01 febrero 2008

Lo triste, lo malo y lo peor


En España es triste tener una idea, y no sólo por aquello del "que inventen otros". En el medio rural, por ejemplo, se te ocurre que las eras, en las que hace años que no trilla nadie, bien se podría levantar una docena de viviendas de protección oficial, para que no se marchen los pocos jóvenes que quedan. Se te ocurre también que va a sobrar sitio, y que se podrían plantar dos o tres mil castaños, para que, con el tiempo, haya sombra, madera, y una producción que puede tener buena salida en según qué mercados, sobre todo los asiáticos.
Entonces lo comentas un día en el bar, y aunque hay quien se opone, con razones tan poderosas como que "el que quiera tener donde vivir que vaya a trabajar a Alemania como yo fui", la idea parece buena a la mayoría. Y entonces miras de soslayo al calendario y ves que las elecciones son en seis meses. Y como el pueblo es tu pueblo, y además de tener la idea te manejas un poco en el papeleo, pues acabas liando a dos parientes y tres amigos y presentas una candidatura a las municipales.
Tú tienes tu idea, y la política de partido y nomenclatura te da por saco, así que te es lo mismo presentarte como independiente, que por un partido o por otro. Y resulta bien cierto que da igual, porque te presentes en la lista que te presentes, la pifiaste de todos modos. Porque aunque en los municipios pequeños el alcalde no tenga sueldo, tienes que oír que te presentas por interés. Aunque pagues de tu bolsillo los viajes a la capital para hacer gestiones en la Diputación, eres un aprovechado. Aunque te presentes por la Liga de Recesvinto, eres un trepa que quiere usar la influencia del partido para medrar.
El concepto de servicio público y vida política está tan denostado en España que es triste tener una idea y querer entrar en política para convertirla en realidad. Es triste que, para hacer algo, haya que soportar de oficio las peores sospechas y los apelativos más injuriosos.
Lo malo es que, con ese panorama, sólo acaban atreviéndose a dar el paso adelante los ociosos, los caraduras, y los que ya crían percebes en las orejas, de puro endurecido que tienen el oído. Lo malo es que si la expectativa general es que el político se enriquezca, medre y se aproveche, hay muchos que puestos a sufrir la condena acaban por cometer el delito, aunque sólo sea por no padecerla gratis. Lo malo, y no sólo en la política municipal de andurriales perdidos, es que una persona de verdadera valía tiene mil ocasiones mejores de ganar un buen sueldo en cualquier otro puesto, y que mientras el Presidente del Gobierno ocupe el puesto quinientos y pico de los directivos mejor pagados del país, no va a haber manera de encontrar gestores de verdadera valía.
¿Quién va a desear un cargo en el que te ponen pingando, por la quinta parte del sueldo que ganaría en otro lado con menos responsabilidades y menos peligro? El que no tiene posibilidad real de ir a otro sitio, por supuesto. El que nunca sería contratado para dirigir un banco, ni siquiera una fábrica de sonajeros. El que da más valor al poder que a la gestión. El ambicioso. El prepotente. El intrigante. O quizás también el héroe, pero de esos van quedando pocos y son raros de encontrar.
Pero lo peor de todo no es eso: lo peor es que los electores, cuando se nos pregunta, lo primero que pedimos a los políticos no es que desempeñen hábilmente sus funciones, ni dejen un país o un pueblo mejor que el encontraron, o sepan capear los temporales que se vayan encontrando. Lo peor es que los electores, visto lo visto, nos conformamos con que no roben.
Eso es como a ir a un restaurante y en lugar de esperar buen trato, exquisita cocina y decoración esmerada, conformarse solamente con que no te envenenen. ¿Se lo imaginan?
Pues así estamos.

2 comentarios:

  1. Es lo que suele pasar cuando uno ha estado tres docenas de veces en la UCI por envenenamiento. Cualquier plato, no letal, resulta apetitoso.

    Saludos.

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  2. Jodidos vamos, camarada, con semejante régimen culinario

    :-)))

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