14 abril 2009

La lotería de Hiroshima


Dice Eduardo Mendoza, con toda la exquisita mala uva que le caracteriza, que los catalanes son gente tenaz, hacendosa y amante del trabajo, y que si además supiesen hacer algo serían los dueños del mundo.
Algo parecido nos pasa a los zamoranos, que somos gente resistente, emprendedora y esforzada, que si además supiésemos hacer en nuestra tierra lo que luego hacemos fuera no tendríamos que colgar en nuestra provincia el cartel de "se traspasa por no poderla atender".
No sé si será cierto que España vive en una especie de remolino industrial en el que sólo el centro y la periferia logran atraer población, pero nuestro problema, el de verdad, es el censo. El mundo se va mansamente al carajo por culpa del aumento de población, que lleva consigo desertización, guerras, hambrunas y toda clase de desgracias. Nosotros, en cambio, nos despeñamos hacia la gloria de los muertos, que es la nada, o la esperanza de la resurrección, pero nunca la alegría del paso adelante. Las ciudades se ruralizan al tiempo que los pueblos simplemente se abandonan, y cuando se acabe la cuerda, una maroma que ya es sólo hilo, no habrá gente de los pueblos que sustituya los que se marchan de Zamora o Benavente, y entonces, sólo entonces, veremos la verdadera magnitud de la tisis que nos carcomido.
Lo grave, amigos lectores, no es que perdamos quinientos habitantes al año. Lo grave es que perdemos ochocientos jóvenes y ganamos trescientos viejos. A este paso, cuando desaparezca la generación de los que nacieron al final de la guerra civil, no va a quedar por aquí ni el apuntador.
Y entonces dará igual que AVE o pajarraco nos traigan, porque cualquier AVE será buitre. Y entonces ya dará lo mismo si cierran o no los consultorios de los pueblos, o quitan las líneas de autobuses que aún queden, o aniquilen con bombas de racimo las últimas escuelas de algún pueblo con la desvergüenza bastante para criar esas rarezas que llaman niños. Entonces será indiferente, porque habremos perdido un montón de riqueza que no sale en las estadísticas y seremos real y verdaderamente pobres.
La riqueza de una tierra se mide por lo que produce y por el valor de sus infraestructuras, pero nadie ha tenido el coraje de contabilizar en España las infraestructuras perdidas y por eso se supone que nos hemos hecho ricos. Sumar sin restar siempre sale a cuenta, pero lo cierto es que todos los tejados que se hundieron, las casas que se cayeron y los montes que se llenaron de maleza también han restado, anque no queramos verlo.
La risa del monte, abandonado y baldío, con las vacas en el limbo y las cepas ardiendo en la chimenea es la herida por la que realmente nos desangramos sin que aparezca en diagnóstico alguno.
Lo que dejamos perder ya no es nuestro. Es del lobo. Cada pozo que se ciega, son mil euros al garete. Cada tejado que se hunde en una aldea, otros diez mil.
Pensar que la riqueza sólo es producción y no masa de capital es como decir que a Hiroshima le tocó la lotería por la cantidad de edificios que levantaron después de la guerra.
Y no es eso.

2 comentarios:

  1. Resulta realmente duro seguirte, amigo Javier, con estas sequías bíblicas y luego estas abundancias proverviales, que le obligan a uno a leerse "El Quijote"

    El problema de los pueblos castellanos es que su economía tradicional, la agricultura y la ganadería, es cada vez más ruinosa (y espera a que desaparezcan las subvenciones) , y las ciudades y pueblos un poco más grande vivían de dar servicio al resto, con lo que la desertización de unos deriva en la quiebra de los otros.

    Saludos.

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  2. Prometo enmendarme.

    Pero es que me ocurre que a veces tengo un rato, y paso semanas desaparecido. Mis disculpas.

    El prooblema es la desvertebracíón de España, con lo que está todo dicho. Si seguimos pro ese camino de abandono del trerritorio, nos esmorramos.

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