03 febrero 2009

Los apartes de la vida



A mi entender, el mejor prosista portugués de todos los tiempos fue Bernardo Soares, un tipo gris que vivía en un cuartucho de la calle de los doradores, en Lisboa, y que, entre otras cosas, no existió nunca. Sigan ustedes esa broma exquisita y tal vez les ayude a conocer mejor el espíritu de nuestro vecinos, gente que ni siquiera necesita existir para ser grande.
Ya hablé una vez de las famosas costas atlánticas de Zamora, y de los berberechos y percebes que recogemos en nuestra frontera occidental, pero no está de más insistir, sobre todo en estas fechas en que se celebra a bombo y platillo la cumbre hispanolusa.
Vivimos sin ferrocarril, sin comunicaciones, sin carreteras adecuadas, sin infraestructuras comunes, como si fuésemos una provincia costera. Pero al Oeste no está el mar. Al Oeste está Portugal, una tierra que no hay antropólogo ni historiador medio serio capaz de distinguir de la nuestra sin que alguien haya trazado previamente una línea roja.
Hay fronteras naturales, como el Rhin, los Pirineos, el estrecho de Gibraltar o el Canal de la Mancha, y otras que si se borran nadie las sabe trazar de nuevo. Y si no se lo creen, les invito a coger un mapa en blanco de la península ibérica y a tratar de trazar de memoria la frontera con Portugal. No lo van a conseguir ni de broma, ya se lo digo, como no sea en el trocito que marca el Guadalquivir. Yo lo he intentado dos veces y una vez me anexioné Oporto y la otra regalé Vigo.
Para todos los españoles esta es una gran estupidez, pero para los zamoranos en particular es una tragedia. No podemos vivir de espaldas a la mitad de lo que nos da sentido. Su abandono y el nuestro forman un aislamiento mayor que la suma de ambos, azotados los dos por las preferencias de los políticos hacia zonas periféricas. Lo que aquí se va a Madrid , Barcelona, Valencia y Bilbao, allí se va a Lisboa y Oporto, convirtiéndo la región entera, la nuestra, en una depresión humana.
Hay doscientos setenta kilómetros a Madrid y trescientos cuarenta a Oporto, que bien podrían reducirse a una distancia equivalente con carreteras o ferrocarriles adecuados. ¿Se imaginan lo que seríamos a medio camino entre dos grandes urbes, una continental y otra marítima?
Eso es lo que perdemos mirando siempre a Oriente, como si esperásemos todo el año los reyes magos, en vez de al rey Sebastián de la leyenda portuguesa.
Y ya va siendo hora de que nos demos cuenta de que a nosotros nos saldría más rentable pagar a escote una autovía hasta Murça, que hasta Murcia. Sería más rentable y más satisfactorio llegar a algún acuerdo con Portugal que seguir jugando al trágala con algunas autonomías españolas.
Porque los portugueses están como nosotros y además no van diciendo por ahí que les debamos nada. Y eso también cuenta.
Como el espíritu de sentirse "una especie de aparte de la vida, un entresuelo de pequeña ciudad sin tren".
¡Qué bueno era Bernardo Soares!

2 comentarios:

  1. Seguro que si hacen la autovía "Madrid-Oporto", al final pasa por otro sitio. Es lo que nos pasa a los pobres, que nos rehuyen hasta las chinches.

    Saludos.

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  2. Son capaces de meterla por Badajoz y girar al Norte en Portugal.

    :-)

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