14 abril 2009

Una historia de espiritismo



A veces hay que escuchar a los muertos, aunque sólo sea para usarlos como espejo y saber si en un siglo hemos cambiado tanto. Permítanme que invoque hoy, con la ouija de las letras, a un político de 1924, cuando la gran crisis.
En estos momentos amargos debemos estar más unidos que nunca.
No basta ya con gritar, con estar presente en las calles y hacer valer la razón de que un país próspero tiene que ser antes de nada un país en orden. Pero para tener un país en orden debemos, en primer lugar, saber cultivar y defender la justicia. Un país que tiene orden mientras carece de justicia es una nación de cadáveres, de medio hombres, un repugnate gallinero dispuesto a transigir con todo a cambio de su ración diaria de grano.
El gobierno anterior nos propuso endeudarnos, y nos endeudamos. El gobierno actual ha tenido la decencia de no proponernos nada, y se lo agradecemos de todo corazón.
Para eso, para decirnos que hay que esperar y soportar es para lo que tenemos un Gobierno. Para comentar las estadísticas en vez de intentar modificarlas, para mirar antes las cuentas que las personas.
Lo primero de todo, debemos permanecer unidos ante los momentos difíciles que se avecinan. Nuestros enemigos son por igual los que pretenden desnaturalizar nuestro país y los capitalistas que nos arruinan. La banca, la gran industria, los trust, las asociaciones de empresarios roban al obrero y se aprovechan de que hay una larga cola a la puerta de su fábrica para ocupar el puesto del que no transija. La banca, los trust, la gran industria son enemigos del pueblo, porque sus beneficios no redundan en beneficio de todos. El que arriesga el capital debe obtener un beneficio: eso es cierto, es lícito y es necesario. No se discute la legitimidad del lucro empresarial ni de la libre iniciativa. Pero cierto es también que la única diferencia entre ganar dinero y robarlo estriba solamente en los métodos que se empleen. No se enriquece lícitamente el que zarandea una anciana para quedarse con su monedero. No se enriquece lícitamente el que obliga a un padre de familia en apuros a trabajar como un burro durante doce horas, porque la fuerza del bruto aplicada al débil no sólo es un delito cuando la fuerza proviene de los músculos. El beneficio es lícito, sí, pero el beneficio es otra cosa.
Yo no soy partidario de las grandes palabras. Yo no os mencionaré la patria, ni el orgullo de la nación. Todo eso está muy bien, es digno de respeto y hasta sagrado si queréis, pero demasiados engaños se han consumado ya en nombre del honor y del orgullo. La gran pelea no está tan lejos como creemos a veces; está aquí mismo, en nuestras casas, a nuestro lado. Yo no os voy a decir que tenemos que luchar por España, ni por el pisoteado orgullo de la nación, ni por la tierra de los antepasados. No: yo os emplazo a que luchemos por seguir creyendo que vale la pena trabajar, o que vale la pena ahorrar y esforzarse. Quisiera ver tenacidad y coraje por la juventud que tuvimos los que ya no lo somos tanto, por la que os están arrebatando a los que aún lo sois, sin futuro y sin aspiraciones.
Porque si cumplimos con lo que viene sobre nosotros los haremos caer, al fin caerán, aunque sea envenenados por el polvo de nuestros huesos.
Y entonces viviremos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario