24 abril 2007

El circo del Dr. Lao


El circo del Dr. Lao
Charles G. Finney
Editorial Berenice 2006, 15 X 22, 160 págs. 15 €
Pasen y vean señores. Pasen y vean.
Este es el circo más extraño de la tierra, sin elefantes, ni acróbatas ni payasos. Este es el circo del doctor Lao, donde se reúnen para la contemplación del común de los mortales las criaturas mitológicas de todos los tiempos. Por muy poco dinero puede contemplarse aquí al asno de oro, la Quimera, la serpiente marina de los relatos náuticos y hasta la medusa (a través de un espejo, por supuesto)
El autor no necesita justificar nada y no se molesta en ellos. Simplemente coloca este impensable circo en un pueblo perdido de Arizona durante la depresión americana de los años treinta y nos describe las reacciones de la gente de ese pueblo a través de citas cultas, chascarrillos de sal gorda y una fina ironía a la hora de elegir lo que menciona en cada categoría y el modo en que lo trae a colación.
El americano Charles Finney concibió esta historia durante su servicio militar en China y quiso conciliar el quietismo filosófico oriental con el gusto occidental por las emociones y la novedad, dando a luz esta obra verdaderamente original y pionera en un género que se acerca al fantástico sin llegar a serlo: en el género fantástico la aparición de criaturas extraordinarias sirve a un fin, o una conclusión y aquí estas criaturas son fines en sí mismas.
Esto es la fantasía pura. El circo que fundamenta su principal genialidad en su propia existencia. Y como tal, se desenvuelve en un ambiente de imposibilidad que no se aleja del escenario real, que siendo de una fantasía apabullante deja claro en todo momento que sigue siendo un pueblo polvoriento, aburrido y deprimente de la Arizona más pedregosa.
Quizás otro ambiente, otro escenario más acorde con los personajes hubiese hecho de este libro uno de tantos, pero la persistencia en el tiempo de esta obra se debe, sin duda, a su capacidad de mantener en pie lo imposible en un mundo posible, realista por de más.
El catálogo final de personajes reales y ficticios, con ácidas apostillas sobre su vida anterior y su destino posterior, abúlico sin excepción, no hace más que profundizar esta sensación. Juzguen ustedes mismos: "Martha, tranquila triste e insegura; algunas veces se echaba a reír, pero al reír se preguntaba por qué; al preguntarse por qué, le entraban ganas de llorar."
El lector no llega a sentir nunca ganas de llorar con este libro, pero a veces, al reír, se pregunta por qué, y la respuesta no está clara. Este es el mejor mérito de Finney: la sutileza de su humor.
Pasen y vean.

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