11 mayo 2009

El agujero municipal

Estoy seguro de que muchos lectores, al ver este título, se han puesto escatológicos. Y no es para menos. Ahora que empezamos todos a tentarnos las barbas, las carteras y otras partes pudendas al hilo de la intervención de la Caja de Castilla la Mancha, quizás sea momento de decir cuatro verdades sobre las causas de la ruina montaraz que amenaza con devorarnos.
Por un lado, no se puede consentir que existan instituciones de crédito y financieras gestionadas por políticos, con titularidad pública y responsabilidad pública a las que, sin embargo, no se les exige un mínimo de transparencia ni se las somete a los mismos criterios de eficiencia y buena gestión que al resto de las entidades financieras. ¿Quién es el propietario de las cajas de ahorros? Todos y nadie a la vez, porque se han interpuesto mil triquiñuelas para que al final los impositores no voten.
Podría dar media docena de explicaciones técnicas sobre el asunto, como ya he intentado otras veces, pero no estamos ya para esa clase de razonamientos y me parece que bastará con la cuenta de la vieja: ¿creen ustedes que nuestros políticos se han distinguido por la buena gestión de los dineros públicos?. Y viendo cómo gestionan lo público, ¿es cabal que además les dejemos lo privado, para que lo gestionen a través de las cajas?
El peor ejemplo, porque es el peor agujero, lo tenemos en los ayuntamientos. Los ayuntamientos son entidades pensadas para el día a día y que, poco a poco, se han ido convirtiendo en monstruos devoradores de recursos. La situación que atraviesan algunas Cajas de Ahorro viene, precisamente, de prestar dinero a ayuntamientos que nunca van a devolverlo, o de financiar proyectos que jamás retornaron rentabilidad alguna, ni económica ni social.
Y como los ayuntamientos son inembargables, nos encontramos con que nuestro dinero, el que guardamos en privado en una cartilla, ha ido a parar, como el que pagamos en nuestros impuestos, a lubricar favores, contratar cuñados y mantener pesebres clientelistas.
En vez de repartir unos cuantos millones para obras municipales que ya son hambre para hoy, y no digamos para mañana, el gobierno hubiese hecho un favor mucho más importante a la economía obligando a las entidades municipales a pagar de una santa y buena vez lo que deben a los proveedores. Porque los proveedores, esos sí, son empresarios que generan riqueza y generan empleo, que tratan de llevar sus negocios por el camino de la rentabilidad real y no por el de la mandanga, la pandereta, y la pancarta.
Si los ayuntamientos pagasen sus deudas, cumpliesen los plazos para sus resoluciones y diesen facilidades a los emprendedores en vez de inventar imaginativa trabas con que dar ocupación a nuevos funcionarios, no sería necesario ningún plan de rescate. Ni de las cajas, ni de los ciudadanos.
Poner a los ayuntamientos a salvar la economía es como ir a que te opere Mengele.

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