26 enero 2009

Lanzamiento de muerto



Todavía no es deporte olímpico, pero por el camino que llevamos no tardará en serlo.
No sé si se habrán fijado ustedes, pero hace ya unos cuantos años se vienen utilizando las cifras de muertos como arma arrojadiza en un intento de desprestigiar instituciones e ideologías, y, lo que es peor, con ningún escarmiento, porque se sigue matando igual que antes, o más, y cada vez con explicaciones más retorcidas que, en vez de higienizar el crimen, manchan la lógica.
No se trata, con este sistema, de saber por qué falló el comunismo, ni de buscar sus logros para aprovechar lo que pueda encontrarse de enseñanza en él, sino de recontar las purgas millonarias de Stalin, Pol Pot, y otros matarifes con bandera roja. No se trata tampoco de saber qué pudo conducir a un pueblo como el alemán a votar a Hitler en unas elecciones, ni cómo puñetas consiguió convertir en pocos años un país arruinado en una potencia capaz de enfrentarse al mundo durante seis años, sino de contar cámaras de gas, fosas comunes y represaliados.
No queremos aprender nada. En el fondo, nos importa un carajo el sufrimiento de toda aquella gente, a veces lejana y a veces no tanto, y lo único que leemos entre líneas en los libros de historia es lo que interesa al corrector de pruebas, que es un simple mercader ansioso por cobrar la comisión pactada a cambio de nuestra adhesión.
Y si se fijan, el procedimiento continúa con los muertos actuales. Casi nadie sabe, y a casi nadie le importa, por qué se matan los israelíes y los palestinos, qué pasa con el agua, con los pozos, con las fronteras, con las colonias, y con las leyes internacionales que supuestamente rigen todo eso. Importa sólo contar muertos: tantos por un cinturón bomba en una cafetería, tantos por un bombardeo de la aviación, tantos por un suicida en un mercado y tantos por un asesinato selectivo que resultó no serlo tanto.
Vivimos en un mundo en el que los muertos parecen aportar razones, antes a los que los causaban y ahora a los que los padecen, pero razones al fin y al cabo, por encima de las ideas, los planteamientos y las leyes.
Y mientras contemos cadáveres en vez de desgranar argumentos estaremos abocados a seguir teniendo sangre y dolor como única moneda con la que comprar o vender nuestra aquiescencia.
Al final, ya lo ven, somos más culpables de lo que creemos, porque igual que los actores representan su papel para el público también hay criminales que asesinan para el público, para esa opinión pública que somos nosotros, dejándonos convencer por los informes del forense antes que por las ideas de quienes todavía, contra viento y marea, se empeñan en buscar explicaciones.
¡Agua va!, deberían decir los taberneros.
¡Muerto va!, los periodistas.

2 comentarios:

  1. Es lo que tiene el hecho de que no se quejen ni puedan desmentir lo que se dice sobre ellos.

    Saludos.

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  2. Lo malo no es lo que digan de ellos. Lo malo aes qure poco a poco nos vamos quedanso sin contrapesos en un sistema democrático al que le queda poco para perder hasta el nombre...

    Me temo.

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