23 julio 2010

La paranoia conspiratoria como póliza de seguro

Siempre hubo gente que veía extraños manejos donde la realidad ofrecía evidencias que no le apetecía tragar a palo seco, y las explicaciones que ideaban para ciertos hechos rayaban y rayan en el absurdo con tal de no aceptar la evidencia de que a menudo las cosas son más simples de lo que parecen.

Por el lado contrario hay que decir que siempre hubo y habrá conspiraciones: auténticos intentos de engañar a la buena fe de la gente con pruebas falsas, historias inventadas y apariencias falaces.

En la naturaleza podemos ver ejemplos de los dos tipos: desde el bicho que desconfía de todo, hasta la mosca que desarrolla rayas amarillas y negras para hacerse pasar por avispa. En la Historia, la otra fuente habitual, ha habido también casos para todos los gustos: países que hunden sus propios barcos para lanzar una guerra (EEUU en la guerra de Cuba, por ejemplo) y países que atacan sus propias posiciones para echar la culpa a otro (Alemania con Polonia). Sin embargo, recordamos estos ejemplos precisamente por extraordinarios, no por comunes. Es importante no olvidar eso.

Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, o precisamente por ello, creo que la gente que busca una segunda explicación a las versiones oficiales hace más por defender las libertades de todos y el sistema democrático que los que se empeñan en tacharlos de paranoicos. Creerse lo que te dicen, sin desconfiar, lleva directamente al absoluto dominio de los poderosos, de los que controlan los medios de comunicación y tienen mayores posibilidades de imponer cualquier versión de los hechos que les pueda resultar favorable.

El que desconfía puede estar loco, o exagerar, o simplemente equivocarse. Pero el que no desconfía está abonando el camino para una esclavitud física e intelectual sin límites, sobre todo en unos tiempos en los que la información está en todas las manos pero la relevancia en muy pocas, menos que nunca.

Aunque a veces nos haga gracia, o nos parezca ridículo, el conspiranoico no deja de ser un activista por las libertades y en cierto modo un revolucionario que se queda solo ante el poder, su versión oficial, y toda la gente dispuesta a creerse cualquier cosa con tal de no tener que pensar por sí mismo.

Por eso siempre he pensado lo mismo: a los seguidores de la teoría de la conspiración no hay que creerles, pero hay que escucharles. A menudo detectan antes que nadie los errores de una historia, ya sean equivocaciones de los culpables o mentiras de las autoridades. Es bueno, casi imprescindible, que alguien se pregunte por qué los autores de los atentados de Madrid se suicidaron más tarde en Leganés, y no en los trenes, o por qué, el otro día, el terrorista que intentó incendiar un avión en pleno vuelo no lo hizo en el cuarto de baño, donde no lo veía nadie, en vez de en su asiento, con todos los demás pasajeros alrededor.

Es bueno que alguien se haga las preguntas. Después, que cada cual decida. Pero por sí mismo, por favor. Por sí mismo.

1 comentario:

  1. Ver esta foto y pensar que me había quedado bizco ha sido todo uno.

    Bienvenido al mundo de los (redi)vivos.

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