14 abril 2009

La olla express




Recuerdo que de niño me gustaba mirar cómo daba vueltas el pitorro de la olla express, movido por la fuerza del vapor. Por ahí debe de seguir la olla, aún cociendo garbanzos, porque en aquella época las hacían con las planchas que sobraban de los carros de combate, y no como ahora, que parece que las fabrican reciclando horquillas y grapas.
La olla, por supuesto, es una alegoría, y el pitorro giratorio que hacía de válvula se me representa a mí como la realidad que ahora se nos escamotea.
Cuando yo era niño, la gente se moría, pero ahora a los niños no se les lleva a los entierros no vaya a ser que se traumaticen. Cuando yo era niño, jugábamos a indios y vaqueros, a policías y ladrones, con palos y pistolas, y ahora se han perseguido hasta el exterminio los juguetes bélicos.
Quizás, en principio y en teoría esté muy bien pensado el movimiento que deja la violencia fuera de las posibilidades efectivas, pero lo cierto es que la violencia sigue ahí, y como ha desaparecido la válvula de escape, el día que la violencia se acumula, en lugar de un pitorro giratorio tenemos una explosión en la cocina.
Eso es para mí lo que explica en cierto modo hechos como la matanza de Alemania, donde un chaval de diecisiete años vuelve a su antigua escuela y se lía a tiros con alumnos y profesores. Y además, no es le primero, sino sólo uno más de una larga lista de recientes crímenes masivos y juveniles.
La violencia es real, y si no se le da una válvula de escape se acumula hasta límites insoportables. No basta predicar paz y amor, como un gurú oriental fumado hasta las cachas: hay que dar salida efectiva a las frustraciones, evitar a toda costa que el menor se sienta con derecho a todo y, por tanto, infinitamente ultrajado cuando le falta algo o se siente tratado injustamente. Hay que saber entender al ser humano en vez de intentar cambiarlo con repugnantes técnicas de ingeniería social o con manipulaciones que llevan a extremos lamentables. Hay que decir de una vez que dos chavales que se lían a mamporros son más sanos y serán seguramente mejores amigos y menos violentos que los que se tragan la bilis de las humillaciones durante años.
El sistema, por contra, prefiere la insidia y la hipocresía. La sociedad y los medios alimentan la falsa paz de los juegos solidarios mientras en algunas almas se acumula, gota a gota, la presión de un rencor que no se lavó con el ancestral jabón de dos bofetadas compartidas.
¿Estoy diciendo que falta violencia? No. Violencia es lo que sobra. Pero no sobra tanto la violencia de dos chavales que se pegan como la dedos chavales que se odian mientras el mundo entero les aplaude por aprender a odiarse manteniendo una sonrisa en la boca.
Ese es nuestro problema: que nos creemos más civilizados por haber convertido a los boxeadores en envenenadores. Que nos creemos más cívicos por convertir a Thyson en Lucrecia Borgia.

2 comentarios:

  1. También, antes se salía a la calle a pegar patadas a los guijarros (con lo que se fortalecían las piernas), y ahora se quedan encerrados en casa jugando a la Nintendo, con lo que se reblandecen los sesos.

    Saludos.

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  2. Los tiempos son distintos, quizás demasiado distintos para la capacifdad de adaptación y cambio de unser que no deja de ser biológico.

    Reflexiono a menudo sobre el tema, no te creas...

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