron mandando.
¿Se acuerdan ustedes de cuando asesinaron al ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz? José María Ryan, se llamaba. ETA lo secuestró y amenazó con matarlo si el gobierno no detenía la construcción de la central nuclear. Lo asesinaron una semana después. Y ya no hubo más centrales nucleares, porque si no se podían construir en el País vasco no se podrían construir en ningún otro lado. Así ETA demostró lo muchísimo que mandaba, diseñando el perfil energético de un país entero, el precio de la electricidad y la competitividad de la industria.
A todos nos gusta decir que no nos dejamos influir, pero ya ven que es mentira. Siempre ha sido mentira. Por un camino o por otro, los de las pistolas dicen lo que hay que hacer, y los demás lo hacemos.
Sus siguientes campañas de asesinatos y atentados constantes fueron también determinantes para provocar el golpe de estado del 23-F, y desde entonces han seguido condicionando una parte importante de las noticias, las portadas y las discusiones políticas de España.
Luego vino lo de Atocha el 11 de marzo. No sabemos si fue ETA o no, pero es igual: se corrió la voz de que en España se mandaba mucho poniendo unas cuantas bombas y vinieron a mandar con unas cuantas. Y menuda autoridad la de aquellas bombas, oigan. ¡Menuda autoridad!
Y ahora, llevamos media legislatura de Zapatero discutiendo de lo que harán y de lo que no harán. De si se habla con ellos o no. De lo que se puede negociar o de lo que no. Siguen mandando. Deciden de lo que se habla. Nos ocupan el tiempo, la vida y la preocupación. ¿No es eso mandar mucho?
Por tanto, es una tontería decir que no se puede pagar ningún precio en la negociación: si hay negociación es para pagar un precio, porque obtener algo gratis es vencer, no negociar. Y se habla de negociar, recuerden: si fuese crecer, se podría crecer así, en abstracto; pero negociar no. Para negociar hay que negociar ALGO.
Y nos pongamos como nos pongamos, es normal. No podemos engañarnos y decir que el que tiene las armas es como si no tuviese nada. El que tiene las armas tiene algo en ciertos países; y en el nuestro, mucho. Seamos serios.
Podemos pensar que a los que tienen las armas hay que combatirlos con las armas y exterminarlos en quince días, o capearlos con las leyes y aguantar otros cuarenta años de funerales, o recibirlos con los pantalones bajados para que nos gobiernen de una vez sin tapujos ni hipocresías. Podemos elegir esas tres opciones, o cualquiera de las variantes que se le puedan ocurrir a cada cual, pero lo que no podemos es decir que nos mantendremos firmes sin ceder al chantaje de las armas.
Porque no hay quien se lo crea.
Porque no se ha hecho nunca.
Porque es mentira.

No hay comentarios:

Publicar un comentario