26 noviembre 2008

El fin del mundo (como poco)


Aunque por el título parezca lo contrario, hoy toca hablar de cosas más suaves que otras veces. Hoy, para no andar con desgracias, recesiones, fracasos y agujeros contables, les voy a contar una de agujeros negros.
Dicen un par de pesimistas apocalípticos que la inauguración de los experimentos en el acelerador de partículas de Suiza puede conducir al fin del mundo, y para evitarlo han interpuesto una demanda judicial solicitando que se paralice este centro, no vaya a ser que provoque una explosión que convierta a la Tierra en una estrella. Nada menos.
El acelerador de partículas tiene por objeto la realización de experimentos sobre fusión nuclear, entre otras cosas, que además de ayudarnos a conocer el universo y sus orígenes, nos acerque más a la obtención de una energía limpia y prácticamente inagotable, que sería la producida por la fusión nuclear. Fusión y no fisión, que es lo que hacemos ahora en las centrales atómicas. O sea, que de lo que se trata es de fundir átomos, y no de romperlos, aprovechando la famosa ecuación de Einstein que afirma, en términos coloquiales, que cada gramo de materia puede convertirse en una salvajada atroz de energía: su masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado, para ser concretos.
La gracia del tema es que entre los experimentos previstos hay varios que pretenden analizar la clase de materia que se forma en esta fusión, y hay quien cree que en el famoso acelerador de partículas se podría llegar a crear un pequeño agujero negro, con lo que el experimento concluiría con la destrucción del planeta entero.
La ventaja de esta teoría es que si es un tontería, como parece, nos vamos a reír un montón de los que la proponen, y si es cierta no nos vamos a dar cuenta, porque el batacazo será instantáneo, mundial, sin aviso y sin supervivientes que se lamenten.
En este caso, y en mi opinión, parece claro que no va a suceder nada definitivo, porque según casi todas las teorías se necesita una cantidad bestial de masa para formar un verdadero agujero negro y no sólo una distorsión espacio-temporal, pero a estas alturas de desarrollo tecnológico quizás sea este un buen pretexto para plantearse hasta qué punto se puede jugar con dinamita en casa, y delante de los niños. Porque si las vacas que comían carne se volvían locas, vete a saber lo que le pasa a la materia cuando se come a sí misma.
A lo mejor es buen debate este para legislar de una vez las porquerías que se pueden y las que no se deben crear en los laboratorios, aunque al final cada loco siga con su tema, y nos encontremos una mañana cualquiera con dos sorpresas: que vemos hombrecillos verdes por la calle, y que además, lo peor de todo, no son marcianos, sino que somos nosotros.

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